Editorial I del Diario La Nación
La energía puesta por Cristina Kirchner en la causa hondureña debería ser exhibida también frente a los problemas argentinos.
Por algún motivo que la psicología tal vez podría explicar mejor que el análisis político, los Kirchner tienen una llamativa tendencia a la sobreactuación. Como cuando Néstor Kirchner se introdujo en la selva colombiana junto con el mandatario venezolano, Hugo Chávez, en busca de tres rehenes de las FARC, días atrás la presidenta de la Nación participó de otra innecesaria aventura tropical que la mostró a punto de acompañar al depuesto presidente hondureño, Manuel Zelaya, en el frustrado regreso a su país.
La energía puesta por Cristina Kirchner en la causa hondureña debería ser exhibida también frente a los problemas argentinos.
Por algún motivo que la psicología tal vez podría explicar mejor que el análisis político, los Kirchner tienen una llamativa tendencia a la sobreactuación. Como cuando Néstor Kirchner se introdujo en la selva colombiana junto con el mandatario venezolano, Hugo Chávez, en busca de tres rehenes de las FARC, días atrás la presidenta de la Nación participó de otra innecesaria aventura tropical que la mostró a punto de acompañar al depuesto presidente hondureño, Manuel Zelaya, en el frustrado regreso a su país.
No se trata aquí de discutir los derechos que, pese a sus conocidos excesos autoritarios, le corresponden a Zelaya para recuperar el cargo de presidente de Honduras, luego de ser destituido por medio de una trasnochada acción militar, propia de otras épocas, que lo depositó en un avión con destino a Costa Rica.
Es elemental que en una democracia existen otros caminos institucionales, como el juicio político, para remover al titular del Poder Ejecutivo. Los argentinos lo hemos aprendido en carne propia, tras pagar muy caras nuestras equivocaciones a lo largo de cincuenta años. Pero habiendo existido un pronunciamiento contundente de la Organización de Estados Americanos (OEA), que incluso suspendió a Honduras como miembro, en aplicación de la Carta Democrática, cabe preguntarse si era necesaria la exposición que tuvo la Presidenta en las últimas horas, al permanecer junto con los presidentes de Ecuador y de Paraguay en El Salvador, con la intención de hacerse presente en la capital hondureña, una vez que Zelaya consiguiera ingresar, lo cual no fue posible.
Cabe preguntarse también por qué tan pocos mandatarios americanos tuvieron la misma idea que la presidenta argentina, que no tuvo éxito a la hora de pretender sumar a la delegación a otros jefes de Estado de países vecinos, como Uruguay. Ha quedado, una vez más, la sensación de que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner es, en materia de política internacional, cada vez más esclavo de la particular relación de su sector con el chavismo.
No sería de extrañar que el súbito afán de protagonismo internacional de Cristina Kirchner sea la consecuencia de un rapto evasivo para no enfrentar la difícil realidad de su propio país, en medio de una pandemia que amenaza con provocar severas consecuencias económicas y tras una contundente derrota electoral que ella se ha empeñado en minimizar. Un indicador de la evasión es la parálisis a la que estuvo sometida la mayor parte del Gabinete nacional, con la excepción del Ministerio de Salud, como si sus integrantes no hubieran asimilado el cachetazo electoral y hubiesen quedado congelados a la espera de los poco felices cambios anunciados anoche.
Recientemente, el partido gobernante mexicano, que lidera el presidente Felipe Calderón, sufrió un duro traspié en los primeros comicios legislativos de su sexenio. Mucho debería aprender la presidenta argentina de la actitud de su par de México, quien el mismo día de las elecciones convocó a sus adversarios a trabajar unidos para enfrentar los retos del país. Llamó a "construir puentes para cerrar la brecha entre ciudadanía y política" y a "iniciar cuanto antes un proceso de colaboración y corresponsabilidad". Los argentinos, diez días después del claro veredicto de las urnas, seguimos esperando un gesto similar de nuestra jefa del Estado.