Por Marcelo Cantelmi - (Clarin.com)
La matriz de la banda terrorista ISIS no es de carácter espontáneo. Pero eso no implica que esa organización haya sido creada e implantada por quienes acabaron beneficiándose en la región de su brutalidad y habilidad militar sin precedentes. Es importante el punto para, en principio, poner cierta distancia a la noción insistente sobre que el mundo estaría viviendo una guerra santa en el molde de la que estalló tras la muerte del profeta Mahoma en el 632. Ese episodio marcó la ruptura del campo musulmán entre sunnitas y shiítas, la mayoría y la minoría, respectivamente, en el Islam. Aunque, también entonces, vale remarcarlo, la pelea fue menos por el cielo que por la heredad del notable espacio de poder en varias dimensiones, además de la espiritual, que había creado ese brillante líder religioso y político.
El ISIS, el Estado Islámico de Irak y Siria o del Levante como se autodenomina esta banda asesina, es parte solo parcial del litigio religioso del cual usufructúa. El grupo nació en Irak en medio del caos que produjo la invasión norteamericana que derrocó en 2003 al dictador Saddam Hussein. El sunnismo, que el déspota profesaba sin mucho fanatismo, es minoritario en ese páramo. Tras la rápida victoria de EE.UU., el virrey encargado por la Casa Blanca de George Bush para organizar al país cometió un par de fallidos cruciales: desarmó el ejército de la dictadura y fortaleció una administración shiita con enorme sed de venganza por la barbarie a que los había sometido Saddam. Esa milicia entrenada, abandonada a su destino y en franco peligro, comenzó a agruparse en organizaciones algunas más religiosas, otras más militares, y el resto mercenarias.
Había por entonces en Irak un enorme racimo de estos grupos convencidos de que ganarían en la anarquía. Uno de ellos era la llamada Yama’at al-Tawhid wal-Yihad, (Organización de la Unicidad (de Dios) y la Yihad). La encabezaba el jordano Abu Musa Al Zarqawi que rivalizaba con los retazos de la red Al Qaeda lanzando por su cuenta grandes atentados como el de 2003 contra la base de la ONU en Bagdad. O por medio de la implementación de un sello propio horroroso consistente en decapitar a sus enemigos y filmar ese tormento.
En 2006 muere Zarqawi en un combate con tropas de EE.UU. y lo releva un personaje docto en el islam que había estado detenido en las cárceles norteamericanas. Se trataba de Rashid al-Baghdadi, el actual líder del ISIS que luego, sin mayores pudores, se agregó el nombre de Abu Bakr, en honor al primer Califa del sunnismo triunfante en aquellos choques primigenios, el suegro de Mahoma. Este individuo dotó de gran despliegue a la organización, oscureciendo a Al Qaeda. Y ganando cada vez más centralidad al generalizar el procedimiento de cortar cabezas.
El éxito de estas bandas se mide en la ayuda económica y militar que brindan los factores de poder que coinciden con su agenda. No es casual que el ISIS se haya expandido en Siria tras estallar el capítulo local de la rebelión republicana de la Primavera Arabe. Baghdadi llevó a su gente a combatir la dictadura de Bashar Al Assad, un aliado estratégico de Irán, el país que lidera la corriente shiita en el mundo y que tiene competidores regionales inclaudicables como Arabia Saudita y sus socios del Golfo. Ese cuadro se agravó especialmente luego de los acuerdos que acercaron a Teherán con EE.UU.
La estrategia del ISIS, con gran armamento y soldados reclutados con sueldos que triplican a la milicia regular siria, fue golpear al régimen pero también a sus rivales en el terreno como los rebeldes prooccidentales hoy en jirones, o las otras bandas ultraislámicas como Al Nusra, que reivindica a Al Qaeda.
El objetivo es arrebatar el poder en Damasco, lo que reduciría la influencia regional de Teherán. Es un objetivo existencial para los competidores árabes de la teocracia y también para Turquía, que tenía su propio candidato títere para gobernar Siria. Como se ve, el avance del ISIS no es ingenuo: alinea el arenero de las potencias que rivalizan por el control del área, todo revestido de un supuesto duelo religioso.
La estrategia es consistente, además, para neutralizar el efecto dominó de la rebelión en el Norte de África que volteó un dictador tras otro amplificando la palabra democracia donde nunca se la había evocado. Hace poco, el autócrata ruso Vladimir Putin, socio de Irán, y ahora bendecido por Francia, dijo en la cumbre del G20 que en ese foro hay países que apoyan al ISIS. Aludía a sauditas y turcos. Pero también atacó a EE.UU. por su supuesta inacción. Fue un golpe audaz a un decorado que observa al ISIS como a un perro furioso al que bastaría con encadenar pero que, por alguna razón presumible, pocos parecen querer matar.
mcantelmi@clarin.com - @tatacantelmi
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