Por Santiago O’Donnell - Pagina 12
Recluido en la Embajada de Ecuador en Londres por la presión judicial a la que lo someten Estados Unidos y Suecia, el fundador de WikiLeaks recibió a Página/12 para hablar de su situación, las perspectivas que abren las nuevas tecnologías y las implicancias del conflicto entre la Argentina y los fondos buitre.
Tranquilo, sonriente, rozagante, barba y pelo largo onda Beatles en la época de Let It Be, así luce por estos días Julian Assange. Tras dos años de encierro en el pequeño departamento del barrio Knightsbridge que alberga a la Embajada de Ecuador en Londres, donde se encuentra asilado, el director del sitio de publicaciones filtradas WikiLeaks, salvo por cierta somnolencia en la mirada, apenas da muestras del desgaste sufrido. Atrás quedó el yuppie juvenil, nervioso y desconfiado, de las primeras semanas en la embajada. Ahora se mueve más despacio y habla más despacio y con voz más grave, casi gutural, que alza apenas lo suficiente como para ser escuchado desde muy cerca. Ahora sorprende cada tanto con una risa franca que antes no se le oía, salida del fondo de una pancita incipiente que antes no existía.
Feliz de haber jugado un rol clave para preservar la libertad del famosamente arrepentido ex espía Edward Snowden, optimista con respecto al fin de su enfrentamiento con Washington en un futuro cercano y orgulloso de que su organización lo haya sobrevivido, se lo ve incluso con mejor semblante que dos años atrás, como si el encierro recién empezara.
Mientras la Justicia sueca sigue demandando su extradición para interrogarlo por presuntos delitos sexuales y Estados Unidos lo busca para juzgarlo por terrorismo mediático, Assange se mantuvo activo en su estrecho confinamiento, comandando una lista de nuevas filtraciones (la última, sobre una ley secreta de Australia, hace apenas veinte días), coordinando el rescate de Snowden en Hong Kong, coescribiendo dos libros, fundando un partido político en su Australia natal y compitiendo en las elecciones de ese país, apoyando campañas en favor de activistas por los derechos humanos en Africa y de ciberactivistas en Europa y Oceanía, y participando en un video con el grupo musical boricua Calle 13, entre otras apariciones públicas vía Skype con figuras conocidas, según él, para romper el intento de Estados Unidos de pintarlo como un paria.
Todos estos menesteres le dejan poco tiempo para la amplia requisitoria periodística que su figura atrae, y que quedó demostrada quince días atrás cuando un chisme infundado en un tabloide británico sensacionalista sobre su inminente partida de la embajada dio la vuelta al mundo y llenó de periodistas y cámaras la vereda de la sede diplomática. El propio Assange y el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño desmintieron el rumor con una conferencia de prensa conjunta.
Sin embargo, tras rechazar o ignorar cerca de 500 pedidos de reportaje en el último año, según la cuenta de uno de sus colaboradores más cercanos, el domingo pasado aceptó un soborno de queso francés y chocolate belga para sentarse a una entrevista de algo más de dos horas con Página/12, en la que habló de lo que pasó en el mundo de espionaje, en América latina, en WikiLeaks y en su vida personal durante estos largos 24 meses a la sombra. En este texto se refiere a la pelea entre el gobierno argentino y los fondos buitre, a la tensión entre los oligopolios mediáticos y la libertad de expresión en Ecuador, al avance de los sistemas de vigilancia masiva en las redes sociales, a los efectos de la revolución tecnológica en la geopolítica mundial. También cuenta por qué tiene ganas de vivir en América latina y su secreto para combatir la depresión.
–Deme su opinión sobre la pelea argentina con los fondos buitre. Sé que habló del tema con funcionarios argentinos que visitaron esta embajada.
–Es un caso complejo y hay que entender qué hay detrás. Me parece interesante preguntarnos por qué el gobierno estadounidense apoya estas acciones, cuando al comienzo del juicio parecía que el Departamento de Estado quería relaciones tranquilas con la Argentina y no apoyaba a los fondos buitre, y ahora sí los apoya aunque claramente está causando tensiones con la Argentina. Parece responder al deseo de Estados Unidos de sentar un precedente para que empresas estadounidenses puedan embargar activos de gobiernos extranjeros, lo cual genera un incentivo genuino en favor de las empresas estadounidenses a la hora negociar con gobiernos extranjeros. Esto en general. En el caso argentino en particular, parece que además la están penalizando por una decisión geopolítica que no le gustó.
–¿Quiere decir la negociación con Irán?
–Sí.
–El gobierno estadounidense dice que su sistema judicial es independiente y que no tiene nada que ver con la decisión, pero usted dice que el Departamento de Estado apoya los fallos.
–Las acciones adoptadas para hacer cumplir el fallo valen más que las declaraciones diplomáticas. A nivel social, los jueces son personas y las personas tienen amigos. Se mueven en circuitos sociales y profesionales; si esos circuitos estan en contra de una determinada decisión, el juez que tomó esa decisión debe pagar un costo, mientras que si la decisión recibe apoyo en esos circuitos, el juez obtiene un beneficio. No conozco a este juez (Thomas Griesa)...
–No es sólo un juez, el fallo fue confirmado en la cámara y la Corte Suprema lo ratificó al negarse a escuchar la apelación de la Argentina.
–Por eso, es más que un juez en particular. Si lo miras desde una perspectiva más amplia, en los últimos diez años Estados Unidos se ha embarcado en un programa de extraterritorialidad. En vez de invadir países a la fuerza, ha ido introduciendo la capacidad de cumplir funciones típicamente de Estado en otros territorios, combatiendo la inmunidad soberana, forzando tratados de policía corporativa, estableciendo que los otros países se vean obligados a extraditar ciudadanos a Estados Unidos cuando Estados Unidos quiera, y obliga a esos países a desplegar a sus policías para confiscar pruebas o clausurar servicios de Internet a pedido de Estados Unidos. La mitad de esas medidas se refieren a leyes criminales y la otra mitad a reclamos comerciales.
–Así que esta decisión en favor de los fondos buitre encaja perfectamente en la estrategia.
–Sí. Me tocó vivirlo en carne propia. Mi fiscal, el fiscal federal que lleva la causa contra WikiLeaks, está basado en Alexandria, Virginia, que es una extensión del centro de poder que es Washington DC. Se trata del mismo fiscal que lleva la causa contra el neozelandés de Kim Dotcom y que imputó a personas de 69 países. O sea, su fiscalía es un centro de extraterritorialidad. Nadie me acusa de haber hecho algo dentro de Estados Unidos. La única acusación es que publicamos documentos estadounidenses. A Kim Dotcom tampoco lo acusan de hacer algo en Estados Unidos, sino que los productos de Fox y EMI y de otros gigantes de marcas registradas estadounidenses terminaron en el sistema de compartir archivos MegaUpload (que maneja Kim Dotcom) y por eso tratan de extraditarlo desde Nueva Zelanda a Estados Unidos. No lo acusan de tener una empresa en Estados Unidos o de que haya violado alguna ley estadounidense directamente, sino indirectamente.
Esto significa que una empresa estadounidense o sus accionistas pueden llegar a Nueva Zelanda desde el otro extremo del mundo y ejercer un poder coercitivo para llevar a alguien a ser juzgado en Estados Unidos. Si alguien controla las leyes y a la policía de un determinado país, entonces controla a ese país. Por la manera en que los datos fluyen a través de Internet, todos estamos conectados jurisdiccionalmente a Estados Unidos porque usamos Google, que es una empresa estadounidense. Y en América latina más, ya que el 98 por ciento de las telecomunicaciones de la región pasan por Estados Unidos. Acá en Gran Bretaña han extraditado a varias personas. A Baba Ahmed lo extraditaron por escribir artículos sobre el yihadismo. Hablando de libertad de expresión, escribes un artículo sobre los jihadistas y te extraditan y te procesan por terrorismo.
–En nuestra última entrevista, hace más de un año y medio, usted dijo que Facebook era abominable y que WikiLeaks suele difundir su información a través de Twitter. ¿Es porque Twitter es menos vulnerable al espionaje y la vigilancia masiva que Facebook?
–También tenemos una página de Facebook y ponemos nafta Shell en nuestros autos. Algunas de estas cosas están tan masificadas que no podemos ignorarlas completamente. Es cierto que históricamente Twitter ha defendido a sus usuarios con fuerza. Pero desafortunadamente Twitter se ha convertido en tal preocupación, que la tremenda presión que ejerce el gobierno estadounidense está empezando a surtir efecto.
Nadie operando a nuestro nivel debería confiar en Twitter. Twitter borró la cuenta de Anonymous en Suecia, con 21 mil seguidores eliminados de un plumazo. También cerró varias cuentas de las firmas de relaciones públicas que representan al Estado Islámico. Tiene un robot que vigila si estás compartiendo archivos con derecho de autor y cierra tu cuenta si compartes videos del Estado Islámico. Esto no quiere decir que yo apoye al Estado Islámico pero apoyo que todo el mundo sepa lo que el Estado Islámico está haciendo. Si el Estado Islámico quiere confesar ciertas cosas entonces la gente necesita saber eso. Así que las mismas restricciones políticas y legales que padecen otros sitios de Internet están llegando a Twitter y lo están convirtiendo en un instrumento de control social de sus usuarios. Y Facebook es mucho peor, mucho peor en cuanto a la censura automática a gran escala que somete a sus usuarios.
–En un ecosistema tan contaminado, Twitter no podría ser muy distinto a los demás.
–Sí, son susceptibles a las presiones políticas de Estados Unidos y durante mucho tiempo lograron resistir, pero paso a paso han ido cediendo territorio a esas fuerzas.
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