El liderazgo para superar la grave situación heredada no se construye sobre actitudes acomplejadas ni falsas mimetizaciones ideológicas.
La práctica de la política en democracia se enfrenta a un dilema: o bien decir y hacer lo que beneficie al país y al conjunto social, o bien dejar eso de lado y actuar según lo que convenga electoralmente para obtener votos y lograr el poder o mantenerse en él. No existiría tal dilema si la mayoría de los ciudadanos supiera y coincidiera en cuáles son las políticas correctas para los objetivos comunes. Entonces, los dirigentes no tendrían razones para hacer populismo ni demagogia.
Pero las sociedades no siempre tienen esa cualidad. Hay una muy extendida incomprensión de los fenómenos económicos y predomina una interpretación muy simplificada y generalmente de tipo conspirativo. Para la mayoría de nuestros ciudadanos los problemas son causados por personas con poder económico, ambiciosas y egoístas. Ni a la inflación ni al estancamiento económico se los entiende como consecuencia de políticas inadecuadas. Suele adjudicarse la culpa al "capital concentrado interno y externo" o a los "formadores de precios". Estas visiones simplistas deben ser modificadas mediante la educación y la docencia de los líderes de la política y la cultura. El populismo hace justamente lo contrario. Exacerba esos sentimientos para lograr apoyo y poder.
Este dilema tiene relación con la preferencia de los gobernantes de favorecer el corto plazo y no un horizonte más prolongado. Por ejemplo, alentar el consumo y de esa forma desalentar el ahorro, lo que permite lograr apoyos de quienes votan hoy, aunque se perjudique a las generaciones futuras.
Otro rasgo distintivo de las sociedades actuales es la artificiosa apropiación de las virtudes morales por parte de las izquierdas. Si se es de derecha o si se expresa preferencia por el respeto de los derechos individuales, la propiedad y la libertad económica y política, entonces se deberá demostrar que a pesar de ello uno es honesto. Mientras tanto, se presumirá lo contrario. Declararse "progresista" protege contra esas presunciones. Adoptar una línea francamente izquierdista puede llegar a inmunizar a quienes delinquen a ojos vistas. Se le adjudica a Néstor Kirchner la frase "la izquierda te da fueros".
Estas consideraciones vienen al caso cuando se analizan actitudes políticas, incluso las de Pro y de Cambiemos. No se trata de populismo, pero sí de procederes que muestran una suerte de autocensura originada en el complejo de no parecer un gobierno de derecha o, en algunas ocasiones, elitista. Veamos algunos casos. Cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación convalidó la aplicación de la ley del "dos por uno" en el caso Muiña, el gobierno nacional, a través del secretario de Derechos Humanos, declaró que el fallo se aceptaba y que correspondía respetar a un poder independiente. En sólo un rato distintos sectores encabezados por movimientos de izquierda reaccionaron contra aquella sentencia. El oficialismo rápidamente se desplazó hacia una posición fuertemente crítica del fallo y el Gobierno acompañó a la oposición en la sanción en 24 horas de una ley interpretativa que, pese a ser aprobada casi por unanimidad, no dejaba de resultar antijurídica. El temor o complejo del Gobierno a ser categorizado como de derecha movió el cambio observado.
Otro caso similar fue el dictado de la ley de emergencia social. Ya había logrado la sanción del Senado un proyecto que otorgaba un subsidio de 100.000 millones de pesos a las organizaciones de la "economía popular". Un eufemismo para designar los movimientos piqueteros. El Gobierno entendió que esto era imposible. Pero en lugar de utilizar el mecanismo del veto presidencial, Cambiemos negoció una reducción del monto y sus representantes votaron a favor de la ley con discursos aprobatorios. Otra vez estuvo presente el complejo de ser considerado un gobierno de derecha. Una situación similar se presentó con la expropiación de la quebrada empresa gráfica Donnelley, para ser entregada a una cooperativa formada por sus trabajadores. La Cámara de Diputados bonaerense votó por unanimidad la ley que lo dispuso. Con el dinero de los ya agotados contribuyentes se puede hacer favores políticos y repetir experiencias cuyos resultados no son buenos ni para aquellos aparentemente favorecidos. Todos lo sabían al votar, incluso los legisladores del oficialismo.
Este mismo complejo explica la sanción de otra ley provincial de Buenos Aires que atenta contra la libertad de expresión al obligar en ámbitos oficiales a usar la cifra de 30.000 desaparecidos y desconocer la verdad histórica. También en este caso no hay otra explicación que el temor a ser encasillado en la derecha. Este mismo motivo explica la demora en atacar el gigantismo del gasto público mientras la deuda pública crece rápidamente.
En un momento de su gestión como jefe de gobierno de la ciudad, Mauricio Macri transmitió a sus funcionarios la consigna de sacarse la corbata. Desde entonces, y esto continuó en el gobierno nacional, se los ve en sus funciones oficiales con traje, pero sin corbata. Observar este hecho no debe considerarse una futilidad. Es la percepción de un intento equivocado de evitar ser considerado elitista o, tal vez, de construir algún puente con sectores populares o juveniles, sin darse cuenta de que éstos son los primeros en advertir la falta de autenticidad.
El país reclama y necesita el éxito de este gobierno. La situación heredada era y es de extrema gravedad económica y de deterioro institucional. Mucho se ha hecho para recobrar el prestigio perdido durante el kirchnerismo, pero mucho falta por hacer para superar los riesgos de una nueva crisis de deuda y para generar incentivos a la inversión. El liderazgo que lo permita no se construirá con actitudes acomplejadas ni mimetizaciones ideológicas o costumbristas carentes de autenticidad.
¿Será porque su mayor figura política posee esos complejos?...