De la mano de su mayor prosperidad económica, Brasil también comenzó a construir en la última década una política exterior que mira más hacia sus vecinos de América latina, con un vínculo que se construye sinuosamente y en el que todavía le cuesta asumir su papel de líder regional.
Una definición del ex embajador y ex ministro Sergio Amaral sintetiza casi a la perfección esta dificultad de Brasil para conectarse con el mundo. "Cuando era embajador en Francia, explicaba que Brasil fue descubierto en 1500, pero aclaraba que sólo descubrió que el mundo existe hace 10 años. Mi país siempre llega con retraso a los fenómenos mundiales: llegó tarde a la abolición de la esclavitud, a fines del siglo XIX, y a la apertura económica, 100 años después. Pero cuando se da cuenta del cambio, corre y lo hace a gran velocidad." Tal como ocurrió con el enamoramiento de la Argentina con Europa, la clase dirigente brasileña mantuvo históricamente una actitud similar con Estados Unidos.
La democratización regional y las crisis económicas llevaron a que, en las últimas dos décadas, los respetados diplomáticos de Itamaraty y los empresarios locales se enfocaran más en sus vecinos e impulsaran una alianza estratégica con la Argentina: el Mercosur. Si bien lejos de la perfección, esta unión aduanera contribuyó a reducir la desconfianza entre los dos países. Con Cardoso y con Lula, Brasil intentó asumir el rol de hermano mayor del bloque que por su tamaño le corresponde, aunque no haya cosechado demasiados éxitos, porque dentro del país son muchos los dirigentes políticos y económicos que se siguen resistiendo a adoptar una actitud integracionista y porque, aun con más efectismo que hechos, la Venezuela del presidente Hugo Chávez le robó varias veces el protagonismo.
Los anuncios del lanzamiento del gasoducto que iba a atravesar América del Sur de Norte a Sur y el Banco del Sur son ejemplos, por ahora no concretados, de esta última cuestión. Según Arthur Virgilio, el líder de los senadores del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, el principal de la oposición), la culpa de esta falta de protagonismo es del presidente Lula. "Brasil tenía un liderazgo regional que perdió a manos de Chávez, que es un bufón antinorteamericano. Lula no percibió el rol que le cabe al país en política exterior por ser una potencia económica media, muy superior respecto de Venezuela o de Cuba", disparó Virgilio en su amplio despacho de Brasilia.
Lula ha definido a Chávez como "el mejor presidente de Venezuela en los últimos 100 años". Ingenioso y amable, pero virulento con el líder del PT, Virgilio sostuvo que "Lula parece un fan de Fidel Castro" y que "para el gobierno brasileño, Cuba es como Disneylandia: Fidel es Mickey Mouse y Raúl Castro es el Pato Donald".
Como era de esperarse, Virgilio afirmó que el Senado hará todo lo posible para trabar el ingreso de Venezuela como miembro pleno del Mercosur. A pocas cuadras, en el Palacio del Planalto (sede de la presidencia), Marco Aurelio García, asesor especial de Lula, defendió "la relación madura que hay con Chávez", aunque aclaró que están atentos a la situación institucional de ese país. "No interferir en los asuntos internos no quiere decir que seamos indiferentes. No les vamos a decir a Chávez y a Uribe [Alvaro, presidente de Colombia] qué deben hacer, pero cada vez que nos piden que ayudemos, lo hacemos", indicó.
García afirmó que el comercio en el Mercosur aumenta gracias a que Brasil como la Argentina están creciendo con fuerza, pero admitió que el bloque "sufre un déficit institucional porque sus estructuras son muy pequeñas y no reflejan la complejidad de la integración". Los dos socios más grandes, añadió, deben profundizar su ayuda a los más pequeños, Paraguay y Uruguay, si no se quiere dejar al bloque congelado como una zona imperfecta de libre comercio.
Para el especialista Fabio Giambiagi, los problemas del Mercosur serán difíciles de solucionar porque, salvo en algún período aislado, la Argentina y Brasil siempre caminan hacia lugares diferentes en materia de política económica. "Además, a diferencia de lo que ocurre en la Unión Europea, ninguno de los dos asume el esquema de soberanías compartidas; Brasil, por su mayor peso relativo, y la Argentina, porque no tiene líderes políticos proclives a la integración", comentó el economista de origen argentino. En esa sintonía, Giambiagi tampoco cree en la flamante iniciativa de la Unión de Naciones Sudamericanas, lanzada el 23 del mes pasado en Brasilia. "Son más palabras que hechos", acusó, pese a ser un ferviente creyente en los procesos de convergencia. Sin embargo, mientras estas iniciativas no encuentran su rumbo, el vínculo con la Argentina se fortalece, tal como lo demuestra el comercio bilateral de US$ 25.000 millones y las inversiones directas por unos US$ 7000 millones de las empresas brasileñas en suelo argentino en sectores estratégicos como petróleo, cemento y agro.
Sin duda, más allá de la cercanía geográfica, los empresarios se lanzaron a comprar bienes en la Argentina (como en el resto del mundo) por la suba del valor del real, como destacaron Amaral y el economista Edmar Bacha, cuyo entusiasmo por esta llegada masiva de compañías brasileñas a la Argentina no oculta, al mismo tiempo, cierta inquietud. "Hay una preocupación sobre cómo va a arreglarse la cuestión macroeconómica en la Argentina, por los crecientes controles de precios", dijo. Alberto Alzueta, presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Brasileña, de San Pablo, sostuvo que "nadie entiende por qué el gobierno argentino cobra retenciones a las exportaciones cuando los alimentos son una gran oportunidad para crecer en todo el mundo". Así, Bacha y Alzueta resumieron el alicaído ánimo de empresarios, analistas y funcionarios brasileños respecto de la compleja situación de su parceiro más importante de la región.
Fuente: Por Martín Kanenguiser (Diario La Nación)