Por Ángel Villarino - Pekín.
El portaaviones «Varyag», uno de las últimos portentos militares de la URSS, llevaba seis años varado en un astillero ucraniano cuando el Gobierno de Kiev lo subastó. El navío estaba al 60 por ciento: entre otras cosas, faltaba parte del sistema eléctrico. Las fotos muestran un mastodonte herrumbroso y oxidado. Hasta que, en abril de 1998, una empresa de Hong Kong apareció con 20 millones de dólares y una idea extravagante: convertir el trasto en el primer casino flotante de Macao. Nadie sospechó nada.
Trece años después, el gigante asiático va a fletar el primer portaaviones de su Armada. Se trata precisamente del «Varyag», rebautizado con el nombre de «Shi Lang» y decorado con los colores del Ejército del Pueblo. Esta semana, altos oficiales comunistas admitieron lo que llevaba años siendo un secreto a gritos. El buque, de 300 metros de eslora, lleva años preparándose en los astilleros de Dalian, al noreste de Pekín, donde ha sido dotado con sensores defensivos y armas de combate. Las autoridades vetaron el acceso al muelle, sin conseguir evitar que aparezcan fotografías de la cubierta en internet. Hay quien justifica a los oficiales recordando que, con sus 300 metros de eslora y sus 67.500 toneladas, no era precisamente sencillo ocultarlo.
En realidad, aquella no fue la primera ni la última vez que China compró un portaaviones desvencijado. En las costas de Tianjin descansa el «Kiev», algo más antiguo, y que alberga un parque de atracciones en el que se celebran algunas de las mejores fiestas «rave» de China. Y al otro lado del país, en Shenzhen, está el museo militar flotante «Minsk», otro gigante vendido por un empresario surcoreano, quien a su vez lo sacó de las «rebajas armamentísticas» del arsenal de la URSS tras desintegrarse. «Los proyectos militares y de ocio no están reñidos. Se puede comprar un portaaviones para ver cómo funciona, desmontarlo, estudiarlo, aprovechar lo aprovechable y después dedicarlo a que la gente se divierta dentro», explica a LA RAZÓN el analista pekinés Le Liang, experto en relaciones entre Rusia y China. Aunque no hay pruebas contundentes, se sospecha que el «Shi Lang» es, en realidad, una fusión de los tres barcos. Y sugieren que el plan para ensamblarlo fue trazado en alguna sala de reuniones de Pekín a principios de los noventa.
Aún más increíble resulta la historia de los primeros cazas anti-radar construidos fuera de Estados Unidos: los J-20, presentados como un éxito de la tecnología militar china. Las imágenes de su primer vuelo aparecieron a principios de año, coincidiendo con la visita del secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, quien llegaba para exigir más transparencia militar. Tras publicarse las primeras fotos, el ex almirante croata Davor Domazet-Loso, máxima autoridad militar del país a fi nales de los 90, reveló al mundo un dato sorprendente, guardado durante años. De acuerdo con el ex almirante, el J-20 es una copia del modelo F-117 Nighthawk estadounidense que los misiles antiaéreos de Milosevic derribaron en marzo de 1999.
Su reconstrucción de los hechos, avalada por fuentes serbias y diplomáticos europeos, sostiene que agentes chinos compraron los restos del avión a campesinos de la zona donde fue derribado. Hasta cierto punto es lógico, ya que Pekín era, junto a Moscú, el principal aliado del dictador serbio y uno de los pocos opositores a la campaña de la OTAN para frenar la crisis de Kosovo. Los campesinos recibieron dinero a cambio y Milosevic hizo la vista gorda. Un alto oficial serbio, anoninamente, ha admitido que se llevaron «trozos del avión del tamaño de un coche». Y aunque en el Museo Militar de Belgrado se exponen restos el aparato (el ala izquierda, o el casco del piloto), su director, Zoran Milicevic, dice no saber qué ha pasado con las piezas más importantes.
Casualidad o no, mes y pico después de que la artillería serbia derribase por primera vez en la historia un «halcón nocturno», EE.UU bombardeó la embajada china en Belgrado, dejando tres presuntas «víctimas colaterales» en una campaña sospechosa. El «accidente» abrió una de las peores crisis diplomáticas entre China y Estados Unidos.
A finales de enero, fuentes del Pentágono citadas por «The New York Times» admitían que la historia era plausible y que China podría haber robado tecnología para diseñar el J-20, recordando de paso el abultado expediente chino en «espionaje militar». Menos de una semana después, el ingeniero Noshir Gowadia era sentenciado por un juzgado federal a 32 años de prisión por vender tecnología de misiles antirradar a China. El Ejército del Pueblo asegura que sus cazas están casi listos, adelantándose a los Sukhoi T-50 rusos (que tardarán cuatro años más) y superando en tamaño (y en prestaciones) al resto de modelos. El Pentágono muestra su preocupación pero recuerda que China (que gasta menos de la mitad que EEUU en su Ejército) está lejos de ser una amenaza seria. En lo que nadie tose al gigante asiático es en la originalidad de sus métodos.
Publicado el 12 de Junio en el diario La Razón. http://www.larazon.es/
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