Por Julio Blanck - Diario Clarín
03/04/13- Podrá decirse que el temporal fue descomunal, inesperado, y que
se descargó con nocturnidad y alevosía. Podrá decirse que llovió en
tres horas lo que no llovía hace más de un siglo en un abril de Buenos
Aires. Que razones vinculadas al cambio climático transforman a veces a
esta ciudad del fin del mundo en un enclave tropical. Que un arroyo que
habitualmente sirve para aliviar las crecidas esta vez se inundó y no
atemperó el desastre, sino que ayudó a extenderlo y aumentarlo.
Podrá decirse que 600 rescatistas y personal de emergencia, por más capaces y abnegados que fueran, no tienen modo de ofrecer una respuesta instantánea a 350.000 personas afectadas. Y que los servicios públicos caídos jamás pueden reponerse con la velocidad que los vecinos demandan a cambio de los impuestos y tarifas que pagan.
Podrá decirse todo esto y más. Pero eso no cambia el hecho de que ante la inusitada violencia del clima el Gobierno porteño tardó en reaccionar, tardó en llegar adonde estaban las necesidades.
El temporal encontró a Mauricio Macri en Brasil y con regreso urgente por la tarde; a su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, de viaje por Europa; a la vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal, dando una conferencia de prensa pasado el mediodía de ayer, cuando ya la inundación llevaba ocho horas largas golpeando a buena parte de la Ciudad.
No se vio a ningún funcionario de alto rango metido con los dos pies en el agua, como estaban los vecinos que sufrieron el temporal y perdieron salud y bienes.
Nadie de ellos le puso el cuerpo a la catástrofe cómo y cuándo debía.
No alcanzan las explicaciones posteriores, todas muy compuestas y bien argumentadas.
Hay que estar cerca. En ese momento donde el funcionario puede recibir una queja airada, o un insulto. Tiene que aguantárselo y seguir haciendo su trabajo. Para eso también es funcionario.
Por cierto, ante episodios de este tipo ya se remarcó la distancia helada que la Presidenta establece con el dolor y el sufrimiento ajenos. La reacción ante la tragedia de Once es ejemplo suficiente de esa actitud insensible. Esa conducta se repitió con las muertes de ayer: Cristina no mencionó el tema y sus subordinados sólo buscaron cargarle la cuenta a Macri.
No es la primera vez que las tormentas desbordan cualquier previsión, ni es la primera vez que la Ciudad se inunda y hay que contar los muertos. Tampoco es la primera vez que se cuestiona la demora en realizar obras de infraestructura, ni es la primera vez que se señala a la administración kirchnerista por esa demora.
Aún así, más allá de la discusión por la responsabilidad política, frente a situaciones como ésta se requiere estar a la altura del desafío, en el momento del desafío.
Aquí cabe la vieja sentencia de Perón: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar.
Podrá decirse que 600 rescatistas y personal de emergencia, por más capaces y abnegados que fueran, no tienen modo de ofrecer una respuesta instantánea a 350.000 personas afectadas. Y que los servicios públicos caídos jamás pueden reponerse con la velocidad que los vecinos demandan a cambio de los impuestos y tarifas que pagan.
Podrá decirse todo esto y más. Pero eso no cambia el hecho de que ante la inusitada violencia del clima el Gobierno porteño tardó en reaccionar, tardó en llegar adonde estaban las necesidades.
El temporal encontró a Mauricio Macri en Brasil y con regreso urgente por la tarde; a su jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, de viaje por Europa; a la vicejefa de Gobierno, María Eugenia Vidal, dando una conferencia de prensa pasado el mediodía de ayer, cuando ya la inundación llevaba ocho horas largas golpeando a buena parte de la Ciudad.
No se vio a ningún funcionario de alto rango metido con los dos pies en el agua, como estaban los vecinos que sufrieron el temporal y perdieron salud y bienes.
Nadie de ellos le puso el cuerpo a la catástrofe cómo y cuándo debía.
No alcanzan las explicaciones posteriores, todas muy compuestas y bien argumentadas.
Hay que estar cerca. En ese momento donde el funcionario puede recibir una queja airada, o un insulto. Tiene que aguantárselo y seguir haciendo su trabajo. Para eso también es funcionario.
Por cierto, ante episodios de este tipo ya se remarcó la distancia helada que la Presidenta establece con el dolor y el sufrimiento ajenos. La reacción ante la tragedia de Once es ejemplo suficiente de esa actitud insensible. Esa conducta se repitió con las muertes de ayer: Cristina no mencionó el tema y sus subordinados sólo buscaron cargarle la cuenta a Macri.
No es la primera vez que las tormentas desbordan cualquier previsión, ni es la primera vez que la Ciudad se inunda y hay que contar los muertos. Tampoco es la primera vez que se cuestiona la demora en realizar obras de infraestructura, ni es la primera vez que se señala a la administración kirchnerista por esa demora.
Aún así, más allá de la discusión por la responsabilidad política, frente a situaciones como ésta se requiere estar a la altura del desafío, en el momento del desafío.
Aquí cabe la vieja sentencia de Perón: mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar.
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