Por Nahuel Nicolás - Diario Clarín
Los presos eligen un barrio y envían a sus “cobradores” en moto a esperar allí. Seleccionan números en la guía telefónica y llaman desde celulares hasta que alguien cae. Cuentan con guardias cómplices.
El mismo día en que a Leandro le propusieron cobrar los rescates por los secuestros virtuales que hacían unos ex cómplices suyos presos en el penal de Devoto no lo dudó y cambió de rubro. Prefirió dejar de robar autos –algo menos redituable– para empezar a ir buscar bolsas con plata. Encima, le ofrecieron un teléfono costoso y un abogado , por si algo salía mal.
“De cinco autos que levantábamos podíamos vender uno; al resto los recuperan con los rastreadores satelitales. La condena por robo automotor es alta. Con esto, ando sin armas : si te agarra la Policía salís directo de la comisaría”, le cuenta Leandro a Clarín en una parrilla de Floresta.
La modalidad cuyos secretos revela volvió a hacerse visible este jueves, cuando se descubrió a una familia que la practicaba con eficacia: padre e hijo detenidos en Devoto hacían los llamados desde su celda –en los que intentaban hacer creer a alguien que tenían a un familiar secuestrado– y su esposa (y madre) cobraba los rescates desde afuera. El fiscal federal Paul Starc allanó el penal y halló 8 celulares.
Esos aparatos, prohibidos en el mundo penitenciario , son el insumo clave: desde el caso fatal de Facundo Azulay, las llamadas hechas desde los teléfonos públicos de los penales son antecedidas por un mensaje grabado que advierte su origen. Los presos lo saltean con los celulares o con unas tarjetas prepagas en particular que sólo vende una cadena farmacéutica, que omiten esta grabación.
Leandro cuenta que se va a dormir con su handy debajo de la almohada, porque muchas veces lo llaman de madrugada y tiene que salir en moto a buscar el rescate. Ahora está más organizado. Se levanta temprano a esperar que desde el penal le digan la característica telefónica que van a “trabajar”. “Los pibes tienen guías telefónicas que entran de a páginas sueltas, ‘encanutadas’ en revistas o por carta. O se las dan los guardias. Me llaman y me dicen: ‘Hoy Villa Urquiza, andate para allá’. Yo voy y hago tiempo en una plaza o un bar hasta que me llaman para avisarme que ‘engancharon’ a alguien y me dan la dirección”, dice.
Leandro llega rápido – factor clave para que la víctima no tenga tiempo para descubrir el engaño–, mira la casa y se la describe a los presos, para que estos puedan dar verosimilitud a su reclamo. También elige el lugar para cobrar el rescate. La banda para la que trabaja tiene cinco “cobradores”, todos en moto. “Adentro son cuatro y tienen todo el día para intentar . Calculá que cae una mina cada tanto. Así y todo hacen más de diez todos los días”. Generalmente, es difícil que un rescate sea mayor a $20.000, afirma.
Los presos que no tienen “cobradores”, en lugar de dinero a sus víctimas les exigen como “rescate” los números de tarjetas con créditos telefónicos. En la cárcel se las conoce como “cartones” y tienen el mismo valor que el dinero. Se usa, por ejemplo, para comprar droga. Los celulares entran al penal sin problemas. “Parate un día de 14 a 16 en el pasaje Ukrania y Nazarre y vas a ver a todos los autos que frenan y tiran teléfonos y droga para adentro, por sobre el muro ”, cuenta Gonzalo Aguilar, miembro de la asociación Devoto Sin Cárcel, que propone poner inhibidores de celulares .
Los teléfonos ingresan en bolsas; la droga adentro de medias atadas a un cordón. Según Aguilar, para arrojarlos aprovechan el horario en que el patio está libre . Desde su pabellón, los presos tiran una soga con un gancho –la “paloma”– para subirlos. Muchas veces se los roban entre ellos y hay peleas.
Desde adentro, Lucas habla telefónicamente con Clarín . Lo primero que dice es que esta semana se allanaron muchos pabellones, incluido el suyo. “Hacía un mes que la requisa no entraba”, cuenta. “Yo tengo celular como la mitad de mi pabellón”, de 50 presos, agrega. Y jura que sólo lo utiliza para estar comunicado con su familia y mandarse fotos con chicas que conoce en un chat telefónico. “Cuando entra la guardia, los descartamos , los escondemos en cañerías. Igual, si los encuentran te los vuelven a vender ellos mismos ”, afirma. “Los que hacen secuestros se van al fondo, se meten en una cama marinera y la tapan con una frazada. Están todo el día así, desde temprano”. La frazada, asegura, es para evitar interferencias. “Se arman ranchos de cinco o seis reos que andan juntos y se cubran con frazadas para que nadie vea lo que se hace”.
Alejandro ya no está en Devoto porque lo trasladaron a un complejo del Interior, pero dice que no olvidará jamás algunas cosas que vio allí . Recuerda que la requisa entraba a eso de las nueve de la mañana, por lo que él y los demás presos sacaban los celulares a partir de las diez. “En esa época los guardias te los daban en la mano por $150 . O te los secuestraban en un pabellón y se los vendían a los del otro”, apunta.
Cuenta que en un sector los presos ponen un colchón en la puerta (de rejas) del pabellón, para que la víctima con la que hablan no escuche el griterío constante que hay. “ Necesitan clima . A veces, hay uno que grita como si fuese la víctima, hace que la pasa mal. Otro al lado se encarga de los ruidos de cachetazos. Es todo muy creíble”, dice. Y nombra a un preso que es conocido en el ambiente carcelario por haber hecho secuestros virtuales desde todas las unidades en las que estuvo.
“Por ahí hacen $10.000 entre cuatro”, agrega Alejandro. “Alguna visita les lleva el dinero. Reparten en partes iguales y dicen: ‘Pongamos 500 cada uno para droga y un televisor’. La plata se la gastan adentro. Van mucho a la ‘cantina’ y comen bien, se compran ropa, se drogan mucho o hacen que les manden plata a sus señoras para que vayan a verlos. También mantienen a sus familias. Hay tipos que hicieron más guita adentro que en la calle. Hacen la diferencia los que no se drogan ”.
Según los presos, adentro se vende cocaína, marihuana, pastillas y pasta base. Pero todo es mucho más caro que afuera. “Podés ir a comprar como si fueses a cualquier villa”, comenta Alejandro. Y agrega que existen organizaciones que se encargan de recibir giros de dinero y pasar droga en visitas. En la jerga, se les dice “monederos”. El problema afecta a miles, aunque no hay estadísticas. A la vez, beneficia a demasiados.
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