Por Daniel Gallo - LA NACION
Los narcos apelan al trueque de mercaderías para incrementar sus ganancias; los controles no dan abasto.
En Aguas Blancas, los bagayeros llegan con sus carros a la vera del río Bermejo para pasar mercaderías.Foto:Ministerio de Seguridad
SALVADOR MAZZA, Salta.- Son apenas dos portones gigantes enfrentados a la corta distancia de 15 metros. Dos edificaciones de paredes bien altas unidas por un improvisado terraplén de cemento. Nada que llame demasiado la atención si no se tuviese en cuenta que una está en la Argentina y la otra en Bolivia. A un par de kilómetros está el paso oficial entre esta ciudad y San José de Pocitos. Pero esos fondos de viviendas representan la frontera viva y permeable. Un cargamento de cocaína puede tardar apenas segundos en ser cruzado por allí, por algo más de 1000 dólares para que quien se arriesgue luego a transportarlo 150 kilómetros hasta las zonas de acopio en Orán. Aquí, en esa cañada, se caminan los primeros quince pasos de todo contrabando. De aquel lado sale la droga y de éste, el pago preferido en estos días: granos.
Entre gendarmes caminó por esa cañada la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Escuchó las explicaciones de los hombres que están en la zona caliente del tráfico de drogas. Ese punto de traspaso quedó inutilizado por la presencia de patrullas. Pero la situación puede repetirse algunos pasos más allá. Es un juego de acción y reacción permanente. De un lado y otro están acostumbrados a cruzar por los fondos de las casas. Es casi imposible detener ese movimiento sin generar una alteración social. La primera línea de la frontera tiene su propia lógica.
El primitivo intercambio de drogas por granos de todo tipo (un insumo vital en Bolivia, que deja un margen de ganancia mayor a los traficantes) es el inicio de un proceso narco que termina hoy en enfrentamientos armados por el control de los puestos de venta en las ciudades. Aquí empieza todo. Incluso la penetración del narcotráfico en la política, como lo muestra el caso reciente con un concejal de esta ciudad detenido y otro prófugo por transportar cocaína.
El narcotráfico aparece aquí como una perdigonada que se abre hasta impactar sus objetivos sin importar si falla alguna munición. Puede cruzar en mochilas por esos senderos semiurbanos y seguir a campo traviesa con motocicletas o camionetas que cortan alambrados, con el bombardeo desde avionetas u oculto en vehículos. No sólo se intenta pasar drogas: la Aduana de esta ciudad mostró a Bullrich el caso de un contrabando de balas.
La ministra recorrió esta zona de frontera con el secretario de Seguridad Interior, Eugenio Burzaco; el secretario del Consejo de Seguridad Interior, Gerardo Milman, y el jefe de la Gendarmería, comandante general Gerardo Otero. Visualizó aquí la necesidad primaria de desplegar más efectivos y reforzó su idea de contar rápido con tecnología, como aviones-radar y drones, pero también decidió explorar la vía de una reconversión social en estas ciudades como forma de restar peso económico real al contrabando.
El cruce ilegal de mercancías es parte del sustento de miles de familias a ambos lados de la línea. Lo saben los gendarmes de la zona. En Aguas Blancas, otro complicado enclave fronterizo, directamente se debió aplicar la tolerancia estatal frente a la masividad del contrabando. No se puede detener a pueblos enteros.
Las barcazas cruzan el río Bermejo en un minuto desde la homónima ciudad boliviana, de 35.000 habitantes. Se instaló un puesto migratorio, pero canoas y balsas improvisadas con neumáticos desembarcan a menos de 300 metros, con salida directa a la estación de ómnibus de Aguas Blancas. En ese punto el problema es el contrabando de ropa. Un par de kilómetros fuera de esa localidad de 3000 habitantes está el puesto de Gendarmería, sobre la ruta 50. En un juego diario, se descarga la mercancía cien metros antes para ser transportada en las espaldas de cientos de bagayeros. Pasan por detrás del control y vuelven a cargar los vehículos. Detener ese elemental bypass del contrabando podría derivar en una pueblada. Funcionarios, gendarmes y jueces comparten esa opinión.
Por eso, se busca dar con los transportes cuando se alejan de la zona. Las cargas nutren las irregulares ferias de ropa de las grandes ciudades. Aquí también tiene su inicio el problema de los manteros porteños. Frontera y ciudad quedan así comunicadas en una retroalimentación de abastecimiento y consumo. Y todo empieza hoy con el primitivo intercambio de droga por granos.
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