En un trabajo publicado hace ya mas de ocho años afirmábamos nuestro convencimiento respecto a que, desde el inicio de la actividad antártica argentina hace más de cien años, nuestro país había gastado en el rubro antártico “mucho y mal”. Decíamos que, después de la última revisión del Tratado Antártico, el Continente Blanco había sido internacionalizado de hecho y que las reclamaciones de soberanía de todos los países que no eran grandes potencias –en realidad, las de todos salvo los EE.UU.- pronto serían un dato anecdótico. Finalizábamos afirmando que la Argentina debería ser muy prudente en el futuro manejo de la inversión orientada hacia la presencia nacional en la Antártida.
Ha pasado el tiempo desde entonces y la evolución de la situación del sector de la defensa nacional ha confirmado nuestras predicciones. Es más, en los actuales momentos el proceso de liquidación de las FF.AA. argentinas ha alcanzado su punto culminante y la Armada, en particular, ha dejado de existir como fuerza militar operativa. Su deterioro material, humano e
institucional de décadas ha quedado crudamente expuesto en el incidente que culminó con la destrucción casi total del rompehielos “Almirante Irízar”, en abril de 2007, y en la patética exhibición de impotencia que fue el operativo de rescate.
El tema antártico vuelve a las primeras planas luego de meses de ausencia pues el gobierno nacional ha anunciado a fines de febrero –esto es casi diez meses después del siniestro- que, según el informe técnico elaborado por el astillero finlandés Aker Yards, continuador actual del constructor original Warstila, la reparación de la nave costaría unos 550 millones de pesos (aprox. 170 millones de dólares) y tardaría en concretarse unos 30 meses.
Ante estos números, desproporcionados sino ridículos para un país que ha dejado de poseer una marina de guerra, con un ejército que no posee soldados y una fuerza aérea en la que los pocos aviones que vuelan se estrellan, no podemos menos que realizar un breve repaso de la hoy irracional política antártica nacional, fuente de inabordables gastos y riesgos, y que no ha reportado beneficio alguno al país.
Por caso, la Argentina mantiene -y ha persistido en mantenerlas aún con la baja del “Irízar”, afrontando gastos y riesgos extraordinarios para ello- seis bases permanentes en el territorio antártico. En temporada de verano opera un número adicional bases transitorias. Los propios funcionarios del Ministerio de Defensa han declarado que “en esta situación de imprevista necesidad tuvimos que recurrir, además de a varios buques de la Armada, a la contratación de un rompehielos y un helicóptero rusos, así como a la solidaria cooperación de un segundo buque polar de Brasil, a la contratación de un avión sudafricano y a la cooperación de la base Frei
chilena”.
Esas mismas fuentes han estimado que la falta del Irízar ha aumentado en unos 13 millones de dólares el gasto requerido para abastecer las bases antárticas en la campaña 2007/2008, y que ese gasto se repetirá cuando menos en las próximas tres campañas (inclusive se ha mencionado que la nave no volvería al servicio antártico antes de 5 años). Gran parte de este gasto hubiera podido evitarse si se hubieran evacuado la mayoría de las bases luego del siniestro, durante la campaña 2007/2008, dejando en servicio solo la Base Orcadas, que es accesible por mar libre de hielos todo el año, y la Base Marambio, que tiene una pista accesible por aviones de ruedas durante casi todo el año.
Al mismo tiempo, mantener la totalidad de las bases abiertas careciendo de rompehielos propio presupone un riesgo adicional para todo el personal destacado en la mayoría de esas bases. Cuando el rompehielos Vasily Golovnin y su helicóptero pesado Kamov 32, alquilados para esta campaña, hayan regresado a Rusia, no habrá forma de atender a tiempo cualquier emergencia grave que ocurra en las bases Belgrano, Esperanza, Jubany y San Martín. Pareciera que los “estrategas” de los edificios Libertador y Libertad han creído conveniente arriesgar el todo por el todo para evitar que los ciudadanos argentinos, finalmente, se den cuenta que, en materia de defensa, “el rey está desnudo”.
Veamos, en contraposición a esto, que hacen en la Antártida otros países. Nuestro vecino Chile, con un ingreso per cápita 50% superior al argentino, opera cuatro bases permanentes. Cuenta para su aprovisionamiento con el rompehielos “Almirante Oscar Viel” (ex Guardia Costera Canadiense Norman McLeod Rogers), adquirido en 1994. Construido en 1969, posee 90 metros de eslora y unas 6.500 toneladas de desplazamiento 5 (Evidentemente, mas antiguo y modesto que el “Irízar”, que es de 1978, tiene 120 metros de eslora y 15.000 toneladas de desplazamiento).
Brasil, el gigante sudamericano, potencia emergente con intereses globales, opera en la Antártida únicamente la Estación Comandante Ferraz y dispone para su abastecimiento y relevos del buque polar (no es un rompehielos, sino un buque con el caso reforzado para navegar en mares polares) Navío de Apoyo Oceanográfico Ary Rongel (es el ex buque noruego Polar Queen, construido en 1981). Posee unos 75 metros de eslora y su desplazamiento es de unas 3.700 toneladas.
Los EE.UU., la superpotencia mundial, mantienen tres bases permanentes en la Antártica. Australia también opera tres bases permanentes. El Reino Unido solo opera bases no permanentes. Francia opera una sola base permanente. A la vista de esto, nada justificaría el esfuerzo argentino de miras a lo actuado por las grandes potencias y los países de la región con
intereses en la Antártida.
Veamos ahora la cuestión de los costos en el caso del Irízar. Como antes citáramos, el gobierno afirma que la reparación de nuestro rompehielos costará 170 millones de dólares y demandará 30 meses (a esto habría que sumar las demoras en el inicio de las obras y el periodo posterior de ensayos y pruebas). Esto para poner nuevamente en servicio una nave de 30 años de
antigüedad, grande y costosa de operar. Adicionalmente, la reposición de los helicópteros Sea King perdidos en el siniestro con todos sus repuestos insumió, gracias a la generosidad de los tan denostados EE.UU. solo unos siete millones de dólares adicionales.
El propio Ministerio de Defensa ha afirmado que “la magnitud de los recursos económicos por invertir transforman el arreglo del Irízar en el mayor proyecto de las Fuerzas Armadas”. Esto sería risible si no fuera trágico. En un mundo dominado por las tecnologías de invisibilidad (stealth) de aviones y barcos, por el reconocimiento satelital y por aviones no tripulados, y de
armas inteligentes, la Argentina “rompe el chanchito” para reparar una nave auxiliar (no combatiente) de 30 años de antigüedad, mientras todo el resto de su triste flota se mantiene “cosida a los muelles” por la falta de repuestos, combustible y tripulantes.
¿Cuánto cuesta un rompehielos nuevo, adecuado a las necesidades de una potencia de tercer orden como es la Argentina?. No hay profusión de casos para citar pues, como hemos mencionado, los países bien administrados de la región (emergentes) generalmente adquieren buques usados para este servicio, incluso la superpotencia norteamericana ha realizado un estudio multidisciplinario para tratar el tema de la renovación de su flota de rompehielos, pues en ningún lado se arriesgan fondos públicos sin estudios serios que justifiquen el gasto, pero algunos casos pueden citarse.
Por ejemplo, la empresa petrolera rusa LUKOIL encargó en 2006 dos buques rompehielos al astillero Keppel Singmarine, por un costo combinado total de 164.3 millones de dólares. Son un rompehielos auxiliar de 100 metros de eslora y un buque rompehielos de aprovisionamiento multipropósito de 81 metros de eslora.
Con entrega pactada para principios de 2008 ambas naves pueden navegar en packs de hielo de 1,5 metros de espesor. Juntos y nuevos como son, cuestan menos que la reparación del Irízar.
Otro caso. El rompehielos para los Grandes Lagos USCGC Mackinaw (WLBB-30), fue entregado por el astillero Marinette Marine Corporation a la Guardia Costera de los EE.UU. en noviembre de 2005. Tiene 73 metros de eslora, desplaza 3.500 toneladas y su potencia de máquinas es de 9.120 hp. Costó 110 millones de dólares.
Finalmente, si se quiere ser prudente siendo pobre, un rompehielos pequeño, ex Guardia Costera canadiense, construido en 1959 y modernizado en 2004 puede adquirirse por solo 2 millones de dólares. Con 73 metros de eslora y 1930 toneladas de desplazamiento podría respaldar el esfuerzo antártico que un país subdesarrollado y desarmado como la Argentina está en condiciones de concretar sin comprometer aún mas los paupérrimos recursos asignados a la defensa.
A esta altura, además, sería bueno preguntarse que ocultos intereses impulsan el gasto desmedido e improductivo de la Argentina en la Antártida desde hace decenios y, al mismo tiempo, callan sobre la parálisis operativa que sufren las Fuerzas Armadas. No vaya a resultar que la reparación de “Irízar” termine siendo ser otro “Tren Bala” u otro “Cuento Chino” y algunos progresen económicamente en el interín.
Fuente: http://www.caei.com.ar/global/18/5.pdf