Por Einat Rozenwasser para Diario Clarin.
Tiene unas 1.800 especies de árboles y plantas. Jugó un rol clave al principio de la producción de yerba.
Frente a Plaza Italia la puerta abierta invita, pero no son muchos los porteños que se animan a pasar. En el apuro olvidan que apenas una vuelta por el Jardín Botánico Carlos Thays basta para detener un poco el tiempo, llenarse de aire, descubrir los secretos que esconde este espacio delimitado por Las Heras, Santa Fe y República Arabe Siria.
Es cuestión de cruzar las rejas y avanzar por el camino de ladrillo que transporta a bosques y selvas, aromas, colores. Inaugurado el 7 de septiembre de 1898, alberga a unos 4.000 ejemplares (correspondientes a 1.800 especies de plantas y árboles) y casi 80 obras de arte.
A pocos pasos de la entrada, un claro en la vegetación genera el marco perfecto para descubrir La Primavera. Cuando el sol acompaña se suma el reflejo de esta dama de mármol que se mira con gesto sensual en el agua de la fuente que la envuelve; el cabello a un lado, el paso detenido. Un poco más atrás, el edificio central, diseñado por el ingeniero polaco Jordan Wysocki.
“Era un terreno privado y el Estado Nacional lo fue comprando por lotes allá por 1850 a 1860”, introduce la ingeniera agrónoma Graciela Barreiro, directora del lugar. El paisajista francés Carlos Thays se enamoró de ese sitio y sus árboles y logró convencer a las autoridades de la importancia de crear un espacio natural.
Dedicó seis años a completar la plantación y, en líneas generales, su diseño se mantiene. “Muchos senderos son originales”, explica Gabriela Benito, curadora del Botánico. Las plantas están organizadas por región y hay sectores que se utilizan para estudiar la evolución de esas especies, un invernáculo y jardines romanos y franceses, recién reciclados. Así se conjugan sus funciones básicas. “Conservar la biodiversidad; hacer divulgación e investigación académica”, enumeran las especialistas.
Es un mediodía cualquiera y los turistas van y vienen. Quizás busquen los ombúes enormes, la Tala (“probablemente anterior a Thays”, desliza Benito) o se sorprenden con grupos escultóricos como Saturnalia, que representa una bacanal, esa fiesta romana donde todo estaba permitido. Desapareció durante la última dictadura hasta 1987, cuando la rescataron de una caballeriza.
El cantero de la yerba mate también llama la atención. “El primero en sembrar tan al Sur fue el propio Thays. Sus ensayos fueron un punto de partida para la producción industrial”, sigue la directora, que el año pasado se animó a revivir esa experiencia. O la higuera sanjuanina, “descendiente” del famoso árbol de Sarmiento.
Entre araucarias y alcornoques, dos oficinistas apuran el almuerzo, varios jubilados matan el tiempo y no falta la parejita que se siente invisible detrás de tanto follaje. Una chica se recuesta en un banco para hablar por teléfono y, cerca, un morochito de 20 lee a Bukowski.
En el Botánico trabajan unas 75 personas. Están terminando de completar un sistema de riego (hasta hace poco se manejaban sólo con las lluvias), construyen un edificio para los jardineros y una nueva sala de conferencias, biblioteca y espacio para los planos, porque allí se guarda todo el registro de espacios verdes de la Ciudad. Durante el año hay visitas guiadas para alumnos de todos los niveles, actividades recreativas y artísticas y también, clases de huerta.
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