Editorial del Diario La Nación
La
tragedia ocurrida en Castelar volvió a poner de manifiesto la
desastrosa política ferroviaria y la desidia con que el Gobierno actuó
en los últimos años
El nuevo escenario de horror vivido anteayer en la estación Castelar
de la línea Sarmiento, a 16 meses de la tragedia de Once, demuestra a
las claras el deterioro de nuestra calidad de vida y la desidia con que
se ha manejado y se sigue manejando la política ferroviaria en la Argentina.
Como señalamos a pocas horas de producirse la masacre
de Once del 22 de febrero del año pasado, resulta inadmisible que en
pleno siglo XXI un tren no pueda frenar a tiempo y provocar un desastre,
incluso cuando mediaran fallas humanas.
También resultan inadmisibles las excusas de
funcionarios que, rápidamente, pretendieron ampararse en la presunta
responsabilidad del maquinista del tren de pasajeros que embistió a otra
formación que se hallaba detenida en la estación de Castelar. Mucho
más, que el ministro del Interior y de Transporte, Florencio Randazzo,
intente escudarse en que no puede resolver en un año problemas que se
arrastran desde hace cincuenta. Porque lo cierto es que diez años de
gestión kirchnerista, que el propio gobierno vende al mundo como la
"década ganada", es demasiado tiempo como para que viajar en tren siga
siendo una aventura poco menos que temeraria.
Si efectivamente se hubiera tratado de un error del
motorman, ¿deberían resignarse los usuarios de los servicios
ferroviarios a que una distracción o un súbito desmayo del maquinista
pueda provocar una catástrofe? Cuesta creer que la línea Sarmiento no
contara con mecanismos de seguridad adicionales, por cierto bastante
elementales, para que una formación se detenga automáticamente si quien
la guía no respeta una señal roja. Ésa es una de las explicaciones que
deberán dar tanto el concesionario de la línea como las autoridades a
cargo de su control.
El enorme atraso en materia de seguridad ferroviaria de
nuestro país se puede advertir a partir de un informe publicado
recientemente por la nacion, que mostró amplia y minuciosamente cómo se
viaja en una línea urbana española y cómo en una similar en la
Argentina. Se trata de datos de la realidad, de los que no pueden
disfrazarse con cifras porque forman parte de la vida diaria y están a
la vista de todos.
En la línea C5, que transporta hasta 300.000 pasajeros
por día entre el suburbio de Humanes y la terminal madrileña de Atocha,
hay puntualidad, pulcritud, comodidades y un elevado nivel de
seguridad; en el tren del Sarmiento, que une Moreno con Once,
exactamente todo lo contrario aunque, eso sí, se cuenta con la
posibilidad de que muchos puedan viajar sin pagar boleto, no por
generosidad de quienes deben cobrarlo, sino por el descontrol que impera
en andenes y vagones. Conmueven dos imágenes de ese informe
periodístico: la que muestra en el tren español a un hombre cómodamente
sentado utilizando su tableta y la que a diario deja ver, en el
ferrocarril argentino, a personas viajando en un furgón, literalmente
como animales.
En sus múltiples discursos por la cadena nacional, en
varios de los cuales suele recomendar a otros países hacer lo que el
kirchnerismo hizo en la Argentina, la presidenta Cristina Kirchner no
habla de los ferrocarriles. Tampoco lo hace desde sus recurrentes
mensajes a través de la red social Twitter, y es entendible. ¿Qué podría
decir de un servicio que está directamente bajo su órbita y que se
llevó tantas vidas no obstante los 37.500 millones de pesos que
teóricamente se invirtieron en él desde el comienzo de la década K?
Semanas atrás, el ministro Randazzo había anunciado la
compra de 300 vagones para la línea Roca, con una inversión de 327
millones de dólares, y explicó que los nuevos coches empezarían a
funcionar a mediados de 2014. Se trató de un nuevo anuncio que suena
faraónico y cuya concreción, suponiendo que los plazos se cumplan, suena
lejana frente a un presente en el cual las políticas del ministro no
han servido aún para lograr algo tan mínimo y elemental como que los
trenes viajen con sus puertas cerradas o frenen a tiempo, para no estar
permanentemente al borde de nuevas tragedias, como la que acaba de
producirse en Castelar.
Se anunció gran cantidad de obras de arreglo de vías y
estaciones, pero en forma caótica y desordenada, llevando al Sarmiento
materiales acopiados para obras planificadas y contratadas en otras
líneas de la red. El objetivo, mostrar a cualquier precio resultados
rápidos.
Por otro lado, se puso el foco en el tema de la
inversión, recurrente caballito de batalla de quienes desconocen los
problemas e ignoran que tan importante como invertir es mejorar la
gestión, la disciplina y la productividad laboral. Se encararon
proyectos de todo tipo, haciendo estudiar por los dispersos niveles
técnicos del sector ferroviario proyectos variados, pero sin conocerse
cómo habrían de financiarse; y sin que nadie en el Gobierno explique por
qué, siendo las cosas aparentemente tan fáciles, nada se hizo en los
anteriores diez años. Porque si bien los defectos de gestión y las
negligencias pueden ser de la responsabilidad de los malos
concesionarios -a los que no se controló durante prácticamente toda la
década-, la falta de inversión fue exclusiva responsabilidad del
Gobierno, puesto que desde el principio de las concesiones ésta fue
asumida por el Estado como su responsabilidad.
Como si siguiera observando monstruos ocultos que
intentan frenar la posibilidad de que los argentinos tengan una mejor
calidad de vida, la Presidenta insistió recientemente en que el país
"sigue andando, le pese a quien le pese".
Es de esperar que esa expresión de la Presidenta se
traduzca en hechos que permitan que los ferrocarriles empiecen a andar
de manera tal que viajar en ellos no continúe significando un martirio
y, mucho más que eso, un riesgo para la propia vida.
Las desacertadas políticas en materia ferroviaria y los
muertos de Castelar y de Once demuestran claramente que en este rubro
clave los diez años de kirchnerismo han sido una década perdida.
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