Por Gonzalo Sánchez - Diario Clarín
Las montañas suelen reservar para sus amantes relatos a los que nunca les faltará épica. Allá donde el aire se vuelve espeso, nada es prosaico y los éxitos y los fracasos se narran con la desmesura justificada de las historias protagonizadas por héroes.
La construcción a 6.000 metros de altura del refugio Elena en el Cerro Aconcagua –desde ahora, el refugio para escaladores más alto del mundo– cierra el círculo de una historia trágica, donde hubo que lamentar víctimas fatales, pero donde también abundaron los actos de coraje y solidaridad.
El 7 de enero de 2009, tras una odisea dramática, el guía argentino Federico Campanini y una de sus clientes italianos, la alpinista Elena Senín, murieron en las laderas de la montaña. En el mismo incidente, otros tres montañistas pudieron ser rescatados. Dos años después, la edificación del refugio opera como homenaje a los escaladores fallecidos. Sólo su construcción implicó una proeza.
Poco después de la tragedia, los padres de Senín manifestaron su deseo de donar un refugio que llevara el nombre de su hija y cuyo destino fuera la atención de emergencias. La Asociación Argentina de Guías de Montaña llamó a concurso y de las 6 propuestas recibidas eligió la del andinista y estudiante de ingeniería Heber Ferri: una casilla hecha con paneles de cámaras frigoríficas, de forma facetada para resistir los feroces vientos de altura. Lo que siguió, entonces, fue la hazaña de volver a las alturas, de trasladar cada una de las partes y de levantar en la explanada de Plaza Cólera, donde se unen los dos senderos de ascenso a la cumbre más transitados, esa armadura que servirá para dar calor, después del esfuerzo, y también para salvar vidas.
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