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viernes, 12 de abril de 2013
Un país con infraestructura desfondada
Por Santiago del Sel - Para LA NACION
La naturaleza truena y sobre la población se abate una lluvia que lo inunda todo y arrasa privaciones, sueños y vidas. Se ensaña con los más pobres y los más débiles. Momento trágico que pone a prueba a la Nación.
Algunos miran al cielo y rezan para que pase la tormenta y salga el sol. Otros miran a su alrededor y ruegan ayuda. La mayoría se mira desconsolada ante tanto dolor.
Y mientras la gente común reacciona -sin ser siquiera convocada- llenando iglesias con su generosidad y amor, nuestros políticos repiten su juego impúdico de simular, de buscar culpables en otros y así esconder su responsabilidad en el ocasional opositor. El discurso (llamado "relato") fuerza la realidad e intenta desfachatadamente imponer su versión de los hechos.
Pero cada tanto, la vida nos llama a rendir cuenta de lo hecho, y este llamado se traduce en eventos, ora una tempestad, ora un accidente. En todos los casos queda al descubierto la precariedad que se vive en este país: su infraestructura, instituciones y organización están desfondadas.
El discurso oficial nos hablaba de las bondades del sistema (o modelo) y las cosas lucían bien. Pero cuando uno se acerca a ellas o deben probar su valía todo cede, podrido ante tanta inundación. Vivimos inundados de discursos y promesas incumplidas. Inundados de hipocresía, odios, amenazas y confrontaciones. Inundados de mediocridad, soberbia y corrupción.
Pero es hora de decir basta, de mostrar que hay límites: la gente se merece respeto. No se puede engañar tanto tiempo a tanta gente. Llegó el momento de exigir una respuesta distinta, seria y honesta de quienes nos dirigen. No más promesas y discursos vacíos. No nos vuelvan a recordar que "estamos mal pero vamos bien", que "la Argentina está condenada al éxito" o que hemos vivido una "década ganada".
Los trenes que no frenan, los barcos que se hunden, las ciudades que se inundan, los muertos por la "sensación" de inseguridad o los que mueren en nuestras rutas, los miles que sobreviven en asentamientos, la droga que quema a nuestra juventud, todos son espejos donde refractan tantas mentiras e imposturas.
Es hora de que asumamos que el agua nos está cubriendo de a poco, corrompiendo todo a su paso. Es tiempo de declarar la emergencia nacional: estamos inundados, el agua no cede y las fuerzas se acaban. Se nos muere nuestra gente, sus sueños y esperanzas. No queremos más shows, ni discursos patrióticos. No queremos tantos "enemigos" o tanta descalificación. Queremos reconciliarnos y volver a recuperar viejos afectos con nuestros vecinos y con la vida en general. Es hora de hacer una gran cadena entre todos, sin distinciones, para achicar la inundación de la decadencia que nos rodea y rescatar a los que más sufren.
Queremos trabajo y unión para derrotar la adversidad y superar la catástrofe en que nos han metido tantas décadas perdidas entre irresponsabilidades, frivolidades y corrupción. Más humildad y menos arrogancia. Y roguemos para que cuando las consecuencias de la inundación cedan, Dios ilumine a nuestros dirigentes para que no vuelvan a olvidar su verdadera responsabilidad. La patria y su gente lo demandan.
© LA NACION.
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