Por Mauricio Giambartolomei - LA NACION
Las cinco salas dejaron de funcionar al cumplirse el plazo dado por Lotería Nacional; 500 personas, sin empleo
La última jugada en el bingo de Caballito, con las personas que se resistían a abandonar la sala. Foto: LA NACION / Emiliano Lasalvia
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"Bolilla número 56, cinco seis, número 22, 73, siete tres, 7... ¡y han cantado bingo en la sala!" La voz estructurada y monocorde de la locutora lanzaba los números con desgano. Esa jugada, con un premio de $ 1680, marcó el final del bingo de Belgrano, que minutos antes de las 16 comenzó a tomar un tono fantasmal y desolador, con empleados que deambulaban entre las mesas vacías, cargados de resignación y con rostros en los que el llanto era un signo de resignación y, también, de indignación. El tema de Vox Dei, que de golpe empezó a sonar, le ponía un tono más dramático con "todo concluye al fin, nada puede escapar, todo tiene un final, todo termina...".
Fue algo así como la crónica de una muerte anunciada que también se vivió en los otros cuatro bingos de la ciudad. Ayer, las salas de Belgrano, Caballito, Congreso, Flores y el microcentro cerraron sus puertas por orden de Lotería Nacional, que había dado su ultimátum la semana pasada. No alcanzaron las gestiones que hasta última hora se realizaron ante la Justicia para frenar la decisión con una medida cautelar.
La lucha de los 500 trabajadores que perdieron el empleo para asegurarse las indemnizaciones se trasladará ahora a otros ámbitos. Anoche se discutían las acciones que tomarán en los próximos días. Los trabajadores no descartaban llevar el reclamo a la calle, como lo hicieron anteayer, al impedir el tránsito en varios puntos de la Capital. Podrían cortar hoy la avenida 9 de Julio y, quizá, tomar el bingo de Flores hasta tener garantías de que cobrarán lo que les corresponde.
"Es lamentable, pero ésta es la última partida que vamos a jugar. Les agradecemos a todos los que siempre estuvieron con nosotros. Acá vamos a seguir, los mantendremos informados de lo que vaya sucediendo, pero es la última partida. Gracias", anunció el jefe de la sala del bingo Belgrano, Luciano Piazza, antes de lanzar las bolillas. Un aplauso demostró la cercanía entre los jugadores y los empleados del bingo, certificada más tarde con la letra y música de "Presente" de fondo.
Nilda Grosso, Valeria Belmonte, Esther Daich y Susana Retta son cuatro amigas de un grupo de quince mujeres que se conocieron en el bingo hace 15 años. Su amistad traspasa la sala de juego y las tardes de puchos y café. Salen juntas a cenar, van a los cumpleaños de sus nietos, organizan salidas. Ahora piensan en cómo pasar las tardes, mientras hacen fila para abrazar y contener a las chicas que hasta hacía un rato les vendían los cartones.
"¿Por qué lloramos? Acá formamos un grupo de amigas y también nos hicimos amigas de las chicas que trabajan acá. Éste es un lugar social, no un lugar para timbear. Preferimos venir al bingo a pasar las tardes que gastar 600 pesos en la entrada para una obra de teatro", contó a LA NACION Esther, rodeada de amigas que se acomodaban el maquillaje corrido por las lágrimas.
Las últimas horas de los cinco bingos porteños transcurrieron entre la incertidumbre de los trabajadores y las dudas de los habitués. "¿Van a tener abierto a la noche? Porque yo vengo de noche. Y si cierran, ¿adónde vamos a ir nosotros, los viejos? ¿A la plaza a sentarnos a un banco? Yo gano más plata acá que en la quiniela", dijo Pedro en la puerta del bingo Congreso.
Ingresar en esa sala de la avenida Rivadavia es como meterse en una película de los años 90. Las mesas y las sillas de caño huelen a cigarrillo y a humedad; viejos televisores de tubo muestran las bolillas elegidas; las luces no alcanzan a iluminar las paredes marrones y beige, con barandas y columnas de bronce. En un rincón del salón, mujeres y hombres setentones juegan las últimas fichas.
"Esto es distinto de un casino, donde la gente juega compulsivamente en una máquina sin hablar con la persona que tiene al lado. Esto es como un club social, vienen los mismos de siempre y son del barrio", explicó Juan Llanos, el encargado del salón. Tanto él como sus compañeros sienten la misma preocupación: ¿cuál será su destino? "Laburé 46 años en los bingos. Mi currículum es una línea que dice «jefe de sala». ¿Dónde voy a conseguir trabajo?", se pregunta ahora.
También en el bingo de Caballito las horas transcurren con angustia, pero con mejor clima y música que intentaba levantar el ánimo. Skay Beillinson y Juanse le ponían rock nacional a la espera de una solución favorable que nunca llegó. "Vamos a resistir con los compañeros hasta donde podamos, como hicimos en diciembre", advirtió Fabiana Cáceres, promotora de la sala.
A fines de 2015, una medida cautelar posibilitó que los bingos siguieran funcionando y garantizó la continuidad laboral de los 500 empleados. Entre el miércoles y ayer, el Sindicato de Trabajadores de Juegos de Azar aguardaba a que se resolvieran varias acciones judiciales, pero nada cambió. "Comienza el camino para conseguir las indemnizaciones. Esto significará la presión en la calle o en los bingos", avisó el titular del gremio, Ariel Fassione.
Una compleja situación legal - Deudas y contratos vencidos, las causas del cierre
Los cinco bingos porteños tenían los contratos de concesión vencidos y, además, mantenían una deuda de $ 260 millones con Lotería Nacional por la falta del pago de los cánones mensuales. Estas dos razones habrían sido determinantes para la decisión que adoptó Lotería Nacional.
Sin embargo, los trabajadores de los bingos confiaron que la interrupción del pago de los cánones había sido consensuada entre los operadores de los bingos y Lotería Nacional para que las empresas puedan afrontar los sueldos y gastos de mantenimiento.
Las indemnizaciones de los 500 trabajadores son responsabilidad de los operadores que podrían presentar la quiebra. En ese caso las alternativas, según Aleara, son entablar juicios contra el Estado o que Lotería Nacional se haga cargo. Lo que queda claro es que no volverán a trabajar en bingos porteños.
"No habrá más bingos en la ciudad de Buenos Aires. Nos propusimos que no crezca un paño más ni una máquina más", dijo ayer el vicejefe de gobierno, Diego Santilli, en el programa Vuelo de regreso, el espacio de LA NACION en FM Millenium.