Por Jorge Oviedo | LA NACION
Los
tiempos en que los gobiernos podían estafar falseando estadísticas sin
sufrir castigos internacionales han pasado. Con las crisis de México en
1994 y Asia en 1997, el mundo vio cómo con esas prácticas se montaban
rapiñas de consecuencias globales. Estafaban a sus ciudadanos y a los de
muchos otros países. Surgieron más y mejores exigencias. La sanción del FMI es previsible. Y raro que hasta ahora el costo local pagado por el Gobierno sea tan bajo.
La Argentina cumplió, en algunos aspectos, mejor que los Estados Unidos y recibió felicitaciones, por ejemplo, del Banco Mundial. El Indec tuvo enorme categoría, organizó congresos internacionales muy prestigiosos y una de sus mejores profesionales fue electa para presidir una institución internacional de máximo nivel. Fue una de las desplazadas y perseguidas por Guillermo Moreno y los instrumentadores de sus políticas.
No era raro que uno de los países que más necesitaba del capital extranjero produjera las estadísticas más eficientes y transparentes.
La crisis asiática había mostrado cómo se podía llegar a la catástrofe cuando un país mentía durante un tiempo largo sobre el nivel de las reservas de su Banco Central.
La de México llegó a fines de 1994, luego de que durante meses se escondieran reportes estadísticos. La Argentina enfrentó el tequila con una situación de déficit muy alto, que había sido también ocultado durante mucho tiempo, incluso al FMI. Podrá decirse que lo mismo hizo Grecia cuando los estándares ya habían cambiado. En todo caso el sistema requiere ser perfeccionado y no abandonado.
No es raro que un organismo multilateral y multiburocrático como el FMI se haya tomado tanto tiempo en objetar duramente las manipulaciones con los datos de la inflación y, en consecuencia, de pobreza, indigencia y crecimiento, ente otros. A fin de cuentas la Argentina es un miembro díscolo, pero miembro al fin. Uno de los dueños; minoritario, pero dueño. Y el FMI tiene otros muchos graves problemas de qué ocuparse.
Cambios buenos y malos
Algunos cambios en las tendencias internacionales y del FMI pueden ser favorables a la Argentina. Por ejemplo, si la justicia de Nueva York, como propuso otra conducción del organismo, dice que los que no quieren aceptar el canje de deuda están obligados a hacerlo. Y que no pueden reclamar el ciento por ciento más los intereses de sus papeles originales. Sería la creación de una suerte de sistema de concurso de acreedores para países que hoy no existe.
Desaparecería para la Argentina el fantasma de los embargos, aunque la presidenta Cristina Kirchner debería resignar su pretensión de no pagar "ni un solo dólar" a los holdouts.
Pero este cambio internacional favorable no viene solo. No incluye la libertad de hacer lo que se quiera. Para ello, Cristina Kirchner debería elegir ser uno de los países más aislados del mundo y dejar el Fondo, en el que hoy están Rusia y China. Parece un precio increíblemente alto a pagar para mantener unos números en los que ya no cree nadie..
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