Editorial I del diario La Nación - Los
enormes desaciertos en la gestión política y económica impiden a
nuestro país aprovechar las inmejorables condiciones que ofrecen la
región y el mundo.
Contrariamente
a los dichos presidenciales respecto de que "el mundo se nos cayó
encima", la compleja y preocupante situación por la que atraviesa la
Argentina es absoluta responsabilidad de los gruesos errores de gestión
política del actual gobierno.
El deterioro de casi todas las variables económicas
(empleo, gasto público, inflación, inversión, entre otras) es la
consecuencia de la falta de un plan serio e integral, y de la ausencia
de un activo indispensable: la confianza. En ese sentido, no debe
sorprendernos que, mientras muchos países de América latina multiplicaron la inversión externa, la Argentina no sólo ha permanecido
casi al margen del arribo de divisas, sino que ha tenido una fuga récord
de capitales, superior a los 80.000 millones de dólares desde 2005.
Tampoco debería asombrarnos, aunque sí llamarnos a la reflexión, que
países más pequeños y con menos recursos como Chile, Perú y Colombia
sean mayores receptores de Inversión Extranjera Directa (IED). La
historia demuestra que cuando se combina una baja inversión con una
masiva huida de capitales no es sustentable ningún proyecto de país y
que éste, tarde o temprano, está llamado a naufragar.
Lo más preocupante es que todo ello sucede en el mejor
escenario que se registra en la región en los últimos 50 años, con
bajísimas tasas de interés internacionales y altos precios de nuestras commodities
. Bastaría cierta normalidad en la toma de decisiones para evitar este
colapso que tiende a profundizarse, pues la avalancha de capitales que
reciben nuestros vecinos exige básicamente respeto a ciertas reglas de
juego esenciales relacionadas con la propiedad privada, la competencia,
el libre mercado y la libertad, entre otras tantas variables de un
Estado respetuoso de las leyes.
Está claro que no todas las medidas que aplica un
gobierno llegan a resultar exitosas, pero el kirchnerismo pareciera
incursionar en una nueva categoría de decisiones que resultan tan
inentendibles como imposibles de clasificar, pues carecen de toda lógica
y razonabilidad.
Ciertas conductas del oficialismo, muchas veces
inconsultas y tomadas a las apuradas, ofenden el sentido común y la
inteligencia ciudadana. ¿Cómo pretender inversiones de las grandes
empresas extranjeras si el Gobierno fija los precios de los productos,
pretende establecer sus ganancias, se inmiscuye en los órganos de
conducción y prohíbe el envío de utilidades a sus casas matrices, entre
otros dislates?, ¿cómo es posible querer resolver complejos problemas de
la economía como la inflación sin siquiera nombrarla, atacando sólo sus
efectos, y con medidas aisladas y retrógradas cuyo fracaso está harto
probado?, ¿cómo confiar en un país que cambia permanentemente las reglas
de juego, que no tiene un proyecto a mediano y largo plazo, que
confisca una empresa privada como YPF expulsando por la fuerza a sus
directores y resistiéndose a pagar indemnización alguna?
Considerar que la única alternativa para resolver las
causas de la inflación es alentar sucesivos acuerdos de precios es
seguir emparchando con distorsiones cada vez más gravosas una economía
que necesita soluciones duraderas.
En otros planos, como el estrictamente político, las
decisiones también están en esa penosa sintonía: se libran
pseudobatallas épicas y revolucionarias donde no las hay, y se juega
siempre al peligroso todo o nada que dinamita las instituciones
republicanas. ¿Cómo comprender que el Gobierno promueva leyes para
"democratizar la Justicia" sin reparar en su manifiesta
inconstitucionalidad y ya no sólo para los expertos en derecho, sino
para cualquier ciudadano común que se tome el trabajo de leer nuestra
Ley Fundamental?, ¿cómo explicar que caprichos personales sean llevados a
la categoría de causa nacional? Con esas actitudes, el Gobierno crea
conflictos innecesarios dilapidando la energía y los recursos del
Estado.
La Argentina viene desaprovechando las inmejorables
condiciones que ofrecen la región y el mundo. Producto de sus pésimas
políticas públicas, se ahuyentan capitales, oportunidades de negocios y
la indispensable inversión para crear nuevos empleos. El escenario de
inestabilidad y crisis actuales son consecuencia directa de la mala
praxis en la gestión presidencial, de la falta de un plan integral, de
la carencia de profesionales idóneos para la generación y aplicación de
políticas de largo plazo, de la subestimación crónica de los problemas,
de la corrupción, de la ceguera ideológica y del populismo desenfrenado.
Es de esperar que nuestros gobernantes puedan
reaccionar y rectificar a tiempo el rumbo hacia el enorme abanico de
oportunidades que ofrecen las actuales condiciones internacionales.
Mientras más se insista en la sinrazón, lamentablemente, más costos
deberá pagar la sociedad toda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios mal redactados y/o con empleo de palabras que denoten insultos y que no tienen relación con el tema no serán publicados.