martes, 20 de octubre de 2015

Todavía es posible volver al desarrollo

Por Juan J. Llach para LA NACION
Como los principales obstáculos hoy son políticos, el año que viene, con buenas decisiones económicas, se podrá evitar un ajuste recesivo e incluso crecer hasta un 5%

Predominan pronósticos y sentimientos negativos sobre el futuro de la economía argentina a partir de la nueva gestión. En sectores medios y altos el pesimismo se debe a la pesadez de la herencia y al temor de que el kirchnerismo siga políticamente vigente, aun con Scioli. En el exterior hay algún interés por activos de la Argentina, pero la ortodoxia del FMI estima, a mi juicio erróneamente, que la economía crecerá sólo 0,4% en 2015 y que caerá 0,7% en 2016.

En sectores de menores ingresos hay algún alivio, porque se evitó el derrumbe que muchos pronosticaban, pero también hay temor a perder los empleos o el consumo alcanzados. En mi opinión, con buenas políticas económicas se puede evitar un ajuste recesivo, volver al desarrollo y crecer hasta un 5% ya desde 2016. Los principales obstáculos para ello son más políticos que económicos.


Foto: LA NACION

Dado el conformismo de parte de la sociedad, es bueno recordar que el desempeño de la economía argentina entre 2011 y 2015 terminará siendo uno de los peores del mundo, con un aumento del PBI entre los 15 más bajos de 189 países y con la segunda inflación en magnitud, detrás de Venezuela. Éstos no fueron costos de un futuro mejor, sino costos hundidos en una herencia muy negativa, con la pobreza en aumento, buena parte de la industria, el agro y las economías regionales en situación mala o crítica, el retraso cambiario y el cepo, el Banco Central desfondado, récords de gasto público y presión tributaria, el default parcial de la deuda pública y subsidios insostenibles a los servicios públicos por más del 4% del PBI, y el mayor déficit fiscal desde la hiperinflación de 1989-90, financiado con emisión monetaria.

Las oportunidades de mejorar existen ante todo porque la política económica ha sido tan mala que el margen de maniobra se amplía mucho con sólo dejar de perpetrar errores que son rareza mundial. No se contará por ahora, en cambio, con el viento de cola de los últimos tres lustros, pero probablemente el dólar ya tocó su techo y los granos, su piso; la suba de tasas de la Reserva Federal de los EE.UU. será pausada, y China y buena parte de los países emergentes -socios estratégicos de la Argentina- continuarán creciendo, aunque algo más lentamente. La difícil situación política y económica de Brasil es la principal preocupación y, para algunos sectores, puede tener efectos como los de 1999.

El principal intríngulis es saber si es posible crecer, corrigiendo el tipo de cambio y las tarifas y bajando la inflación, en los primeros dos años del nuevo gobierno. Vale el antecedente de Chile, en 1990, cuando creciendo al 6% anual redujo la inflación de 28% a un dígito en cuatro años. Aunque su necesidad de corregir precios no era acuciante como aquí y ahora, su ejemplo es relevante al mostrar que hubo diálogos operativos sobre salarios y precios y acuerdos de partidos en temas cruciales como los impuestos.

Sin viento de cola pero quizás tampoco de frente, las oportunidades futuras no serán "a granel"-commodities con precios altos-, sino más selectivas y requerirán mejores instituciones (BCRA, presupuesto en serio, Indec), políticas más refinadas de educación y trabajo e investigación y desarrollo, un enfoque sistémico de competitividad y valor agregado, y la reinserción de la Argentina en el mundo. Esto es, una estrategia de desarrollo sostenible, vieja carencia de nuestro país, con la que se multiplicarían las oportunidades de inversión y empleo productivo a lo largo y a lo ancho de la economía y del territorio. Es clave para lograrlo que haya confianza en que el gobierno cumplirá sus promesas, porque esto llevaría a los empresarios a invertir basándose también en los precios esperados, tales como un sendero de tarifas de energía o tipos de cambio resultantes de políticas que eviten su retraso.

La escasez de divisas ha sido artificialmente creada y puede ocurrir que para un gobierno racional el riesgo de su abundancia sea mayor que el de su penuria. Paradójicamente, la brecha cambiaria puede ayudar bastante, porque si la unificación del mercado de cambios logra credibilidad acompañándose con normalización de pagos externos y políticas fiscales y monetarias acordes, el tipo de cambio convergerá en un valor intermedio entre el oficial y el informal y el mercado responderá con una corriente vendedora de divisas que diluya en poco tiempo el "problema de reservas" e impulse la reactivación. Con el crecimiento de la economía, la eliminación gradual de subsidios y de gastos innecesarios, mayores imposiciones al juego y a las rentas financieras, el déficit fiscal se puede reducir a la mitad en tres años, aun con la rebaja de las retenciones. No se trata de "achicar el Estado para agrandar la Nación", sino de agrandar el sector productivo para ir licuando lo que el Estado tiene de peso muerto, que no es poco.

La confianza, basada en un cambio sustancial de políticas, es clave para sortear las dificultades económicas y los obstáculos políticos. Cuanto mayor sea, más probable será crecer evitando el ajuste recesivo y fortaleciendo al nuevo gobierno.

La primera dificultad política se dirime en las elecciones. Hasta ahora el candidato que lidera las encuestas, Daniel Scioli, genera menor confianza que el segundo, Mauricio Macri, por el énfasis que pone en la continuidad y no en el necesario cambio. No sabemos si lo hace sólo por política o por convicción, porque su pensamiento es de muy difícil lectura. La segunda instancia de las dificultades políticas se dirimirá en los primeros meses de la nueva presidencia y conlleva una disyuntiva y una paradoja. La disyuntiva es si las correcciones necesarias se hacen gradual o drásticamente.

La paradoja es que aunque la lógica indica que quien genera menor confianza hará políticas más contundentes para "comprar credibilidad", lo que hoy se avizora es lo contrario. Scioli promete gradualismo y Macri parece optar por un enfoque algo más drástico de lo necesario.
La tercera faceta de política es la del conflicto. Aparecen más riesgosas las "internas" en el caso de Scioli y más complejo el conflicto externo a su gobierno en el caso de Macri. La capacidad de daño de estos conflictos dependerá crucialmente del éxito de las políticas oficiales en los primeros meses. Lograr los objetivos inmediatos fortalecerá al gobierno hasta el punto de reordenar las coaliciones políticas.

El balance final es que un gobierno de Cambiemos tiene, claramente, mayores chances de lograr un desarrollo sostenido del orden del 5% anual. Su visión más moderna de la economía concita más confianza, insumo crucial para manejar la transición de manera no traumática. Las herramientas disponibles son bastantes más que las que se supone. Por ejemplo, para lograr acuerdos de precios y salarios -imprescindibles para una devaluación exitosa y la posterior estabilización-, mucho pueden ayudar la racionalización del impuesto a las ganancias de las personas, pedido sindical, y permitir gradualmente el ajuste por inflación de los balances, pedido empresario.

El continuismo en exceso gradualista de Scioli, afianzado en algunos de los nombres anunciados para su gabinete, tiene no más de la mitad del potencial de crecimiento que Cambiemos. Y corre el riesgo de un traumático fracaso inicial y un volver a empezar.

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