Por Timothy Garton Ash - EL PAIS
¿Intervenir o no intervenir? Esa es la cuestión. Ver lo dispuesto que está Muammar Kadafi a matar a todos esos libios que, según él, le “aman” –aunque lo demuestren de formas extrañas–, vuelve a situarnos en un debate fundamental de nuestra era.
Desafío a cualquiera que vea los ataques de los aviones de Kadafi contra esas ciudades asediadas a no reconocer que, por lo menos, es legítimo preguntarse si las potencias extranjeras no deberían intervenir de alguna forma para impedir que siga matando a su pueblo. Y es evidente que algunos libios están de acuerdo. En un artículo publicado el otro día en la página web de The Guardian , “Muhammad Min Libya”, un bloguero que escribe desde Trípoli, se opone con elocuencia a “toda intervención militar de cualquier fuerza extranjera sobre el terreno” , pero es partidario de una zona de exclusión aérea.
El debate sobre el llamado “intervencionismo liberal” está lastrado por dos distorsiones importantes.
En primer lugar, al hablar de intervención se suele pensar solo en la intervención armada. Es decir, se ignoran muchas otras maneras que pueden tener los Estados de intervenir en los asuntos internos de otros países. El mero ofrecimiento de ayuda humanitaria a las víctimas en Libia es intervenir.
La otra gran distorsión es que las acciones militares que más relacionamos hoy con el término (Afganistán, Irak) no tuvieron nada de liberales; o, por lo menos, ese no fue su carácter fundamental. Algunos justificaron esas acciones con argumentos liberales, y algunos liberales las apoyaron, pero no fueron actuaciones basadas en un principio liberal, como sí lo fueron las intervenciones militares de Occidente en Bosnia (demasiado tarde), Sierra Leona y Kosovo.
La razón principal por la que las fuerzas occidentales invadieron Afganistán fue que Al Qaeda, que entonces tenía su cuartel general en aquel país, había atentado en EE.UU. Esa misión se transformó en –o se mezcló con– la de construir una sociedad en la que, por ejemplo, no se tratase a la mujer como a una esclava encapuchada propiedad del marido: un buen objetivo liberal al que Occidente está hoy renunciando en silencio y avergonzado. Pero seguro que George W. Bush no había pensado mucho en las mujeres oprimidas de Afganistán antes del 11-S.
Irak es un caso más complicado. Aquí, los motivos como la frustración por no haber capturado a Bin Laden, el deseo de emplear la superioridad militar estadounidense para apabullar y el interés por el petróleo iraquí se mezclaron desde el principio con un programa neocon de difusión de la democracia y dar ejemplo a toda la región. Habría que ser estúpido para no reconocer que la invasión de Irak dio al “intervencionismo liberal” mala fama.
Sin embargo, junto a estas distorsiones del intervencionismo liberal, ha seguido desarrollándose discretamente una versión mucho más liberal de verdad, precavida y respetuosa con la ley. Sobre la base de impulsar los derechos humanos y el derecho humanitario internacional, y en colaboración con la ONU, este intervencionismo ha engendrado el Tribunal Penal Internacional y la doctrina de “la responsabilidad de proteger”. Al fin y al cabo, ¿no tenemos cierta responsabilidad de proteger a quienes se han rebelado contra Kadafi, aunque solo sea con la zona de exclusión aérea que proponen libios como “Muhammad Min Libya”, y sobre todo si se trata de protegerlos contra unas armas que nosotros vendimos al dictador? No estoy convencido de que esté justificado implantar una zona de exclusión aérea en Libia... en el momento de escribir estas líneas. Si resulta que Kadafi tiene todavía un arsenal escondido de armas químicas, mi opinión podría cambiar. Pero todavía no hemos agotado todas las demás vías. Una zona de exclusión aérea sería muy difícil de controlar y tal vez no tendría más que un efecto marginal en tierra.
Sobre todo, cualquier forma de intervención armada de Occidente echaría a perder el mayor motivo de gloria de estos acontecimientos, que es que son todos obra de hombres y mujeres valientes que luchan por su propia liberación.
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