Por Diego Cabot - LA NACION
En los últimos años, la inversión pública no ha sido la prioridad del Gobierno; en 2012, por cada peso que se destinó a obras, fueron 2,25 a subsidios para sectores como la energía y el transporte
La Argentina se ha dado varios lujos en la última década. Como si se tratara de una familia tipo en la que sus ingresos han sumado un cero más, decidió vivir holgadamente. Se compró el plasma más grande, salió a comer afuera, pasea en auto nuevo y se comunica con teléfonos impecables. Durante la época de disfrute dejó para otro momento el mantenimiento de la casa. No arregló los cimientos, no tapó las goteras y mucho menos cambió las cañerías. Una pena, pero los ciclos no duran para siempre.
Algo de eso le pasó a la Argentina. Después de 10 años de crecimiento a tasas chinas, la Argentina se concentró en gastar y no en invertir. Y los números así lo muestran. En 2012, por cada peso que se destinó a inversión pública, fueron 2,25 a subsidios económicos. Algo así como gastar un peso en sostener la casa y dos y un cuarto en comer afuera.
¿Cuál fue el resultado luego de 10 años de expansión económica? El déficit de infraestructura es cada vez es mayor. Sólo por poner un ejemplo: en 1997, 47% de los hogares tenía servicio de cloacas en su domicilio; en 2002 ese porcentaje era de 54,8 por ciento y en 2010 cayó a 53,8 por ciento.
La década del 2000 no será recordada por la herencia en infraestructura que dejará.
Ariel Coremberg, es profesor de Teoría y Medición del Crecimiento Económico de la Universidad de Buenos Aires. En 2007 realizó un profundo trabajo para la Cámara Argentina de la Construcción llamado "El déficit en la infraestructura argentina". El estudio mostraba que los indicadores locales estaban muy lejos de los niveles de países desarrollados. ¿Qué pasó desde entonces? "Me atrevería a decir que todos los indicadores se mantuvieron y que en algunos casos están peores", dice Coremberg.
Luego vienen los números. Para 2010, cuando se realizó el Censo, la mitad de la población argentina continuaba sin acceso a cloacas y gas de red. "La Argentina queda lejos de los principales países de América latina, como Brasil, Chile, México y Uruguay, en los que hubo sustanciales mejoras en la infraestructura social y económica. Allí se supera el 85% del total de la población cubierta con saneamiento, un servicio clave para disminuir la pobreza estructural y mejorar la salud de la población", dice el también coordinador del proyecto Arklems + Lamd para la medición de la productividad y competitividad de la Economía Argentina, una iniciativa que lleva adelante junto con la Universidad de Harvard.
La infraestructura es una de las principales variables que miran economistas, académicos y, obviamente, inversores privados. El stock de infraestructura pública es uno de los factores productivos más importantes de los países y el desarrollo de esta variable, coinciden los académicos, explica en parte la evolución de la productividad del sector privado, así como el bienestar social de la población de un país.
Los economistas de la Comisión Económica de América latina (Cepal) Daniel Perrotti y Ricardo Sánchez compilaron los datos de inversión en infraestructura como porcentaje del producto bruto interno (PBI). Según sus datos y a modo de ilustrar con ejemplos, entre 1980 y 1985, la Argentina destinaba 3% del PBI a inversión en infraestructura, mientras que entre 2007 y 2008 el número bajó a 2,3 por ciento. Perú utilizaba el 2% del PBI en la década del ochenta y hace cinco años había llevado ese número a 3,6 por ciento. Coremberg dice que en estos últimos años, después de la crisis de 2009, esa cifra es inferior.
Todos estos números están lejos de aquellas épocas, los años 50 o los 60, en los que la inversión en infraestructura en la Argentina se acercaba a entre 7 y 8% del PBI. Actualmente, la Argentina está muy atrás en las mediciones internacionales.
Existe un informe de la Cámara Argentina de la Construcción llamado "Plan de infraestructura de transporte terrestre" en el que se analizan las inversiones necesarias desde 2010 hasta 2020. "El Banco Mundial reafirma también que un nivel de inversión en infraestructura equivalente al 7% del PBI sería realista, si se considera que ése fue el nivel de gasto que registraron países como China, Indonesia, República de Corea y Malasia, entre 1970 y 1990, los que actualmente muestran importantes niveles de desarrollo de su infraestructura. Por ejemplo, China ha invertido en infraestructura en los últimos años montos que equivalen al 9% del PBI", sostiene el trabajo. Todo está muy lejos de lo que destina la Argentina.
Según The Global Competitiveness Report 2010-2011, del World Economic Forum, el país ocupa el lugar 102 en la categoría Calidad de la Infraestructura en General sobre un total de 139 países medidos. Chile está 24 en ese listado de países; Brasil, 84, y México, 79.
A mitad de la tabla
Ese mismo reporte da cuenta de que en un indicador en el que uno es insuficiente y siete es suficiente y confiable, la Argentina está en el medio: 3,5. Bolivia está por debajo (3,3), mientras que Brasil, Colombia, Costa Rica, México y Perú están por encima. Chile es la que sobresale con un indicador de 5,7, el más alto de la región.
Claro que no toda la inversión en infraestructura es pública, sino que muchas veces el aporte privado es preponderante en la ecuación final. La tasa de inversión en la Argentina, después de una caída que llegó a ser de 11,3% del PBI en 2002, consignó subas de alrededor de 10% por año, llegó a un máximo de 24,5% del PBI en 2011. Pero claro, cuando se mira el detalle de esa inversión, sólo 10% corresponde al Estado, mientras que el 90% restante es privada. Y dentro de ésta, lejos de la infraestructura, el gran peso es la construcción que se lleva la mayoría de los pesos que allí se destinan.
No habrá con la Argentina actual, llena de preguntas sin respuestas para los inversores, flujos de dinero privado para la infraestructura. Apenas queda el Estado. ¿Y que hizo la administración kirchnerista? Los datos aportados por Jorge Colina, economista de Idesa, realizados sobre la base de los que suministra la Asociación Argentina de Presupuesto (ASAP), son contundentes y muestran que, claramente, que la Argentina decidió hacer foco en los gastos operativos y no en la inversión. Si se volviese al ejemplo del principio, sería como optar por comer afuera todas las noches y no por arreglar la casa.
Esos datos muestran que en 2007, el rubro gastos de capital, que es donde se cuenta la inversión, sea en infraestructura como en equipos (por ejemplo, las computadoras del plan Conectar Igualdad), mostraba un monto ejecutado de 16.953 millones de pesos. Los subsidios económicos, lugar donde se contabilizan todos los aportes que se pagan a las empresas privadas, lucía un total similar: 16.124 millones de pesos. Es decir, por cada peso de subsidios, iba también uno a gastos en infraestructura.
Prioridades lejos de las obras
Pero las prioridades cambiaron desde entonces. El año pasado, los subsidios económicos terminaron en 99.447 millones de pesos, con un crecimiento en los últimos cinco años de 517 por ciento. La columna de la inversión, que estaba empatada en 2007, finalizó 2012 con 44.042 millones de pesos. Registró una suba de 160 por ciento.
La diferencia entre uno y otro muestran una marcada decisión: la infraestructura no estuvo al tope de las prioridades.
Las consecuencias de las políticas públicas están a la vista. Una lluvia puede ser capaz de matar más de 50 personas; el calor puede ocasionar la falta de electricidad a millones, o los fines de semanas largos con miles de autos en las rutas se llevarán, seguramente, un puñado de vidas.
En materia vial, por ejemplo, la Argentina tenía 1,39 kilómetros de red vial per cápita. En 2002 ese indicador era de 1,74. Nada ha cambiado desde entonces, más bien lo contrario. Con un crecimiento de la población de alrededor del 1,5% por año, la escasa expansión de la red no alcanzó a subir el indicador per cápita. En el mismo período, España, por caso, pasó de 2,80 kilómetros por cada habitante a 16,6; Japón, de 1,96 a 6,94, y el cercano Uruguay, de 2,14 a 2,41. Para Coremberg, si se espera que la Argentina tenga un sendero sostenible de crecimiento en el largo plazo, la inversión vial per cápita se tendría que multiplicar por 10 para alcanzar los niveles de infraestructura vial de países de similar densidad poblacional, pero de niveles de ingreso elevados, tales como España y Canadá.
En energía eléctrica pasa algo similar. Sebastián Scheimberg, economista de la Fundación Pensar, sostiene que lo que sí cambió en los últimos años es la relación entre capacidad máxima disponible y demanda. "Esa relación porcentual ha caído muy mucho en los últimos años", sostiene.
Reducir la brecha de infraestructura no es una tarea de pocos días. Lleva muchos años, planificación, decisión y un flujo de fondos constante. Y una vez terminada, se necesita un importante esfuerzo en el mantenimiento, la eficiencia y la productividad. Nada que la Argentina pueda ofrecer en el menú que exhibe por estos tiempos..