Por Domingo Cavallo, para Perfil.
Publicado en la edición especial de “Noticias” por los 30 años de democracia, bajo el título “El mágico poder de la ilusión”.
La competitividad externa que se gana con una fuerte devaluación de la moneda, si no es seguida por una política monetaria enderezada a tasas muy bajas de inflación, es ilusoria: dura poco y termina llevando a la economía a un nivel de competitividad externa inferior al inicial.
Esto ocurre porque la devaluación de la moneda, seguida por una política monetaria que no restringe el aumento de los precios, termina introduciendo en la economía niveles de inflación más altos que los anteriores. La mayor inflación y la intervención del Estado en los mercados que normalmente la acompaña crea muchas distorsiones en el sistema de precios relativos, desalienta la inversión y reduce la productividad de los factores de la producción.
Esta premisa ayuda a entender lo que pasó en la economía argentina entre 2002 y la actualidad. En 2001 y prácticamente desde principios de 1999 la economía argentina había perdido competitividad externa, no por descenso de la productividad ni por falta de inversión, sino por los déficits de las provincias financiados con endeudamiento bancario a tasas de interés flotantes y muy altas en términos reales; y por acontecimientos externos muy desfavorables: la devaluación de muchas monedas frente al Dólar, en particular del Real y del Euro a partir de principios de 1999.
La fuerte devaluación de los primeros meses del 2002, provocada por la decisión de dejar flotar el Peso luego de “pesificar” compulsivamente todos los depósitos en dólares, pareció resolver los problemas de competitividad externa de la economía. La esperanza de que esta fuerte devaluación permitiría aumentar la competitividad externa de una manera permanente, llevó al Gobierno de Duhalde y luego al de Néstor Kirchner a sostener que se había puesto en marcha un modelo de “tipo de cambio real alto” que aseguraría superávits gemelos de la cuenta corriente de la balanza de pagos y de las cuentas fiscales. Estos superávits gemelos iban a ser la clave de un crecimiento sostenido de la economía.
A algo más de 10 años de aquella experiencia, resulta claro que los resultados no son los que se habían predicho. Hoy la economía argentina, a pesar de que las condiciones externas siguen siendo mucho más favorables que lo que fueron en el período 1999-2001, presenta problemas de competitividad externa más graves que los que existían antes de la gran devaluación de 2002.
¿Cuál es la causa de semejante resultado? Sin lugar a dudas, la reintroducción de la inflación como problema crónico de la economía y las numerosas distorsiones en la estructura de precios relativos que resultaron de las intervenciones en los mercados que decidió el Gobierno para tratar de atenuar la inflación sin recurrir a políticas macroeconómicas restrictivas.
Esta experiencia puede ayudar a entender qué es dable esperar si en algún momento del futuro, el gobierno de Cristina Kirchner decide que debe producir un salto devaluatorio importante en el precio oficial del Dólar.
Hay que distinguir dos situaciones diferentes: una, si se mantienen los controles de cambio que existen hasta este momento; otra, si el salto devaluatorio es el resultado de la eliminación de los controles de cambio y la unificación del mercado cambiario para que funcione en forma completamente libre.
En el primer caso, el salto devaluatorio probablemente deje como resultado un aumento proporcional en la tasa de inflación sin que cambie para nada la estructura de precios relativos. Si se acompaña la devaluación con un tarifazo equivalente para evitar que aumente el monto de los subsidios, no es dable esperar que los sindicatos acepten mansamente la aceleración inflacionaria sin demandar aumentos de sueldos de magnitud semejante a l salto devaluatorio. Tarifazo más aumento salarial producirán un efecto “Rodrigazo”: el precio del Dólar en el mercado paralelo aumentará más que en el oficial y la inflación se acelerará. Por consiguiente, la competitividad externa en lugar de aumentar puede llegar a disminuir.
En el segundo caso, si bien la unificación del mercado cambiario y la eliminación de los controles de cambio probablemente lleven el precio único del Dólar al nivel del mercado paralelo, los efectos sobre la tasa de inflación dependerán crucialmente de la política monetaria que se anuncia y de la credibilidad que la misma inspire. Si el Banco Central, con pleno respaldo del Gobierno, anuncia que perseguirá metas de inflación cada vez más bajas y deja que la tasa de interés sobre los depósitos suba a niveles positivos en términos reales, el precio del Dólar se estabilizará y el Peso puede incluso comenzar a apreciarse. En este contexto, el gobierno puede encontrar espacio para ajustar los precios atrasados de los servicios públicos sin que la inflación aumente y los aumentos salariales pueden mantenerse dentro de los porcentajes históricos. Si el Gobierno goza de suficiente credibilidad puede incluso convencer a los sindicatos que acepten aumentos salariales en línea con la inflación esperada y no con la inflación retrospectiva. De esa forma se puede evitar el efecto “Rodrigazo” y la competitividad externa de la economía comenzará a recuperarse.
Los anuncios del Gobierno de Cristina Kirchner no gozan de credibilidad y es por ello que no puede intentar un salto devaluatorio del segundo tipo. Al primer tipo de salto devaluatorio, mientras pueda, va a posponerlo, porque no quiere pagar el costo político de un “Rodrigazo”.
Lo mejor para el Gobierno de Cristina y también para aumentar las chances de que un próximo gobierno pueda decidir un salto devaluatorio asociado a la unificación del mercado cambiario acompañado por un anuncio creíble de política monetaria anti-inflacionaria, es que se admita que el actual mercado paralelo funcione como un mercado legal y libre de cambios. A este mercado deberían derivarse las compras y ventas de dólares con motivos financieros y turísticos, manteniendo el mercado oficial y controlado sólo para las operaciones asociados a la balanza comercial. Esta metodología, podría permitir mejorar selectivamente la competitividad externa para algunas producciones (por ejemplo para las manufacturas y las producciones regionales) mediante el arbitrio de dejar que se liquiden en el mercado libre un cierto porcentaje de las divisas provenientes de las exportaciones.
No tengo muchas esperanzas de que Cristina siga este consejo, pero siendo consciente de los peligros que acechan en el horizonte, no me perdonaría dejar de brindarlo. Estoy convencido que es el mejor consejo que se le puede dar al Gobierno para sortear la encrucijada en la que se ha metido.
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