Por Ignacio Montes de Oca - Infobae.com
En septiembre de 2018, el ministro de defensa Oscar Aguad reveló un dato inquietante: quedaban apenas tres aviones de combate A4 Skyhawk para proteger la inminente cumbre del G20 que se estaba organizando en Buenos Aires. Tres aviones. Un país de 2,78 millones de kilómetros cuadrados defendidos por tres aeroplanos cuyo diseño se remonta a la década del 50.
Quizás el sobrevuelo sobre Buenos Aires de una pareja de A4 Skyhawk en los días en que la capital argentina se convirtió en sede del poder mundial sea la despedida digna de un avión que prestó servicio por más de medio siglo y protagonizó al auge y decadencia del poderío aéreo argentino. Pero también un símbolo de una revancha política interminable que dejó indefenso a un país.
Corría el año 1954 y el mundo se reponía de la Guerra de Corea. El diseñador norteamericano Ed Heinemann había terminado de supervisar la construcción del prototipo del A4 Skyhawk, el cazabombardero destinado a prestar servicio en los portaaviones estadounidenses y que incorporaba todas las lecciones aprendidas en las batallas recién terminadas en el sudeste asiático.
El avión pasó todas las pruebas y dos años después comenzó a equipar los escuadrones de la Armada norteamericana y el cuerpo aéreo de los Marines. El éxito del pequeño pero potente avión con ala delta fue tal, que pronto comenzaron a llegar pedidos desde el extranjero. Australia, Kuwait, Singapur, Brasil, Malasia, Israel y Argentina, fueron algunos de los usuarios del nuevo modelo de la empresa McDonnell Douglas que se mostraba versátil para una variedad de misiones y cuya rusticidad lo hacía ideal para resistir tanto el combate como el uso prolongado en ambientes climáticos hostiles. En total se produjeron unos 3.000 A4 Skyhawk, la mayoría para las fuerzas navales de los EEUU.
Entró en servicio justo a tiempo para combatir en la Guerra de Vietnam, donde se convirtió en la tropa aérea de la ofensiva contra las tropas del Viet-Cong y el Viet-Minh. Israel los usó en la guerra de Yom Kippur en 1973 y su fortaleza para soportar la crudeza de la batalla fue crucial para detener la ofensiva árabe cuando parecía que la pequeña nación judía estaba a punto de perecer.
Aunque el A4 Skyhawk era un buen avión, ya en Vietnam mostró que su diseño estaba superado. En 1963, el gobierno norteamericano había emitido una orden para estudiar su sucesor y en 1965 ya estaba siendo reemplazado por el A7 Corsair II, un avión mucho más potente y versátil. Luego, el reemplazo del A4 fue sacado de servicio y en su lugar entró el elegante F/A 18. A fines de los noventa, tanto la armada como los marines de EEUU estaban reemplazando el F/A 18 por el nuevo F35, cuyo costo unitario supera los 200 millones de dólares, suficiente para comprar toda la flota actual de aviones de combate argentina unas 100 veces. Es decir que el A4 quedó cuatro generaciones atrás. Nació en la era de Elvis Presley y hoy es tan antiguo como un Rastrojero compitiendo en el rally Paris Dakar.
Los A4 argentinos y una historia de guerra
Argentina comenzó a recibir los A4 Skyhawk en 1966, con la idea de convertirlos en la espina dorsal de su fuerza aeronaval. Hace medio siglo, llegaban los primeros ejemplares de este modelo para ser incorporados a la flota aérea que operaba desde el portaaviones 25 de Mayo y otra parte fue destinada a la Fuerza Aérea para ser operado como avión de ataque. En total, se compraron 75 A4 para la Fuerza Aérea Argentina entre 1966 y 1979 y otros 16 para la Armada Argentina.
Llegó la guerra de Malvinas y los 45 A4 Skyhawk que quedaban en servicio eran el avión de ataque más numeroso con los que contaba la Argentina.
La batalla aérea sobre Malvinas fue desigual. Los aviones y buques británicos hicieron estragos en la flota aérea argentina desprovista del equipamiento adecuados para la guerra aérea del momento. Se perdieron en combate en total 19 aviones A4 Skyhawk. Otros tres se estrellaron en accidentes. Sin embargo, el pequeño y ágil Skyhawk y sus pilotos fueron capaces de una proeza militar reconocida por los propios británicos. Sin armas, ni equipos de navegación o de puntería modernos, hundieron al destructor HMS Coventry, a las fragatas HMS Ardent y HMS Antelope y al buque anfibio HMS Sir Galahad. Y en otros ataques, dejaron fuera de servicio al destructor HMS Glasgow, a las fragatas HMS Broadsword y HMS Argonaut y al anfibio HMS Sir Tristram.
Las proezas del A4, sin embargo, ocultaban la obsolescencia evidente de aquel avión diseñado para una guerra acabada 30 años antes y que su propio fabricante había admitido al decidir reemplazarlo dos décadas antes de Malvinas.
Las 50 naves aéreas perdidas en Malvinas nunca fueron reemplazadas al punto tal de devolverle a la Argentina el poderío aéreo del periodo de preguerra. EEUU nunca entregó un lote de 24 A4 comprados antes de la guerra alegando que no iba a contribuir al rearme argentino. Y las naves que quedaban, debieron sufrir la falta de repuestos de parte de un mercado mundial sensible al boicot de hecho que decretó Gran Bretaña para las compras militares argentinas desde 1982 en adelante.
En 1995, las "relaciones carnales" entre el gobierno de Carlos Menem y la administración norteamericana permitieron la compra de 36 nuevos aviones Skyhawk. Se trataba de un nuevo modelo, el A4 AR, creado a partir de aviones usados, pero equipados con nuevos radares y sistemas electrónicos, aunque no lo suficientemente avanzados como para representar una amenaza para la base de sus aliados británicos en el Atlántico sur.
Lo que parecía una revitalización de la flota militar aérea, fue en realidad un fiasco. Una parte de los aviones fueron usados como caja de repuesto para que pudiera operar el resto, habida cuenta que no se compraron refacciones durante muchos años. De los 36 aviones originales, al llegar el año 2003, quedaban operativos menos de la mitad.
Y en 2003, comenzó la segunda batalla aérea en la que la Fuerza Aérea perdió más aviones que durante la Guerra de Malvinas. El kirchnerismo provocó con sus políticas de defensa una baja continua del arsenal aéreo. Durante 12 años se combinaron presupuestos a la baja con una política de personal que se interesaba más en identificar el pensamiento político de los oficiales que en formar nuevas generaciones de pilotos. Y con ello vino la desactivación de la Fábrica Militar de Aviones, que pasó de proyectos para construir y modernizar aviones, a ser un reducto de militantes y una fuente de subsidio para artistas del régimen.
El desinterés del kirchnerismo por el poderío aéreo argentino provocó la pérdida de 100 aviones de combate en accidentes y por naves que debían ser sacadas de servicio porque eran desguazadas para proveer de repuestos a otras pocas que aún quedaban en funcionamiento.
Al llegar diciembre de 2015, la flota aérea argentina constaba de 4 aviones A4 AR Skyhawk. Los Mirage, los Dagger y todo el resto del parque aéreo no habían logrado sobrevivir a la batería antiaérea del kirchnerismo.
El G20 y un par de naves en el cielo
Cuando se comenzó a organizar la cumbre del G20, el Ministerio de Defensa se encontró ante un dilema. Se necesitaban naves de combate para proteger el espacio aéreo de una posible amenaza contra los mandatarios que iban a llegar a Buenos Aires.
Un inventario en las bases aéreas mostró que apenas quedaban tres A4 AR con capacidad de operar sobre Buenos Aires. Los lentos aviones Pucará eran poco adecuados para la tarea. Y los Pampa, que en realidad son entrenadores avanzados, no contaban con los instrumentos adecuados para cumplir el rol de interceptores.
Desde el Ministerio de Defensa se recordó que en 2016, se había anunciado que el Skyhawk había cumplido su ciclo y que en dos años debía ser retirado. Las estructuras de los aviones habían superado su vida útil y las naves eran ya demasiado veteranas para cumplir su rol en un conflicto moderno.
Super Etendard
Por unos meses se especuló con la posibilidad de reemplazarlos en esa tarea por unos ejemplares de Super Etendard comprados de segunda mano a Francia. Pero las naves galas no iban a llegar a tiempo, por lo que hubo que improvisar con lo que se tenía a mano.
Finalmente los A4 Skyhawk cumplieron su tarea durante el G20 piloteados por dos hijos de veteranos de la guerra aérea de Malvinas. Dos aviones y un tercero en tierra como reserva, era todo lo que podía ofrecer la Fuerza Aérea como aporte. O, dicho de otra manera, toda la fuerza de combate de tres aeronaves se dedicó a cuidar la cumbre del G20.
En esos días se supo que los A4 Skyhawk iban armados con misiles AIM 9M Sidewinder, unos viejos modelos con tecnología de los años ochenta que es todo lo que podía cargarse para que fuera compatible con la electrónica del avión.
El Super Etendard tampoco hubiera sido un salto adelante en términos de generación. El avión diseñado en los años setenta para prestar servicio en el arma aeronaval francesa, es poco más que una pieza de museo frente a los nuevos modelos desplegados por las potencias y vendidos a los clientes dispuestos a invertir para mantener actualizadas sus fuerzas armadas.
Un museo militar
El problema del medio siglo de antigüedad del diseño del A4 y la falta de presupuesto para mantenimiento, se extiende a otras ramas de las Fuerzas Armadas.
El ejemplo más notable es el fusil FAL, que equipa a la mayor parte de las filas militares argentinas. La principal arma portátil argentina fue diseñada a fines de la década de 1940 por la fábrica belga Herstal. Casi no existen países que la sigan usando y se la considera más un arma de colección que un equipo de combate para un soldado moderno.
Lo mismo sucede con los blindados de la familia TAM, diseñados en Alemania como parte de la familia Marder, concebida para un eventual conflicto entre la OTAN y el Pacto de Varsovia a fines de la década de 1960. Los cañones Oto Melara de 105 mm y los misiles antiaéreos Roland que aun forman parte de nuestro arsenal, son también un recuerdo de las doctrinas setentistas.
De la misma época proceden las corbetas francesas A69 y el resto, las fragatas Meko compradas en Alemania, son un poco posteriores y datan de la década posterior. En el mismo paquete de rearme –el Plan América, concebido en el gobierno de Onganía y concretado en el Proceso- se adquirieron los submarinos TR1700, clase a la que pertenecía el ARA San Juan.
Los otros dos destructores son el ARA Santísima Trinidad y ARA Hércules, de diseño británico. El primero de ellos fue torpedeado en su base por la falta de presupuesto. El segundo cumple tareas de transporte debido a que ya no se consiguen repuestos para las armas que le daban el carácter de buques de guerra. Y hace de transporte cuando logra poner en marcha sus turbinas Rolls Royce, cuya falta crónica de repuestos le hace pasar largas temporadas en las amarras.
ARA Hércules
El resto del material es igual de añoso y son pocos los modelos anteriores a la década de 1980. Tanques, cañones, morteros y hasta cocinas de campaña constituyen el material ideal para organizar un desfile militar en la zona de anticuarios de San Telmo.
El A4 Skyhawk es solo uno más entre los muchos elementos militares argentinos que cumplieron hace muchos años su ciclo de vida útil y que nunca fueron reemplazados por la desidia o por una revancha política tan anticuada como las propias armas.
Hasta donde se sabe y salvo por algún material de segunda mano que se compró en las ferias americanas que organizan las potencias con sus sistemas militares mas obsoletos, no hay perspectivas de reemplazar las armas argentinas que se van jubilando.
El vuelo de los A4 Skyhawk durante los días del G20 fue la despedida de un viejo luchador que ya demostró su bravura en una guerra sucedida hace 30 años, cuando ya era un modelo vetusto. Es hora de darles un sitio digno en algún museo, en donde sirvan de recuerdo.
O bien podría hacerse un museo en cada arsenal, en cada hangar y en cada amarra militar, en donde pueda observarse como se dejó envejecer a las Fuerzas Armadas. En la próxima reunión en la que se necesite protección aérea, posiblemente ya no estén siquiera los últimos tres aviones que quedaron luego de la guerra política que atravesó y perdió el sistema militar argentino. Y es entonces cuando se aprenderá la lección que las batallas se preparan con tiempo o se pierden.
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