Boeing y su subsidiario británico de la defensa de Boeing anunciaron que el equipo británico de la ayuda de Boeing Rotorcraft ha comenzado la prueba de vuelo del primer helicóptero CH-47 Mk4 Chinook para la Real Fuerza Aérea.
El primer vuelo ocurrió el 9 de diciembre en Hampshire, Inglaterra. El proyecto JULIUS, conocido como el programa Mk4, modernizará la flota actual del Chinook de la RAF esencialmente será un nuevo helicóptero. El proyecto JULIUS modificará 38 Chinook Mk2/2A a la configuración Mk4/4A y ocho Mk3 a la configuración Mk5. Todo los helicópteros serán entregados a la base de la RAF Odiham en Hampshire.
Una parte importante de la modificación para los helicópteros Mk4/4A y Mk5 es la nueva carlinga de Thales TopDeck. Thales Reino Unido está bajo contrato con Boeing para proveer su sistema aviónico de pantallas System/Mission de la carlinga, que proporcionará conocimiento circunstancial mejorado, aumento en la seguridad y las opciones para el mejorar las capacidades. Las cuatro pantallas integradas en la carlinga incluyen múltiples funciones, dos pantallas de vuelo en lista de espera, interfaces de comunicaciones actualizadas y dos computadoras nuevas de datos aéreos.
Se espera que el primero de los helicópteros modificados esté disponible para los comandantes antes de finales del 2011, dijo David Pitchforth, director de control y apoyo británico de Boeing Rotorcraft. La flota completa de Mk2 será instalada con la carlinga de JULIUS a principios de 2015, seguida por las modificaciones Mk2A y Mk3 antes del 2015 y 2016, respectivamente. Las modificaciones también incluyen el agregado de un tercer asiento para miembro de la tripulación y de una actualización de la navegabilidad, certificación y de la calificación de seguridad para el Chinook modernizado. El helicóptero se será modificando en la planta de Gosport Fleetlands operada por Vector Aerospace, subcontratista principal de Boeing para el apoyo profundo de la flota de Chinook de la RAF. Vector Aerospace ha establecido una cadena de producción en Fleetlands dedicada para apoyar el programa JULIUS, con la fabricación de componentes especiales proporcionados por su planta de Almondbank cerca de Perth, Escocia.
Fuente: Espejo Aeronautico
Blog independiente que impulsa el desarrollo científico -tecnológico, socio-económico y la capacidad de defensa nacional. Sin inversión no hay tecnología y sin tecnología no hay desarrollo, y sin desarrollo, no hay defensa. El derecho a vivir libremente conlleva la responsabilidad de defender esa libertad frente a cualquier ataque. "Solo quienes pueden ver se dan cuenta que falta algo"... Desde el 2006 junto a ustedes.
sábado, 29 de enero de 2011
Inauguran esta tarde una autovía clave para la conexión entre Santa Fe y Paraná
Las provincias de Santa Fe y Entre Ríos tendrán desde esta tarde una nueva vía de comunicación. A las 19, el Administrador General de Vialidad Nacional, Ingeniero Nelson Periotti, dejará inaugurada la Autovía Santa Fe-Paraná, Ruta Nacional Nº 168. El acto se realizará en el Puesto de Control de cargas y dimensiones, sentido a la localidad de Paraná y contará con la participación de autoridades nacionales, provinciales y municipales.
La obra forma parte del corredor bioceánico central y conecta a Argentina con Chile, Brasil y Uruguay. En el ámbito nacional, es clave para la vinculación entre las provincias de Santa Fe y Entre Ríos. Según destacó Vialidad Nacional a través de un comunicado, contribuirá en materia de seguridad vial y beneficiará el desarrollo económico-turístico-social.
La transformación en Autovía de la Ruta Nacional Nº 168, desde el Río Colastiné al acceso Túnel Subfluvial, representó la construcción de una nueva calzada de dos carriles sobre siete kilómetros, pavimentación de banquinas y repavimentación de la anterior traza, con 1.600 metros de puentes nuevos.
Entre los puentes nuevos se destaca el flamante viaducto sobre el Río Colastiné, con 526 metros de largo, ejecutado con un moderno sistema constructivo de empuje. Además, se ubica como uno de los más extensos realizado en Sudamérica con esta modalidad. Dentro de la infraestructura restante se incluye la puesta en funcionamiento completa de toda la iluminación del tramo en obra, desde el Río Colastiné al acceso al Túnel Subfluvial.
Fuente: El Cronista.com
La obra forma parte del corredor bioceánico central y conecta a Argentina con Chile, Brasil y Uruguay. En el ámbito nacional, es clave para la vinculación entre las provincias de Santa Fe y Entre Ríos. Según destacó Vialidad Nacional a través de un comunicado, contribuirá en materia de seguridad vial y beneficiará el desarrollo económico-turístico-social.
La transformación en Autovía de la Ruta Nacional Nº 168, desde el Río Colastiné al acceso Túnel Subfluvial, representó la construcción de una nueva calzada de dos carriles sobre siete kilómetros, pavimentación de banquinas y repavimentación de la anterior traza, con 1.600 metros de puentes nuevos.
Entre los puentes nuevos se destaca el flamante viaducto sobre el Río Colastiné, con 526 metros de largo, ejecutado con un moderno sistema constructivo de empuje. Además, se ubica como uno de los más extensos realizado en Sudamérica con esta modalidad. Dentro de la infraestructura restante se incluye la puesta en funcionamiento completa de toda la iluminación del tramo en obra, desde el Río Colastiné al acceso al Túnel Subfluvial.
Fuente: El Cronista.com
Abren cancha en Catamarca
El moderno Estadio del Bicentenario asoma en medio de un paraje solitario. Responde a estándares internacionales.
Uno de los “paisajes de Catamarca con mil distintos tonos de verde” que tanto se describen a viva voz en peñas y festivales son las Sierras del Fariñango. Pero, desde noviembre pasado, ya no es tierra bucólica en estado puro, ya que asomando en una porción de ese paraje, llamado Campo Las Heras, surge ahora el imponente Estadio Provincial del Bicentenario. Tiene una capacidad para 17 mil espectadores sentados, pudiendo alcanzar los 30 mil si se ocupan sus cabeceras con gente de pie, y suma estándares de seguridad acordes a exigencias internacionales.
El estadio se compone de dos estructuras laterales , las plateas techadas y descubierta; y dos cabeceras, que funcionan como populares. Con el fin de dotar al estadio de versatilidad (para partidos de fútbol y espectáculos artísticos), la propuesta de diseño incluyó la posibilidad de transformar la platea descubierta en popular. En la parte superior de la platea techada se ubican los palcos, las cabinas de transmisión y bufetes con vistas panorámicas, con acceso desde un hall por ascensor o escalera.
Su estructura se basa en hormigón armado con fundaciones en pozos, losas, vigas y columnas. A esta base le sumaron elementos de hormigón premoldeado sobre las gradas, y paneles en los entrepisos y las cubiertas de palcos. En cuanto a la fachada del estadio, sobresale una modulación caracterizada por paneles de hormigón y parasoles metálicos que la recorren. También conformados por mampostería de bloques de hormigón son los muros, que están revocados con material cementicio con color incorporado, símil piedra, fratasado y peinado para exteriores.
Los solados fueron realizados en tres colores de microcemento aislado , según se trate de plateas, populares o palcos, completando con cerámicos esmaltados en sanitarios y servicios. La explanada principal fue terminada con r odillado metálico sobre el ingreso principal, boleterías y bufetes. La rampa de acceso es de cemento alisado con motivos de granza lavada como detalle estético. En cuanto a las carpinterías, se plantean el orden jerárquico planteó aluminio, chapa y madera. La tabiquería se conformó a partir de placa de yeso, con aislaciones y terminación de pintura al látex.
Un punto central a la hora de proyectar el estadio fue el ingreso y egreso de espectadores, planteándose múltiples bocas y salidas de emergencia, y rampas que obligan al paso lento y secuencial de los espectadores: la evacuación total fue planteada para que tarde entre seis y ocho minutos.
También tuvo una buena resolución el drenaje del campo de juego y su desagüe: el depositario inicial del agua de lluvia será el foso, que a través de un ducto central ubicado en un predio ferial próximo al estadio enviará esos líquidos al arroyo Fariñango. El conjunto, rodeado por un cerramiento perimetral, incluye un estacionamiento con espacio para 170 vehículos y seis colectivos (equipo visitante), y 480 vehículos y cuatro colectivos (equipo local). En una segunda etapa, el predio sumará una escuela de fútbol, canchas auxiliares, piletas, hotel y residencia para jugadores.
Fuente: Diario Clarín
Uno de los “paisajes de Catamarca con mil distintos tonos de verde” que tanto se describen a viva voz en peñas y festivales son las Sierras del Fariñango. Pero, desde noviembre pasado, ya no es tierra bucólica en estado puro, ya que asomando en una porción de ese paraje, llamado Campo Las Heras, surge ahora el imponente Estadio Provincial del Bicentenario. Tiene una capacidad para 17 mil espectadores sentados, pudiendo alcanzar los 30 mil si se ocupan sus cabeceras con gente de pie, y suma estándares de seguridad acordes a exigencias internacionales.
El estadio se compone de dos estructuras laterales , las plateas techadas y descubierta; y dos cabeceras, que funcionan como populares. Con el fin de dotar al estadio de versatilidad (para partidos de fútbol y espectáculos artísticos), la propuesta de diseño incluyó la posibilidad de transformar la platea descubierta en popular. En la parte superior de la platea techada se ubican los palcos, las cabinas de transmisión y bufetes con vistas panorámicas, con acceso desde un hall por ascensor o escalera.
Su estructura se basa en hormigón armado con fundaciones en pozos, losas, vigas y columnas. A esta base le sumaron elementos de hormigón premoldeado sobre las gradas, y paneles en los entrepisos y las cubiertas de palcos. En cuanto a la fachada del estadio, sobresale una modulación caracterizada por paneles de hormigón y parasoles metálicos que la recorren. También conformados por mampostería de bloques de hormigón son los muros, que están revocados con material cementicio con color incorporado, símil piedra, fratasado y peinado para exteriores.
Los solados fueron realizados en tres colores de microcemento aislado , según se trate de plateas, populares o palcos, completando con cerámicos esmaltados en sanitarios y servicios. La explanada principal fue terminada con r odillado metálico sobre el ingreso principal, boleterías y bufetes. La rampa de acceso es de cemento alisado con motivos de granza lavada como detalle estético. En cuanto a las carpinterías, se plantean el orden jerárquico planteó aluminio, chapa y madera. La tabiquería se conformó a partir de placa de yeso, con aislaciones y terminación de pintura al látex.
Un punto central a la hora de proyectar el estadio fue el ingreso y egreso de espectadores, planteándose múltiples bocas y salidas de emergencia, y rampas que obligan al paso lento y secuencial de los espectadores: la evacuación total fue planteada para que tarde entre seis y ocho minutos.
También tuvo una buena resolución el drenaje del campo de juego y su desagüe: el depositario inicial del agua de lluvia será el foso, que a través de un ducto central ubicado en un predio ferial próximo al estadio enviará esos líquidos al arroyo Fariñango. El conjunto, rodeado por un cerramiento perimetral, incluye un estacionamiento con espacio para 170 vehículos y seis colectivos (equipo visitante), y 480 vehículos y cuatro colectivos (equipo local). En una segunda etapa, el predio sumará una escuela de fútbol, canchas auxiliares, piletas, hotel y residencia para jugadores.
Fuente: Diario Clarín
Club de París: aceptan que se deben US$ 9.000 millones
Economía aceptó que no tiene chances de discutir una quita sobre la deuda en default que mantiene con el Club de París. La misión que estará este fin de semana en la capital de Francia para reanudar las negociaciones por la regularización de ese pasivo tiene como meta lograr los plazos de pago más largos posibles . Pero no intentará poner sobre la mesa de discusión cuánto habrá que pagar: serán cerca de 9.000 millones de dólares , casi un 50% más del monto que se adeudaba al momento de declarar el default, a fines de 2001.
La cifra fue reconocida por funcionarios de Economía, según informó ayer el diario Página 12. La diferencia obedece a los intereses impagos y los punitorios que se aplicaron por haber incurrido en morosidad.
El secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, encabezará la comitiva oficial. Quiere encontrar la manera de que los acreedores (con los gobiernos de Alemania y Japón a la cabeza) acepten recuperar el dinero en cinco o seis años . Hasta ahora lo que se sabe es que, sin el paraguas del FMI, el Club de París solo acepta un plan de pagos que no vaya más allá de los 18 meses . De otra manera (más plazos) haría falta una condición que la Argentina no quiere ni escuchar: que la Argentina acepte la revisión integral de la economía tal como lo plantea el Artículo 4 del FMI.
Cuando Cristina anunció a fines de 2010 que el Club de París aceptaba negociar sin el FMI como testigo, se lo planteó como un triunfo. Vale recordar que a mediados de 2008, Cristina firmó un decreto que establecía el pago de una sola vez, utilizando reservas del Banco Central. El decreto está vigente, pero la Argentina ahora prefiere pagar en cuotas. A cambio de ponerse al día, la Argentina también pretende que se destraben líneas de crédito a tasas bajas y plazos largos, que otorgan los propios Estados y que son las que se utilizan para que empresas de los países acreedores obtengan contratos relacionados con obras de infraestructura .
Con la regularización de esta deuda, cuya concreción espera Amado Boudou alcanzar no más allá de junio , la Argentina habrá logrado regularizar más del 95% de la deuda que se declaró en default con la caída de la convertibilidad. Solo quedarán los fondos buitre, que no tienen ninguna intención de acordar una quita.
Fuente: Diario Clarín
La cifra fue reconocida por funcionarios de Economía, según informó ayer el diario Página 12. La diferencia obedece a los intereses impagos y los punitorios que se aplicaron por haber incurrido en morosidad.
El secretario de Finanzas, Hernán Lorenzino, encabezará la comitiva oficial. Quiere encontrar la manera de que los acreedores (con los gobiernos de Alemania y Japón a la cabeza) acepten recuperar el dinero en cinco o seis años . Hasta ahora lo que se sabe es que, sin el paraguas del FMI, el Club de París solo acepta un plan de pagos que no vaya más allá de los 18 meses . De otra manera (más plazos) haría falta una condición que la Argentina no quiere ni escuchar: que la Argentina acepte la revisión integral de la economía tal como lo plantea el Artículo 4 del FMI.
Cuando Cristina anunció a fines de 2010 que el Club de París aceptaba negociar sin el FMI como testigo, se lo planteó como un triunfo. Vale recordar que a mediados de 2008, Cristina firmó un decreto que establecía el pago de una sola vez, utilizando reservas del Banco Central. El decreto está vigente, pero la Argentina ahora prefiere pagar en cuotas. A cambio de ponerse al día, la Argentina también pretende que se destraben líneas de crédito a tasas bajas y plazos largos, que otorgan los propios Estados y que son las que se utilizan para que empresas de los países acreedores obtengan contratos relacionados con obras de infraestructura .
Con la regularización de esta deuda, cuya concreción espera Amado Boudou alcanzar no más allá de junio , la Argentina habrá logrado regularizar más del 95% de la deuda que se declaró en default con la caída de la convertibilidad. Solo quedarán los fondos buitre, que no tienen ninguna intención de acordar una quita.
Fuente: Diario Clarín
Brasil: Permiten hacer en la Amazonia la tercera represa del mundo
El Instituto Brasileño de Medio Ambiente (Ibama), autorizó el inicio de las obras de la polémica represa hidroeléctrica Belo Monte, en el corazón de la selva amazónica, prevista como la tercera del mundo. Pero el proyecto encontrará trabas, ya que las autoridades chocan con la férrea oposición de comunidades nativas y organizaciones ambientales.
La represa de Belo Monte es una central hidroeléctrica que se está construyendo en el río Xingú en el estado de Pará, Brasil. La capacidad instalada planeada para la represa será de 11.000 MW, por lo que será la segunda mayor hidroeléctrica brasileña (después de la gigantesca Itaipú de 14.000 MW), y la tercera del mundo detrás de Tres Gargantas (China), representando 11% de la potencia instalada de Brasil. La represa tiene un costo estimado de 3 mil millones de dólares, y la línea de transmisión, 2,5 mil millones. El proyecto está siendo desarrollado por la compañía eléctrica estatal Eletronorte.
El presidente interino del Ibama, Américo Ribeiro Tunes, firmó ayer la licencia de supresión de vegetación que autoriza a la firma Norte Energía para la devastación de 238 hectáreas para la infraestructura de construcción de la hidroeléctrica, informó el servicio estatal de noticias Agencia Brasil.
El documento, que es una licencia parcial complementaria a la autorización ambiental definitiva de la obra, permite la supresión de vegetación para instalar un campamento, construir un depósito y el acceso de transporte. También señala que el consorcio que ganó la licitación para la represa de 15.000 millones de dólares de costo puede construir carreteras para llegar al remoto sitio en el que está prevista su instalación.
Pero el Ministerio Público Federal ya había anunciado que, si se autorizaba el inicio de obras, entraría con una nueva acción judicial en la Justicia para impedirlas. Belo Monte es una de las principales obras del ambicioso Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC) y el gobierno brasileño espera concluirla en 2015, para ser la segunda del país -después de la Binacional Itaipú- y la tercera en el mundo, con una potencia instalada de 11.233 megavatios .
Los adversarios del proyecto alertan que la represa inundará 10.000 hectáreas de bosque lluvioso y asentamientos locales, desplazará a más de 40.000 pobladores en el estado de Pará y generará grandes cantidades de gas metano, cuyo impacto sobre el calentamiento global es 25 veces mayor que el del dióxido de carbono. Para el coordinador del programa brasileño de la organización ambientalista Amazon Watch, Christian Poirier, se trata de “un proyecto de represa notoriamente ilegal y catastrófico y un desperdicio de dinero público”.
Fuente: Diario Clarín
La represa de Belo Monte es una central hidroeléctrica que se está construyendo en el río Xingú en el estado de Pará, Brasil. La capacidad instalada planeada para la represa será de 11.000 MW, por lo que será la segunda mayor hidroeléctrica brasileña (después de la gigantesca Itaipú de 14.000 MW), y la tercera del mundo detrás de Tres Gargantas (China), representando 11% de la potencia instalada de Brasil. La represa tiene un costo estimado de 3 mil millones de dólares, y la línea de transmisión, 2,5 mil millones. El proyecto está siendo desarrollado por la compañía eléctrica estatal Eletronorte.
El presidente interino del Ibama, Américo Ribeiro Tunes, firmó ayer la licencia de supresión de vegetación que autoriza a la firma Norte Energía para la devastación de 238 hectáreas para la infraestructura de construcción de la hidroeléctrica, informó el servicio estatal de noticias Agencia Brasil.
El documento, que es una licencia parcial complementaria a la autorización ambiental definitiva de la obra, permite la supresión de vegetación para instalar un campamento, construir un depósito y el acceso de transporte. También señala que el consorcio que ganó la licitación para la represa de 15.000 millones de dólares de costo puede construir carreteras para llegar al remoto sitio en el que está prevista su instalación.
Pero el Ministerio Público Federal ya había anunciado que, si se autorizaba el inicio de obras, entraría con una nueva acción judicial en la Justicia para impedirlas. Belo Monte es una de las principales obras del ambicioso Plan de Aceleración del Crecimiento (PAC) y el gobierno brasileño espera concluirla en 2015, para ser la segunda del país -después de la Binacional Itaipú- y la tercera en el mundo, con una potencia instalada de 11.233 megavatios .
Los adversarios del proyecto alertan que la represa inundará 10.000 hectáreas de bosque lluvioso y asentamientos locales, desplazará a más de 40.000 pobladores en el estado de Pará y generará grandes cantidades de gas metano, cuyo impacto sobre el calentamiento global es 25 veces mayor que el del dióxido de carbono. Para el coordinador del programa brasileño de la organización ambientalista Amazon Watch, Christian Poirier, se trata de “un proyecto de represa notoriamente ilegal y catastrófico y un desperdicio de dinero público”.
Fuente: Diario Clarín
Malvinas, detrás del velo de la neutralidad: mucho más que un conflicto entre dos.
Extraido del Diario Tiempo Argentino, publicado el 22 de Enero de 2011
La incidencia en la Guerra de Malvinas por parte de algunos de los actores con estatus neutral, convirtió el conflicto en una problemática multilateral, en la que ayudaron activamente a una de las partes beligerantes. El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca que no se activó debido a la falta de unanimidad.
La neutralidad define la posición de los estados que no participan en una guerra. El Estado neutral, de acuerdo al Derecho Internacional, puede permitirse la parcialidad hacia alguna de las partes beligerantes, pero siempre manteniendo su accionar dentro de actitudes no violentas. Mientras no incurra en hostilidades contra los estados en conflicto, ninguno podrá considerarlo fuera de la neutralidad. Este cambio en el Derecho se ha visto efectivizado a partir de la época de posguerra.
La no beligerancia es una nueva forma de neutralidad, liberando ciertos deberes que antes eran obligatorios para los estados neutrales. Pero en la 5ª y 13ª convención de la Haya, se prohibe a los gobiernos neutrales proveer a alguna de las partes de materiales de guerra, aunque permite que las transacciones con fines bélicos sean realizadas por particulares.
TRATADO INTERAMERICANO DE ASISTENCIA RECÍPROCA. Algunos estados pidieron que se pusiera en práctica para ayudar a la Argentina. Polémico fue el hecho de que no se haya utilizado, y fue, para muchos, el acabose de un tratado que tenía por finalidad defender la zona de influencia estadounidense en la Guerra Fría, y no unir al continente en contra de un aliado estadounidense.
El TIAR fue firmado a comienzos de la disputa entre los EE UU y la URSS por la hegemonía mundial, en 1947, en la ciudad de Río de Janeiro, y fue reformado en 1975. El texto puede resumirse en la primera fracción del artículo tercero del tratado: “Las altas partes contratantes convienen en que un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de dichas Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque, en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas.” Este pacto regional de defensa mutua tuvo a la Organización de Estados Americanos como marco y estaba dirigida claramente a disuadir a los estados socialistas de que no tratasen de expandirse por la fuerza en estas latitudes.
¿Por qué el conflicto despertó una gran polémica en torno al tratado? En el artículo 9 del TIAR, se afirma que se tomará en cuenta como agresión “el ataque armado, no provocado, por un Estado, contra el territorio, la población o las fuerzas terrestres, navales o aéreas de otro Estado”. En el inciso siguiente remata que “la invasión, por la fuerza armada de un Estado, del territorio de un Estado americano, mediante el traspaso de las fronteras demarcadas de conformidad con un tratado, sentencia judicial, o laudo arbitral, o, a falta de fronteras así demarcadas, la invasión que afecte una región que esté bajo la jurisdicción efectiva de otro Estado”. Sin embargo, el artículo al que se hace referencia no aclara si el territorio en disputa era legalmente ocupado por Gran Bretaña, o legítimamente reclamado por la Argentina. Aquí es donde empieza la controversia.
Con la independencia de los españoles se demarcaron los límites del país, quedando dentro de las fronteras establecidas todos los territorios que en su momento pertenecieron a la corona ibérica, bajo soberanía argentina, incluyendo a las Malvinas. En 1833, la flota británica desembarca en las islas tomando posesión de las mismas, reduciendo a la población argentina y llevándola a territorio continental. A partir de entonces, la Argentina reclamaría y denunciaría diplomáticamente la usurpación, no sólo recurriendo a la Historia, sino también a la Geografía, afirmando que el hecho de la contigüidad entre los territorios y la continuidad de la plataforma continental que une las islas con el continente, avalaba su legítimo reclamo. En cambio, el principal argumento utilizado por Inglaterra para legitimar la soberanía sobre el territorio es su supuesto descubrimiento. Esto fue refutado por la Historia, ya que un siglo antes de que el inglés John Davis escribiera que había divisado unas islas en el Atlántico Sur, Américo Vespucio había escrito lo mismo. Lo siguieron Magallanes y Alonso de Camargo. Y si bien todos fueron comentarios superficiales e imprecisos, los primeros documentos comprobados y no objetados fueron los que se refieren al avistaje de Sebald de Weert, holandés. Los imperialistas, además, afirman que se debe tener en cuenta la voluntad de los isleños de pertenecer a Inglaterra, es decir, la autodeterminación de los pueblos. Claro que no les importó la voluntad de los isleños en 1833, cuando quitaron a la población argentina para implantar la propia. Por otro lado, este argumento terminó de perder validez cuando Inglaterra consideró como británica a la población isleña, ya que de esa manera pierden el valor de parte independiente dentro de la disputa, integrando la parte inglesa en una disputa claramente bilateral.
Otro punto conflictivo es que las Naciones Unidas, que prohibirían la anexión de territorios utilizando la fuerza, ni siquiera existían, por lo que ante la imposibilidad de aplicar retroactividad en el derecho, no puede ser utilizado a favor de la Argentina hasta su reconquista en 1982.
Es fundamental en la posición adoptada de los países del continente al interpretar si fue un ataque británico a territorio continental, en cuyo caso habría que aplicar el TIAR, o fue un ataque argentino a territorio inglés, como argumentarían los Estados Unidos.
En la Comisión de Trabajo de la Conferencia de Cancilleres, reunida en abril de 1982, se aprobó una resolución que respaldaba la soberanía argentina en las islas, se exhortaba al Reino Unido a terminar de forma urgente las hostilidades, reclamaba a las partes la reanudación de las negociaciones para la solución pacífica del diferendo, y aprovechaba para “deplorar la adopción por los miembros de la Comunidad Económica Europea y otros estados, de medidas coercitivas de carácter económico y político que perjudican al pueblo argentino y exhortarlos a levantarlas, ya que constituyen un grave precedente por cuanto no están amparadas en la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y son incompatibles con la carta de la ONU, OEA y GATT. Sin embargo, la aprobación de la resolución no fue de forma unánime. Hubo cuatro estados que se abstuvieron: Chile, Colombia, Estados Unidos y Trinidad Tobago. La guerra había comenzado el 2 de abril, día del desembarco argentino.
El dilema que ponía en juego la alianza continental seguiría hasta nuestros días, ya que, si bien la mayoría de los estados consideraba la guerra como un ataque inglés a la soberanía argentina sobre las islas, un ataque extracontinental a un Estado americano, el TIAR tiene que ser aprobado unánimemente. Requiere una reacción colectiva, que impide su puesta en marcha por un grupo de países miembros. Las abstenciones fueron justificadas de la siguiente manera:
1) El tratado es típicamente defensivo: dice que un “ataque” a un Estado americano obliga a que las partes “hagan frente” a dicho “ataque”, en ejercicio del derecho de “legítima defensa”. En el caso de Malvinas, la iniciativa militar fue de la Argentina, país que decidió tomar el archipiélago por la fuerza.
2) El tratado se refiere a eventuales ataques contra un “Estado” americano, y en 1982 no hubo ataque contra un “estado” como tal, sino una guerra en el marco de una disputa por un archipiélago, bajo administración del Reino Unido desde 1833, sobre el cual la Argentina reclama derechos de soberanía.
Si bien los Estados Unidos merecen un capítulo aparte, cabe analizar el comportamiento del resto de los países firmantes, sobre todo las acciones peruanas y chilenas. En la votación del 27 de abril, se destaca la abstención colombiana, debiendo aclarar que su ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Lemos Simmons, lo justificó pues su país distingue entre el derecho que asiste a la Argentina para reclamar la soberanía del disputado archipiélago y el acto de fuerza realizado el 2 de abril. La posición de ese país con respecto al tratado va en la misma línea que el discurso americano, postura que generó la condena del resto de los países latinos, exceptuando a Chile. Su representante, Pedro Daza, se lamentó por no haber ajustado las actuaciones del TIAR a los términos de lo resuelto por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Resolución 502), con el objetivo de no trabar la medida provisional adoptada y usar todas las herramientas disponibles para la solución pacífica. La resolución a la cual se refiere Daza surgió por iniciativa inglesa cuando el embajador Parsons pidió la reunión del Consejo el 2 de abril de 1982. La moción de Gran Bretaña fue aprobada por nueve votos a favor (Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Irlanda, Guyana, Jordania, Togo, Uganda y Zaire), uno en contra (Panamá) y cuatro abstenciones (Unión Soviética, China, Polonia y España).
La misma decía: “El Consejo de Seguridad, recordando la declaración hecha por el presidente del Consejo de Seguridad el 1-ABR-82 a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido para que eviten el uso de la fuerza en la región de las Islas Falklands, profundamente preocupado por los informes sobre la invasión el 2-ABR-82 por las Fuerzas Armadas de la Argentina y declarando que existe un quebrantamiento de la paz en la región de las Islas Malvinas:
1) Exige un inmediato cese de las hostilidades.
2) Exige el retiro inmediato de todas las fuerzas argentinas de las Islas Malvinas.
3) Exhorta a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a que procuren hallar una solución diplomática a sus diferencias y que respeten totalmente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.”
Así, Chile iría quitándo el velo a lo que sería su alineación con el gobierno de Margaret Thatcher. La Argentina buscó, a través del embajador Roca, el veto soviético y chino.
El embajador Troianovsky contestó que era una decisión de Altas Autoridades, aclarando que no tenía atribuciones para ello y que su voto sería de abstención. El embajador chino evadiría de igual forma pronunciarse sobre el requerimiento. Ninguno quería transformar la disputa entre un país periférico y una potencia, en un conflicto Norte-Norte. La primera victoria inglesa sería diplomática.
MOVIMIENTO DE PAÍSES NO ALINEADOS. Surgió como una consecuencia de la Guerra Fría, en la que un grupo de estados no se resignaba a alinearse a los bloques americano y soviético. Se trató por medio del bloque de lograr una cooperación Sur-Sur, entre países del Tercer Mundo, en busca de desarrollo económico y social, en el marco de la independencia y su consecuente lucha contra el colonialismo, y poniendo énfasis en la autodeterminación de los pueblos.
El primer paso concreto se realizó en el Encuentro de Bandung en abril de 1955, donde se reunieron 29 estados africanos y asiáticos. Posteriormente, se concretó la I Conferencia de Países No Adheridos a Bloques, en septiembre de 1961, punto de partida del Movimiento de Países No Alineados. Entre los objetivos más importantes, se encontraba la equidad del orden internacional. Luego se les unirían a los afroasiáticos los latinoamericanos, entre los cuales se encontraba la Argentina, que ingresó en 1973, en democracia, y con un alto grado de compromiso.
Con el golpe de Estado y el gobierno militar, se desencadenó un debate en el cual algunos pretendían la desvinculación de un bloque que veían con tintes socialistas. El compromiso con el movimiento tuvo su auge cuando la Argentina recibió el apoyo completo de los No Alineados en la Guerra de Malvinas, pero iba a terminar retirándose en 1991 durante el gobierno de Carlos Menem. La participación argentina en la cumbre de los Países No Alineados fue consecuencia de que los estados que consideraba como sus verdaderos aliados le dieran la espalda. Siempre esperó que el pacto anticomunista hiciera de los Estados Unidos, si no un aliado, por lo menos un actor neutral. Pero al ver que el único apoyo venía de alguno de los países del Tercer Mundo debió desideologizar a sus aliados y recibir el apoyo tanto de Cuba y la Nicaragua sandinista en el continente, como de la Unión Soviética, que tanto resistía en los tiempos de paz. Así lo expresó el canciller Nicanor Costa Méndez en 1976, integrante del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales, en la revista Carta Política: “La militancia en el grupo de los No Alineados constituye el extremo de una posición. La Argentina está, en verdad, alineada con los Estados Unidos [...]. La militancia en el grupo de los No Alineados puede alejarnos de nuestros viejos amigos y de nuestros aliados”. Consecuente con sus dichos, Costa Méndez declararía en 1981 que la Argentina no pertenecía al Tercer Mundo ni a los No Alineados, porque ese grupo de países no era de raza blanca y de religión católica.
Antes de la guerra, el canciller no sabía que tendría que viajar a La Habana, Cuba, a una reunión de los No Alineados, y que recibiría la solidaridad y el apoyo sincero de los países de los cuales se quiso diferenciar. No serían los aliados ideales para el gobierno argentino y acompañarían a la Argentina como una suerte de opinión pública que se contraponía con la europea. Costa Méndez tuvo que aceptar el apoyo y abrazarse con Fidel Castro. Los integrantes del bloque supieron diferenciar las ideas del gobierno de turno de las necesidades de un país que estaba luchando contra el colonialismo. Tantas fueron las declaraciones a favor de la Argentina que el canciller afirmó que el Movimiento de los No Alineados comprendía la lucha de su país, porque muchos de sus integrantes llevaban peleando por su independencia y por la emancipación de potencias colonialistas, citando a Cuba, Argelia, India, y Vietnam, entre otros. En la Casa Rosada hicieron propio el discurso por el cual antes hubieran torturado y asesinado.
La vuelta de timón se haría oficial cuando Leopoldo Galtieri le expresara a través de una carta su “agradecimiento conmovido” a Fidel Castro. Expresando su sentir, el canciller se pronunciaría a favor del reingreso de Cuba al sistema interamericano. Sin embargo, la muestra de pragmatismo del gobierno argentino no pasaría desapercibida para una reportera de la revista Gente, que en junio de 1982 le preguntaría al general Héctor Iglesias, secretario de la Presidencia, si para un militar argentino era muy difícil superar un abrazo Fidel Castro-Costa Méndez. A lo que el militar le respondería: “Tengo una gran cantidad de amigos con los cuales no comulgo ideológicamente y sin embargo me estrecho en un abrazo con ellos. Porque como ser humano me brindan algo o porque en una etapa de mi vida me han prestado apoyo.” Agregaría, refiriéndose a los No Alineados, que “entre ellos hay quienes tienen regímenes marxistas o promarxistas. Eso no quiere decir que nos vayamos a hacer marxistas. Cuando Inglaterra se alió con Rusia para luchar contra el nazismo, no se hizo marxista”. Y trataría de justificar lo que para muchos de los partidarios significaba una traición: “Mire, cuando necesito armas para la defensa nacional y los supremos intereses de la patria, le compro a quien me venda.”
Para conocer el grado de compromiso del bloque, y entender lo que derivaría en el cambio de postura radical del gobierno de Buenos Aires, hay que citar declaraciones efectuadas durante la guerra. En la cumbre de los No Alineados realizada en La Habana, Fidel Castro diría al diario italiano L’Unità: “Esta lucha (por la soberanía de las Islas Malvinas) ha creado un sentimiento nacionalista, un patriotismo latinoamericano que nunca antes hemos sentido tan intensamente. Hemos sentido la causa argentina como nuestra causa. Hemos sufrido los muertos argentinos como propios. La victoria argentina es nuestra victoria. La derrota argentina sería nuestra derrota”. El vicepresidente del Consejo de Estados y de ministros del país caribeño confirmaría las afirmaciones de su presidente, cuando declarara que su gobierno estaba dispuesto a participar en el conflicto a favor de los argentinos “con todos los pueblos de América Latina, con todos los elementos de ayuda”.
El ministro del Interior de Nicaragua, el comandante Tomás Borge, señalaría en mayo de 1982 que “es intolerable que una potencia extra continental, una potencia europea, agreda a un país de América Latina”, y así se diferenciaría de las posturas de Chile, Colombia y los Estados Unidos, afirmando que la agresión a un país americano estaba dada y que, por lo tanto, debía aprobarse la participación de los estados americanos en la guerra en el marco del TIAR. El apoyo explícito de Nicaragua se debe al mejoramiento de las relaciones bilaterales, lo que derivaría en el ofrecimiento del gobierno de Managua de mandar contingentes a la zona de conflicto. Pero cuando le preguntaron si su país iba a participar activamente, ya sabiendo que la alianza continental no sería puesta en marcha por no contar con los votos de forma unánime, evitaría el compromiso a nivel gubernamental, y respondió: “Estoy seguro que muchos nicaragüenses irían. Sobrarían los voluntarios.”
El canciller panameño, Jorge lllueca, iría más allá, acordándose también de los Estados Unidos en sus declaraciones, refiriéndose a “la demencia política inglesa y la consecuente miopía estadounidense”. Y condenaría que el gobierno americano “facilita misiles, municiones y material de guerra con los cuales se da muerte a centenares de heroicos jóvenes argentinos”, llueca terminaría criticando “la política hostil, prepotente e inamistosa de Inglaterra, Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea”.
Panamá no se restringiría a realizar declaraciones, sino que Arístides Royo, su presidente, le pediría formalmente a Ronald Reagan que se abstenga de la utilización de las bases militares estadounidenses ubicadas en su territorio, cerca del canal, para ayudar directa o indirectamente a los ingleses, en lo que sería la utilización de las prácticas de diplomacia directa. Royo, involucrándose todavía más en el conflicto, y posponiendo sus propios intereses a lo que se consideraba como una causa latinoamericana, condenaría a los Estados Unidos porque era el país que debía velar por el cumplimiento de la Doctrina Monroe, mientras que, por el contrario, se reconocía en sus políticas “una extraña identificación con los estertores del colonialismo europeo”. Pero a pesar de las muestras de apoyo, el canciller argentino Costa Méndez, reconocería que había en el bloque de los No Alineados una cierta desconfianza, generada por las declaraciones de funcionarios de su país antes de la guerra, incluidas las suyas: “Nos ha recibido con enorme interés y también con una enorme desconfianza, porque la Argentina siempre ha manifestado no ser miembro real del movimiento.”
La causa de Malvinas tuvo un inconveniente: no podían dejar de mencionarse otros reclamos territoriales que existían en el continente y, además, sentar el precedente para que Guatemala reclamara su soberanía sobre Belice, o le daría pie a Venezuela para recobrar una parte de Guyana. Esas razones, y no las respectivas a las Islas Malvinas, podrían haber provocado rechazos a la postura argentina. Eso derivó en que la estrategia adoptada por el gobierno argentino se centrara en diferenciarse de otros casos, y de que se tratara el tema mediante relaciones bilaterales, en lugar de multilateralmente. De ahí que no haya impedido que la posición de los No Alineados acompañara los intereses anticolonialistas en contra de Gran Bretaña. Aunque antes del conflicto todos los estados del bloque le pedían al gobierno británico continuar con las negociaciones de soberanía, los probritánicos abogaban por la voluntad de los isleños, mientras que, por ejemplo, Cuba, Nicaragua y Yugoslavia sólo pretendían tenerlos en cuenta, posición que se terminaría imponiendo y se traduciría como una victoria argentina. El tema era complicado, ya que uno de los preceptos básicos del movimiento era la autodeterminación de los pueblos, por lo que las comisiones argentinas debían explicar la diferencia de su caso particular, afirmando que era una población británica, implantada por la fuerza después de la expulsión de los habitantes que vivían en las islas antes de 1833. La presión diplomática por parte de Gran Bretaña a los países del bloque, sobre todo aquellos que habían sido colonia inglesa, y las relaciones de la Argentina con Israel y con el gobierno racista de Sudáfrica que ocupaba Namibia, complicaban el apoyo de los países tercermundistas, aunque su postura variaba del apoyo furioso de países como Cuba y Nicaragua, a la de los que se pronunciaban a favor de los intereses argentinos. Para lograr la postura que se terminaría adoptando, la Argentina tuvo que condenar las políticas israelíes y al régimen sudafricano.
CHILE. Las tensas relaciones que la Argentina mantenía con Chile eran de público conocimiento. Gran Bretaña sabía que detrás de la cordillera tenía un potencial aliado. Sobre todo, con las disputas limítrofes que mantenían los sudamericanos, reclamando ambos un territorio conocido como “el martillo”, situado en el Canal de Beagle. Esa situación derivó en el arbitraje de la reina Isabel II del Reino Unido, convocado por Salvador Allende y Alejandro Agustín Lanusse en 1971 (se eligió una Corte Arbitral con jueces de los EE UU, Francia, Nigeria, Suecia y el Reino Unido), con que seis años después se le concedería a Chile la mayor parte del espacio en cuestión. La Junta Militar argentina declaró que el laudo era “insubsanablemente nulo”, y reclamó una porción mayor del territorio disputado antes del arbitraje. Poco faltó para que el 22 de diciembre de 1977 las Fuerzas Armadas argentinas ocuparan por la fuerza el lugar reclamado, pero la intervención de la Santa Sede, a través del cardenal Antonio Samoré, evitó lo que hubiera sido la guerra entre los dos países.
El conflicto con Chile, aún vigente durante la Guerra de Malvinas, no se solucionaría hasta 1984, cuando Raúl Alfonsín firmó un tratado de paz y amistad con el vecino país. Fue necesario hacer un plebiscito que, si bien no era vinculante, ayudó a cambiar el rechazo al tratado que existía en el Poder Legislativo y que sería aprobado por sólo un voto.
Los chilenos tenían motivos para pensar que, en el hipotético caso de que la Argentina ganara la Guerra de Malvinas, iniciaría acciones bélicas en su contra. Esta creencia estaba respaldada por declaraciones como las de Galtieri, que convencido de la victoria frente a los ingleses, llegó a decir “que pase el que sigue”, aclarando que Malvinas era “sólo el primer paso”, y que el próximo era la recuperación de todos los otros territorios que son paso y que el siguiente, la recuperacion de todos los otros territorios argentinos que no estaban en su poder. Tiempo después, el brigadier Basilio Lami Dozo, que comandaba la Fuerza Aérea en aquel momento, confirmaría que “después de Malvinas”, la Marina y los halcones del Ejército “iban a atacar Chile”.
Después de la euforia nacionalista que despertó el campeonato mundial de fútbol ganado por la Argentina en 1978, imprimieron afiches que decían: “Ahora vamos al mundial del Beagle”. Aunque el embajador chileno decía a sus vecinos que gracias a su país tenían las espaldas bien cuidadas, Fernando Matthei, ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea trasandina, terminaría aceptando que hizo “todo para que la Argentina perdiera la guerra”. Por último, cuando Pinochet estaba preso en Inglaterra, se hicieron públicas las declaraciones de Thatcher que le agradecía al dictador chileno la ayuda y el apoyo durante la guerra. La ex primera ministra diría: “Chile nos suministró invalorable asistencia. La Fuerza Aérea chilena nos alertó en forma temprana sobre los ataques argentinos, de modo que nuestra Task Force pudiera tomar medidas defensivas”. Y terminaría afirmando: “250 miembros de nuestras Fuerzas Armadas perdieron la vida en la guerra. De no ser por el presidente Pinochet, habría habido muchas más.” A las palabras de Thatcher le seguirían las del dictador: “Di instrucciones para suministrar, dentro de un contexto de neutralidad, toda la asistencia que pudiéramos a nuestros amigos y aliados ingleses (...) actitud que considero un honor.” Lo que había sido un secreto de Estado, hacía mucho tiempo que se sabía. La neutralidad de Chile nunca existió.
¿Pero por qué fue tan importante para el Reino Unido su participación? Es conocida la importancia que significa para un Estado que lleva a cabo una guerra lejos de sus fronteras, tener un aliado cercano a la zona de conflicto. La importancia de la intervención chilena tuvo mucho que ver con la geografía. Mientras los demás países de América Latina no dejaban aterrizar aeronaves de combate británicas, y si lo hacían no les permitían despegar, Chile sirvió a los ingleses como base, refugio y potencial espacio desde donde realizar incursiones militares, como la operación Mikado, que no se realizó. Por otro lado y a pedido de sus aliados, desplazó sus tropas hacia la frontera y desplegó su flota cerca del conflicto para que la Argentina tuviera que mantener presencia militar lejos de las Malvinas. Así fue como, con la amenaza inglesa de bombardear la capital, la mayor parte de las tropas de élite tuvieron que permanecer en la frontera andina y Buenos Aires. Como aspecto más importante, la inteligencia del supuesto país neutral reunía información de la posición de las tropas argentinas, reportando sus movimientos, despegue y aterrizaje de aviones, e interviniendo comunicaciones, lo que permitía a los europeos saber cuando iban a ser atacados.
Las declaraciones de neutralidad iban a ser incentivadas por Gran Bretaña, ya que esto les permitía “internar” hasta el fin de la guerra a las naves, aviones y efectivos argentinos en caso de que intentaran refugiarse tras sus fronteras.
La información brindada por Ancla Dos, la inteligencia militar de la marina chilena, era conseguida a través de la SIGINT, inteligencia de señales, que combina diferentes medios de comunicación englobando inteligencia de comunicaciones (teléfonos, radio, Internet), electromagnética (cargas y corrientes eléctricas y campos magnéticos), como la radio de detección y medición de la distancia, que al reflejar las ondas electromagnéticas puede detectar la presencia de objetos o superficies en un amplio radio, como también su posición exacta, y la inteligencia telemétrica, que mediante imágenes ópticas, puede captar imágenes, medidas y radiaciones. La infraestructura del Ancla Dos estaba integrada en un arco insular de bases que iban desde la secreta San Félix, ubicada entre el continente y la Isla de Pascua, en la Isla Dawson, y en su base meteorológica permanente de la Antártida. Pero el Ancla Dos no era el único centro de inteligencia: trabajaba con el D.2, perteneciente a la Fuerza Aérea, que realizaba vuelos de vigilancia sobre la Argentina, desde que se habían tensado las relaciones entre ambos, años antes de la guerra. Pero el D.2 no tenía una infraestructura importante, por lo que los ingleses tuvieron que prestarle dos aviones Hércules C-130, y tres aviones Camberra PR-9, provistos con cámaras oblicuas para reconocimiento fotográfico. Por medio de los Canberra, los chilenos podían sobrevolar espacio argentino, teniendo conocimiento de la posición y el movimiento de sus contingentes. Por otro lado, como contaría más tarde Matthei, para encubrir la procedencia de los Hércules otorgados por Inglaterra, intentaron escribirle “Fuerza Aérea de Chile”, pero lo hicieron con un error ortográfico, lo que despertó sospechas.
El miedo del gabinete de Thatcher por los misiles Exocet franceses que tenían los argentinos, difíciles de ser detectados por ir a ras del agua, y ser capaces de cambiar de dirección sobre la marcha, aumentaron con el hundimiento del destructor británico Sheffield. Los ingleses se propusieron destruir los misiles antes de que fueran utilizados nuevamente, en una misión que llevarían a cabo 65 hombres del Escuadrón B del SAS, y que incluía la destrucción en tierra de los aviones Super Etandart, encargados de llevar estos misiles. Debían volar en dos Hércules hasta la base naval de Río Grande, en Tierra del Fuego, destruir los Exocet y los aviones, identificar a los pilotos y matarlos. Si los Hércules sobrevivían a los ataques antiaéreos, escaparían por aire. Pero si los aviones no sobrevivían a la defensa argentina, se refugiarían en Chile con la excusa de un desperfecto técnico. La misión tenía el problema de dejar al descubierto la posición parcial de Chile, lo que podría derivar, según Reagan le advirtió a la primera ministra, en la intervención de otros países latinoamericanos en el conflicto, como Perú y Venezuela.
Cuando partieron los tres comandos del SAS hacia Río Grande descubrieron que habían sido detectados 20 kilómetros antes de llegar al objetivo. Abortaron la misión y se desviaron hacia Chile, alegando un aterrizaje de emergencia. Los miembros del SAS regresaron a Londres vestidos de civiles, en un avión de línea que partió desde Santiago. Pero la operación no quedó en la nada, y trataron de realizarla otra vez. El segundo intento no tuvo mejor suerte. Se suspendería definitivamente después de que un helicóptero que transportaba al escuadrón del SAS cayera al mar: murieron ocho comandos.
El vicealmirante Horacio Zaratiegui declararía, una vez terminada la guerra, que los tres radares ubicados en Tierra del Fuego captaron, la noche antes de la misión fallida, un helicóptero británico proveniente desde Chile, en una clara misión de reconocimiento. Pensaron que el ataque estaba dirigido a la planta que abastecía de nafta especializada a los cinco aviones Super Etandart franceses, a los seis aviones Dagger de fabricación israelí, y a los Neptune, que tenían misiones de reconocimiento. Zaratiegui, convencido de la alianza silenciosa que se comprobaría más adelante, temía que Chile abandonara su carácter neutral y, a la espera de un ataque, la base de Río Grande había sido minada y había alistado una compañía de infantes de marina para defenderla. El personal que aguardaba en el continente, a diferencia de las tropas que ocupaban las islas, era especializado. El envío del escuadrón sería captado por los ingleses como una sobrealteración de los militares, deduciendo que los estaban esperando.
La operación, por más que no se llevó a término, dejó pruebas de su existencia, como también de la participación de Chile, provocando uno de los conflictos diplomáticos más delicados en la historia de los dos países sudamericanos. Un helicóptero que buscó infiltrar el equipo de avanzada, llamado Sea King ZA-290, fracasaría en su misión y se encontraría caído y destruido en Punta Arenas. Pero no fue hasta que encarcelaron a Pinochet en Londres, que se supo que el Sea King no había partido del portaaviones HMS Invincible, como se declaraba para preservar el prestigio de Chile, sino de una base secreta ubicada detrás de los Andes. Se supo que los dos Hércules que debían depositar a los pelotones del SAS en Tierra del Fuego, también debían decolar de territorio chileno.
Pero a la victoria inglesa, Chile supo sacarle más ventaja que la improbabilidad de ser atacada por la Argentina en un futuro. A la ayuda económica y política que recibiría de sus improvisados aliados, se suma el abastecimiento de sus Fuerzas Armadas. Después del fin de la guerra, el gobierno de Pinochet se quedo con tres Canberras, vendidos oficialmente en octubre de 1982, al igual que los nueve Hawker Hunter y 30 motores de repuestos En otra de las pruebas de la alineación del gobierno de Santiago con la causa británica, Pinochet le devolvió un buque tanque llamado RFA Tidepool que, recién comprado, se incorporó al conflicto.
En cuanto a las acciones militares que mostraron el compromiso y la resolución del país trasandino para que Argentina perdiera la guerra, se encuentra la Operación Mikado. Si bien no se llevó a cabo, debido a que se había filtrado la información, y el ataque quedó al descubierto, hecho que quedó demostrado con la clara agitación de las tropas ubicadas en Río Grande, lugar donde iba a ser perpetrado el ataque, podría haber sido una de las acciones más aventuradas por parte del gobierno de Santiago. Por otro lado, el SAS (fuerzas especiales británicas) estaba convencido de que era una misión suicida y que no debía realizarse.
PERÚ. La ayuda peruana a la Argentina estuvo en sintonía con su voto en la OEA, con su posición acerca del TIAR, con la postura del Movimiento de los No Alineados y con el sentido común. Si bien en la OEA los únicos que se abstuvieron fueron Colombia, los Estados Unidos y Chile, y la Junta Militar contó con el apoyo de la gran mayoría del resto de los estados, Perú fue su más decidido aliado. Si bien la razón más importante de su alineación fue el sincero convencimiento de la justa causa anti-imperialista, existen otras explicaciones por las cuales su compromiso fue mayor al del resto.
Perú tiene un histórico enfrentamiento con Chile, desencadenado con la Guerra del Pacífico, librada entre 1879 y 1883, en la cual perdió una considerable cantidad de territorio. En esa guerra uniría sus fuerzas con Bolivia, país que resignaría su salida al mar. A partir de la pérdida de Tacna y de Arica a manos chilenas, los peruanos comenzarían a llamarlas “provincias cautivas”. Hasta la fecha, ven a sus vecinos del sur como usurpadores, y el involucramiento de Pinochet en la Guerra de Malvinas, ayudando al Reino Unido, estimuló el apoyo a la Argentina. Por eso, las embajadas no escatimaban voluntarios para pelear una guerra que veían como suya. Se cree que desde los ’60, ambos países tenían un pacto de asistencia recíproca. Lo que en realidad muestra que los lazos militares entre los países es la gran cantidad de oficiales peruanos que habían estudiado en el Colegio Militar Argentino. Entre ellos, se encuentra el general Luis Cisneros Vizquerra, ministro de Guerra del presidente Belaúnde, apodado “el gaucho” por su apego al país. Y por último, el claro vínculo militar era reforzado por el hecho de que el presidente Fernando Belaúnde Terry había pasado la primera parte de su exilio en la Argentina, cuando fue derrocado en 1968.
La posición del presidente peruano es más valiente, en la medida en que sabía que una victoria argentina era casi imposible. Mientras la Junta Militar argentina pensaba que Gran Bretaña no se lanzaría a una reconquista a miles de kilómetros por unas islas en el Atlántico Sur, Belaúnde sabía que Thatcher iría a la guerra. No sólo por historia o por orgullo. Sino porque era lo único que podía salvar su carrera política, decadente e impopular. Posteriormente, cuando la primera ministra anunció que mandaría todas sus fuerzas a la guerra, el jefe de Estado peruano trató de hacerle entender a la delegación argentina que había ido a su país a coordinar el apoyo peruano, sobre todo en los aspectos logístico y aéreo, que la geografía de las islas hacía imposible la defensa de las numerosas playas y bahías. Que las características terrestres de las Malvinas quitaban importancia al previo asentamiento de las fuerzas armadas. Y aseguraba que Puerto Argentino y otros puntos de menor importancia eran vulnerables a un ataque británico, por lo que resultaba imposible defender sus posisiones. Los argentinos, cegados por el triunfalismo y la rápida victoria que habían obtenido tras el desembarco el día 2 de abril, ante el débil contingente que defendía las islas, hicieron oídos sordos a sus advertencias.
Perú siguió al lado de su incondicional aliado. A los esfuerzos diplomáticos de Belaúnde para lograr la paz, se le sumaba el apoyo de su maquinaria de guerra. La Fuerza Aérea de Perú (FAP) mandaría hacia Buenos Aires diez aviones de combate Mirage M5-P, poniéndolos a disposición de las necesidades argentinas. El traslado se hizo en el mayor secreto. Para eludir los radares chilenos de Iquique y Antofagasta, y los bolivianos, tuvieron que realizar el vuelo desde Arequipa hacia Tandil, y de allí a Buenos Aires, a más de 33 mil pies de altura y con las radios apagadas. También fueron enviados técnicos y equipo de mantenimiento para la instrucción en el manejo de las aeronaves. La entrega de los aviones fue precedida por el cambio de la insignia, la bandera y la matrícula peruanas por las argentinas. El Comando de Materiales recibió la orden de proporcionar toda la logística necesaria para la operación de las naves y de los equipos de defensa aérea. Por otro lado, mandaron alrededor de 30 misiles AS-30 aire-tierra, misiles antiaéreos, obuses, bombas y municiones. La Argentina utilizaría a Perú como puente, para la adquisición de materiales, como compras de repuestos de aviones a Israel.
Los Mirage proporcionados por Perú eran muy importantes para la Argentina, ya que, por más que poseían Super Etandart, capaces de trasladar los misiles Exocet, Mirage-3, para combate aéreo, los Dagger y los A-4 Skyhawk, con misiles aire-tierra, necesitaban aviones con una mayor autonomía de vuelo. Por otro lado, los aviones peruanos de fabricación francesa eran ideales si los principales blancos eran marítimos. Eran capaces de transportar los misiles teledirigidos AS-30, con un alcance de 15 kilómetros, que eran perfectos para atacar buques, y contaban con cañones que poseían balas con cabezas explosivas de 20 milímetros. Eran naves supersónicas que podían superar dos veces la velocidad del sonido. Después de los intensos entrenamientos en espacio argentino, las aeronaves fueron capaces de entrar en combate, aunque era demasiado tarde. Las Fuerzas Armadas se habían rendido.
Las complicaciones en el aprovisionamiento de materiales, técnicos y aviones mostraron también la decisión del aliado argentino, ya que se relata que podría haber entrado en la guerra directamente. Cuando los aviones peruanos que se dirigían a Buenos Aires pasaron cerca de la frontera con Chile, se relata que vivieron momentos muy tensos. Un alto jefe de la FAP, hoy retirado, cuenta que los pilotos peruanos vieron acercarse interceptores chilenos. Al ver el peligro que esto significaba, le preguntaron rápidamente a la Comandancia General de la Fuerza Aérea qué debían hacer si los interceptores continuaban acercándose. La respuesta no se hizo esperar: “Dispárenles”. Los aviones chilenos no cruzaron la frontera y se mantuvieron a distancia, pero el incidente podría haber arrastrado por lo menos a dos países más al conflicto armado.
Sin embargo, a consideración del presidente del Perú, la guerra no era la única posibilidad de victoria para la Argentina. Cuando los países beligerantes cortaron las relaciones diplomáticas, Belaúnde se convirtió en el representante de los intereses diplomáticos argentinos. Esto hizo que los servicios de inteligencia ingleses acosaran la embajada peruana en Londres y les dio la posibilidad a los peruanos de realizar contrainteligencia.
En el ámbito diplomático, Perú fue, junto con los Estados Unidos, el más activo de los estados en buscar la paz. Así fue como su presidente llegó a promover la única iniciativa viable para alcanzarla. Pero el intento que estuvo a punto de poner fin al conflicto armado no fue el único. La aguerrida e incansable diplomacia ejercida por Belaúnde trató, desde el comienzo de las acciones bélicas, de encontrar una solución en la que ambas partes pudieran atribuirse la victoria.
Belaúnde le comunicaría a los argentinos que había elaborado, junto con el secretario de Estado de Ronald Reagan, Alexander Haig, una propuesta en la que los mediadores depositaban una gran esperanza. El presidente de Perú debía convencer a sus vecinos, mientras que Haig haría lo propio con los británicos. La propuesta consistía en siete puntos:
1) Cesación inmediata de las hostilidades.
2) Retiro simultáneo y mutuo de las fuerzas.
3) Presencia de representantes ajenos a las dos partes involucradas en el conflicto para gobernar las islas temporalmente.
4) Los dos gobiernos reconocen la existencia de posiciones discrepantes sobre la situación de las islas.
5) Los dos gobiernos reconocen que los puntos de vista y los intereses de los habitantes locales tienen que ser tomadas en cuenta en la solución definitiva del problema.
6) El grupo de contacto que intervendría de inmediato en las negociaciones para implementar este acuerdo estaría compuesto por Brasil, Perú, la República Federal de Alemania y los Estados Unidos de América.
7) Antes del 30 de abril de 1983 se habría llegado a un acuerdo definitivo bajo la responsabilidad del grupo de países antes mencionados.
Más allá de algunos cambios que quisieron hacerle a la propuesta desde ambas partes, estas eran insignificantes, ya que en los puntos más importantes, los Estados beligerantes estaban de acuerdo. Gran Bretaña quería cambiar, en el punto cinco de la propuesta, la frase “puntos de vista” por “deseos”, en referencia a los habitantes de las Malvinas. Y la Argentina propondría un actor más neutral que los Estados Unidos en el grupo de contacto que intervendría si la propuesta se aprobara.
Pero desde la Argentina se daban claras muestras de que la paz estaba bien encaminada ya que, más allá de las trabas burocráticas y de las aprobaciones en los diferentes niveles del gobierno, el canciller Costa Méndez le daba motivos al presidente del Perú para ser optimista. En una conversación que tuvieron ambos, después de leer el texto y ser analizado, se relata el siguiente diálogo:
–Belaúnde: Dígame ministro, el texto de los siete puntos, de manera general, ¿es aceptable?
–Costa Méndez: Sí señor, siempre que se aclare que la administración local no regresa.
Después de la aprobación de la Cancillería, que se había reunido con el Equipo Especial de Trabajo en Buenos Aires, integrado por el brigadier Miret, el general Iglesias y el contraalmirante Moya. Sólo faltaba la aprobación de la Junta Militar, que por entonces era el órgano más alto de la Administración Nacional.
El canciller declararía tiempo después: “El 2 de mayo, el presidente de Perú hizo una propuesta muy buena y positiva, que iba más allá de las propuestas de Haig, en el sentido de que no establecía la necesidad de restaurar la autoridad británica en las islas y no determinaba como condición previa los deseos de los isleños. Nosotros aceptamos esa propuesta.” Y en la misma declaración afirmaría que, según Belaúnde, “Gran Bretaña estaba preparada para aceptar también”. La afirmación de Belaúnde se basaba en que el 2 de mayo, Charles Wallace, el embajador británico en Lima, le entregaría la conformidad escrita de su país sobre el tratado de paz.
Cuando todo parecía encaminarse, se recibió la noticia de que a las 15:57, hora argentina, el submarino nuclear Conqueror había disparado dos torpedos contra el buque General Belgrano. Este controversial ataque produciría más de la mitad de las bajas argentinas en toda la guerra (649 muertos). Sobrevivirían 674 hombres, que quedarían flotando en los botes de salvamento.
El buque General Belgrano fue comprado a los Estados Unidos, después de sobrevivir al ataque japonés a Pearl Harbor. Tenía en el momento de su hundimiento una considerable potencia de fuego que serviría de excusa al ministro de defensa John Nott, a la hora de justificar la agresión a una nave que se encontraba por fuera de la zona de exclusión.
El ministro diría: “este grupo de ataque de superficie fuertemente armado se encontraba cerca de la zona de exclusión total y se aproximaba a elementos de nuestro destacamento de fuerzas, que estaba a algunas horas de distancia. Sabíamos que el crucero tiene una considerable potencia de fuego, proporcionada por cañones de 15,6 pulgadas, con un alcance de 21 kilómetros y misiles antiaéreos Sea Cat. Sumada a los destructores de escolta, que al parecer estaban provistos de misiles anti barco Exocet, con un alcance de más de 32 kilómetros, la amenaza que suponían para el destacamento de fuerzas era tal, que su comandante sólo podía ignorarla a riesgo de su propia vida”. Su comandante, Christopher Wreford Brown, incrédulo de la orden que estaba recibiendo, de destruir a un barco por fuera de la zona de exclusión, hizo repetir la orden tres veces.
El Belgrano estaba custodiado por dos destructores, el Piedrabuena y el Bouchard, que los seguían a todas partes. Tenían la misión de protegerlo, aunque no pudieron hacer nada. Los tripulantes no se encontraron alerta hasta que se les avisó del peligro de un submarino inglés. Se les ordenó dirigirse a aguas poco profundas, situadas en el banco de Burdwood, más lejos de la Zona de Exclusión. El capitán Héctor Bonzo relata la situación: “La misión era patrullar la zona del Mar Argentino, es decir, al sur de las Malvinas (...) Navegábamos fuera de la Zona de Exclusión, nunca más cerca de 35 o 40 millas”. Una vez que se encontraron en aguas poco profundas, contó: “La calma había sucedido a la tensión de los tripulantes, ya que al alejarse de la zona de probable conflicto, por orden superior, y hallándose fuera de la Zona de Exclusión Total, consideraban que el peligro había pasado, al menos por entonces.”
El hecho de que la nave hundida estuviese fuera de combate en el momento en que el gobierno de Londres dio la orden, provocó cuestionamientos a la primera ministra por parte de sus compatriotas e indignación entre los argentinos. El hecho es que, o Gran Bretaña en realidad no aceptaba los términos del acuerdo, pero no quería ser quien lo rechazase, o pretendían llegar a la paz después de aumentar considerablemente las bajas del enemigo. Lo cierto es que la propuesta fracasó por pocas horas entre el fatídico hecho y la respuesta de ambos países. La Argentina rechazaría una paz que ya no podría disfrazar de victoria y trasladaría las conversaciones a las Naciones Unidas.
Pero este no fue el último intento peruano por evitar una derrota argentina. Cuando un avión burló un radar inglés, hundiendo el Sheffield con un misil Exocet, las partes mediadoras consideraron que era el momento para relanzar la propuesta de paz. Tanto Haig como Belaúnde creyeron que el hecho de que estuvieran empatados “uno a uno”, en referencia al Belgrano y al Sheffield, le daba fuerza a la posibilidad de un acuerdo. Según Belaúnde, “un arreglo no era indecoroso de ninguna manera y el hundimiento del Sheffield era la ocasión propicia”. Esta segunda mediación, planteaba la necesidad de detener todas las operaciones militares y retirar ambas fuerzas a través de un puente aéreo. Los peruanos trasladarían a batallones argentinos hacia su país, mientras que aviones estadounidenses llevarían a los ingleses hacia Chile. Estaba todo arreglado. Belaúnde acusaría “dilaciones y falta de decisión” para que la solución pacífica fracasara nuevamente.
Un último intento sería recordado por el entonces presidente peruano: “Queriendo evitar la batalla de Puerto Stanley o Puerto Argentino, tuvimos una actuación desesperada para tratar de que no se produjera. Pero esta última iniciativa se frustró porque el tiempo nos ganó.” Los años se llevaron muchas de las pasiones que, por ese entonces, gobernaban las opiniones y acciones de propios y ajenos, pero Belaúnde quedaría con la conciencia tranquila: “Estoy satisfecho de lo que hizo el gobierno, sobre todo porque era una cuestión de fraternidad americana y porque se le pudo evitar a la Argentina todo lo que ocurrió”.
FRANCIA. Pero no sólo la Argentina tenía un tratado de alianza continental (TIAR). Gran Bretaña estaba respaldada por la OTAN, más decidida a apoyar a un aliado en apuros, y menos sujeta al declarado status de neutralidad. Muchos afirman que, si el riesgo de una derrota inglesa hubiera sido mayor, los países de la OTAN hubieran entrado en el conflicto, pero el destino de la guerra impediría comprobarlo. Lo cierto es que los europeos colaboraron con inteligencia a la causa inglesa y que Francia se convertiría en el mayor aliado de Gran Bretaña en el Viejo Continente.
El 3 de abril, Thatcher recibió una llamada que alimentaría su optimismo. Era el presidente francés, François Mitterrand, expresándole su total apoyo y poniendo a disposición toda la información que requiriera, sus servicios de inteligencia y la entera disposición de su diplomacia. La alineación del gobierno de París, más allá de las cuestiones interestatales, de historia, intereses, integraciones y alianzas, se podría explicar en las convicciones personales de su presidente, que tenía una visceral oposición al régimen militar argentino. Lo que no sabía es que el fracaso de la reconquista no sólo aceleraría los tiempos de la Junta Militar en el poder, sino que las consecuencias de sus gestiones y sus actos las terminarían pagando todos los argentinos, aun en democracia.
La importancia que había adquirido Francia en el conflicto se debía a que era uno de los mayores proveedores de armas del gobierno de Buenos Aires. La Junta Militar sudamericana les había comprado misiles Exocet (AM y MM) y Roland, aviones Super Etandard, y dos corbetas. A pesar de que los asesores de Mitterrand le aconsejaban respetar la neutralidad en una guerra que no era la suya y corroborar las buenas relaciones con sus socios comerciales, como su canciller Claude Cheysson y su ministro de Defensa Charles Hernu, el presidente francés sumó todos sus esfuerzos a lo que terminaría siendo la victoria británica.
El hecho de que Francia fuera el primer proveedor de armamento del enemigo inglés, hizo que las primeras gestiones de Thatcher fueran para que se suspendiera el adiestramiento de los pilotos, se cancelara el envío del resto del armamento que ya se había pagado, y se les proveyera a los ingleses de los datos de las capacidades y debilidades del armamento francés. Los franceses accederían a los pedidos durante el conflicto, representando una de las alianzas más fructíferas y determinantes, pero su ayuda no sería tan valorada una vez terminada la guerra.
Los de Mitterrand afirmaron que sin adiestramiento, el armamento era imposible de ser utilizado en todas sus capacidades. Esta afirmación era cierta. Y fue de la mano con el resto de la información que le enviaron a los ingleses, en la cual se aseguraba que los argentinos sólo contaban con cinco misiles, ubicados en los cinco aviones Super Etandard que habían adquirido, y que las firmas francesas que les habían vendido el material bélico habían cesado las instrucciones técnicas y tácticas para su correcto funcionamiento. Por lo tanto, los argentinos no tenían la experiencia ni el conocimiento adecuado para el óptimo funcionamiento de los misiles, en cuanto al pilotaje y al montaje de los mismos.
Pero lo que terminaría siendo un error en los cálculos ingleses, y fatídico para sus consecuencias, sería el hecho de que ignoraban que los argentinos tenían pleno conocimiento y la capacidad de utilizar tanto los aviones como los misiles. La creencia inglesa reposaría en el hecho de que en el contrato con las compañías francesas, la Argentina aclaraba que las prácticas instructivas se tendrían que realizar con buen clima. La inseguridad que los compradores dejaban entrever sería una maniobra de los agentes de inteligencia argentinos, que se evidenciaría con el hundimiento del destructor HMS Sheffield el 4 de mayo de 1982. Por otro lado, ignoraron que dentro de la empresa fabricante de los misiles, los agentes argentinos tenían infiltrado a un técnico y que, antes de haber sido echado a causa del lugar donde había nacido, logró proveer a su país de las especificaciones técnicas que restaban en el manejo de los Exocet. El hundimiento del destructor (que había sido inaugurado seis meses antes y contaba con los mayores avances tecnológicos) provocaría una injusta desconfianza británica hacia los franceses.
El papel de los francos comenzaría con la orden a Pierre Marion, director de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), de que se pusiera a disposición del gobierno de Londres. La DGSE no solo proveyó a los ingleses de los secretos en el uso y funcionamiento de la maquinaria de guerra comprada por la Argentina, tanto de los misiles como de los aviones Super Etendard, sino que comenzó a ejercer un estricto control y una gran censura sobre el personal argentino, civil y militar, que se encontraba por aquel entonces en su país. El espionaje francés consistía en la intercepción de todas las llamadas telefónicas y telegráficas que los argentinos realizaban, la investigación de sus actividades personales, los detalles de sus negocios y los contactos que utilizaban. La información iba a parar a los despachos de Londres.
Otro ámbito en el que Francia fue muy activa, fue en el aspecto diplomático. No sólo se plegó al embargo de armas hacia la Argentina que promovió Inglaterra y al que acataron países como Bélgica, Holanda, Dinamarca, Italia y Luxemburgo, sino también tratarían de impedir el aprovisionamiento del enemigo por otros medios, y desmoralizarían los intentos argentinos de conseguir el armamento que estos gobiernos les había negado. El ministro de Defensa Hernu le diría a Gerardo Schamis, el que por entonces era el embajador en París: “No sigan tratando de comprar misiles. No pierdan el tiempo. Nadie les venderá nada y les van a robar el dinero”. Por otro lado, se le indicó al canciller Cheysson que presionara a la ex colonia francesa de Senegal para que permitieran a los aviones ingleses realizar escala, proporcionando los aeródromos de Dakar .
Lo que realmente ayudaría a Gran Bretaña a ganar la guerra sería la suspensión del envío del arsenal comprado a las firmas francesas. La Argentina había adquirido en 1979 una suma de 14 aviones Super Etendard a la empresa Dassault-Breguet, y 15 misiles Exocet a Aérospatiale. Cuando comenzó la guerra, sólo se habían entregado cinco de cada uno de estos elementos, y el posterior bloqueo hizo que no se entregaran hasta el final de la guerra. Uno de los motivos, por el cual Mitterrand pudo ejercer semejante presión sobre las empresas para que no completaran el envío del material bélico y retiraran a sus instructores, fue que el director de la firma Aérospatiale era el general Jacques Mitterrand, hermano del jefe de Estado. Eso facilitó los contactos y las gestiones entre gobierno y empresa.
La importancia de los aviones adquiridos en Francia era que podían transportar el misil Exocet. Pero para saber lo determinante que era la posesión de los misiles, hay que saber lo que estos podían hacer. Era un proyectil de gran tamaño, armado con una ojiva de 950 libras, que podía ser guiado por radar, y que podía dispararse hasta, aproximadamente, 30 millas del blanco, una distancia más que considerable. Los misiles eran difíciles de detectar, ya que volaban a una velocidad de casi Mach 1, haciéndolo al ras de las olas. La mejor defensa ante los proyectiles era derramar al mar grandes cantidades de chaff (cintas metálicas anti radar) para confundir la locación del objetivo. Razón por la cual, los temerarios pilotos argentinos los dispararían a corta distancia de los barcos ingleses.
Una vez terminado el conflicto, la ingratitud de Inglaterra se haría evidente. Cuando los franceses reanudaran la entrega del armamento que, a los argentinos les serviría de poco, se produjo entre los ingleses un clima de hostilidad hacia su aliado. Francia había ayudado desde su neutralidad, sin tener la necesidad o la obligación de hacerlo. Pero en noviembre de 1982, los diarios londinenses Daily Express, The Sun, The Times y The Guardian tildaron de traición el hecho de que Francia completara el envío de los productos que la Argentina había pagado tres años antes. Los medios de comunicación, que pedían un boicot a productos franceses, como el vino o el queso, impulsaban el resentimiento de la población.
Los políticos trataron de interpretar el sentir popular, ya sea por convicción o por oportunismo. Ese fue el caso del diputado laborista Walter Johnson, que agravaría la tensión entre ambos países con sus infames declaraciones: “ese acto de traición por parte francesa está dictado por simples motivos comerciales y por lo tanto debe combatirse con los mismos medios, afectando a los franceses en su punto más débil, evitando enriquecer aún más sus bolsillos”. El diputado, el resto de los políticos, los medios de comunicación y la población, no lograban intuir que, si el gobierno de Mitterrand hubiera estado movido por intereses comerciales, no hubieran acatado el embargo o, por lo menos, hubiera cumplido con lo que se había firmado antes del conflicto.
LOS ESTADOS UNIDOS. La ayuda estadounidense a Gran Bretaña aseguraría la victoria inglesa. Si bien Inglaterra trató de minimizar la participación extranjera, intentando adjudicarse la victoria por sus propios medios, las pruebas (aunque todavía sin la desclasificación de lo sucedido), junto con los comentarios de Thatcher, indican que la Argentina se enfrentó contra mucho más que un estado colonialista. Lo hizo contra varios de ellos. Los Estados Unidos omitían el hecho de que los gobiernos se mueven por el interés nacional. Ni la doctrina Monroe (“América para los americanos”), ni el TIAR, ni el Acta de Chapultepec, que establece las bases para la integridad territorial y política de los países del continente, al igual que el respeto mutuo y la ayuda económica, impidieron que el gobierno de Ronald Reagan tomara la causa inglesa como suya.
Desde antes de la Operación Rosario, cuando la Argentina hizo el desembarco en las islas, los Estados Unidos estaban espiando y reportando lo que sucedía. Parte de la información era obtenida a través de sus instalaciones de escucha e interceptación de inteligencia SIGINT, instaladas en Peldehue, Chile, a 21 kilómetros de Santiago. Las instalaciones pertenecían a la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), y estaban disfrazadas de una instalación de rastreo satelital de la NASA (Administración Nacional Aeronáutica y Espacial). A la afirmación de la primera ministra y a lo expuesto los chilenos, la evaluación que había desarrollado dicho organismo acerca del orden de batalla de las Fuerzas Armadas argentinas.
Otra de las pruebas de la ayuda americana la aportaría Rupert William Simón Allason, ex diputado conservador británico, que escribiría con el pseudónimo de “Nigel West”. Este admitiría en su libro The Secret War for the Falklands, que los hombres del SAS “se dedicaban en la base de Brize Norton de la RAF, a familiarizarse con los nuevos equipos de comunicaciones satelitales, donados por los Boinas Verdes de Fort Bragg, en Carolina del Norte, y enviados a Londres en el Concorde”.
Sin embargo, a pesar de toda la información recolectada por la inteligencia americana desde el exterior, una de las principales instalaciones espías se encontraba en Buenos Aires. Así lo explicaría West: “la embajada también albergaba otra instalación de Inteligencia, un equipo secreto de interceptaciones manejado por la Agencia Nacional de Seguridad. La existencia de un puesto de escucha de la NSA, una clara ruptura del protocolo diplomático, era un secreto celosamente guardado, aunque las autoridades argentinas dudaban de que el impresionante grupo de antenas de techo estuviera enteramente dedicado a intercambiar mensajes con Washington DC. Desde el inicio mismo de la crisis, el puesto clandestino de la NSA produjo los datos más importantes y fue la fuente del cable de la delegación de la CIA a Langley, en que revelaba que la invasión se había puesto en marcha”.
Otro libro que hace referencia a la ayuda brindada por la inteligencia de los Estados Unidos a Londres lo corrobora: The Second Oldest Profession: Spies and Spying in the Twentieth Century. Su autor, Phillip Knightley, escribe: “La NSA y la GCHQ (Jefatura Gubernamental de las Comunicaciones británicas) leían el tráfico militar y diplomático argentino, dos satélites estadounidenses de reconocimiento pasaban una vez al día sobre la costa de ese país (los puestos estaban libres de nubes, de modo que había fotografías del aprestamiento de la flota argentina), la Armada estadounidense tenía sus propios satélites (del sistema White Cloud) que informaban sobre las emisiones electrónicas argentinas y un avión espía de la U.S. Air Force, un SR-71, hacía vuelos sobre el área”.
Además, los Estados Unidos le proporcionarían un considerable potencial estratégico y armamentístico. Así fue cómo el ministro de Defensa de Ronald Reagan, Caspar Weinberger, pondría a disposición de los británicos la base que poseían en la Isla Ascensión, que serviría como escala a los aviones ingleses y terminaría siendo uno de los centros operativos y de abastecimiento de la ayudaestadounidense, hacia los cuales se destinaban, por ejemplo, las miles de toneladas de combustible que le proporcionaban a los ingleses.
También les entregaron a los británicos los misiles AIM-9L Siderwinder (aire-aire), y los Shrike (antirradares). Los Siderwinder serían determinantes, ya que podían ser disparados desde grandes distancias, sin siquiera ver el objetivo enemigo. Cuando el ataque se hizo inminente, los Estados Unidos comenzaron a proporcionar inteligencia satelital, por medio de tres satélites independientes, y vuelos espía del SR-71 (avión de reconocimiento aerofotográfico estratégico-operativo, construido por la empresa Lockheed, que recorría la zona a unos 24 mil metros de altura y con una velocidad de Mach 3, y la utilización del sistema white cloud de la US Navy, basado en unidades subsatelitales que permitía seguir a los buques de superficie desde una altura de 3200 km, con lo cual podía informar a los británicos sobre los movimientos de tropas argentinas. También se utilizó a favor de Gran Bretaña el programa Echelon. Tatcher reconocía que sin ellos toda la empresa hubiera sido imposible.
La afirmación de la primera ministra se reforzaría con la confesión del secretario de Marina de los Estados Unidos, John Lehman: “Entregamos a los ingleses los nuevos misiles Siderwinder. Sólo tenían a los pequeños Harriers sin ninguna capacidad de defensa aérea que podían atacar desde corta distancia y cuando ya tenían a los argentinos a la vista. Con el nuevo Siderwinder podían disparar de frente y a mayor distancia, y eso hizo eficaz el accionar de los Harriers. También pudieron obligar a los argentinos a volar a baja altura, apenas sobre las cubiertas de los buques británicos, y desde allí arrojar sus bombas. Por esa razón, la mayoría no detonaba: más de diez buques británicos fueron perforados por bombas argentinas que no detonaron como consecuencia de obligar a sus aviones a volar a muy baja altura”.
El gobierno de Londres tenía en trámite la compra de armamento que, inmediatamente después de comenzado en conflicto, se hizo efectivo. Entre las armas americanas que se entregaron se encontraban los rifles Armalite XM 203 con lanzagranadas. Sin embargo, todo esto fue insuficiente para Weinberger, quien, según relata Nigel West, ofrecería a los británicos el portaaviones USS. Eisenhower en caso de que les hundieran o sacaran de combate los dos que tenían, el HMS Invincible y el HMS Hermes. Los estadounidenses no estuvieron tan lejos de tener que poner a disposición el portaaviones ofrecido, ya que los argentinos, a través de un ataque perpetrado por dos aviones Super Etendard y cuatro Skyhawk, averiarian el Invincible. Tal era el compromiso del ministro de Defensa, que una vez terminada la guerra lo condecoraría por su actuación en el conflicto.
Por último, el más visible de los roles de los Estados Unidos en el conflicto fue el diplomático. Junto con Perú, fue el más activo de los mediadores, aunque en este ámbito, no fue más parcial que en los antes desarrollados, lo que le indicaría a la Argentina que la posición inclinada a los intereses británicos se traducirían en todos los ámbitos del accionar del gobierno de Washington. Lo más loable que se rescata de sus acciones son los trámites para prevenir la guerra, aunque una vez comenzado el conflicto armado dejó la imparcialidad de lado.
El secretario de Estado de Reagan, Alexander Haig, fue el encargado de acercar las partes, empresa que estuvo a punto de llevar a cabo cuando apoyó la propuesta de Belaúnde, el presidente peruano que enderezó la balanza diplomática.
Haig cumplía órdenes de Reagan, pero la posición que le obligaron a adoptar estaba en concordancia con sus sentimientos, ya que tenía un gran desprecio por los militares argentinos que ocupaban el poder, a quienes se ha referido en una reunión en el Departamento de Estado como “esbirros locos de poder”. Pero sus sentimientos no fueron suficientes como para que los americanos se arrepintieran de haberlos puesto en el poder. El mediador no ocultó en sus declaraciones posteriores que nunca fue imparcial. Por el contrario, afirma que le hizo saber al gobierno argentino antes del conflicto que, de haber una guerra, los Estados Unidos apoyarían a Gran Bretaña. Esta aclaración era pertinente ya que, si bien se sabe que a los anglosajones los unen lazos históricos fuertes, los militares argentinos también eran aliados de Washington en la lucha anticomunista.
La principal misión de Haig fue evitar la guerra. Una vez comenzada, sus recursos diplomáticos se irían diluyendo. Llegó a Buenos Aires el 9 de abril afirmando que la determinación de Thatcher de ir a la guerra dejaba a la Casa Rosada con una sola opción para evitar el conflicto: cumplir con la Resolución 502 de la ONU, que ordenaba el cese de hostilidades y el retiro de tropas. A tal propuesta, que le quitaba a la Argentina la ventaja del posicionamiento en las Malvinas, le contestaron que podían remplazar las tropas por fuerzas de seguridad, a condición de que se negociara la soberanía de las islas, y que la Task Force interrumpiera su marcha hacia el Atlántico Sur. El mediador americano sabía que la propuesta, de ser aceptada, sería considerada por los ingleses como una derrota y significaría un suicidio político para la primera ministra, por lo que la desestimó enseguida.
Volvió a Londres para negociar otra propuesta con Thatcher, y una vez logrado el propósito, voló el 16 de abril hacia la capital argentina. La propuesta consistía en el retiro de tropas, condición para que las Fuerzas Armadas británicas detuvieran su avance hacia la zona de conflicto, pero ofrecían la permanencia de la bandera argentina en las islas, la administración de las mismas a través de un gobierno tripartito, y daba garantías para la solución a largo plazo de la disputa. Si bien Haig afirmaba que la propuesta se había conseguido tras un doloroso acuerdo con la primera ministra, la desconfianza hacia el americano era tal, que lo único que pensaron los argentinos era que estaban tratando de ganar tiempo para desplegar todas las naves de combate británicas en la zona de conflicto. Cuando Haig se quejara por cómo los medios argentinos lo hacían quedar como probritánico, el jefe de la Armada, Jorge Anaya, le respondería: “Esas versiones reflejan una realidad”. La contrapropuesta argentina terminaría con las posibilidades de una resolución pacífica hasta la de Belaúnde. La Junta Militar afirmaba que el gobierno de las Malvinas tendría que estar a cargo de un funcionario designado por el gobierno argentino. Alexander Haig se iría con el fracaso de no haber logrado la paz, y con la decisión de apoyar con todavía más firmeza a sus aliados británicos.
Tiempo después, el mediador afirmaría que el conflicto de las Malvinas había sido su Waterloo, y justificaría su derrota declarando “quedé atrapado entre el machismo de la Junta Militar argentina y la voluntad de hierro de Margaret Thatcher”. Y negaría que la confianza de los argentinos al status neutral de los Estados Unidos hubiera sido producto de una ingenuidad, ya que “desde un principio dejé en claro en ambas capitales que, si no había una solución pacífica, íbamos a tener que alinearnos con Gran Bretaña porque la ley había sido violada. Entonces nunca fuimos neutrales en el sentido que nunca fuimos imparciales”. Sin embargo, la voz y el voto del secretario de Estado no era la única, y el apoyo a Gran Bretaña no fue realizado con unanimidad.
La embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Jeanne Kirkpatrick, defendía la necesidad de ser neutrales, ya que consideraba que la Argentina era un buen aliado en la lucha contra el comunismo en América Latina, y que había que preservar las buenas relaciones con la región, ya que, como se sabe, el Tercer Mundo es el talón de Aquiles del capitalismo. Hasta último momento, la embajadora trató de convencer al presidente Reagan de la conveniencia de su postura, y debatió en duros términos con Haig.Pero la posición del mediador terminaría llevando a los Estados Unidos a tomar la causa británica como suya, con un compromiso que se justificaba en la lucha anticomunista de la Guerra Fría, para acallar las voces que aseguraban que Occidente no estaba dispuesto a usar la fuerza.
EL CONFLICTO EN EL MARCO DE LA GUERRA FRÍA. Fue el esquema ideal para la alianza estadounidense con Gran Bretaña. Si bien no se trataba de un conflicto ideológico, en el cual se enfrentaban el capitalismo contra el comunismo, sino que los que iban a la guerra eran dos aliados de los Estados Unidos, los años de posguerra habían asegurado las relaciones entre británicos y la superpotencia capitalista.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, los tres principales vencedores, Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, debieron decidir en qué lugar del nuevo orden mundial se ubicarían. En este sentido, se han desarrollado algunas posibilidades que, para algunos, hubieran sido factibles. Se podría haber ingresado en una etapa de paz, en la cual las tres potencias hubieran tenido relaciones amistosas y una competencia sana que les permitiera convivir. Pero otra de las posturas asegura que podrían haberse formado tres posibilidades de alianzas bilaterales en contra de otra de las potencias. Una posibilidad era que los Estados Unidos y la Unión Soviética formaran un frente antiimperialista contra Gran Bretaña. Una segunda alternativa hubiera sido que la Unión Soviética se aliara con Gran Bretaña conformando un frente antihegemónico contra los Estados Unidos. Y por último, la que dejó de ser una posibilidad y se transformaría en un hecho: la alianza entre Estados Unidos y Gran Bretaña en un frente anticomunista.
El hecho de que la primera de las opciones fuera tan poco factible, en la medida en que la paridad de las dos superpotencias las terminaría enfrentando tarde o temprano, y que formar un frente antiimperialista no conformaba sus intereses prioritarios y, debido a que las dos tenían también tendencias imperialistas, ubicaba a Gran Bretaña en la privilegiada posición de desnivelar la paridad e inclinar el nuevo orden internacional hacia uno u otro lado de la balanza. Empero, el segundo de los casos tampoco era muy probable, ya que los lazos culturales y las alianzas entre los sajones, además de ser más antiguos, compartían intereses y formas de gobierno, haciendo difícil la posibilidad de que una democracia se una a una dictadura para enfrentarse a otra democracia. Ambos pregonaban el liberalismo económico y veían a su principal enemigo en el comunismo. Por otro lado, la relación de Churchill con Roosevelt los encontraba más cerca de la que ambos tenían con Stalin. Pero el hecho de que Gran Bretaña se volcara del ladoestadounidense, podría tener una causa más específica y concreta. Para el final de la guerra, Gran Bretaña se encontraba destruida, y con una economía tan debilitada que sólo una ayuda financiera del exterior podría evitarle la quiebra. El préstamo lo haría efectivo los Estados Unidos, después de las negociaciones realizadas con éxito en diciembre de 1945. A cambio, el Imperio británico se abriría a las empresas estadounidenses. Aun así, esto sería posible debido a que para los Estados Unidos era muy importante la alianza con los ingleses, ya que constituiría un baluarte contra la expansión del bloque comunista, y los británicos, si bien perdían la condición hegemónica, conservaban un papel de privilegio en el escenario internacional.
Los países de América Latina, cobraron mayor interés en la Guerra Fría, a partir de la crisis de los misiles en Cuba en 1962. Pertenecían a la zona de influencia americana, y constituían una amenaza para los Estados Unidos, ya que el Tercer Mundo siempre fue considerado por los comunistas como un potencial bastión, en el que se absorbían sus ideologías con intensidad, y la única finalidad de la propaganda estaba destinada a la conciencia de clase. Si uno de estos países caía bajo la influencia de los soviéticos, como había pasado con Cuba, y había quedado demostrado con la crisis de los misiles, podrían convertirse en bases estratégicas para un eventual ataque, aunque por esos años, la teoría de la Mutua Destrucción Asegurada de Mc Namara, lo tornara menos probable.
Como consecuencia de la importancia cobrada por Latinoamérica, y la fragilidad política que la caracteriza, junto con la decisión de algunos gobiernos de no alinearse a los intereses de los Estados Unidos, y la probabilidad de que facciones políticas socialistas ocuparan el poder, como había sucedido con Salvador Allende en Chile, derivaron posteriormente en el Plan Cóndor. Esta estrategia, articulada por la inteligencia americana por orden del gobierno de Washington, consistía en la anulación del sistema democrático mediante golpes de Estado en países como Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y la Argentina. En su lugar, se instaurarían regímenes militares, con el fin de aniquilar a grupos izquierdistas, tanto guerrilleros como civiles. De esta manera, los llamados gobiernos nacionalistas no eran más que otra muestra de la dependencia, la sumisión y el yugo de los sudamericanos a las voluntades hegemónicas. Sin embargo, la Guerra de las Malvinas se les salió de control a los estadounidenses.
El conflicto del Atlántico Sur responde tanto a los que lo sitúan separado de la Guerra Fría como a los que intentan demostrar que fue enmarcado por la lucha entre bloques. Sin embargo, la posición a adoptar se encuentra en el medio de las dos anteriores. Si se toma como parte de la Guerra Fría los conflictos bélicos provocados por la puja entre las ideologías capitalista y comunista, entonces la guerra entre Argentina y Gran Bretaña se sitúa por fuera de dichos parámetros. Pero si se tiene en cuenta que el gobierno de la Junta Militar fue puesto en el poder por los Estados Unidos como remedio a la expansión del comunismo, y que fue este gobierno el que intentó recuperar las Malvinas por la fuerza. O si citamos que los principales aliados de la Argentina integraban el Movimiento de los No Alineados, que luchaba contra el imperialismo y era consecuencia de la pugna entre las superpotencias, podríamos afirmar que el conflicto del Atlántico Sur por lo menos no estuvo ajeno a lo que pasaba en el resto del mundo.
Por otro lado, Thatcher estaba convencida de que la inacción ante una agresión le daría espacio a la Unión Soviética para creer, o a sospechar, de una eventual debilidad de su país. Se afirma que gran parte de los motivos plasmados en el Parlamento, y expresados por la primera ministra, giraban en torno a la posibilidad de mostrar que si estaban dispuestos a defender unas islas en el extremo sur del Atlántico, la determinación que tendrían para defender a su país en caso de una agresión del bloque comunista.
Por su parte, Reagan estaba consciente de que si bien su principal interés era evitar la guerra entre dos de sus aliados, una derrota inglesa implicaría una derrota de occidente, y dejaría al bloque en una posición de desventaja. Alexander Haig, en una de las frases que relacionan las Malvinas con el contexto internacional, aseguraría que: “En el marco de la Guerra Fría con la URSS, muchos percibían cierta debilidad en la determinación de Occidente a recurrir al uso de la fuerza en caso de ser desafiado. Y el imperio de la ley era un componente importante de esto”. En cuanto a los argentinos, no querían que las relaciones con la Unión Soviética, ya sea para recibir ayuda de inteligencia, o para burlar el bloqueo de armas impuesto por Europa, fueran visibles, ya que tenían firmado un pacto anticomunista, y esto podía desatar una crisis interna con los compañeros que ubicaban al bloque como la amenaza más latente que tenía el país.
Para evitar insubordinaciones entre militares y ocultar trámites y relaciones entre ambos, la Junta decidió tratar con los soviéticos mediante empresas particulares, lo cual estancaría las conversaciones. Si bien la Unión Soviética hubiera sido igual de precavida que los Estados Unidos a la hora de prestar ayuda a la Argentina, siempre estuvo claro que los soviéticos no querían transformar el carácter del conflicto y dimensionarlo a proporciones mundiales, y que el gobierno de Buenos Aires conservó hasta último momento el miedo de perder a sus aliados occidentales, sin resignarse al hecho de que los había perdido hacía ya mucho tiempo.
En consecuencia, si bien se incluyen en la Guerra Fría conflictos ideológicos y geopolíticos que encontraban a los bloques en una disputa permanente y de proporciones mayores en recursos y bajas, como lo fueron las guerras de Vietnam, de Corea, o de Afganistán, el conflicto por las Islas Malvinas está íntimamente relacionado con la dicotomía ideológica que condicionaba todos los aspectos del resto del mundo. No se puede estudiar la guerra del Atlántico Sur sin enmarcarla y analizar los grados de influencia que tuvo la Guerra Fría en el comportamiento de los actores. Sin embargo, la influencia y el marco que condicionaron la Guerra de Malvinas, no ubican a este conflicto dentro de la disputa entre bloques, ya que ambos eran capitalistas, occidentales y aliados de los Estados Unidos.
Conclusión. El respeto de los estados por el estatus de neutralidad comenzó a declinar en la Segunda Guerra Mundial pero fue en la Guerra Fría cuando perdió importancia. Allí se vio cómo gobiernos que habían hecho pública su neutralidad, apoyaban con inteligencia y armamento, supervisando y entrenando a la facción beligerante que les era afín a sus intereses. Así como se podía ver a integrantes del Vietcong peleando con armamento soviético, o afganos luchando con armas americanas, se pudo observar a los ingleses combatiendo con material bélico proveniente de los Estados Unidos.
¿Fueron neutrales los estados? Si bien Chile y Perú fueron los únicos que estuvieron a punto de entrar en combate directo, dejando de lado su estatus anunciado para comenzar con prácticas agresivas en el conflicto, ninguno realizó acciones directas de violencia.
Según lo especificado por el Derecho Internacional, los gobiernos se podrían haber resguardado en la venta de armas de empresas privadas, que si bien responden en la mayoría de los casos al Estado en el cual están asentadas, no está prohibido por el Derecho Internacional, que establece muy bien las diferencias entre las decisiones privadas y públicas. Pero este no fue el caso. Tanto Perú a favor de la Argentina, como Chile, los Estados Unidos y Francia a favor del Reino Unido, proporcionaron material bélico y de inteligencia a las partes beligerantes.
Tanto Chile como los Estados Unidos, mediante su posesión de la Isla Ascensión, violaron su neutralidad, dejando a las tropas británicas utilizar su territorio como base operacional. Se vio la importancia que tuvo para los británicos el hecho de poder utilizar la Isla Ascensión como escala para sus aviones, y como destino de la ayuda proporcionada por los americanos. Y se analizó cómo integrantes de las fuerzas armadas del SAS, cuando cruzaban los Andes con destino a Chile, en lugar de ser internados, regresaban a Londres, permitiéndoles seguir el combate. El territorio nacional trasandino fue utilizado tanto para inteligencia como para el asentamiento de tropas inglesas.
De esta manera, es posible observar cómo Chile y los Estados Unidos participaron activamente del conflicto, violando el Derecho Internacional, y cómo Perú y Francia se dejaron llevar por la parcialidad declarada para proporcionar armamento e inteligencia nacional a las partes beligerantes.
En cuanto a la Guerra Fría, si bien no fue una guerra ideológica en la que los bloques se disputaban la supremacía, la instauración del gobierno militar argentino en el poder fue consecuencia directa de esa disputa ideológica. La alineación americana con Inglaterra fue mucho más fuerte a partir de la importancia del rol británico en la Guerra Fría y las alianzas que pudo conseguir la Argentina fueron posibles gracias al Movimiento de los No Alineados, producto también de la pugna entre los bloques.
Más allá de ciertas afinidades entre estados, hay que destacar que el polémico accionar de los gobiernos neutrales en la Guerra de las Malvinas, fue producto de intereses particulares, que los ubicaban de uno u otro lado del conflicto y con una parcialidad que ignoró e hirió las reglas internacionales.
La incidencia en la Guerra de Malvinas por parte de algunos de los actores con estatus neutral, convirtió el conflicto en una problemática multilateral, en la que ayudaron activamente a una de las partes beligerantes. El Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca que no se activó debido a la falta de unanimidad.
La neutralidad define la posición de los estados que no participan en una guerra. El Estado neutral, de acuerdo al Derecho Internacional, puede permitirse la parcialidad hacia alguna de las partes beligerantes, pero siempre manteniendo su accionar dentro de actitudes no violentas. Mientras no incurra en hostilidades contra los estados en conflicto, ninguno podrá considerarlo fuera de la neutralidad. Este cambio en el Derecho se ha visto efectivizado a partir de la época de posguerra.
La no beligerancia es una nueva forma de neutralidad, liberando ciertos deberes que antes eran obligatorios para los estados neutrales. Pero en la 5ª y 13ª convención de la Haya, se prohibe a los gobiernos neutrales proveer a alguna de las partes de materiales de guerra, aunque permite que las transacciones con fines bélicos sean realizadas por particulares.
TRATADO INTERAMERICANO DE ASISTENCIA RECÍPROCA. Algunos estados pidieron que se pusiera en práctica para ayudar a la Argentina. Polémico fue el hecho de que no se haya utilizado, y fue, para muchos, el acabose de un tratado que tenía por finalidad defender la zona de influencia estadounidense en la Guerra Fría, y no unir al continente en contra de un aliado estadounidense.
El TIAR fue firmado a comienzos de la disputa entre los EE UU y la URSS por la hegemonía mundial, en 1947, en la ciudad de Río de Janeiro, y fue reformado en 1975. El texto puede resumirse en la primera fracción del artículo tercero del tratado: “Las altas partes contratantes convienen en que un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado americano, será considerado como un ataque contra todos los Estados Americanos, y en consecuencia, cada una de dichas Partes Contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque, en ejercicio del derecho inmanente de legítima defensa individual o colectiva que reconoce el artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas.” Este pacto regional de defensa mutua tuvo a la Organización de Estados Americanos como marco y estaba dirigida claramente a disuadir a los estados socialistas de que no tratasen de expandirse por la fuerza en estas latitudes.
¿Por qué el conflicto despertó una gran polémica en torno al tratado? En el artículo 9 del TIAR, se afirma que se tomará en cuenta como agresión “el ataque armado, no provocado, por un Estado, contra el territorio, la población o las fuerzas terrestres, navales o aéreas de otro Estado”. En el inciso siguiente remata que “la invasión, por la fuerza armada de un Estado, del territorio de un Estado americano, mediante el traspaso de las fronteras demarcadas de conformidad con un tratado, sentencia judicial, o laudo arbitral, o, a falta de fronteras así demarcadas, la invasión que afecte una región que esté bajo la jurisdicción efectiva de otro Estado”. Sin embargo, el artículo al que se hace referencia no aclara si el territorio en disputa era legalmente ocupado por Gran Bretaña, o legítimamente reclamado por la Argentina. Aquí es donde empieza la controversia.
Con la independencia de los españoles se demarcaron los límites del país, quedando dentro de las fronteras establecidas todos los territorios que en su momento pertenecieron a la corona ibérica, bajo soberanía argentina, incluyendo a las Malvinas. En 1833, la flota británica desembarca en las islas tomando posesión de las mismas, reduciendo a la población argentina y llevándola a territorio continental. A partir de entonces, la Argentina reclamaría y denunciaría diplomáticamente la usurpación, no sólo recurriendo a la Historia, sino también a la Geografía, afirmando que el hecho de la contigüidad entre los territorios y la continuidad de la plataforma continental que une las islas con el continente, avalaba su legítimo reclamo. En cambio, el principal argumento utilizado por Inglaterra para legitimar la soberanía sobre el territorio es su supuesto descubrimiento. Esto fue refutado por la Historia, ya que un siglo antes de que el inglés John Davis escribiera que había divisado unas islas en el Atlántico Sur, Américo Vespucio había escrito lo mismo. Lo siguieron Magallanes y Alonso de Camargo. Y si bien todos fueron comentarios superficiales e imprecisos, los primeros documentos comprobados y no objetados fueron los que se refieren al avistaje de Sebald de Weert, holandés. Los imperialistas, además, afirman que se debe tener en cuenta la voluntad de los isleños de pertenecer a Inglaterra, es decir, la autodeterminación de los pueblos. Claro que no les importó la voluntad de los isleños en 1833, cuando quitaron a la población argentina para implantar la propia. Por otro lado, este argumento terminó de perder validez cuando Inglaterra consideró como británica a la población isleña, ya que de esa manera pierden el valor de parte independiente dentro de la disputa, integrando la parte inglesa en una disputa claramente bilateral.
Otro punto conflictivo es que las Naciones Unidas, que prohibirían la anexión de territorios utilizando la fuerza, ni siquiera existían, por lo que ante la imposibilidad de aplicar retroactividad en el derecho, no puede ser utilizado a favor de la Argentina hasta su reconquista en 1982.
Es fundamental en la posición adoptada de los países del continente al interpretar si fue un ataque británico a territorio continental, en cuyo caso habría que aplicar el TIAR, o fue un ataque argentino a territorio inglés, como argumentarían los Estados Unidos.
En la Comisión de Trabajo de la Conferencia de Cancilleres, reunida en abril de 1982, se aprobó una resolución que respaldaba la soberanía argentina en las islas, se exhortaba al Reino Unido a terminar de forma urgente las hostilidades, reclamaba a las partes la reanudación de las negociaciones para la solución pacífica del diferendo, y aprovechaba para “deplorar la adopción por los miembros de la Comunidad Económica Europea y otros estados, de medidas coercitivas de carácter económico y político que perjudican al pueblo argentino y exhortarlos a levantarlas, ya que constituyen un grave precedente por cuanto no están amparadas en la Resolución 502 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y son incompatibles con la carta de la ONU, OEA y GATT. Sin embargo, la aprobación de la resolución no fue de forma unánime. Hubo cuatro estados que se abstuvieron: Chile, Colombia, Estados Unidos y Trinidad Tobago. La guerra había comenzado el 2 de abril, día del desembarco argentino.
El dilema que ponía en juego la alianza continental seguiría hasta nuestros días, ya que, si bien la mayoría de los estados consideraba la guerra como un ataque inglés a la soberanía argentina sobre las islas, un ataque extracontinental a un Estado americano, el TIAR tiene que ser aprobado unánimemente. Requiere una reacción colectiva, que impide su puesta en marcha por un grupo de países miembros. Las abstenciones fueron justificadas de la siguiente manera:
1) El tratado es típicamente defensivo: dice que un “ataque” a un Estado americano obliga a que las partes “hagan frente” a dicho “ataque”, en ejercicio del derecho de “legítima defensa”. En el caso de Malvinas, la iniciativa militar fue de la Argentina, país que decidió tomar el archipiélago por la fuerza.
2) El tratado se refiere a eventuales ataques contra un “Estado” americano, y en 1982 no hubo ataque contra un “estado” como tal, sino una guerra en el marco de una disputa por un archipiélago, bajo administración del Reino Unido desde 1833, sobre el cual la Argentina reclama derechos de soberanía.
Si bien los Estados Unidos merecen un capítulo aparte, cabe analizar el comportamiento del resto de los países firmantes, sobre todo las acciones peruanas y chilenas. En la votación del 27 de abril, se destaca la abstención colombiana, debiendo aclarar que su ministro de Relaciones Exteriores, Carlos Lemos Simmons, lo justificó pues su país distingue entre el derecho que asiste a la Argentina para reclamar la soberanía del disputado archipiélago y el acto de fuerza realizado el 2 de abril. La posición de ese país con respecto al tratado va en la misma línea que el discurso americano, postura que generó la condena del resto de los países latinos, exceptuando a Chile. Su representante, Pedro Daza, se lamentó por no haber ajustado las actuaciones del TIAR a los términos de lo resuelto por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Resolución 502), con el objetivo de no trabar la medida provisional adoptada y usar todas las herramientas disponibles para la solución pacífica. La resolución a la cual se refiere Daza surgió por iniciativa inglesa cuando el embajador Parsons pidió la reunión del Consejo el 2 de abril de 1982. La moción de Gran Bretaña fue aprobada por nueve votos a favor (Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Irlanda, Guyana, Jordania, Togo, Uganda y Zaire), uno en contra (Panamá) y cuatro abstenciones (Unión Soviética, China, Polonia y España).
La misma decía: “El Consejo de Seguridad, recordando la declaración hecha por el presidente del Consejo de Seguridad el 1-ABR-82 a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido para que eviten el uso de la fuerza en la región de las Islas Falklands, profundamente preocupado por los informes sobre la invasión el 2-ABR-82 por las Fuerzas Armadas de la Argentina y declarando que existe un quebrantamiento de la paz en la región de las Islas Malvinas:
1) Exige un inmediato cese de las hostilidades.
2) Exige el retiro inmediato de todas las fuerzas argentinas de las Islas Malvinas.
3) Exhorta a los gobiernos de la Argentina y del Reino Unido a que procuren hallar una solución diplomática a sus diferencias y que respeten totalmente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas.”
Así, Chile iría quitándo el velo a lo que sería su alineación con el gobierno de Margaret Thatcher. La Argentina buscó, a través del embajador Roca, el veto soviético y chino.
El embajador Troianovsky contestó que era una decisión de Altas Autoridades, aclarando que no tenía atribuciones para ello y que su voto sería de abstención. El embajador chino evadiría de igual forma pronunciarse sobre el requerimiento. Ninguno quería transformar la disputa entre un país periférico y una potencia, en un conflicto Norte-Norte. La primera victoria inglesa sería diplomática.
MOVIMIENTO DE PAÍSES NO ALINEADOS. Surgió como una consecuencia de la Guerra Fría, en la que un grupo de estados no se resignaba a alinearse a los bloques americano y soviético. Se trató por medio del bloque de lograr una cooperación Sur-Sur, entre países del Tercer Mundo, en busca de desarrollo económico y social, en el marco de la independencia y su consecuente lucha contra el colonialismo, y poniendo énfasis en la autodeterminación de los pueblos.
El primer paso concreto se realizó en el Encuentro de Bandung en abril de 1955, donde se reunieron 29 estados africanos y asiáticos. Posteriormente, se concretó la I Conferencia de Países No Adheridos a Bloques, en septiembre de 1961, punto de partida del Movimiento de Países No Alineados. Entre los objetivos más importantes, se encontraba la equidad del orden internacional. Luego se les unirían a los afroasiáticos los latinoamericanos, entre los cuales se encontraba la Argentina, que ingresó en 1973, en democracia, y con un alto grado de compromiso.
Con el golpe de Estado y el gobierno militar, se desencadenó un debate en el cual algunos pretendían la desvinculación de un bloque que veían con tintes socialistas. El compromiso con el movimiento tuvo su auge cuando la Argentina recibió el apoyo completo de los No Alineados en la Guerra de Malvinas, pero iba a terminar retirándose en 1991 durante el gobierno de Carlos Menem. La participación argentina en la cumbre de los Países No Alineados fue consecuencia de que los estados que consideraba como sus verdaderos aliados le dieran la espalda. Siempre esperó que el pacto anticomunista hiciera de los Estados Unidos, si no un aliado, por lo menos un actor neutral. Pero al ver que el único apoyo venía de alguno de los países del Tercer Mundo debió desideologizar a sus aliados y recibir el apoyo tanto de Cuba y la Nicaragua sandinista en el continente, como de la Unión Soviética, que tanto resistía en los tiempos de paz. Así lo expresó el canciller Nicanor Costa Méndez en 1976, integrante del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales, en la revista Carta Política: “La militancia en el grupo de los No Alineados constituye el extremo de una posición. La Argentina está, en verdad, alineada con los Estados Unidos [...]. La militancia en el grupo de los No Alineados puede alejarnos de nuestros viejos amigos y de nuestros aliados”. Consecuente con sus dichos, Costa Méndez declararía en 1981 que la Argentina no pertenecía al Tercer Mundo ni a los No Alineados, porque ese grupo de países no era de raza blanca y de religión católica.
Antes de la guerra, el canciller no sabía que tendría que viajar a La Habana, Cuba, a una reunión de los No Alineados, y que recibiría la solidaridad y el apoyo sincero de los países de los cuales se quiso diferenciar. No serían los aliados ideales para el gobierno argentino y acompañarían a la Argentina como una suerte de opinión pública que se contraponía con la europea. Costa Méndez tuvo que aceptar el apoyo y abrazarse con Fidel Castro. Los integrantes del bloque supieron diferenciar las ideas del gobierno de turno de las necesidades de un país que estaba luchando contra el colonialismo. Tantas fueron las declaraciones a favor de la Argentina que el canciller afirmó que el Movimiento de los No Alineados comprendía la lucha de su país, porque muchos de sus integrantes llevaban peleando por su independencia y por la emancipación de potencias colonialistas, citando a Cuba, Argelia, India, y Vietnam, entre otros. En la Casa Rosada hicieron propio el discurso por el cual antes hubieran torturado y asesinado.
La vuelta de timón se haría oficial cuando Leopoldo Galtieri le expresara a través de una carta su “agradecimiento conmovido” a Fidel Castro. Expresando su sentir, el canciller se pronunciaría a favor del reingreso de Cuba al sistema interamericano. Sin embargo, la muestra de pragmatismo del gobierno argentino no pasaría desapercibida para una reportera de la revista Gente, que en junio de 1982 le preguntaría al general Héctor Iglesias, secretario de la Presidencia, si para un militar argentino era muy difícil superar un abrazo Fidel Castro-Costa Méndez. A lo que el militar le respondería: “Tengo una gran cantidad de amigos con los cuales no comulgo ideológicamente y sin embargo me estrecho en un abrazo con ellos. Porque como ser humano me brindan algo o porque en una etapa de mi vida me han prestado apoyo.” Agregaría, refiriéndose a los No Alineados, que “entre ellos hay quienes tienen regímenes marxistas o promarxistas. Eso no quiere decir que nos vayamos a hacer marxistas. Cuando Inglaterra se alió con Rusia para luchar contra el nazismo, no se hizo marxista”. Y trataría de justificar lo que para muchos de los partidarios significaba una traición: “Mire, cuando necesito armas para la defensa nacional y los supremos intereses de la patria, le compro a quien me venda.”
Para conocer el grado de compromiso del bloque, y entender lo que derivaría en el cambio de postura radical del gobierno de Buenos Aires, hay que citar declaraciones efectuadas durante la guerra. En la cumbre de los No Alineados realizada en La Habana, Fidel Castro diría al diario italiano L’Unità: “Esta lucha (por la soberanía de las Islas Malvinas) ha creado un sentimiento nacionalista, un patriotismo latinoamericano que nunca antes hemos sentido tan intensamente. Hemos sentido la causa argentina como nuestra causa. Hemos sufrido los muertos argentinos como propios. La victoria argentina es nuestra victoria. La derrota argentina sería nuestra derrota”. El vicepresidente del Consejo de Estados y de ministros del país caribeño confirmaría las afirmaciones de su presidente, cuando declarara que su gobierno estaba dispuesto a participar en el conflicto a favor de los argentinos “con todos los pueblos de América Latina, con todos los elementos de ayuda”.
El ministro del Interior de Nicaragua, el comandante Tomás Borge, señalaría en mayo de 1982 que “es intolerable que una potencia extra continental, una potencia europea, agreda a un país de América Latina”, y así se diferenciaría de las posturas de Chile, Colombia y los Estados Unidos, afirmando que la agresión a un país americano estaba dada y que, por lo tanto, debía aprobarse la participación de los estados americanos en la guerra en el marco del TIAR. El apoyo explícito de Nicaragua se debe al mejoramiento de las relaciones bilaterales, lo que derivaría en el ofrecimiento del gobierno de Managua de mandar contingentes a la zona de conflicto. Pero cuando le preguntaron si su país iba a participar activamente, ya sabiendo que la alianza continental no sería puesta en marcha por no contar con los votos de forma unánime, evitaría el compromiso a nivel gubernamental, y respondió: “Estoy seguro que muchos nicaragüenses irían. Sobrarían los voluntarios.”
El canciller panameño, Jorge lllueca, iría más allá, acordándose también de los Estados Unidos en sus declaraciones, refiriéndose a “la demencia política inglesa y la consecuente miopía estadounidense”. Y condenaría que el gobierno americano “facilita misiles, municiones y material de guerra con los cuales se da muerte a centenares de heroicos jóvenes argentinos”, llueca terminaría criticando “la política hostil, prepotente e inamistosa de Inglaterra, Estados Unidos y la Comunidad Económica Europea”.
Panamá no se restringiría a realizar declaraciones, sino que Arístides Royo, su presidente, le pediría formalmente a Ronald Reagan que se abstenga de la utilización de las bases militares estadounidenses ubicadas en su territorio, cerca del canal, para ayudar directa o indirectamente a los ingleses, en lo que sería la utilización de las prácticas de diplomacia directa. Royo, involucrándose todavía más en el conflicto, y posponiendo sus propios intereses a lo que se consideraba como una causa latinoamericana, condenaría a los Estados Unidos porque era el país que debía velar por el cumplimiento de la Doctrina Monroe, mientras que, por el contrario, se reconocía en sus políticas “una extraña identificación con los estertores del colonialismo europeo”. Pero a pesar de las muestras de apoyo, el canciller argentino Costa Méndez, reconocería que había en el bloque de los No Alineados una cierta desconfianza, generada por las declaraciones de funcionarios de su país antes de la guerra, incluidas las suyas: “Nos ha recibido con enorme interés y también con una enorme desconfianza, porque la Argentina siempre ha manifestado no ser miembro real del movimiento.”
La causa de Malvinas tuvo un inconveniente: no podían dejar de mencionarse otros reclamos territoriales que existían en el continente y, además, sentar el precedente para que Guatemala reclamara su soberanía sobre Belice, o le daría pie a Venezuela para recobrar una parte de Guyana. Esas razones, y no las respectivas a las Islas Malvinas, podrían haber provocado rechazos a la postura argentina. Eso derivó en que la estrategia adoptada por el gobierno argentino se centrara en diferenciarse de otros casos, y de que se tratara el tema mediante relaciones bilaterales, en lugar de multilateralmente. De ahí que no haya impedido que la posición de los No Alineados acompañara los intereses anticolonialistas en contra de Gran Bretaña. Aunque antes del conflicto todos los estados del bloque le pedían al gobierno británico continuar con las negociaciones de soberanía, los probritánicos abogaban por la voluntad de los isleños, mientras que, por ejemplo, Cuba, Nicaragua y Yugoslavia sólo pretendían tenerlos en cuenta, posición que se terminaría imponiendo y se traduciría como una victoria argentina. El tema era complicado, ya que uno de los preceptos básicos del movimiento era la autodeterminación de los pueblos, por lo que las comisiones argentinas debían explicar la diferencia de su caso particular, afirmando que era una población británica, implantada por la fuerza después de la expulsión de los habitantes que vivían en las islas antes de 1833. La presión diplomática por parte de Gran Bretaña a los países del bloque, sobre todo aquellos que habían sido colonia inglesa, y las relaciones de la Argentina con Israel y con el gobierno racista de Sudáfrica que ocupaba Namibia, complicaban el apoyo de los países tercermundistas, aunque su postura variaba del apoyo furioso de países como Cuba y Nicaragua, a la de los que se pronunciaban a favor de los intereses argentinos. Para lograr la postura que se terminaría adoptando, la Argentina tuvo que condenar las políticas israelíes y al régimen sudafricano.
CHILE. Las tensas relaciones que la Argentina mantenía con Chile eran de público conocimiento. Gran Bretaña sabía que detrás de la cordillera tenía un potencial aliado. Sobre todo, con las disputas limítrofes que mantenían los sudamericanos, reclamando ambos un territorio conocido como “el martillo”, situado en el Canal de Beagle. Esa situación derivó en el arbitraje de la reina Isabel II del Reino Unido, convocado por Salvador Allende y Alejandro Agustín Lanusse en 1971 (se eligió una Corte Arbitral con jueces de los EE UU, Francia, Nigeria, Suecia y el Reino Unido), con que seis años después se le concedería a Chile la mayor parte del espacio en cuestión. La Junta Militar argentina declaró que el laudo era “insubsanablemente nulo”, y reclamó una porción mayor del territorio disputado antes del arbitraje. Poco faltó para que el 22 de diciembre de 1977 las Fuerzas Armadas argentinas ocuparan por la fuerza el lugar reclamado, pero la intervención de la Santa Sede, a través del cardenal Antonio Samoré, evitó lo que hubiera sido la guerra entre los dos países.
El conflicto con Chile, aún vigente durante la Guerra de Malvinas, no se solucionaría hasta 1984, cuando Raúl Alfonsín firmó un tratado de paz y amistad con el vecino país. Fue necesario hacer un plebiscito que, si bien no era vinculante, ayudó a cambiar el rechazo al tratado que existía en el Poder Legislativo y que sería aprobado por sólo un voto.
Los chilenos tenían motivos para pensar que, en el hipotético caso de que la Argentina ganara la Guerra de Malvinas, iniciaría acciones bélicas en su contra. Esta creencia estaba respaldada por declaraciones como las de Galtieri, que convencido de la victoria frente a los ingleses, llegó a decir “que pase el que sigue”, aclarando que Malvinas era “sólo el primer paso”, y que el próximo era la recuperación de todos los otros territorios que son paso y que el siguiente, la recuperacion de todos los otros territorios argentinos que no estaban en su poder. Tiempo después, el brigadier Basilio Lami Dozo, que comandaba la Fuerza Aérea en aquel momento, confirmaría que “después de Malvinas”, la Marina y los halcones del Ejército “iban a atacar Chile”.
Después de la euforia nacionalista que despertó el campeonato mundial de fútbol ganado por la Argentina en 1978, imprimieron afiches que decían: “Ahora vamos al mundial del Beagle”. Aunque el embajador chileno decía a sus vecinos que gracias a su país tenían las espaldas bien cuidadas, Fernando Matthei, ex comandante en jefe de la Fuerza Aérea trasandina, terminaría aceptando que hizo “todo para que la Argentina perdiera la guerra”. Por último, cuando Pinochet estaba preso en Inglaterra, se hicieron públicas las declaraciones de Thatcher que le agradecía al dictador chileno la ayuda y el apoyo durante la guerra. La ex primera ministra diría: “Chile nos suministró invalorable asistencia. La Fuerza Aérea chilena nos alertó en forma temprana sobre los ataques argentinos, de modo que nuestra Task Force pudiera tomar medidas defensivas”. Y terminaría afirmando: “250 miembros de nuestras Fuerzas Armadas perdieron la vida en la guerra. De no ser por el presidente Pinochet, habría habido muchas más.” A las palabras de Thatcher le seguirían las del dictador: “Di instrucciones para suministrar, dentro de un contexto de neutralidad, toda la asistencia que pudiéramos a nuestros amigos y aliados ingleses (...) actitud que considero un honor.” Lo que había sido un secreto de Estado, hacía mucho tiempo que se sabía. La neutralidad de Chile nunca existió.
¿Pero por qué fue tan importante para el Reino Unido su participación? Es conocida la importancia que significa para un Estado que lleva a cabo una guerra lejos de sus fronteras, tener un aliado cercano a la zona de conflicto. La importancia de la intervención chilena tuvo mucho que ver con la geografía. Mientras los demás países de América Latina no dejaban aterrizar aeronaves de combate británicas, y si lo hacían no les permitían despegar, Chile sirvió a los ingleses como base, refugio y potencial espacio desde donde realizar incursiones militares, como la operación Mikado, que no se realizó. Por otro lado y a pedido de sus aliados, desplazó sus tropas hacia la frontera y desplegó su flota cerca del conflicto para que la Argentina tuviera que mantener presencia militar lejos de las Malvinas. Así fue como, con la amenaza inglesa de bombardear la capital, la mayor parte de las tropas de élite tuvieron que permanecer en la frontera andina y Buenos Aires. Como aspecto más importante, la inteligencia del supuesto país neutral reunía información de la posición de las tropas argentinas, reportando sus movimientos, despegue y aterrizaje de aviones, e interviniendo comunicaciones, lo que permitía a los europeos saber cuando iban a ser atacados.
Las declaraciones de neutralidad iban a ser incentivadas por Gran Bretaña, ya que esto les permitía “internar” hasta el fin de la guerra a las naves, aviones y efectivos argentinos en caso de que intentaran refugiarse tras sus fronteras.
La información brindada por Ancla Dos, la inteligencia militar de la marina chilena, era conseguida a través de la SIGINT, inteligencia de señales, que combina diferentes medios de comunicación englobando inteligencia de comunicaciones (teléfonos, radio, Internet), electromagnética (cargas y corrientes eléctricas y campos magnéticos), como la radio de detección y medición de la distancia, que al reflejar las ondas electromagnéticas puede detectar la presencia de objetos o superficies en un amplio radio, como también su posición exacta, y la inteligencia telemétrica, que mediante imágenes ópticas, puede captar imágenes, medidas y radiaciones. La infraestructura del Ancla Dos estaba integrada en un arco insular de bases que iban desde la secreta San Félix, ubicada entre el continente y la Isla de Pascua, en la Isla Dawson, y en su base meteorológica permanente de la Antártida. Pero el Ancla Dos no era el único centro de inteligencia: trabajaba con el D.2, perteneciente a la Fuerza Aérea, que realizaba vuelos de vigilancia sobre la Argentina, desde que se habían tensado las relaciones entre ambos, años antes de la guerra. Pero el D.2 no tenía una infraestructura importante, por lo que los ingleses tuvieron que prestarle dos aviones Hércules C-130, y tres aviones Camberra PR-9, provistos con cámaras oblicuas para reconocimiento fotográfico. Por medio de los Canberra, los chilenos podían sobrevolar espacio argentino, teniendo conocimiento de la posición y el movimiento de sus contingentes. Por otro lado, como contaría más tarde Matthei, para encubrir la procedencia de los Hércules otorgados por Inglaterra, intentaron escribirle “Fuerza Aérea de Chile”, pero lo hicieron con un error ortográfico, lo que despertó sospechas.
El miedo del gabinete de Thatcher por los misiles Exocet franceses que tenían los argentinos, difíciles de ser detectados por ir a ras del agua, y ser capaces de cambiar de dirección sobre la marcha, aumentaron con el hundimiento del destructor británico Sheffield. Los ingleses se propusieron destruir los misiles antes de que fueran utilizados nuevamente, en una misión que llevarían a cabo 65 hombres del Escuadrón B del SAS, y que incluía la destrucción en tierra de los aviones Super Etandart, encargados de llevar estos misiles. Debían volar en dos Hércules hasta la base naval de Río Grande, en Tierra del Fuego, destruir los Exocet y los aviones, identificar a los pilotos y matarlos. Si los Hércules sobrevivían a los ataques antiaéreos, escaparían por aire. Pero si los aviones no sobrevivían a la defensa argentina, se refugiarían en Chile con la excusa de un desperfecto técnico. La misión tenía el problema de dejar al descubierto la posición parcial de Chile, lo que podría derivar, según Reagan le advirtió a la primera ministra, en la intervención de otros países latinoamericanos en el conflicto, como Perú y Venezuela.
Cuando partieron los tres comandos del SAS hacia Río Grande descubrieron que habían sido detectados 20 kilómetros antes de llegar al objetivo. Abortaron la misión y se desviaron hacia Chile, alegando un aterrizaje de emergencia. Los miembros del SAS regresaron a Londres vestidos de civiles, en un avión de línea que partió desde Santiago. Pero la operación no quedó en la nada, y trataron de realizarla otra vez. El segundo intento no tuvo mejor suerte. Se suspendería definitivamente después de que un helicóptero que transportaba al escuadrón del SAS cayera al mar: murieron ocho comandos.
El vicealmirante Horacio Zaratiegui declararía, una vez terminada la guerra, que los tres radares ubicados en Tierra del Fuego captaron, la noche antes de la misión fallida, un helicóptero británico proveniente desde Chile, en una clara misión de reconocimiento. Pensaron que el ataque estaba dirigido a la planta que abastecía de nafta especializada a los cinco aviones Super Etandart franceses, a los seis aviones Dagger de fabricación israelí, y a los Neptune, que tenían misiones de reconocimiento. Zaratiegui, convencido de la alianza silenciosa que se comprobaría más adelante, temía que Chile abandonara su carácter neutral y, a la espera de un ataque, la base de Río Grande había sido minada y había alistado una compañía de infantes de marina para defenderla. El personal que aguardaba en el continente, a diferencia de las tropas que ocupaban las islas, era especializado. El envío del escuadrón sería captado por los ingleses como una sobrealteración de los militares, deduciendo que los estaban esperando.
La operación, por más que no se llevó a término, dejó pruebas de su existencia, como también de la participación de Chile, provocando uno de los conflictos diplomáticos más delicados en la historia de los dos países sudamericanos. Un helicóptero que buscó infiltrar el equipo de avanzada, llamado Sea King ZA-290, fracasaría en su misión y se encontraría caído y destruido en Punta Arenas. Pero no fue hasta que encarcelaron a Pinochet en Londres, que se supo que el Sea King no había partido del portaaviones HMS Invincible, como se declaraba para preservar el prestigio de Chile, sino de una base secreta ubicada detrás de los Andes. Se supo que los dos Hércules que debían depositar a los pelotones del SAS en Tierra del Fuego, también debían decolar de territorio chileno.
Pero a la victoria inglesa, Chile supo sacarle más ventaja que la improbabilidad de ser atacada por la Argentina en un futuro. A la ayuda económica y política que recibiría de sus improvisados aliados, se suma el abastecimiento de sus Fuerzas Armadas. Después del fin de la guerra, el gobierno de Pinochet se quedo con tres Canberras, vendidos oficialmente en octubre de 1982, al igual que los nueve Hawker Hunter y 30 motores de repuestos En otra de las pruebas de la alineación del gobierno de Santiago con la causa británica, Pinochet le devolvió un buque tanque llamado RFA Tidepool que, recién comprado, se incorporó al conflicto.
En cuanto a las acciones militares que mostraron el compromiso y la resolución del país trasandino para que Argentina perdiera la guerra, se encuentra la Operación Mikado. Si bien no se llevó a cabo, debido a que se había filtrado la información, y el ataque quedó al descubierto, hecho que quedó demostrado con la clara agitación de las tropas ubicadas en Río Grande, lugar donde iba a ser perpetrado el ataque, podría haber sido una de las acciones más aventuradas por parte del gobierno de Santiago. Por otro lado, el SAS (fuerzas especiales británicas) estaba convencido de que era una misión suicida y que no debía realizarse.
PERÚ. La ayuda peruana a la Argentina estuvo en sintonía con su voto en la OEA, con su posición acerca del TIAR, con la postura del Movimiento de los No Alineados y con el sentido común. Si bien en la OEA los únicos que se abstuvieron fueron Colombia, los Estados Unidos y Chile, y la Junta Militar contó con el apoyo de la gran mayoría del resto de los estados, Perú fue su más decidido aliado. Si bien la razón más importante de su alineación fue el sincero convencimiento de la justa causa anti-imperialista, existen otras explicaciones por las cuales su compromiso fue mayor al del resto.
Perú tiene un histórico enfrentamiento con Chile, desencadenado con la Guerra del Pacífico, librada entre 1879 y 1883, en la cual perdió una considerable cantidad de territorio. En esa guerra uniría sus fuerzas con Bolivia, país que resignaría su salida al mar. A partir de la pérdida de Tacna y de Arica a manos chilenas, los peruanos comenzarían a llamarlas “provincias cautivas”. Hasta la fecha, ven a sus vecinos del sur como usurpadores, y el involucramiento de Pinochet en la Guerra de Malvinas, ayudando al Reino Unido, estimuló el apoyo a la Argentina. Por eso, las embajadas no escatimaban voluntarios para pelear una guerra que veían como suya. Se cree que desde los ’60, ambos países tenían un pacto de asistencia recíproca. Lo que en realidad muestra que los lazos militares entre los países es la gran cantidad de oficiales peruanos que habían estudiado en el Colegio Militar Argentino. Entre ellos, se encuentra el general Luis Cisneros Vizquerra, ministro de Guerra del presidente Belaúnde, apodado “el gaucho” por su apego al país. Y por último, el claro vínculo militar era reforzado por el hecho de que el presidente Fernando Belaúnde Terry había pasado la primera parte de su exilio en la Argentina, cuando fue derrocado en 1968.
La posición del presidente peruano es más valiente, en la medida en que sabía que una victoria argentina era casi imposible. Mientras la Junta Militar argentina pensaba que Gran Bretaña no se lanzaría a una reconquista a miles de kilómetros por unas islas en el Atlántico Sur, Belaúnde sabía que Thatcher iría a la guerra. No sólo por historia o por orgullo. Sino porque era lo único que podía salvar su carrera política, decadente e impopular. Posteriormente, cuando la primera ministra anunció que mandaría todas sus fuerzas a la guerra, el jefe de Estado peruano trató de hacerle entender a la delegación argentina que había ido a su país a coordinar el apoyo peruano, sobre todo en los aspectos logístico y aéreo, que la geografía de las islas hacía imposible la defensa de las numerosas playas y bahías. Que las características terrestres de las Malvinas quitaban importancia al previo asentamiento de las fuerzas armadas. Y aseguraba que Puerto Argentino y otros puntos de menor importancia eran vulnerables a un ataque británico, por lo que resultaba imposible defender sus posisiones. Los argentinos, cegados por el triunfalismo y la rápida victoria que habían obtenido tras el desembarco el día 2 de abril, ante el débil contingente que defendía las islas, hicieron oídos sordos a sus advertencias.
Perú siguió al lado de su incondicional aliado. A los esfuerzos diplomáticos de Belaúnde para lograr la paz, se le sumaba el apoyo de su maquinaria de guerra. La Fuerza Aérea de Perú (FAP) mandaría hacia Buenos Aires diez aviones de combate Mirage M5-P, poniéndolos a disposición de las necesidades argentinas. El traslado se hizo en el mayor secreto. Para eludir los radares chilenos de Iquique y Antofagasta, y los bolivianos, tuvieron que realizar el vuelo desde Arequipa hacia Tandil, y de allí a Buenos Aires, a más de 33 mil pies de altura y con las radios apagadas. También fueron enviados técnicos y equipo de mantenimiento para la instrucción en el manejo de las aeronaves. La entrega de los aviones fue precedida por el cambio de la insignia, la bandera y la matrícula peruanas por las argentinas. El Comando de Materiales recibió la orden de proporcionar toda la logística necesaria para la operación de las naves y de los equipos de defensa aérea. Por otro lado, mandaron alrededor de 30 misiles AS-30 aire-tierra, misiles antiaéreos, obuses, bombas y municiones. La Argentina utilizaría a Perú como puente, para la adquisición de materiales, como compras de repuestos de aviones a Israel.
Los Mirage proporcionados por Perú eran muy importantes para la Argentina, ya que, por más que poseían Super Etandart, capaces de trasladar los misiles Exocet, Mirage-3, para combate aéreo, los Dagger y los A-4 Skyhawk, con misiles aire-tierra, necesitaban aviones con una mayor autonomía de vuelo. Por otro lado, los aviones peruanos de fabricación francesa eran ideales si los principales blancos eran marítimos. Eran capaces de transportar los misiles teledirigidos AS-30, con un alcance de 15 kilómetros, que eran perfectos para atacar buques, y contaban con cañones que poseían balas con cabezas explosivas de 20 milímetros. Eran naves supersónicas que podían superar dos veces la velocidad del sonido. Después de los intensos entrenamientos en espacio argentino, las aeronaves fueron capaces de entrar en combate, aunque era demasiado tarde. Las Fuerzas Armadas se habían rendido.
Las complicaciones en el aprovisionamiento de materiales, técnicos y aviones mostraron también la decisión del aliado argentino, ya que se relata que podría haber entrado en la guerra directamente. Cuando los aviones peruanos que se dirigían a Buenos Aires pasaron cerca de la frontera con Chile, se relata que vivieron momentos muy tensos. Un alto jefe de la FAP, hoy retirado, cuenta que los pilotos peruanos vieron acercarse interceptores chilenos. Al ver el peligro que esto significaba, le preguntaron rápidamente a la Comandancia General de la Fuerza Aérea qué debían hacer si los interceptores continuaban acercándose. La respuesta no se hizo esperar: “Dispárenles”. Los aviones chilenos no cruzaron la frontera y se mantuvieron a distancia, pero el incidente podría haber arrastrado por lo menos a dos países más al conflicto armado.
Sin embargo, a consideración del presidente del Perú, la guerra no era la única posibilidad de victoria para la Argentina. Cuando los países beligerantes cortaron las relaciones diplomáticas, Belaúnde se convirtió en el representante de los intereses diplomáticos argentinos. Esto hizo que los servicios de inteligencia ingleses acosaran la embajada peruana en Londres y les dio la posibilidad a los peruanos de realizar contrainteligencia.
En el ámbito diplomático, Perú fue, junto con los Estados Unidos, el más activo de los estados en buscar la paz. Así fue como su presidente llegó a promover la única iniciativa viable para alcanzarla. Pero el intento que estuvo a punto de poner fin al conflicto armado no fue el único. La aguerrida e incansable diplomacia ejercida por Belaúnde trató, desde el comienzo de las acciones bélicas, de encontrar una solución en la que ambas partes pudieran atribuirse la victoria.
Belaúnde le comunicaría a los argentinos que había elaborado, junto con el secretario de Estado de Ronald Reagan, Alexander Haig, una propuesta en la que los mediadores depositaban una gran esperanza. El presidente de Perú debía convencer a sus vecinos, mientras que Haig haría lo propio con los británicos. La propuesta consistía en siete puntos:
1) Cesación inmediata de las hostilidades.
2) Retiro simultáneo y mutuo de las fuerzas.
3) Presencia de representantes ajenos a las dos partes involucradas en el conflicto para gobernar las islas temporalmente.
4) Los dos gobiernos reconocen la existencia de posiciones discrepantes sobre la situación de las islas.
5) Los dos gobiernos reconocen que los puntos de vista y los intereses de los habitantes locales tienen que ser tomadas en cuenta en la solución definitiva del problema.
6) El grupo de contacto que intervendría de inmediato en las negociaciones para implementar este acuerdo estaría compuesto por Brasil, Perú, la República Federal de Alemania y los Estados Unidos de América.
7) Antes del 30 de abril de 1983 se habría llegado a un acuerdo definitivo bajo la responsabilidad del grupo de países antes mencionados.
Más allá de algunos cambios que quisieron hacerle a la propuesta desde ambas partes, estas eran insignificantes, ya que en los puntos más importantes, los Estados beligerantes estaban de acuerdo. Gran Bretaña quería cambiar, en el punto cinco de la propuesta, la frase “puntos de vista” por “deseos”, en referencia a los habitantes de las Malvinas. Y la Argentina propondría un actor más neutral que los Estados Unidos en el grupo de contacto que intervendría si la propuesta se aprobara.
Pero desde la Argentina se daban claras muestras de que la paz estaba bien encaminada ya que, más allá de las trabas burocráticas y de las aprobaciones en los diferentes niveles del gobierno, el canciller Costa Méndez le daba motivos al presidente del Perú para ser optimista. En una conversación que tuvieron ambos, después de leer el texto y ser analizado, se relata el siguiente diálogo:
–Belaúnde: Dígame ministro, el texto de los siete puntos, de manera general, ¿es aceptable?
–Costa Méndez: Sí señor, siempre que se aclare que la administración local no regresa.
Después de la aprobación de la Cancillería, que se había reunido con el Equipo Especial de Trabajo en Buenos Aires, integrado por el brigadier Miret, el general Iglesias y el contraalmirante Moya. Sólo faltaba la aprobación de la Junta Militar, que por entonces era el órgano más alto de la Administración Nacional.
El canciller declararía tiempo después: “El 2 de mayo, el presidente de Perú hizo una propuesta muy buena y positiva, que iba más allá de las propuestas de Haig, en el sentido de que no establecía la necesidad de restaurar la autoridad británica en las islas y no determinaba como condición previa los deseos de los isleños. Nosotros aceptamos esa propuesta.” Y en la misma declaración afirmaría que, según Belaúnde, “Gran Bretaña estaba preparada para aceptar también”. La afirmación de Belaúnde se basaba en que el 2 de mayo, Charles Wallace, el embajador británico en Lima, le entregaría la conformidad escrita de su país sobre el tratado de paz.
Cuando todo parecía encaminarse, se recibió la noticia de que a las 15:57, hora argentina, el submarino nuclear Conqueror había disparado dos torpedos contra el buque General Belgrano. Este controversial ataque produciría más de la mitad de las bajas argentinas en toda la guerra (649 muertos). Sobrevivirían 674 hombres, que quedarían flotando en los botes de salvamento.
El buque General Belgrano fue comprado a los Estados Unidos, después de sobrevivir al ataque japonés a Pearl Harbor. Tenía en el momento de su hundimiento una considerable potencia de fuego que serviría de excusa al ministro de defensa John Nott, a la hora de justificar la agresión a una nave que se encontraba por fuera de la zona de exclusión.
El ministro diría: “este grupo de ataque de superficie fuertemente armado se encontraba cerca de la zona de exclusión total y se aproximaba a elementos de nuestro destacamento de fuerzas, que estaba a algunas horas de distancia. Sabíamos que el crucero tiene una considerable potencia de fuego, proporcionada por cañones de 15,6 pulgadas, con un alcance de 21 kilómetros y misiles antiaéreos Sea Cat. Sumada a los destructores de escolta, que al parecer estaban provistos de misiles anti barco Exocet, con un alcance de más de 32 kilómetros, la amenaza que suponían para el destacamento de fuerzas era tal, que su comandante sólo podía ignorarla a riesgo de su propia vida”. Su comandante, Christopher Wreford Brown, incrédulo de la orden que estaba recibiendo, de destruir a un barco por fuera de la zona de exclusión, hizo repetir la orden tres veces.
El Belgrano estaba custodiado por dos destructores, el Piedrabuena y el Bouchard, que los seguían a todas partes. Tenían la misión de protegerlo, aunque no pudieron hacer nada. Los tripulantes no se encontraron alerta hasta que se les avisó del peligro de un submarino inglés. Se les ordenó dirigirse a aguas poco profundas, situadas en el banco de Burdwood, más lejos de la Zona de Exclusión. El capitán Héctor Bonzo relata la situación: “La misión era patrullar la zona del Mar Argentino, es decir, al sur de las Malvinas (...) Navegábamos fuera de la Zona de Exclusión, nunca más cerca de 35 o 40 millas”. Una vez que se encontraron en aguas poco profundas, contó: “La calma había sucedido a la tensión de los tripulantes, ya que al alejarse de la zona de probable conflicto, por orden superior, y hallándose fuera de la Zona de Exclusión Total, consideraban que el peligro había pasado, al menos por entonces.”
El hecho de que la nave hundida estuviese fuera de combate en el momento en que el gobierno de Londres dio la orden, provocó cuestionamientos a la primera ministra por parte de sus compatriotas e indignación entre los argentinos. El hecho es que, o Gran Bretaña en realidad no aceptaba los términos del acuerdo, pero no quería ser quien lo rechazase, o pretendían llegar a la paz después de aumentar considerablemente las bajas del enemigo. Lo cierto es que la propuesta fracasó por pocas horas entre el fatídico hecho y la respuesta de ambos países. La Argentina rechazaría una paz que ya no podría disfrazar de victoria y trasladaría las conversaciones a las Naciones Unidas.
Pero este no fue el último intento peruano por evitar una derrota argentina. Cuando un avión burló un radar inglés, hundiendo el Sheffield con un misil Exocet, las partes mediadoras consideraron que era el momento para relanzar la propuesta de paz. Tanto Haig como Belaúnde creyeron que el hecho de que estuvieran empatados “uno a uno”, en referencia al Belgrano y al Sheffield, le daba fuerza a la posibilidad de un acuerdo. Según Belaúnde, “un arreglo no era indecoroso de ninguna manera y el hundimiento del Sheffield era la ocasión propicia”. Esta segunda mediación, planteaba la necesidad de detener todas las operaciones militares y retirar ambas fuerzas a través de un puente aéreo. Los peruanos trasladarían a batallones argentinos hacia su país, mientras que aviones estadounidenses llevarían a los ingleses hacia Chile. Estaba todo arreglado. Belaúnde acusaría “dilaciones y falta de decisión” para que la solución pacífica fracasara nuevamente.
Un último intento sería recordado por el entonces presidente peruano: “Queriendo evitar la batalla de Puerto Stanley o Puerto Argentino, tuvimos una actuación desesperada para tratar de que no se produjera. Pero esta última iniciativa se frustró porque el tiempo nos ganó.” Los años se llevaron muchas de las pasiones que, por ese entonces, gobernaban las opiniones y acciones de propios y ajenos, pero Belaúnde quedaría con la conciencia tranquila: “Estoy satisfecho de lo que hizo el gobierno, sobre todo porque era una cuestión de fraternidad americana y porque se le pudo evitar a la Argentina todo lo que ocurrió”.
FRANCIA. Pero no sólo la Argentina tenía un tratado de alianza continental (TIAR). Gran Bretaña estaba respaldada por la OTAN, más decidida a apoyar a un aliado en apuros, y menos sujeta al declarado status de neutralidad. Muchos afirman que, si el riesgo de una derrota inglesa hubiera sido mayor, los países de la OTAN hubieran entrado en el conflicto, pero el destino de la guerra impediría comprobarlo. Lo cierto es que los europeos colaboraron con inteligencia a la causa inglesa y que Francia se convertiría en el mayor aliado de Gran Bretaña en el Viejo Continente.
El 3 de abril, Thatcher recibió una llamada que alimentaría su optimismo. Era el presidente francés, François Mitterrand, expresándole su total apoyo y poniendo a disposición toda la información que requiriera, sus servicios de inteligencia y la entera disposición de su diplomacia. La alineación del gobierno de París, más allá de las cuestiones interestatales, de historia, intereses, integraciones y alianzas, se podría explicar en las convicciones personales de su presidente, que tenía una visceral oposición al régimen militar argentino. Lo que no sabía es que el fracaso de la reconquista no sólo aceleraría los tiempos de la Junta Militar en el poder, sino que las consecuencias de sus gestiones y sus actos las terminarían pagando todos los argentinos, aun en democracia.
La importancia que había adquirido Francia en el conflicto se debía a que era uno de los mayores proveedores de armas del gobierno de Buenos Aires. La Junta Militar sudamericana les había comprado misiles Exocet (AM y MM) y Roland, aviones Super Etandard, y dos corbetas. A pesar de que los asesores de Mitterrand le aconsejaban respetar la neutralidad en una guerra que no era la suya y corroborar las buenas relaciones con sus socios comerciales, como su canciller Claude Cheysson y su ministro de Defensa Charles Hernu, el presidente francés sumó todos sus esfuerzos a lo que terminaría siendo la victoria británica.
El hecho de que Francia fuera el primer proveedor de armamento del enemigo inglés, hizo que las primeras gestiones de Thatcher fueran para que se suspendiera el adiestramiento de los pilotos, se cancelara el envío del resto del armamento que ya se había pagado, y se les proveyera a los ingleses de los datos de las capacidades y debilidades del armamento francés. Los franceses accederían a los pedidos durante el conflicto, representando una de las alianzas más fructíferas y determinantes, pero su ayuda no sería tan valorada una vez terminada la guerra.
Los de Mitterrand afirmaron que sin adiestramiento, el armamento era imposible de ser utilizado en todas sus capacidades. Esta afirmación era cierta. Y fue de la mano con el resto de la información que le enviaron a los ingleses, en la cual se aseguraba que los argentinos sólo contaban con cinco misiles, ubicados en los cinco aviones Super Etandard que habían adquirido, y que las firmas francesas que les habían vendido el material bélico habían cesado las instrucciones técnicas y tácticas para su correcto funcionamiento. Por lo tanto, los argentinos no tenían la experiencia ni el conocimiento adecuado para el óptimo funcionamiento de los misiles, en cuanto al pilotaje y al montaje de los mismos.
Pero lo que terminaría siendo un error en los cálculos ingleses, y fatídico para sus consecuencias, sería el hecho de que ignoraban que los argentinos tenían pleno conocimiento y la capacidad de utilizar tanto los aviones como los misiles. La creencia inglesa reposaría en el hecho de que en el contrato con las compañías francesas, la Argentina aclaraba que las prácticas instructivas se tendrían que realizar con buen clima. La inseguridad que los compradores dejaban entrever sería una maniobra de los agentes de inteligencia argentinos, que se evidenciaría con el hundimiento del destructor HMS Sheffield el 4 de mayo de 1982. Por otro lado, ignoraron que dentro de la empresa fabricante de los misiles, los agentes argentinos tenían infiltrado a un técnico y que, antes de haber sido echado a causa del lugar donde había nacido, logró proveer a su país de las especificaciones técnicas que restaban en el manejo de los Exocet. El hundimiento del destructor (que había sido inaugurado seis meses antes y contaba con los mayores avances tecnológicos) provocaría una injusta desconfianza británica hacia los franceses.
El papel de los francos comenzaría con la orden a Pierre Marion, director de la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE), de que se pusiera a disposición del gobierno de Londres. La DGSE no solo proveyó a los ingleses de los secretos en el uso y funcionamiento de la maquinaria de guerra comprada por la Argentina, tanto de los misiles como de los aviones Super Etendard, sino que comenzó a ejercer un estricto control y una gran censura sobre el personal argentino, civil y militar, que se encontraba por aquel entonces en su país. El espionaje francés consistía en la intercepción de todas las llamadas telefónicas y telegráficas que los argentinos realizaban, la investigación de sus actividades personales, los detalles de sus negocios y los contactos que utilizaban. La información iba a parar a los despachos de Londres.
Otro ámbito en el que Francia fue muy activa, fue en el aspecto diplomático. No sólo se plegó al embargo de armas hacia la Argentina que promovió Inglaterra y al que acataron países como Bélgica, Holanda, Dinamarca, Italia y Luxemburgo, sino también tratarían de impedir el aprovisionamiento del enemigo por otros medios, y desmoralizarían los intentos argentinos de conseguir el armamento que estos gobiernos les había negado. El ministro de Defensa Hernu le diría a Gerardo Schamis, el que por entonces era el embajador en París: “No sigan tratando de comprar misiles. No pierdan el tiempo. Nadie les venderá nada y les van a robar el dinero”. Por otro lado, se le indicó al canciller Cheysson que presionara a la ex colonia francesa de Senegal para que permitieran a los aviones ingleses realizar escala, proporcionando los aeródromos de Dakar .
Lo que realmente ayudaría a Gran Bretaña a ganar la guerra sería la suspensión del envío del arsenal comprado a las firmas francesas. La Argentina había adquirido en 1979 una suma de 14 aviones Super Etendard a la empresa Dassault-Breguet, y 15 misiles Exocet a Aérospatiale. Cuando comenzó la guerra, sólo se habían entregado cinco de cada uno de estos elementos, y el posterior bloqueo hizo que no se entregaran hasta el final de la guerra. Uno de los motivos, por el cual Mitterrand pudo ejercer semejante presión sobre las empresas para que no completaran el envío del material bélico y retiraran a sus instructores, fue que el director de la firma Aérospatiale era el general Jacques Mitterrand, hermano del jefe de Estado. Eso facilitó los contactos y las gestiones entre gobierno y empresa.
La importancia de los aviones adquiridos en Francia era que podían transportar el misil Exocet. Pero para saber lo determinante que era la posesión de los misiles, hay que saber lo que estos podían hacer. Era un proyectil de gran tamaño, armado con una ojiva de 950 libras, que podía ser guiado por radar, y que podía dispararse hasta, aproximadamente, 30 millas del blanco, una distancia más que considerable. Los misiles eran difíciles de detectar, ya que volaban a una velocidad de casi Mach 1, haciéndolo al ras de las olas. La mejor defensa ante los proyectiles era derramar al mar grandes cantidades de chaff (cintas metálicas anti radar) para confundir la locación del objetivo. Razón por la cual, los temerarios pilotos argentinos los dispararían a corta distancia de los barcos ingleses.
Una vez terminado el conflicto, la ingratitud de Inglaterra se haría evidente. Cuando los franceses reanudaran la entrega del armamento que, a los argentinos les serviría de poco, se produjo entre los ingleses un clima de hostilidad hacia su aliado. Francia había ayudado desde su neutralidad, sin tener la necesidad o la obligación de hacerlo. Pero en noviembre de 1982, los diarios londinenses Daily Express, The Sun, The Times y The Guardian tildaron de traición el hecho de que Francia completara el envío de los productos que la Argentina había pagado tres años antes. Los medios de comunicación, que pedían un boicot a productos franceses, como el vino o el queso, impulsaban el resentimiento de la población.
Los políticos trataron de interpretar el sentir popular, ya sea por convicción o por oportunismo. Ese fue el caso del diputado laborista Walter Johnson, que agravaría la tensión entre ambos países con sus infames declaraciones: “ese acto de traición por parte francesa está dictado por simples motivos comerciales y por lo tanto debe combatirse con los mismos medios, afectando a los franceses en su punto más débil, evitando enriquecer aún más sus bolsillos”. El diputado, el resto de los políticos, los medios de comunicación y la población, no lograban intuir que, si el gobierno de Mitterrand hubiera estado movido por intereses comerciales, no hubieran acatado el embargo o, por lo menos, hubiera cumplido con lo que se había firmado antes del conflicto.
LOS ESTADOS UNIDOS. La ayuda estadounidense a Gran Bretaña aseguraría la victoria inglesa. Si bien Inglaterra trató de minimizar la participación extranjera, intentando adjudicarse la victoria por sus propios medios, las pruebas (aunque todavía sin la desclasificación de lo sucedido), junto con los comentarios de Thatcher, indican que la Argentina se enfrentó contra mucho más que un estado colonialista. Lo hizo contra varios de ellos. Los Estados Unidos omitían el hecho de que los gobiernos se mueven por el interés nacional. Ni la doctrina Monroe (“América para los americanos”), ni el TIAR, ni el Acta de Chapultepec, que establece las bases para la integridad territorial y política de los países del continente, al igual que el respeto mutuo y la ayuda económica, impidieron que el gobierno de Ronald Reagan tomara la causa inglesa como suya.
Desde antes de la Operación Rosario, cuando la Argentina hizo el desembarco en las islas, los Estados Unidos estaban espiando y reportando lo que sucedía. Parte de la información era obtenida a través de sus instalaciones de escucha e interceptación de inteligencia SIGINT, instaladas en Peldehue, Chile, a 21 kilómetros de Santiago. Las instalaciones pertenecían a la NSA (Agencia Nacional de Seguridad), y estaban disfrazadas de una instalación de rastreo satelital de la NASA (Administración Nacional Aeronáutica y Espacial). A la afirmación de la primera ministra y a lo expuesto los chilenos, la evaluación que había desarrollado dicho organismo acerca del orden de batalla de las Fuerzas Armadas argentinas.
Otra de las pruebas de la ayuda americana la aportaría Rupert William Simón Allason, ex diputado conservador británico, que escribiría con el pseudónimo de “Nigel West”. Este admitiría en su libro The Secret War for the Falklands, que los hombres del SAS “se dedicaban en la base de Brize Norton de la RAF, a familiarizarse con los nuevos equipos de comunicaciones satelitales, donados por los Boinas Verdes de Fort Bragg, en Carolina del Norte, y enviados a Londres en el Concorde”.
Sin embargo, a pesar de toda la información recolectada por la inteligencia americana desde el exterior, una de las principales instalaciones espías se encontraba en Buenos Aires. Así lo explicaría West: “la embajada también albergaba otra instalación de Inteligencia, un equipo secreto de interceptaciones manejado por la Agencia Nacional de Seguridad. La existencia de un puesto de escucha de la NSA, una clara ruptura del protocolo diplomático, era un secreto celosamente guardado, aunque las autoridades argentinas dudaban de que el impresionante grupo de antenas de techo estuviera enteramente dedicado a intercambiar mensajes con Washington DC. Desde el inicio mismo de la crisis, el puesto clandestino de la NSA produjo los datos más importantes y fue la fuente del cable de la delegación de la CIA a Langley, en que revelaba que la invasión se había puesto en marcha”.
Otro libro que hace referencia a la ayuda brindada por la inteligencia de los Estados Unidos a Londres lo corrobora: The Second Oldest Profession: Spies and Spying in the Twentieth Century. Su autor, Phillip Knightley, escribe: “La NSA y la GCHQ (Jefatura Gubernamental de las Comunicaciones británicas) leían el tráfico militar y diplomático argentino, dos satélites estadounidenses de reconocimiento pasaban una vez al día sobre la costa de ese país (los puestos estaban libres de nubes, de modo que había fotografías del aprestamiento de la flota argentina), la Armada estadounidense tenía sus propios satélites (del sistema White Cloud) que informaban sobre las emisiones electrónicas argentinas y un avión espía de la U.S. Air Force, un SR-71, hacía vuelos sobre el área”.
Además, los Estados Unidos le proporcionarían un considerable potencial estratégico y armamentístico. Así fue cómo el ministro de Defensa de Ronald Reagan, Caspar Weinberger, pondría a disposición de los británicos la base que poseían en la Isla Ascensión, que serviría como escala a los aviones ingleses y terminaría siendo uno de los centros operativos y de abastecimiento de la ayudaestadounidense, hacia los cuales se destinaban, por ejemplo, las miles de toneladas de combustible que le proporcionaban a los ingleses.
También les entregaron a los británicos los misiles AIM-9L Siderwinder (aire-aire), y los Shrike (antirradares). Los Siderwinder serían determinantes, ya que podían ser disparados desde grandes distancias, sin siquiera ver el objetivo enemigo. Cuando el ataque se hizo inminente, los Estados Unidos comenzaron a proporcionar inteligencia satelital, por medio de tres satélites independientes, y vuelos espía del SR-71 (avión de reconocimiento aerofotográfico estratégico-operativo, construido por la empresa Lockheed, que recorría la zona a unos 24 mil metros de altura y con una velocidad de Mach 3, y la utilización del sistema white cloud de la US Navy, basado en unidades subsatelitales que permitía seguir a los buques de superficie desde una altura de 3200 km, con lo cual podía informar a los británicos sobre los movimientos de tropas argentinas. También se utilizó a favor de Gran Bretaña el programa Echelon. Tatcher reconocía que sin ellos toda la empresa hubiera sido imposible.
La afirmación de la primera ministra se reforzaría con la confesión del secretario de Marina de los Estados Unidos, John Lehman: “Entregamos a los ingleses los nuevos misiles Siderwinder. Sólo tenían a los pequeños Harriers sin ninguna capacidad de defensa aérea que podían atacar desde corta distancia y cuando ya tenían a los argentinos a la vista. Con el nuevo Siderwinder podían disparar de frente y a mayor distancia, y eso hizo eficaz el accionar de los Harriers. También pudieron obligar a los argentinos a volar a baja altura, apenas sobre las cubiertas de los buques británicos, y desde allí arrojar sus bombas. Por esa razón, la mayoría no detonaba: más de diez buques británicos fueron perforados por bombas argentinas que no detonaron como consecuencia de obligar a sus aviones a volar a muy baja altura”.
El gobierno de Londres tenía en trámite la compra de armamento que, inmediatamente después de comenzado en conflicto, se hizo efectivo. Entre las armas americanas que se entregaron se encontraban los rifles Armalite XM 203 con lanzagranadas. Sin embargo, todo esto fue insuficiente para Weinberger, quien, según relata Nigel West, ofrecería a los británicos el portaaviones USS. Eisenhower en caso de que les hundieran o sacaran de combate los dos que tenían, el HMS Invincible y el HMS Hermes. Los estadounidenses no estuvieron tan lejos de tener que poner a disposición el portaaviones ofrecido, ya que los argentinos, a través de un ataque perpetrado por dos aviones Super Etendard y cuatro Skyhawk, averiarian el Invincible. Tal era el compromiso del ministro de Defensa, que una vez terminada la guerra lo condecoraría por su actuación en el conflicto.
Por último, el más visible de los roles de los Estados Unidos en el conflicto fue el diplomático. Junto con Perú, fue el más activo de los mediadores, aunque en este ámbito, no fue más parcial que en los antes desarrollados, lo que le indicaría a la Argentina que la posición inclinada a los intereses británicos se traducirían en todos los ámbitos del accionar del gobierno de Washington. Lo más loable que se rescata de sus acciones son los trámites para prevenir la guerra, aunque una vez comenzado el conflicto armado dejó la imparcialidad de lado.
El secretario de Estado de Reagan, Alexander Haig, fue el encargado de acercar las partes, empresa que estuvo a punto de llevar a cabo cuando apoyó la propuesta de Belaúnde, el presidente peruano que enderezó la balanza diplomática.
Haig cumplía órdenes de Reagan, pero la posición que le obligaron a adoptar estaba en concordancia con sus sentimientos, ya que tenía un gran desprecio por los militares argentinos que ocupaban el poder, a quienes se ha referido en una reunión en el Departamento de Estado como “esbirros locos de poder”. Pero sus sentimientos no fueron suficientes como para que los americanos se arrepintieran de haberlos puesto en el poder. El mediador no ocultó en sus declaraciones posteriores que nunca fue imparcial. Por el contrario, afirma que le hizo saber al gobierno argentino antes del conflicto que, de haber una guerra, los Estados Unidos apoyarían a Gran Bretaña. Esta aclaración era pertinente ya que, si bien se sabe que a los anglosajones los unen lazos históricos fuertes, los militares argentinos también eran aliados de Washington en la lucha anticomunista.
La principal misión de Haig fue evitar la guerra. Una vez comenzada, sus recursos diplomáticos se irían diluyendo. Llegó a Buenos Aires el 9 de abril afirmando que la determinación de Thatcher de ir a la guerra dejaba a la Casa Rosada con una sola opción para evitar el conflicto: cumplir con la Resolución 502 de la ONU, que ordenaba el cese de hostilidades y el retiro de tropas. A tal propuesta, que le quitaba a la Argentina la ventaja del posicionamiento en las Malvinas, le contestaron que podían remplazar las tropas por fuerzas de seguridad, a condición de que se negociara la soberanía de las islas, y que la Task Force interrumpiera su marcha hacia el Atlántico Sur. El mediador americano sabía que la propuesta, de ser aceptada, sería considerada por los ingleses como una derrota y significaría un suicidio político para la primera ministra, por lo que la desestimó enseguida.
Volvió a Londres para negociar otra propuesta con Thatcher, y una vez logrado el propósito, voló el 16 de abril hacia la capital argentina. La propuesta consistía en el retiro de tropas, condición para que las Fuerzas Armadas británicas detuvieran su avance hacia la zona de conflicto, pero ofrecían la permanencia de la bandera argentina en las islas, la administración de las mismas a través de un gobierno tripartito, y daba garantías para la solución a largo plazo de la disputa. Si bien Haig afirmaba que la propuesta se había conseguido tras un doloroso acuerdo con la primera ministra, la desconfianza hacia el americano era tal, que lo único que pensaron los argentinos era que estaban tratando de ganar tiempo para desplegar todas las naves de combate británicas en la zona de conflicto. Cuando Haig se quejara por cómo los medios argentinos lo hacían quedar como probritánico, el jefe de la Armada, Jorge Anaya, le respondería: “Esas versiones reflejan una realidad”. La contrapropuesta argentina terminaría con las posibilidades de una resolución pacífica hasta la de Belaúnde. La Junta Militar afirmaba que el gobierno de las Malvinas tendría que estar a cargo de un funcionario designado por el gobierno argentino. Alexander Haig se iría con el fracaso de no haber logrado la paz, y con la decisión de apoyar con todavía más firmeza a sus aliados británicos.
Tiempo después, el mediador afirmaría que el conflicto de las Malvinas había sido su Waterloo, y justificaría su derrota declarando “quedé atrapado entre el machismo de la Junta Militar argentina y la voluntad de hierro de Margaret Thatcher”. Y negaría que la confianza de los argentinos al status neutral de los Estados Unidos hubiera sido producto de una ingenuidad, ya que “desde un principio dejé en claro en ambas capitales que, si no había una solución pacífica, íbamos a tener que alinearnos con Gran Bretaña porque la ley había sido violada. Entonces nunca fuimos neutrales en el sentido que nunca fuimos imparciales”. Sin embargo, la voz y el voto del secretario de Estado no era la única, y el apoyo a Gran Bretaña no fue realizado con unanimidad.
La embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas, Jeanne Kirkpatrick, defendía la necesidad de ser neutrales, ya que consideraba que la Argentina era un buen aliado en la lucha contra el comunismo en América Latina, y que había que preservar las buenas relaciones con la región, ya que, como se sabe, el Tercer Mundo es el talón de Aquiles del capitalismo. Hasta último momento, la embajadora trató de convencer al presidente Reagan de la conveniencia de su postura, y debatió en duros términos con Haig.Pero la posición del mediador terminaría llevando a los Estados Unidos a tomar la causa británica como suya, con un compromiso que se justificaba en la lucha anticomunista de la Guerra Fría, para acallar las voces que aseguraban que Occidente no estaba dispuesto a usar la fuerza.
EL CONFLICTO EN EL MARCO DE LA GUERRA FRÍA. Fue el esquema ideal para la alianza estadounidense con Gran Bretaña. Si bien no se trataba de un conflicto ideológico, en el cual se enfrentaban el capitalismo contra el comunismo, sino que los que iban a la guerra eran dos aliados de los Estados Unidos, los años de posguerra habían asegurado las relaciones entre británicos y la superpotencia capitalista.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, los tres principales vencedores, Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, debieron decidir en qué lugar del nuevo orden mundial se ubicarían. En este sentido, se han desarrollado algunas posibilidades que, para algunos, hubieran sido factibles. Se podría haber ingresado en una etapa de paz, en la cual las tres potencias hubieran tenido relaciones amistosas y una competencia sana que les permitiera convivir. Pero otra de las posturas asegura que podrían haberse formado tres posibilidades de alianzas bilaterales en contra de otra de las potencias. Una posibilidad era que los Estados Unidos y la Unión Soviética formaran un frente antiimperialista contra Gran Bretaña. Una segunda alternativa hubiera sido que la Unión Soviética se aliara con Gran Bretaña conformando un frente antihegemónico contra los Estados Unidos. Y por último, la que dejó de ser una posibilidad y se transformaría en un hecho: la alianza entre Estados Unidos y Gran Bretaña en un frente anticomunista.
El hecho de que la primera de las opciones fuera tan poco factible, en la medida en que la paridad de las dos superpotencias las terminaría enfrentando tarde o temprano, y que formar un frente antiimperialista no conformaba sus intereses prioritarios y, debido a que las dos tenían también tendencias imperialistas, ubicaba a Gran Bretaña en la privilegiada posición de desnivelar la paridad e inclinar el nuevo orden internacional hacia uno u otro lado de la balanza. Empero, el segundo de los casos tampoco era muy probable, ya que los lazos culturales y las alianzas entre los sajones, además de ser más antiguos, compartían intereses y formas de gobierno, haciendo difícil la posibilidad de que una democracia se una a una dictadura para enfrentarse a otra democracia. Ambos pregonaban el liberalismo económico y veían a su principal enemigo en el comunismo. Por otro lado, la relación de Churchill con Roosevelt los encontraba más cerca de la que ambos tenían con Stalin. Pero el hecho de que Gran Bretaña se volcara del ladoestadounidense, podría tener una causa más específica y concreta. Para el final de la guerra, Gran Bretaña se encontraba destruida, y con una economía tan debilitada que sólo una ayuda financiera del exterior podría evitarle la quiebra. El préstamo lo haría efectivo los Estados Unidos, después de las negociaciones realizadas con éxito en diciembre de 1945. A cambio, el Imperio británico se abriría a las empresas estadounidenses. Aun así, esto sería posible debido a que para los Estados Unidos era muy importante la alianza con los ingleses, ya que constituiría un baluarte contra la expansión del bloque comunista, y los británicos, si bien perdían la condición hegemónica, conservaban un papel de privilegio en el escenario internacional.
Los países de América Latina, cobraron mayor interés en la Guerra Fría, a partir de la crisis de los misiles en Cuba en 1962. Pertenecían a la zona de influencia americana, y constituían una amenaza para los Estados Unidos, ya que el Tercer Mundo siempre fue considerado por los comunistas como un potencial bastión, en el que se absorbían sus ideologías con intensidad, y la única finalidad de la propaganda estaba destinada a la conciencia de clase. Si uno de estos países caía bajo la influencia de los soviéticos, como había pasado con Cuba, y había quedado demostrado con la crisis de los misiles, podrían convertirse en bases estratégicas para un eventual ataque, aunque por esos años, la teoría de la Mutua Destrucción Asegurada de Mc Namara, lo tornara menos probable.
Como consecuencia de la importancia cobrada por Latinoamérica, y la fragilidad política que la caracteriza, junto con la decisión de algunos gobiernos de no alinearse a los intereses de los Estados Unidos, y la probabilidad de que facciones políticas socialistas ocuparan el poder, como había sucedido con Salvador Allende en Chile, derivaron posteriormente en el Plan Cóndor. Esta estrategia, articulada por la inteligencia americana por orden del gobierno de Washington, consistía en la anulación del sistema democrático mediante golpes de Estado en países como Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia y la Argentina. En su lugar, se instaurarían regímenes militares, con el fin de aniquilar a grupos izquierdistas, tanto guerrilleros como civiles. De esta manera, los llamados gobiernos nacionalistas no eran más que otra muestra de la dependencia, la sumisión y el yugo de los sudamericanos a las voluntades hegemónicas. Sin embargo, la Guerra de las Malvinas se les salió de control a los estadounidenses.
El conflicto del Atlántico Sur responde tanto a los que lo sitúan separado de la Guerra Fría como a los que intentan demostrar que fue enmarcado por la lucha entre bloques. Sin embargo, la posición a adoptar se encuentra en el medio de las dos anteriores. Si se toma como parte de la Guerra Fría los conflictos bélicos provocados por la puja entre las ideologías capitalista y comunista, entonces la guerra entre Argentina y Gran Bretaña se sitúa por fuera de dichos parámetros. Pero si se tiene en cuenta que el gobierno de la Junta Militar fue puesto en el poder por los Estados Unidos como remedio a la expansión del comunismo, y que fue este gobierno el que intentó recuperar las Malvinas por la fuerza. O si citamos que los principales aliados de la Argentina integraban el Movimiento de los No Alineados, que luchaba contra el imperialismo y era consecuencia de la pugna entre las superpotencias, podríamos afirmar que el conflicto del Atlántico Sur por lo menos no estuvo ajeno a lo que pasaba en el resto del mundo.
Por otro lado, Thatcher estaba convencida de que la inacción ante una agresión le daría espacio a la Unión Soviética para creer, o a sospechar, de una eventual debilidad de su país. Se afirma que gran parte de los motivos plasmados en el Parlamento, y expresados por la primera ministra, giraban en torno a la posibilidad de mostrar que si estaban dispuestos a defender unas islas en el extremo sur del Atlántico, la determinación que tendrían para defender a su país en caso de una agresión del bloque comunista.
Por su parte, Reagan estaba consciente de que si bien su principal interés era evitar la guerra entre dos de sus aliados, una derrota inglesa implicaría una derrota de occidente, y dejaría al bloque en una posición de desventaja. Alexander Haig, en una de las frases que relacionan las Malvinas con el contexto internacional, aseguraría que: “En el marco de la Guerra Fría con la URSS, muchos percibían cierta debilidad en la determinación de Occidente a recurrir al uso de la fuerza en caso de ser desafiado. Y el imperio de la ley era un componente importante de esto”. En cuanto a los argentinos, no querían que las relaciones con la Unión Soviética, ya sea para recibir ayuda de inteligencia, o para burlar el bloqueo de armas impuesto por Europa, fueran visibles, ya que tenían firmado un pacto anticomunista, y esto podía desatar una crisis interna con los compañeros que ubicaban al bloque como la amenaza más latente que tenía el país.
Para evitar insubordinaciones entre militares y ocultar trámites y relaciones entre ambos, la Junta decidió tratar con los soviéticos mediante empresas particulares, lo cual estancaría las conversaciones. Si bien la Unión Soviética hubiera sido igual de precavida que los Estados Unidos a la hora de prestar ayuda a la Argentina, siempre estuvo claro que los soviéticos no querían transformar el carácter del conflicto y dimensionarlo a proporciones mundiales, y que el gobierno de Buenos Aires conservó hasta último momento el miedo de perder a sus aliados occidentales, sin resignarse al hecho de que los había perdido hacía ya mucho tiempo.
En consecuencia, si bien se incluyen en la Guerra Fría conflictos ideológicos y geopolíticos que encontraban a los bloques en una disputa permanente y de proporciones mayores en recursos y bajas, como lo fueron las guerras de Vietnam, de Corea, o de Afganistán, el conflicto por las Islas Malvinas está íntimamente relacionado con la dicotomía ideológica que condicionaba todos los aspectos del resto del mundo. No se puede estudiar la guerra del Atlántico Sur sin enmarcarla y analizar los grados de influencia que tuvo la Guerra Fría en el comportamiento de los actores. Sin embargo, la influencia y el marco que condicionaron la Guerra de Malvinas, no ubican a este conflicto dentro de la disputa entre bloques, ya que ambos eran capitalistas, occidentales y aliados de los Estados Unidos.
Conclusión. El respeto de los estados por el estatus de neutralidad comenzó a declinar en la Segunda Guerra Mundial pero fue en la Guerra Fría cuando perdió importancia. Allí se vio cómo gobiernos que habían hecho pública su neutralidad, apoyaban con inteligencia y armamento, supervisando y entrenando a la facción beligerante que les era afín a sus intereses. Así como se podía ver a integrantes del Vietcong peleando con armamento soviético, o afganos luchando con armas americanas, se pudo observar a los ingleses combatiendo con material bélico proveniente de los Estados Unidos.
¿Fueron neutrales los estados? Si bien Chile y Perú fueron los únicos que estuvieron a punto de entrar en combate directo, dejando de lado su estatus anunciado para comenzar con prácticas agresivas en el conflicto, ninguno realizó acciones directas de violencia.
Según lo especificado por el Derecho Internacional, los gobiernos se podrían haber resguardado en la venta de armas de empresas privadas, que si bien responden en la mayoría de los casos al Estado en el cual están asentadas, no está prohibido por el Derecho Internacional, que establece muy bien las diferencias entre las decisiones privadas y públicas. Pero este no fue el caso. Tanto Perú a favor de la Argentina, como Chile, los Estados Unidos y Francia a favor del Reino Unido, proporcionaron material bélico y de inteligencia a las partes beligerantes.
Tanto Chile como los Estados Unidos, mediante su posesión de la Isla Ascensión, violaron su neutralidad, dejando a las tropas británicas utilizar su territorio como base operacional. Se vio la importancia que tuvo para los británicos el hecho de poder utilizar la Isla Ascensión como escala para sus aviones, y como destino de la ayuda proporcionada por los americanos. Y se analizó cómo integrantes de las fuerzas armadas del SAS, cuando cruzaban los Andes con destino a Chile, en lugar de ser internados, regresaban a Londres, permitiéndoles seguir el combate. El territorio nacional trasandino fue utilizado tanto para inteligencia como para el asentamiento de tropas inglesas.
De esta manera, es posible observar cómo Chile y los Estados Unidos participaron activamente del conflicto, violando el Derecho Internacional, y cómo Perú y Francia se dejaron llevar por la parcialidad declarada para proporcionar armamento e inteligencia nacional a las partes beligerantes.
En cuanto a la Guerra Fría, si bien no fue una guerra ideológica en la que los bloques se disputaban la supremacía, la instauración del gobierno militar argentino en el poder fue consecuencia directa de esa disputa ideológica. La alineación americana con Inglaterra fue mucho más fuerte a partir de la importancia del rol británico en la Guerra Fría y las alianzas que pudo conseguir la Argentina fueron posibles gracias al Movimiento de los No Alineados, producto también de la pugna entre los bloques.
Más allá de ciertas afinidades entre estados, hay que destacar que el polémico accionar de los gobiernos neutrales en la Guerra de las Malvinas, fue producto de intereses particulares, que los ubicaban de uno u otro lado del conflicto y con una parcialidad que ignoró e hirió las reglas internacionales.
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