Del editor al lector por Ricardo Roa (Diario Clarin) - De otra generación y distintas en la política y en la vida, una fue hacia la gente para escucharla. La otra quiere que la escuchen a ella.
Una usa el apellido de su marido, a quien heredó económica y políticamente. La otra usa el de ella. Una exhibe y colecciona joyas, ropa y cosméticos exclusivos. La otra usa jeans, remeras y cara lavada.
Una le habla a la gente desde la cadena nacional: hizo 44 en lo que va del año. Impone su visión del mundo, de la historia, de la Argentina. De ella misma y de su esposo. La otra escucha, atiende, tiende su mano, agradece. Una habla desde arriba. La otra va de casa en casa, golpea puertas, espera. ¿Quién es de derecha y quién no?
Si Cristina pudiera calificarse de peronista habría que lamentar el extravío en que incurrió ese peronismo. Se creyó invencible y se embriagó en su trono, rodeada de impunidad y creyendo que el poder le duraría para siempre. Quedó lejos del pueblo. Creyó que tenía atados los votos. O comprados los votos.
¿Qué hizo María Eugenia? Se acercó, dio el presente. Constató la falta de cloacas, las calles precarias, la inseguridad, la corrupción, la pobreza. María Eugenia caminó con la gente. Cristina no puede hacerlo. Se presenta como heredera de la militancia de los 70, un gran relato siempre partiendo del conflicto y resumido en el combate contra un poder externo que nos agrede. Lo que era locura o ensoñación revolucionaria en aquella época es hoy simple cinismo para encubrir la lucha por el poder y por el dinero. Miserias de una generación que tuvo héroes.
María Eugenia es de otra generación: la de la democracia. Su sello cultural es el de la tolerancia. Se envuelve en lo técnico: ha sido educada políticamente en la escuela de Macri, donde el hacer es más importante que el relato. Cristina habla y después, si le parece, hace. María Eugenia hace y después habla.
Son espejos invertidos. Cristina encajó bien con un país enojado tras el 2001. Con esa sangre en el ojo que se percibe en cada gesto, en cada forzada ironía, en cada puesta en escena ante los que solo la aplauden y la obedecen. María Eugenia recuperó aquello más propio de la política: la práctica del diálogo y el encuentro. De una sociedad con ganas de ser menos crispada.
Prepotente y arrogante, Cristina hace mucho dejó de escuchar. Ahora no podrá cerrar sus oídos al mensaje categórico del voto. Y María Eugenia deberá aprender de Cristina: los votos masivos de hoy no están atados a nadie. Eso es democracia: libertad para elegir, libertad para cambiar. Con su cara lavada, María Eugenia es el rostro del cambio. Y su estilo es refrescante. Es aire fresco para la política y para la sociedad argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios mal redactados y/o con empleo de palabras que denoten insultos y que no tienen relación con el tema no serán publicados.