miércoles, 3 de diciembre de 2014

Los responsables de la inflación

Por Orlando J. Ferreres |  Para LA NACION
La inflación promedio de seis décadas, desde 1944 a 2004, ha sido de 70 % promedio anual. En efecto, empalmando las cifras oficiales del Indec y haciendo base 100 en 1999, en el año 1944 el índice de precios al consumidor era de 0,00000000000199 (es el número que corresponde) y en 2004 fue de 147,28, lo que implica una inflación promedio de 70,3 % anual. No analizamos los datos posteriores a 2004, pues hay controversia con las cifras oficiales.

Esta inflación no es en sí el problema sino el síntoma de una enfermedad oculta de la Argentina que no tiene una causa única, sino múltiples. Aquellos que tuvieron poder en el país en esos largos años no atacaron o no señalaron los problemas de fondo, lo que hubiera permitido erradicar o al menos moderar la inflación a las cifras tolerables internacionalmente del 2 % por año. En este artículo nos vamos a concentrar en los responsables de la inflación y dejaremos el análisis de las causas para otra nota.

La inflación no es en sí el problema sino el síntoma de una enfermedad oculta de la Argentina que no tiene una causa única, sino múltiples

Los factores de poder han convivido con la inflación alta y la hiperinflación. Es por eso que, salvo contadas excepciones, ni los políticos, ni los sindicalistas, ni los empresarios quedan exentos de culpa por este extraordinario hecho de obligar a un pueblo a convivir con una inflación promedio de más de 70% por año. Los efectos destructivos sobre el proyecto común que implica una inflación de este descomunal tamaño por tanto tiempo van mucho más allá de la economía y llevan a una psicología de lo inmediato, al sálvese quien pueda, al no pensar en el largo plazo, al "yo, argentino".

Al observar los partidos políticos se nota que hay personas allí enquistadas que se sienten "dueños" de ese partido, que orquestan las cosas para seguir mandando y que la población tenga que optar en las elecciones por lo que se ofrece aunque no sea de su agrado, incluso con candidatos testimoniales.

Los dirigentes políticos no quieren el voto por circunscripción y mantienen la lista sábana, no quieren el voto por zona, no lo aceptan. ¿Por qué? Porque esto significaría que en cada zona se elegiría al mejor y los partidos tendrían que tener las mejores personas para poder ganar una elección. La mejor persona de cada lugar, no como hoy, la persona más conocida encabezando la lista (deportista, cantor, actriz, dirigente de fútbol...) y luego los demás fieles del dueño del partido.

Es fundamental eliminar la continua reelección de los mismos dirigentes, que de esa manera desaniman a todo el que quiere avanzar en el partido con nuevas ideas, pero no forma parte de los "fieles". Esa democracia está condenada al fracaso y la Nación que tenga que sufrir esa democracia distorsionada también decaerá. Es nuestro caso.

También en los gremios hay dirigentes enquistados y permanentemente se quedan en los puestos clave y se vuelven muy ricos con la forma de operar que tienen estas organizaciones. Con este esquema de partidos políticos y gremios representando a los trabajadores no hay forma de obtener confianza para gobernar el país en función del bien común. Solo interesa, en última instancia, el negocio particular.

Los argentinos que quieren a su país por encima de sus intereses personales, los buenos sindicalistas, los buenos políticos y los buenos empresarios, no logran predominar en la sociedad argentina
También tenemos pseudoempresarios, que arreglan con el funcionario público ventajas, subsidios a su empresa, protecciones excesivas, prórrogas y demás triquiñuelas para seguir ganando dinero a costa de todos los argentinos, sin correr riesgos, que es justamente lo opuesto a ser un empresario. Lamentablemente, en nuestro país hay muchos de estos pseudoempresarios, que significan una mala prensa para los auténticos empresarios, pues en la práctica a todos los llamamos "empresarios" y estas dos categorías van mezcladas en la vida como el trigo y la cizaña, confundiéndose de tal manera que parecen lo mismo.

Esta es la forma de conducir el país: políticos "dueños" de los partidos, sin democracia interna. Sindicalistas que se adueñan del gremio y piensan primero en ellos antes que en el interés general o en el de sus afiliados. Y pseudoempresarios que logran ventajas que pagan todos los argentinos con el encarecimiento artificial de gran parte de los productos y servicios. Las decisiones se toman para beneficio mutuo de pocos, mientras los ahorros se van escapando al exterior buscando otra legislación que no los licúe y, al mismo tiempo, muchos argentinos van quedando excluidos del trabajo formal, lo que lleva al 27,5% de pobreza que tenemos ahora.

Este proceso de conducción del país es una vergüenza. Los argentinos que quieren a su país por encima de sus intereses personales, los buenos sindicalistas, los buenos políticos y los buenos empresarios, no logran predominar en la sociedad argentina. Algunos estudiosos concluyen que los dirigentes salen de la sociedad y la que está enferma es la sociedad toda, por eso tenemos dirigentes malos, representativos de esa sociedad. No creo en esta conclusión. A la sociedad le cuesta mucho la organización de la "acción colectiva", salvo que sea por un tema específico, como luchar contra "el corralito" o contra los "derechos de exportación móviles". Por lo tanto, lo que predomina son grupos relativamente chicos, organizados y con intereses económicos o políticos muy específicos.

En definitiva, es necesario un cambio sustancial en los partidos políticos, en los sindicatos y en los empresarios, pues el sistema que predomina no puede andar nunca bien en función del interés general, en función del bien común. Para el bien del país, es necesario un cambio definitivo que tenemos que lograr en base a insistir con la necesidad imperiosa de al menos dos cosas:

a) En los dirigentes: 1) un mejor nivel de preparación para manejar un Estado Nacional que está entre los 10 primeros del mundo por territorio y 2) vivir una ética no negociable.

b) En lo institucional: reglas del juego mejores y más claras, eliminando al dirigente "que dicta", que se cree que la "ley" es él mismo y que las reglas son para los demás.

Si las dos condiciones se cumplen, estaremos mejor. Con una sola no basta.

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