En una recorrida, Clarín vio ascensores descalibrados, baldes que recogían el agua de equipos de aire acondicionado mal instalados, pisos sin terminar y reparaciones en la columna del auditorio La Ballena Azul, que no está insonorizado.
El inolvidable Alberto “el Negro” Olmedo usaba un chiste recurrente. Fingía pelearse a los tortazos con sus colegas de sketch para sacudir los decorados mientras, del otro lado, los técnicos ponían el cuerpo para sostener el montaje televisivo. Eso parece el Centro Cultural Kirchner (sin risas, claro), que hasta diciembre pasado estuvo bajo la órbita de los ex ministros nacionales Julio de Vido (Planificación) y Teresa Parodi (Cultura). Una escenografía deslumbrante detrás de la cual no hay tramoyistas ni técnicos de TV, pero sí obreros de la construcción que, martillo y carretilla en mano, apuran la obra de infraestructura inconclusa. De Vido estimó que faltaba concluir sólo un 7 por ciento durante la única rueda de prensa convocada en mayo de 2015. El ministro del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, dice que falta más del 20 por ciento.
Ya sin la marca personal que se les hizo a los periodistas durante la visita guiada de mayo de 2015, hace unos días Clarín recorrió el CCK con Lombardi, la secretaria de Contenidos Públicos, Gabriela Ricardes, la guía del CCK y el equipo de prensa. Por lo que se ve entre bambalinas, la sigla CCK parecería aludir a Kafka.
Detrás de la notable Area Noble del ex Palacio de Correos -la parte antigua- y de La Ballena Azul (hoy gris por la malla metálica que recubre sus defectos de construcción); detrás de la Sala Argentina, de las 51 salas de exposición y las 16 de ensayos y los 20 camarines y otras dependencias que totalizan diez pisos y tres subsuelos sobre 110.000 metros cuadrados, hay otra realidad.
Es la escena real de los andamios, las carretillas, las bolsas de materiales, los trozos de mampostería regados en escaleras, los pisos sin terminar, los equipos de sonido y de iluminación sin instalar, los cables fuera de las paredes, los paneles abiertos, las salas repletas de materiales de construcción y las cajas, decenas de cajas con folletería no utilizable porque fue impresa para acontecimientos ya pasados. Ello, sin contar que el aire acondicionado no está calibrado, de modo que en la recorrida pudieron observarse baldes de todos los colores recogiendo el agua de algunos equipos mal instalados. Mientras en algunas salas el frío congela, en otras el calor sofoca. Los pilares que sostienen La Ballena tienen la resina deteriorada: ahora está siendo reemplazada para poder darle uso a la Plaza Seca, debajo de la megasala sinfónica.
Cuando la nueva gestión del Sistema Federal de Medios hizo pie en el CCK empezaron a llegar los proveedores reclamando el pago de sus facturas. Por ahora, se comprobaron 28 millones de pesos adeudados. Pero los peregrinos siguen llegando. Y todo el día suenan llamados como éste: “Hola, yo hice una performance en septiembre del año pasado que todavía no me pagaron”.
Fue un derroche impúdico. Son 51 salas vacías de programación (que nunca la tuvieron durante la anterior gestión, con excepción de La Ballena Azul, la Sala Argentina y algunas zonas del Area Noble. Son seis los pianos que guardan silencio por causa de la obra (cuatro de la exclusiva marca alemana Steinway, una de las más caras del mundo). Hay un costosísimo órgano Klais de 4300 tubos, algunos de 10 metros de altura, que nunca funcionó en su totalidad, porque se apresuró su instalación y afinamiento. Y hay equipamiento sin instalar por 600 millones de pesos que salieron del erario público. Hay ascensores descalibrados, que hasta los empleados de seguridad evitan: de veinte ascensores instalados funcionan cuatro. A todo eso hay que agregarle tres restaurantes y tres bares con cocinas, mesas y silloncitos instalados, donde nunca se sentó nadie a comer un sándwich, porque la gestión anterior planteó una licitación a precios astronómicos -13 millones de pesos anuales sólo por el área premium- que fracasó. Tampoco hay salidas de incendio delimitadas.
En la Ballena Azul, durante la actuación de Martha Argerich, se dispuso todo para que pareciera que el equipamiento luminotécnico era el de sala. Al fondo de la Ballena una mesa con un operador manejó el sonido alquilado. Todos los recitales que se hicieron en el CCK fueron con sonido alquilado, cuyas facturas para el pago van apareciendo de a poco. Cuando se accede a la cúpula un “pitido” fastidia el oído: no se insonorizó, de modo que entra también en la obra por terminar. Como la insonorización de todas las salas destinadas a la música.
El contrato principal fue incluido por De Vido en el presupuesto, pero de ese contrato se desprendieron subcontratos que no lo estaban. Hoy los inspectores de la Dirección Nacional de Arquitectura controlan minuciosamente a la empresa que trabaja en el CCK y no puede decirse que el clima entre ellos sea dicharachero.
En las primeras semanas de marzo comenzarán los ensayos de los cuerpos estables que tienen ya su espacio en el CCK. Y habrá visitas guiadas de 20 personas por grupo, todo bajo estrictas medidas de seguridad. “Al tiempo que avanza la obra, pensamos inaugurar sectores por eventos. Así será más sencilla la circulación de gente”, comentó Ricardes a Clarín. Lombardi dice que todo está siendo auditado: “Si algo queremos es gestionar y programar el CCK. Pero en estas condiciones tenemos que desarrollar una estrategia escalonada según la funcionalidad de cada espacio. Hay pasillos donde no se puede permitir la libre circulación de los ciudadanos, por seguridad”.
Quizá la mejor síntesis del CCK sea decir que el símbolo más fastuoso del relato kirchnerista nació de un parto prematuro. A casi un año de su grandilocuente puesta en marcha todavía no tiene su DNI, que vendría a ser el final de obra y la habilitación. Aun así deslumbra, como la bellísima obra que Julio Le Parc prestó por tres meses (ya vencidos) para la planta baja, y cuya devolución reclama hoy desde París.
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