Por Roberto R. Casas para LA NACION
El crecimiento permanente de la población de los países en desarrollo genera una presión en aumento sobre los recursos naturales que conduce a una sobreexplotación de éstos. La consecuencia directa es la degradación de los suelos con intensificación de la erosión hídrica y eólica, deterioro de la estructura, salinización, disminución de la fertilidad y desertificación.
Los procesos de degradación determinan un descenso de la productividad de los suelos y a veces la pérdida irreversible de la capacidad productiva, aumentando la desnutrición y el hambre en esos países: es lo que se denomina "circulo vicioso de suelos por comida". Del total de tierras arables del mundo -unos 1400 millones de hectáreas- se estima que un 30 por ciento están afectadas por diversos procesos de degradación con un incremento anual de 5 a 7 millones de hectáreas.
Hasta 1930 una hectárea de suelo cultivado alimentaba en promedio a dos personas. De haber continuado con ese nivel de productividad hoy habríamos usado la totalidad de la tierra agrícola y estaríamos enfrentando una hambruna generalizada.
La revolución verde de la década del sesenta casi duplicó la productividad agrícola y hoy cada hectárea cultivada alimenta en promedio a 3,6 personas. De continuar con este nivel de productividad, en 100 años estaremos usando toda la tierra agrícola del planeta. No se registrarán problemas de falta de alimentos, pero habrán desaparecido muchos de los bosques, con pérdidas cuantiosas de biodiversidad. Si en este mismo período se vuelven a duplicar los rendimientos, se reducirá la necesidad de cultivar nuevas tierras y si la productividad se triplica, se podrá alimentar al mundo utilizando solamente las tierras actualmente en uso.
En vastas regiones de la Argentina se viene observando con preocupación una reactivación de los procesos de erosión del suelo producto de la combinación de usos y manejos inadecuados del suelo, falta de rotaciones y sequías extendidas que disminuyen la cobertura vegetal del suelo, potenciando la acción erosiva del viento, particularmente. Algunos casos de voladura de suelos han tomado estado público frente a la necesidad de limitar el tránsito de rutas nacionales, tal lo ocurrido en el sur de la provincia de Buenos Aires a comienzos del corriente año, o por producir accidentes automovilísticos por falta de visibilidad en el sur de la provincia de Córdoba, sólo por mencionar casos que cobraron notoriedad.
El proceso eólico en la región pampeana abarca el sur de la provincia de Córdoba, este de San Luis, noroeste de La Pampa y sudoeste de Buenos Aires, afectando una superficie de 6 millones de hectáreas. Las causas principales de la erosión eólica en la porción semiárida son la falta de rotaciones, laboreo de tierras no aptas para la agricultura, sistemas de labranzas inadecuados en algunas zonas, sobrepastoreo de campos naturales y deforestación sin planificación previa.
En la región pampeana húmeda y subhúmeda el abandono de la rotación de cultivos ha generado consecuencias negativas en el incremento de la erosión de los suelos, el balance de la materia orgánica, la fertilidad y la eficiencia hídrica. No se debe perder de vista que una erosión moderada a severa del suelo produce mermas en los rendimientos de trigo, soja y maíz que varían entre un 20 y un 30 por ciento según datos del Instituto de Suelos del INTA.
En las regiones patagónica y seca occidental la problemática de la desertificación es muy compleja y también requiere una atención especial. El sobrepastoreo, el desmonte y uso del fuego en los bosques secos, juntamente con otras actividades antrópicas tales como la petrolera y la minería, han contribuido a incrementar los procesos de erosión y contaminación en estas regiones. La expansión de la frontera agropecuaria a zonas ambientalmente frágiles está produciendo la degradación de los recursos naturales con pérdidas cuantiosas de biodiversidad y servicios ambientales de bosques y pastizales.
Existen actualmente en la Argentina los conocimientos y tecnologías disponibles para desarrollar una agricultura de alta producción y sustentable. El sistema de siembra directa difundido en la Argentina desde principios de la década del 90 ha permitido disminuir la tasa de erosión a menos de un tercio de la tolerable, establecida en 10 toneladas de suelo por hectárea, como valor orientativo. Pero para que el sistema sea eficaz en el control de la erosión se deben implementar rotaciones que incluyan gramíneas tales como el trigo, maíz y sorgo que mantengan cobertura superficial, el suelo bien estructurado y con balance positivo de la materia orgánica. Se aconseja integrar al sistema de directa el empleo de cultivos de cobertura, la fertilización y utilización de terrazas de desagüe que acorten la longitud de la pendiente en áreas onduladas. En zonas con peligro de erosión eólica, se recomienda introducir franjas de pasturas, maíz y sorgo perpendiculares a los vientos dominantes.
Sin duda, la agricultura mundial de las próximas décadas deberá tener productividad creciente a los efectos de poder satisfacer el aumento de la demanda de alimentos en un contexto que limita la posibilidad de utilización de nuevas tierras. Esta situación generará una mayor presión sobre los recursos naturales y un conflicto con los fundamentos del uso sustentable. Si bien la Argentina ha logrado avances relevantes en la difusión de tecnologías conservacionistas, la problemática es de una magnitud, vastedad y complejidad tales que requiere un programa nacional -con énfasis en educación- que focalice el recurso suelo como elemento estratégico del desarrollo regional y nacional.
Alimentos, agua y bioenergía se transformarán en elementos vitales y estratégicos a escala mundial, especialmente teniendo en cuenta que más de 5000 millones de personas constituyen la población de los países en desarrollo y con proyecciones de crecimiento demográfico que plantean incertidumbre sobre la capacidad productiva de las tierras del planeta para abastecer semejante demanda de alimentos, creciente en cantidad y calidad.
Se debe comprender en su verdadera dimensión que la vida sobre la tierra depende en gran medida de las diferentes funciones cumplidas por la delgada capa de suelos. La conservación de la integridad y las funciones del suelo continuará siendo el principal factor relacionado con el desarrollo de sistemas agrícolas sustentables.
El autor es ingeniero agrónomo; director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA-Castelar.
Muy acertado aviso. Perder la fina capa de tierra fértil es muy fácil, pero crearla demanda cientos de años o más.
ResponderEliminarQuien le dice eso a los sojeros monocultivo?
ResponderEliminarEsa es facil?