POR ALBERTO E. MORA* - Diario Clarín
Más allá de los nuevos protocolos y las certificaciones “verdes” que apuntan al márketing, en la Argentina hay que paliar las necesidades insatisfechas de vivienda digna, agua potable, caminos y transportes.
Foto: VILLA 21-24. Sus habitantes están lejos de tener una vida sustentable (Emiliana Miguélez).
Cada vez con mayor frecuencia, profesionales y empresas recibimos información sobre la importancia de la construcción sustentable, la arquitectura ambientalmente eficiente, la calidad medioambiental, el ahorro de energía, la reducción de emisiones y basura, etcétera. Se desarrollan seminarios, cursos, materias optativas o de grado en las facultades de arquitectura y se presentan empresas que otorgan certificaciones nacionales o internacionales sobre el tema.
Obviamente, cualquier avance para mejorar la calidad del ambiente, o de ahorro operativo de los consumos en los edificios, del uso de fuentes renovables y eficiencia energética, son tan bienvenidos como las Certificaciones de Calidad bajo Normas ISO 9000 en los procesos constructivos, que comenzaron a utilizarse especialmente hace dos décadas, con las privatizaciones de los entes de servicios, que solicitaban que las empresas contratistas estuvieran certificadas (lo que constituía más una barrera interna que una aspiración genuina).
En ese entonces, la mayoría de las empresas constructoras y estudios de arquitectura que se lo propusieran, con simplemente redactar el manual de calidad y ser evaluados por una certificadora, comprobaban que eran certificables por la experiencia y calidad recibidas por tradición de sus fundadores.
El objetivo central de la construcción sustentable consiste en reducir para los usuarios el costo anual operativo del edificio (vivienda u oficina) durante su “ciclo de vida” o vida útil. Ello significa reducir al máximo el trinomio: Costo de Construcción (Amortización anual) + Costo de Operación + Costo de Mantenimiento. La combinación de los tres conceptos hace más económico el uso de la construcción. Por ejemplo, lo que no se gasta en mantenimiento se gastará en costosas reparaciones, lo que no se construye con materiales nobles envejece en el corto plazo.
Pero creo fundamental aprovechar este debate sobre la “construcción sustentable” para aportar algunas ideas para ser evaluadas por la sociedad en sus conjunto, aquellos que definen políticas de estado que debemos apoyar como ciudadanos con nuestro voto, y los profesionales que asesoran a los responsables de promulgar normas y/o hacerlas cumplir.
AYSA provee agua potable al Sistema que administra por un volumen que supera los 5.000.000 de m3/día. De éstos no llega a consumirse con medidores domiciliarios el 20 %. Las pérdidas (tanto entre las de las redes de AYSA como las domiciliarias) están cerca de los 2.000.000 de m3/día, a pesar de los esfuerzos que hace la empresa por bajar permanentemente esas pérdidas y generar conciencia en la población (datos de AYSA en el 18º Congreso de Saneamiento y Medio Ambiente - 2.012). La Ciudad de Buenos Aires consume casi 10 veces los estándares diarios de agua mundiales
(es decir, desperdiciamos 9 de cada 10 litros de agua que consumimos).
Datos no tan significativos pero igualmente preocupantes se dan con la transmisión y distribución de energía eléctrica y gas, con cloacas y pluviales, con la falta de mantenimiento de caminos y rutas, etcétera.
Entiendo que, para nuestro país, la sustentabilidad es muchísimo más que “green building”. Especialmente cuando tenemos alrededor de 1.000.000 de familias viviendo en asentamientos irregulares (sin servicios, hacinadas, sin agua corriente, sin cloacas, jugando sus chicos sobre aguas servidas, sin salud, desnutridos). A ello le debemos sumar la falta de calles pavimentadas, el tener que embarrarse para poder ir a trabajar y luego sufrir en medios de transporte insuficientes e impuntuales.
Qué no hicimos, cuando una creciente no secular, sino periódica, provoca el desalojo de miles de familias en la ribera de ríos de NEA, del NOA, de la Mesopotamia y de cuencas como las del río Reconquista, La Matanza, el Arroyo El Gato en La Plata, etcétera, con sus consecuentes muertes, simplemente por no tener programas de prevención frente a emergencias climáticas (a excepción del Gran Resistencia, que tiene).
Todas las iniciativas que mejoren la administración de recursos escasos son buenas, especialmente en la construcción, donde además sufrimos, como ningún otro país en la región y en gran parte del mundo, la ausencia total de financiación. Así también, la reducción de generación de basura no reciclable, de consumo de energía, de gases contaminantes, bienvenida sea. Siempre ayuda.
Pero en una simple evaluación “costo - beneficio” en materia de equidad, sustentabilidad y calidad de vida, nos obliga a mirar dónde están las verdaderas necesidades insatisfechas: vivienda, servicios, reducción de pérdidas y excesos de consumo, caminos, y fundamentalmente educación. Educación que redunde en salidas laborales, educación para producir más y mejor en todo el Territorio Nacional sin tener que mudarse al Area Metropolitana o a las ciudades capitales de provincia para conseguir empleo público o asistencialismo. Educación que se traduzca en e herramientas para producir en un medio ambiente acogedor, en donde supieron instalarse generaciones anteriores porque con la combinación de oficios y productores con un poco de tierra se autoabastecían, mandaban a sus hijos a escuelas rurales y se valían del tren como medio de transporte de integración nacional.
Hoy, la mayoría cuenta con teléfonos celulares, con computadoras, con pantallas de televisión de última generación. Pero falta un horizonte de vida, de crecimiento y desarrollo personal, de trabajo estable, de capacitación, de productividad creciente, de capacidad exportadora, en definitiva de “vida sustentable”. Para eso la construcción ayuda, pero es sólo una herramienta más y como bien se lo plantean hoy desarrolladores y profesionales, no consiste en “obtener un sello”, certificar para hacer marketing, sino que el objetivo debe ser cuidar racionalmente los recursos siempre escasos.
Es preferible realojar familias sobre terrenos no inundables, evitar nuevos asentamientos precarios, recuperar los existentes, invertir en reducir el casi 40 % de pérdida del abastecimiento de agua potable en el área servida por AYSA, fortalecer tendidos de redes de todo tipo, pavimentar calles y caminos regionales, mejorar los medios de transporte y generar empleo genuino en lugar de asistencialismo cortoplacista. Esto es sustentabilidad, ni verde ni rosa, celeste y blanca, universal.