sábado, 1 de marzo de 2014

Tropas

Por Pepe Eliaschev - Perfil.com

Cuando callan, hablan. Cuando hablan, callan. Así funciona el grupo gobernante. No desautorizarlo a Luis D’Elía es la manera más evidente (y aviesa) de avalarlo. Cuando Quebracho escracha, bloquea e intimida, el Gobierno mira para otro lado y no condena ese accionar sombrío. Así es hoy la Argentina oficial, hamacándose entre silencios vergonzantes y proclamas bochornosas.

D’Elía pide al régimen de Venezuela que fusile al dirigente opositor Leopoldo López. No ignora que el aparato de seguridad bolivariano es manejado por la inteligencia cubana. Los cubanos han fusilado mucho desde 1959, cuando Fidel Castro tomó el poder, y no solo opositores y contrarrevolucionarios. El 13 de julio de 1989, el gobierno cubano ejecutó al general de división Arnaldo Ochoa Sánchez, de 59 años, galardonado y respetadísimo héroe militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias que había participado desde la adolescencia de la guerra de guerrillas contra la dictadura pro norteamericana de Fulgencio Batista.
Tras la toma del poder, lo formaron ideológicamente en Checoslovaquia y lo entrenaron como oficial de comando en la Unión Soviética.

Castro se sirvió de él en 1961 para la batalla de Bahía de Cochinos, durante la invasión de exiliados entrenados por la CIA. De inmediato, como parte de la estrategia de exportar la revolución, Ochoa entrenó guerrilleros venezolanos en Cuba y luego desembarcó en la nación sudamericana, donde la guerrilla cubano-venezolana se enfrentó con el gobierno democrático de Rómulo Betancourt.

En 1966, integró una patrulla cubano-venezolana en Yaracuy, donde asesinaron a un oficial y a un suboficial. Siguió en Venezuela como parte del gigantesco esfuerzo cubano de extender la revolución al continente y en febrero 1967 comandó la columna que mató en Lara a tres militares venezolanos. Castro lo premió tras el colapso guerrillero de Venezuela nombrándolo subjefe del Estado Mayor General. Escaló posiciones hasta que en los ochenta, Castro lo puso al frente del ejército expedicionario cubano en Angola. “Héroe de la República de Cuba”, y miembro del Comité Central del Partido Comunista, Ochoa era uno de los generales más condecorados en Cuba. Capturado por los implacables servicios cubanos en 1989, fue acusado de conspirar con oficiales del Ministerio del Interior para participar del narcotráfico con el Cartel de Medellín. Para el diario oficial Granma, Ochoa y sus cómplices conspiraron para transportar seis toneladas de cocaína vía Cuba, a cambio de 3,4 millones de dólares.

Procesado junto a trece implicados, fue condenado el 12 de junio de 1989 por “narcotraficante” y “alta traición”. En el juicio, televisado durante un mes, Ochoa admitió ser “culpable de narcotráfico” y pidió para él la pena de muerte. Fidel Castro lo fusiló el 13 de julio de 1989 en La Habana, junto a otros jóvenes y probados cuadros revolucionarios con años en la lucha armada: el coronel Antonio de la Guardia, el capitán Jorge Martínez y Amado Padrón.
Estos fusilamientos erotizan a D’Elía al punto de pedir que la Venezuela de Maduro y Diosdado Cabello aplique igual prescripción: bala para el “enemigo”. Todo muy coherente. El silencio del gobierno argentino es clamoroso. Jamás desautorizó ni criticó las posturas de D’Elía. No se desmarca de él porque es propia tropa. Como lo es Quebracho.

Quebracho es un pequeño grupo antisemita de acción intimidatoria, claramente alineado con Irán, la Siria de Bashar El Assad, la milicia chiita Hezbolá y el régimen palestino de Hamás en la franja de Gaza. Quebracho manda a sus activistas a escrachar en las calles, ataviados con los famosos keffiyeh, pañuelos albinegros que caracterizan el atuendo palestino desde la época de Yasser Arafat. Los quebrachos argentinos actúan en las calles siguiendo según las necesidades del Gobierno, pero usan esas pañoletas para taparse la caras, preocupados de guardar anonimato.

El primer ministro de Gaza, Ismail Haniyeh, dijo en Teherán en diciembre de 2006 que “nunca reconoceremos al gobierno usurpador sionista y continuaremos nuestra guerra santa (yihad) hasta la liberación (sic) de Jerusalén”. En septiembre de 2011 aceptó: “un estado palestino en cualquier parte liberada de tierra palestina que sea acordado con el pueblo palestino, sin reconocer a Israel, ni renunciar ni a un centímetro de la Palestina histórica”. En diciembre de 2010, proclamó que jamás reconocería a Israel.

En diciembre de 2011, juró en un acto público que Hamás proseguirá ejecutando una y otra Intifada “hasta, si Alá así lo quiere, liberar a toda Palestina”. Recibido por el entonces presidente iraní Majmud Ajmadineyad, con quien Hector Timerman firmó el pacto por el ataque a la AMIA de 1994, Haniyeh fue claro: “la resistencia continuará hasta que toda Palestina, incluyendo Al-Quds (Jerusalén), sea liberada y todos los refugiados regresen. El fusil es nuestra única respuesta al régimen sionista. Hemos aprendido que solo podremos lograr nuestros objetivos mediante el combate y la resistencia armada; no se debe pactar con el enemigo”. 

En enero de este año, Hamás celebró la graduación de 13.000 jóvenes de los campos paramilitares en Gaza y los alentó a que sigan los pasos de los “mártires” suicidas, porque “la de ustedes es una generación sin miedo, la generación del misil, del túnel y de las operaciones suicidas”. D’Elía y Quebracho no son marginales ni “outsiders” del oficialismo. Mientras gocen de cobertura oficial, son la esencia de un gobierno, los más audaces, quienes se animaron a salir del ropero.

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