Desde los pasos iniciales, la construcción de la nueva Nación enfrentó problemas fundamentales. A saber, la ocupación efectiva del territorio, el régimen político institucional, la cohesión social, la estructura productiva y la inserción en el orden mundial. La formación del país en torno de estos ejes se realizó dentro de un escenario global, en permanente transformación, que penetró, por múltiples vías (migraciones, comercio, finanzas, inversiones, información, etcétera) el espacio nacional. En definitiva, la trayectoria de la Argentina resultó de una compleja red de relaciones entre el contexto internacional y las respuestas que nuestra propia realidad interna proporcionó a los desafíos y oportunidades del orden mundial.
En ese escenario, se forjaron las ideas hegemónicas que orientaron el comportamiento de los grupos dirigentes y la formación de la opinión pública. Así, el país fue desplegando su capacidad de gestionar el conocimiento, es decir, de incorporar los avances de la ciencia y la tecnología en su tejido económico, político y social. Esta es la esencia del desarrollo económico y se realiza en un proceso incesante de acumulación de capital, tecnología, saberes, capacidad de gestión, articulación de las esferas pública y privada, calidad de las instituciones y de las políticas públicas y comportamientos privados. El hecho de que no hayamos alcanzado aún un nivel de desarrollo a la altura del potencial de los recursos y conocimientos disponibles revela que las respuestas que hemos dado, en estos dos primeros siglos, a los desafíos fundacionales, han sido insuficientes. Esto se reflejó en la repetida interrupción de los procesos de acumulación, como sucedió, para citar un solo ejemplo, con los golpes de Estado y la consecuente frustración de la experiencia institucional y política.
Mirando hacia adelante y la trayectoria posible del tercer centenario, inaugurado el 26 de mayo de 2010, se advierte que los problemas fundamentales siguen siendo los mismos planteados en los tiempos inaugurales de la Patria. En su resolución, buena o mala, seguirán teniendo importancia decisiva los acontecimientos del sistema mundial y nuestra capacidad de decisión nacional para resolver aquellos desafíos fundacionales y desplegar el potencial disponible.
¿Cuáles son las tendencias, previsibles ahora, del sistema mundial, de la globalización, que encuadrará la trayectoria del país en su tercer centenario? Un hecho clave es que terminó el monopolio de los países avanzados del Atlántico Norte sobre el conocimiento científico y tecnológico y las actividades de frontera. China, la India y las naciones emergentes de Asia están constituyendo un nuevo centro dinámico en la economía mundial, que se consolidará en el transcurso del siglo XXI. Quedarán al margen y constituirán la “periferia” subordinada a los centros dinámicos las naciones que no logren consolidar su cohesión social y desplegar políticas nacionales para la gestión del conocimiento y su transformación productiva.
Éste es el desafío que enfrentan África, Oriente Medio, las naciones de Asia distintas de las emergentes y América latina. No es previsible que las disputas entre los protagonistas del poder mundial desencadenen guerras globales porque los centros dinámicos han construido una red de interdependencia. Esto los lleva a preservar el sistema global y disputar la hegemonía por otros medios, esencialmente, el predominio científico tecnológico y su influencia en la explotación de los recursos naturales y el acceso a los mercados. Las amenazas a la paz y la seguridad internacionales seguirán radicadas principalmente en el tráfico de drogas y armamentos y en conflictos localizados caracterizados por sus raíces religiosas y/o étnicas.
El gran interrogante del escenario global se refiere a la preservación del medio ambiente y a la profundidad y eficacia de la concertación de políticas para tales fines. No es todavía previsible un gobierno mundial capaz de enfrentar, solidaria y equitativamente, los problemas globales. El orden del siglo XXI probablemente seguirá siendo “internacional”, de articulación entre Estados nacionales, los cuales, en algunas regiones, darán lugar a la formación de bloques, cuyos limites para la aplicación de políticas comunitarias propias de un Estado federal (como son los Estados Unidos de América), aparecen demostrados por los problemas actuales de la Unión Europea.
Es en ese escenario mundial en el que los argentinos volveremos a demostrar ser, o no, capaces de culminar la tarea inconclusa de la construcción de la Nación. Todos los medios necesarios, humanos y materiales, están disponibles. Por una parte, una población sin fracturas religiosas y étnicas, todavía castigada por la desigualdad, pero que revela una cultura original y creativa y capacidad de gestionar el conocimiento. Por la otra, un territorio gigantesco, el octavo en el mundo por su dimensión, dotado de ricos y variados recursos naturales.
En tales condiciones, los problemas a resolver son:
- Ocupación del territorio. Es preciso construir el federalismo económico con el despliegue del desarrollo de todas regiones en un sistema nacional integrado. La solidaridad y asociación de las tres jurisdicciones del Estado argentino (nación, provincias, municipios), en una estrategia de desarrollo inclusiva de todas sus regiones, permitirá la ocupación efectiva del territorio. La última reivindicación territorial pendiente, la recuperación de Malvinas, se logrará a su tiempo, dentro del derecho internacional, a medida que el país consolide su desarrollo y fortalezca su presencia internacional.
- Régimen político institucional. La sociedad argentina se transformará profundamente y los cambios en el reparto del poder, la riqueza y el ingreso, introducirán tensiones, las cuales, paras ser resueltas en paz reclaman el fortalecimiento permanente de las reglas del juego de la Constitución y la división de poderes del Estado republicano. Los avances logrados desde el retorno definitivo a la democracia en 1983 se irán consolidando con su ejercicio, pero es preciso mejorar las relaciones entre los actores políticos y sociales para sustituir la crispación y la intolerancia por la comprensión que, dadas las complejidades y conflictos de una sociedad pluralista, todos compartimos un destino común.
- Cohesión social. El tejido social hereda las asimetrías de la formación histórica del país, desde los tiempos de la colonia. La situación fue profundamente agravada durante el período de la hegemonía neoliberal (1976-2001/2002), cuando aumentó dramáticamente la pobreza, la fractura del mercado de trabajo, el desempleo y la desigualdad en la distribución del ingreso y de las oportunidades creadas por el sistema educativo. El desarrollo y el empleo de calidad son las bases fundacionales del bienestar y la equidad y su articulación con las políticas sociales (educación, salud, hábitat, atención de los sectores vulnerables, etcétera), el fundamento de la inclusión social, que es esencial para la capacidad regestionar el conocimiento y, consecuentemente, para el desarrollo económico.
- Estructura productiva. En el transcurso del tercer centenario deberá abandonarse definitivamente la idea de que la prosperidad de la economía argentina puede fundarse exclusivamente en la explotación de sus recursos naturales. El desafío es construir una economía integrada, diversificada y compleja, apoyada en tres ejes: las cadenas de valor de alto contenido tecnológico de su producción primaria, una gran base industrial que incorpore las actividades de frontera científico-tecnológica y el despliegue en todo el territorio. Este es el único sistema compatible con el pleno empleo de los recursos disponibles, el empleo de calidad, el bienestar y la inclusión social.
- Inserción internacional. Deberá abandonarse también el supuesto neoliberal de que el país es un segmento del mercado global, cuya economía debe organizarse conforme a las señales de los centros de poder mundial. Esta visión es incompatible con el desarrollo económico que, siempre y en todos los casos, es, en primer lugar, la construcción en un espacio nacional. El proyecto de desarrollo dependiente de un centro dominante fracasó en tiempos de la hegemonía de Gran Bretaña y luego en los de los Estados Unidos, como fracasaría ahora si buscáramos la referencia en China o Brasil. La capacidad de gestionar el conocimiento demanda la existencia de una estructura productiva, compleja, integrada y abierta, vinculada a la división del trabajo y el orden global a través del intercambio simétrico de los bienes y servicios portadores del avance tecnológico. La especialización limitada a la producción primaria es la vía más segura al subdesarrollo y la subordinación.
Para resolver estos desafíos, que seguiremos enfrentando en el tercer centenario, es indispensable liberarnos de las ideas hegemónicas de los centros de poder mundial, es decir, de lo que Arturo Jauretche denominaba la “colonización cultural” y Raúl Prebisch el “pensamiento céntrico”. Es preciso consolidar una visión propia, nacional, de nuestra realidad y nuestros problemas, para vincularnos con el orden mundial conservando el comando de nuestro propio destino. Esto es condición necesaria para formular y ejecutar una política económica que permita mantener el orden de la macroeconomía, la solvencia fiscal, la competitividad, la estabilidad razonable de los precios, indispensables para poner en marcha un proceso incesante de acumulación.
Es necesaria también para resolver los problemas más ríspidos que vinculan la distribución del ingreso con la estructura productiva, como los tipos de cambio diferenciales, el régimen impositivo y la política de crédito. Es indispensable, asimismo, para comprender que los recursos financieros, el ahorro y el crédito, están, en lo fundamental, dentro de las fronteras nacionales y abandonar la hipótesis neoliberal que, sin crédito ni inversión extranjera, el desarrollo es imposible. Tanto el crédito como la inversión extranjera sólo son útiles cuando complementan y no sustituyen el ahorro interno, la iniciativa empresaria nacional y la acción promotora de las políticas públicas.
La empresa de consumar la construcción de la Nación argentina, iniciada con los acontecimientos de mayo de 1810, es posible si consolidamos la densidad nacional, vale decir, la cohesión social, los liderazgos nacionales, la democracia y el pensamiento propio que constituyen, precisamente, la agenda del tercer centenario.
* Director editorial de Buenos Aires Económico
Fuente: Diario El Argentino