Por Maximiliano Bauk | Para LA NACION
Es muy utilizado en materia económica el ejemplo de aquella historia de un náufrago inglés, llamado Robinson Crusoe, que pasó 28 años en una isla tropical. Particularmente lo he leído de Roberto Cachanosky, y me fue dado en clase por distintos profesores, entre ellos Alberto Benegas Lynch (h.) y Adrián Ravier.
Imaginemos a Robinson Crusoe solo en una isla desierta. Para sobrevivir, todos los días sube a la copa de un altísimo cocotero y recolecta seis cocos diarios, con los cuales tiene suficiente para comer durante esa jornada. Sin embargo, esa actividad no le deja energía para realizar ninguna otra tarea.
Un día se le ocurre que si construye una escalera podrá subir al cocotero sin esfuerzo alguno, de manera que podrá conseguir su alimento diario en una menor cantidad de tiempo. Pero ¿qué comerá en ese momento si utiliza sus energías en construir una escalera? Robinson decide entonces que durante seis días comerá cinco cocos y guardará uno; así, llegado el séptimo día contará con un ahorro total de seis cocos, por lo cual durante esa jornada no deberá recolectar comida e invertirá esa energía en la construcción de la escalera.
Así lo hace, y durante la semana siguiente nuestro náufrago nota que gracias a la nueva herramienta puede recolectar su alimento diario en apenas minutos y sin que eso le genere cansancio, de modo que ahora podrá dedicarle trabajo a la construcción de una puerta para su cueva que lo resguarde de los animales salvajes. Luego quizá pueda construir recolectores de agua para aprovechar el agua dulce de las lluvias, y así con otras tareas.
Como vemos a lo largo de la historia, Robinson Crusoe fue mejorando cada vez más su nivel de vida gracias a las distintas inversiones que aquel ahorro inicial le permitió realizar. Mientras haya mayores bienes de capital, habrá más alto nivel de vida.
Exactamente lo mismo ocurre con la economía de cualquier país, por más que parezca un poco más complejo. Si hay mayor ahorro, debido a la cantidad de dinero disponible, bajan las tasas de interés. De esta manera habrá mayor inversión, y al haber mayor inversión aumenta el nivel de vida de la gente de dos maneras: primero, por lo mismo que ocurrió con Robinson Crusoe, es decir, por la mayor disponibilidad de bienes que mejoren nuestra calidad de vida, y en segundo lugar, porque al haber mayor inversión se realizarán más emprendimientos, por lo cual habrá más demanda de trabajadores y de esta manera el desempleo se reducirá enormemente. Pero recordemos que, por definición, sin ahorro no hay inversión.
¿Qué ocurre en la Argentina? En nuestro país el ahorro está prohibido de facto. Con una emisión literalmente astronómica -una reciente investigación demuestra que con los billetes emitidos desde 2003 hasta hoy puede recorrerse la distancia que separa la Tierra de la Luna-, una insoportable inflación deviene de manera natural. De esta manera, el que ahorra pierde el poder adquisitivo de su reserva con el paso de los días, razón por la cual se acude a los dólares. Sin embargo, el mercado paralelo al cual recurre la mayoría de la gente está prohibido, lo que genera hasta un riesgo de ir a prisión. En el mercado oficial, los dólares son entregados por el Banco Central de a pequeñas dosis y sólo si se tiene como mínimo un salario de 8800 pesos mensuales. Así se deja sin refugio a la porción más necesitada de la población, que no tiene otra alternativa que caer en un consumismo incesante si no quiere ver derretido el valor de sus billetes.
La historia de Robinson Crusoe deja una moraleja: hasta que el Gobierno no decida frenar el gasto público y la emisión monetaria, y tome medidas fiscales serias que regeneren la confianza en nuestra moneda -en resumen, termine con la inflación-, en el país está prohibido el ahorro. En consecuencia, está prohibida la inversión, así como una reducción del desempleo. Es decir, está prohibida una mejor calidad de vida.
El autor es investigador del área de Estudios Económicos del Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad.
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