Editorial del diario La Nación
Es de esperar que se facilite y acelere el proceso para que la donación de tierras de la familia Tompkins se transforme en la creación de una nueva área protegida
Con la reciente desaparición del filántropo Douglas Tompkins, su esposa, Kristine McDivitt, no demoró en visitar a los presidentes de la Argentina y Chile, los países en que el ecologista norteamericano centró su atención para la compra de tierras salvajes con el fin de garantizar su preservación.
La viuda de Tompkins confirmó a Mauricio Macri y a Michelle Bachelet el ofrecimiento en donación de tierras adquiridas en los esteros del Iberá, Corrientes, y en Palena, en la Región de los Lagos, en Chile, con la exclusiva finalidad de su preservación natural. Estas donaciones habían sido comenzadas por Tompkins con las tierras que permitieron la creación de los parques nacionales Monte León, en Santa Cruz, y Corcovado, en la X Región de Chile. Pero aquello no fue más que una introducción a lo que será la mayor transferencia de tierras en donación de un privado al sector público que la humanidad haya conocido.
Comprar cientos de miles de hectáreas para luego donarlas al Estado parece incomprensible. Tompkins fue severamente cuestionado por quienes lo creyeron un magnate que, amparado en la ecología, cerraría accesos públicos, se "llevaría el agua subterránea" y crearía espacios de uso privado y exclusivo. O peor, un "delegado del Imperio", en solapado atentado al corazón de la soberanía.
Lo cierto es que los territorios que Tompkins seleccionó para su protección perpetua y transferencia al sector público fueron minuciosa y calificadamente estudiados, en acuerdo con expertos locales que él mismo convocó. Los sitios más valiosos de naturaleza prístina, inventariados en su biodiversidad, trabajosamente adquiridos a lo largo de años -a menudo, sumando decenas de fracciones y escrituras-, fueron luego puestos en forma a través de cuantiosas inversiones en planificación, instalaciones, caminería, cartelería, senderos para visitantes y otras facilidades. Solventando, incluso, la costosa reintroducción de ejemplares de especies que ya desaparecieron.
Luego de semejantes inversiones, Tompkins sólo sería capaz de entregar el fruto de su esfuerzo mediando las máximas garantías posibles de adecuado mantenimiento e infranqueable permanencia en el tiempo, y exigiendo al Estado el compromiso de crear áreas protegidas del mayor rango en materia de conservación: un parque nacional.
En el gran humedal correntino, la viuda de Tomkins ofreció la donación de 150.000 hectáreas dispersas en varias unidades catastrales para crear el Parque Nacional Iberá. Para ello se requiere que la provincia de Corrientes pueda ceder la jurisdicción de esa superficie a la Nación -paso obligatorio para la creación de un parque nacional-, lo que no implica una modificación de límites territoriales ni una transferencia total de jurisdicción sobre una parte del territorio provincial, sino de las competencias que hagan al manejo y conservación del área.
Es de esperar que la citada provincia acompañe este proyecto sumando las tierras que permitan hacer un diseño apropiado del área para facilitar la operatoria, así como el control y vigilancia. De alguna manera, se trata de crear un nuevo parque nacional cuyo perímetro posea límites pensados para facilitar el trabajo de los guardaparques y el manejo de la conservación y el turismo.
Vale destacar los esfuerzos que la provincia viene realizando desde hace más de 30 años por conservar el humedal y aclarar que, lejos de perder sus derechos sobre una fracción de su territorio al nacionalizar esta superficie equivalente al 2% de su tamaño, Corrientes hallará los beneficios de sumar la experiencia, la capacidad de inversión y el prestigio de la institución administradora de los parques nacionales argentinos, que lleva más de cien años de reconocimiento como una de las pioneras y más sólidas a nivel mundial.
Emulará así lo que sucede en Misiones, con el Parque Nacional Iguazú, y en Santa Cruz, con el Parque Nacional Los Glaciares, donde no sólo se resguardan las bellezas naturales, sino que se ven fortalecidos el proceso de conservación y la actividad turística de calidad.
Como ya hemos dicho reiteradamente desde estas columnas, además del profundo agradecimiento de las actuales y futuras generaciones de nuestro país a personas como Tompkins y su viuda, el acto de donación de tierras es un ejemplo que demuestra que todos los ciudadanos argentinos o extranjeros podemos participar en el proceso de creación de áreas protegidas. Del mismo modo, todos estamos llamados a colaborar con la compra y donación de tierras y, desde ya, podemos trabajar en crear las condiciones de apoyo público para que esto ocurra. No hay una sola forma de ser parte de la historia grande del país. Hay muchas. Y ésta es una de ellas.
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lunes, 14 de marzo de 2016
Iberá merece un parque nacional
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