Quizá
no vale la pena buscar culpables a estas alturas, pero lo cierto es que
el gobierno nacional entregará el servicio de subterráneos a sus
colegas porteños en estado de emergencia. No hay ecuación económica posible que sostenga el
servicio; no existe un plan de obras en ejecución; no está la
infraestructura acorde a la demanda, y no se cuenta con un contrato
vigente mediante el que se pueda delimitar los incumplimientos y las
obligaciones de las partes. Hay que barajar y dar de nuevo.
La concesión que entregará la Nación está arrasada. Sólo para poner un ejemplo, desde 2001 hasta mayo de este año, los salarios del personal de convenio de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) subieron 853 por ciento en promedio. Un boletero tuvo un incremento en sus salarios de 1138 por ciento. Los ingresos por tarifas pasaron de 0,70 centavos de pesos por boleto en 2001 a 1,10 pesos en enero de este año, cuando el gobierno porteño autorizó la suba a los actuales 2,50 pesos. En 2000, las remuneraciones de los empleados importaban un 35,2% del total del gasto; en el primer semestre de 2012, ese rubro representaba el 72,3% del total. Hace 12 años, de cada 100 pesos que se gastaban, 16 se destinaban a mantenimiento; este año ese importe bajó a 3,8 por ciento.
Todo se deterioró. El plan de obras que se acordó en 1994 se empezó a discontinuar en 2002. La curva de la inversión prometida y la efectivamente realizada cada vez se separó más. En 2003 se debían gastar 668 millones de dólares y se desembolsaron 410. Este año se terminará con una promesa de 1372 millones de dólares y una erogación de 672, poco menos de la mitad.
La falta de política en el sector se siente a cada paso y más aún, en los últimos tiempos. Por caso, en los talleres ferroviarios de Emepa, en Chascomús, y en Alstom, en Ensenada, descansan por lo menos dos formaciones arregladas a nuevas que nunca fueron entregadas. Son parte de una licitación adjudicada hace años para la reparación de varios coches que circulan por la Ciudad.
Cuentan en el sector que listas y a punta de riel, los trenes que ya debieran correr por el subsuelo porteño se frenaron. Algunos dicen que se trató de un pedido del gobierno nacional a los empresarios del sector de no estregar los vagones para que nadie crea que la mejora fue realizada por Macri. Primó en el caso la miopía política que muchas veces gobierna las decisiones. Otros, en cambio, cuentan que las formaciones son una suerte de rehén de la que se valen las empresas ferroviarias para reclamar la adecuación de precios que jamás se hizo efectiva. Los efectos de la inflación fueron devastadores para una licitación que estuvo frenada por años.
No importa demasiado cuál de las dos versiones sea la real. Sea por las peleas políticas o por la inflación, los usuarios jamás disfrutaron de las formaciones reparadas. Ahora subirán varias cosas para que el subte siga como está. Resta saber de dónde saldrá el dinero para mejorar la red y lograr que la gente viaje de una vez por todas algo mejor.