Es tiempo de suplantar la histórica mirada preeminentemente occidental y europeísta de nuestra política exterior. Argentina debería enfocarse en abrir más embajadas y agencias de promoción de comercio e inversiones en Asia central y el sudeste asiático
Durante su visita de Estado en Beijing, en mayo último, el presidente Mauricio Macri recibió una fuerte definición por parte de su par Xi Jinping: "América Latina es la extensión natural de la nueva ruta marítima de la seda del siglo XXI". Casualmente, Xi fue anfitrión durante esos días del trascendental foro referido a la iniciativa de "una franja y una ruta", evento que congregó a 29 jefes de Estado y a unos mil delegados de más de cien países.
Macri tuvo una muy oportuna participación en el foro, que representa el mayor plan de infraestructura de la historia de la humanidad y es el pilar de la nueva era política iniciada en China por Xi, en 2012. Este megaproyecto, que implica varios billones de dólares en inversiones durante las próximas décadas, transformará radicalmente la infraestructura y disparará los flujos económicos de gran parte de Asia, África y Europa para consolidar a China como la superpotencia del siglo XXI.
América Latina ha cobrado una mayor relevancia económica y geopolítica para China. Mucho tiene que ver en esta revalorización el creciente repliegue de Estados Unidos de su antiguo "patio trasero". Como era de esperarse, China está llenando ese vacío a través de la expansión y la diversificación del comercio, las inversiones y la cooperación financiera, entre otros aspectos. Esto es una gran oportunidad para nuestra región, si bien no son pocos los que perciben este escenario como una suerte de nueva amenaza neocolonialista, ya no desde el norte, sino desde el oriente.
Además de Macri, el otro jefe de Estado latinoamericano presente en el foro fue la chilena Michelle Bachelet, algo para nada casual. Chile fue el primero de los tres países de la región en firmar un tratado de libre comercio (TLC) con China. Además, Chile es miembro de la Alianza del Pacífico, bloque que se ha convertido en la antítesis regional del estancado y agonizante Mercosur.
La nueva ruta de la seda ya está llegando a Chile. Prueba de ello es que, desde hace tiempo, los vinos y otros productos trasandinos terminados inundan góndolas a lo largo y ancho de China. Tras la reciente visita de Macri a Chile, ambos países avanzaron en un acuerdo de complementación económica que significaría uno de los mayores logros en materia de política exterior argentina de los últimos años. Además, se seguirá trabajando en mejorar la interconexión energética, ampliar los planes de investigación científica conjunta y construir nuevos pasos fronterizos, como lo será el proyectado nuevo túnel de Agua Negra.
El rumbo planteado por Macri, de ir con el Mercosur hacia la convergencia con la Alianza de Pacífico, es correcto. No obstante, quizás la Argentina deba avanzar hacia el Pacífico por fuera del Mercosur, priorizando la buena relación con Chile. Además, si las próximas elecciones presidenciales las ganara Sebastián Piñera, es esperable que el vínculo de nuestro país con Chile se siga profundizando y expandiendo.
Desde ya, sería mejor buscar la convergencia en bloque, junto a nuestros socios. Pero con Brasil y Venezuela sumidos en graves crisis, hoy por hoy suena utópico. Uruguay, por caso, desde hace tiempo parece haber optado por la vía pragmática de los acuerdos bilaterales y podría convertirse en el próximo país de la región en firmar un TLC con China. Así las cosas, el Mercosur o bien se redefine hacia la convergencia o sólo seguirá profundizando sus tensiones internas y su decadencia.
El cercano acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea (UE), tras casi veinte años de frustraciones, es una muy buena noticia. No obstante, significará tan sólo el principio de otro largo camino, con una UE en crisis y cada vez más periférica en el nuevo escenario global. Es tiempo de suplantar la histórica mirada preeminentemente occidental y europeísta de nuestra política exterior. Argentina debería enfocarse en abrir más embajadas y agencias de promoción de comercio e inversiones en Asia central y el sudeste asiático. En esa línea, es un gran acierto la reciente decisión de reabrir la sede diplomática en Singapur. Ojalá sea sólo el comienzo de una necesaria onda expansiva de nuestra presencia política y comercial en Asia.
Si la megainiciativa de Xi tiene éxito, en los próximos años Asia, con China a la cabeza, podría proveer un potencial de cooperación a la Argentina equivalente a varias Europas. No obstante, como enseña Chile, es necesaria una estrategia consistente para aprovecharlo. Sin eso, luego será muy fácil victimizarnos frente al "neoimperialismo chino". En la integración con la nueva ruta marítima de la seda pareciera estar el futuro de la Argentina y de Latinoamérica. Desde el Atlántico, lo más probable es que sólo sigan llegando mucha incertidumbre y pocas oportunidades.