Por Fernando Gonzalez - Director Periodístico fgonzalez@cronista.com
Siempre soñé con un país que tuviera buenos trenes. Mejores trenes que los que teníamos en los años 70, cuando uno era más chico. Aquellos trenes no eran malos. Nos llevaban con bastante dignidad desde San Isidro, Moreno o Lomas de Zamora hasta Retiro y Constitución. No eran muy rápidos ni muy modernos, pero eran un medio de transporte seguro. Mi viejo me contaba cómo Perón los había nacionalizado y se los había sacado a los ingleses, una decisión que agitó polémicas entre peronistas y antiperonistas. El día que haya trenes para ir a cualquier lugar de la Argentina este va a ser un país importante, me decía. Pero nunca llegó a ver ese país de trenes modernos y seguramente hubiera sufrido como nadie la tragedia del choque de trenes que el miércoles mató a 4 personas e hirió a otras 120.
Quiero ver un tren. Parece increíble que la Argentina del Bicentenario no haya podido tener buenos trenes. Este es un país extenso pero de geografía llana, ideal para para el tendido de ferrocarriles que se complican cuando abundan las montañas o los desiertos. Lamentablemente, los argentinos tomamos conciencia de lo poco que han mejorado nuestros trenes cuando viajamos al exterior. El Amtrak de Nueva York a Washington; el AVE, de Madrid a Barcelona o a Sevilla; cualquiera de los trenes interurbanos que recorren Alemania o Francia nos muestran cuánto han avanzado los países que han desarrollado estratégicamente sus redes ferroviarias. Un medio para transportar pasajeros y cargas más eficaz y barato que los ómnibus y los camiones.
El mito tren bala. En su emblemático discurso del 25 de mayo de 2003, Néstor Kirchner anunció que los trenes iban a volver a ser una parte importante de la columna vertebral de nuestra geografía. Acusaba, y con razón, a Carlos Menem de haber desguazado los ferrocarriles como parte de un negocio con el que benefició a unos cuántos amigos. Y prometió cambiar ese paradigma. Pero sus decisiones más impactantes en cuestión de trenes fue la compra de 1.000 vagones a España (gestionadas por el hoy investigado ex secretario de Transporte, Ricardo Jaime) y el anuncio del tren bala que iba a ir de Buenos Aires a Rosario y Córdoba viniendo de Mar del Plata. Un proyecto de 4.000 millones de dólares pactado con un consorcio multinacional lanzado en abril de 2006 que va camino a convertirse en otro de los mitos argentinos como el traslado de la capital a Viedma que anunció Raúl Alfonsín o aquel vuelo a Japón vía la estratósfera que anunció Menem delante de niños en Tartagal.
La culpa es de Daniel. Ayer, el ministro de Planificación, Julio de Vido, dijo que la Argentina kirchnerista había invertido 7.500 millones en modernizar los trenes y que 1.000 millones de todo ese dinero había sido destinado al ferrocarril San Martín, cuya formación había sido destrozada por otra que iba a Junín desatando la tragedia de gente trabajadora en San Miguel. Ahora, la Justicia busca si la culpa es de los maquinistas o de la empresa concesionaria Ferrobaires, habilitada por la provincia de Buenos Aires. Esto último hizo que el kirchnerismo le apuntara una vez más a Daniel Scioli, la víctima preferida de Cristina aunque compartan celebraciones como los fastos de anoche en la reinauguración del Estadio Unico de La Plata.
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