La influencia de la vicepresidenta en Moscú abrió la posibilidad de que ambos mandatarios tengan una conversación “casual y a solas” en Jerusalén. Ese contacto, si finalmente se concreta, permitirá al Presidente argentino mostrar una agenda internacional “desideologizada”.
La llamada sonó inesperada desde Buenos Aires y transmitió una inquietud que sorprendió a la nomenclatura rusa. Se pedía un gesto político para lograr que Alberto Fernández conociera a Vladimir Putin. Ambos presidentes viajaban a Israel para rendir tributo a los judíos asesinados en el Holocausto y por la agenda oficial sólo estaba previsto que se cruzaran en la cena protocolar de esta noche y en el homenaje central de mañana en el museo Yad Vashem de Jerusalén. Escaso margen diplomático para coronar un cónclave que Alberto Fernández quiere protagonizar antes de regresar desde Medio Oriente.
En el departamento de América Latina de la Cancillería rusa escucharon la llamada con atención y no prometieron nada. Faltaba menos de una semana para la cita en Jerusalén y Putin ya había anticipado que sería un viaje corto y sin reuniones bilaterales.
Desde Buenos Aires surgieron las palabras mágicas: “Es un pedido de Cristina”.
La solicitud escaló hasta los consejeros políticos del presidente ruso y se tomó el pedido como una oportunidad para ratificar una agenda que había encallado con la derrota de Mauricio Macri frente a Alberto Fernández. Putin ya invitó al presidente peronista a Moscú, pero se trata de un viaje que conlleva meses de preparación, y un posible encuentro en Jerusalén podía recuperar el tiempo perdido.
Rusia desea construir una central nuclear en Argentina, desplegar las vías del tren que comunicarían la provincia de Buenos Aires con Vaca Muerta, invertir en logística para multiplicar la exportación de alimentos nacionales a sus propios mercados y participar de la solución logística en los yacimientos de shale gas y petróleo.
Hace 24 horas, entró una llamada desde Moscú: “Se van a encontrar. Sólo falta definir cómo se hará”, anunciaron al otro lado de la línea.
Putin es protagonista principal de los actos oficiales en Jerusalén. El 27 de febrero de 1945, el ejército de la Unión Soviética (hoy Rusia) liberaba el campo de concentración y exterminio de Auschwitz y Birkenau, adonde se incineró de manera sistemática a millones de judíos por orden de Adolfo Hitler.
La UNESCO adoptó la fecha del 27 de febrero como el Día Internacional de la Conmemoración del Holocausto y, al cumplirse 75 años exactos, Israel convocó a todos los líderes mundiales para recordar a las víctimas de la Shoa y ratificar el compromiso global contra el genocidio y la persecución por razones políticas, raciales, étnicas o religiosas.
En este contexto, Putin tiene su agenda protocolar recargada en un viaje a Medio Oriente que sólo se extenderá por 10 horas. Si no hay cambio de planes, el presidente ruso llegará mañana a Jerusalén y partirá antes de que la noche avance sobre el Muro de los Lamentos.
Con la decisión política tomada en Moscú, la Casa Rosada esperaba las instrucciones para coronar la reunión entre Alberto Fernández y Putin. Ya se había descartado un encuentro formal en el hotel King David o en la embajada de Rusia en Tel Aviv. No había tiempo para ese despliegue formal.
El protocolo del Kremlin calmó la tensión en Balcarce 50 cuando anunció que el cónclave de Putin y Alberto Fernández se haría bajo el formato de “diplomacia de a pie”, si el presidente ruso no cambiaba de opinión a último momento, una posibilidad que nunca hay que descartar asumiendo su compleja personalidad política.
La diplomacia de a pie significa que durante la ceremonia central en el museo Yad Vashem, en Jerusalén, Putin y Alberto Fernández se apartaran del grupo de mandatarios y mantendrán una conversación “casual y a solas”. Ese diálogo reservado puede suceder con los dos parados o caminando: es una decisión del presidente ruso.
En rigor, todo es una decisión de Putin: si finalmente se hace, si dura 10 minutos o más, si caminan o están parados, mientras los fotógrafos registran una escena que Alberto Fernández desea transmitir para bosquejar su perfil de política exterior.
El Presidente propone una agenda internacional “desideologizada” y la foto con Putin –si finalmente sucede- puede explicar que no sólo mantendrá relaciones diplomáticas con Donald Trump, Evo Morales o Andrés Manuel López Obrador.
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