Desde
su implementación en agosto de 2009, el programa Fútbol para Todos
(FPT) ha generado cuestionamientos y polémicas. La Presidenta, en la
cadena nacional donde anunció el inicio del programa, realizó la
analogía de los goles secuestrados. El sistema de pay per view y la
exclusividad sobre las imágenes dejaban a muchos argentinos sin la
posibilidad de ver los partidos del deporte más popular del país. Pero
en vez de prohibir el uso de los decodificadores, dejar que los partidos
se transmitieran por TV abierta financiados por publicidad privada y
promover la competencia en las trasmisiones, el Gobierno decidió tener
para sí la exclusividad del fútbol. Se pasó de un monopolio privado a
uno estatal.
En cambio, concentró sus esfuerzos en lo que se ve en televisión: el control de la imagen, los relatos y la tanda publicitaria. Esto es lo que reciben en su hogar millones de argentinos todos los fines de semana. Cualquier canal que retransmita los partidos se ve obligado a respetar el video y audio original y las tandas sobrecargadas con publicidad oficial. Así, los partidos de fútbol se han transformado en una poderosa herramienta publicitaria y comunicacional en manos del Gobierno.
El estudio realizado por Poliarquía Consultores, que hoy publica LA NACION, ayuda a mesurar el alcance del rédito político que el programa FPT le reporta al gobierno nacional. La investigación muestra que la imagen de Cristina Kirchner se incrementa a medida que aumenta la exposición de la población a los partidos de FPT. En pocas palabras, cuanto más fútbol se mira, mejor se evalúa a la Presidenta.
En efecto, entre el 30% de la población que habitualmente mira varios partidos por fin de semana de FPT la imagen de la Presidenta es veintidós puntos más alta que entre el 42% de los argentinos que no miran fútbol (el porcentaje restante mira un solo partido y entre ellos la imagen de Cristina es levemente superior a los que no miran).
Este fortalecimiento de la imagen de la Presidenta entre quienes miran varios partidos se observa en todos los segmentos sociodemográficos de la población. No es, como algunos podrían objetar, un fenómeno socioeconómico o de clases. El fenómeno se reproduce invariablemente con independencia del género, la edad, la educación o la zona de residencia de los entrevistados.
Por ejemplo, entre la población con estudios universitarios del país que ve mucho fútbol, la imagen positiva de Cristina Kirchner es de 54%; entre quienes no miran es de 23%. Un 56% de los porteños que miran frecuentemente partidos tienen buena imagen de la Presidenta, contra sólo un 22% de los que no miran. Los jóvenes del interior con instrucción primaria que miran varios partidos de FPT tienen una imagen positiva veintitrés puntos más alta que quienes no miran partidos en ese mismo grupo social.
Ricos, pobres, jóvenes, viejos, de Capital o el interior, instruidos o no: aquellos que miran muchos partidos tienen en promedio una imagen de Cristina Kirchner veinte puntos más alta que quienes no lo hacen.
En estadística se sostiene que una correlación no implica una causalidad. Podría haber una variable interviniente que afecte tanto a la decisión de ver fútbol como a la imagen de Cristina. Pero se puede conjeturar acerca de las causas por las que la imagen presidencial se fortalece entre quienes miran varios partidos de FPT a través de al menos dos hipótesis.
La primera supone que la transmisión gratuita de los partidos del torneo local ha generado una gran satisfacción en aquellos individuos que antes no podían ver fútbol o debían pagar para hacerlo y que ha redundado en un notorio y persistente mejoramiento de la evaluación presidencial. La segunda apunta a la relación entre la gran cantidad de publicidad desplegada durante los partidos y la imagen de la Presidente. Así, la exposición habitual e intensiva a la publicidad y propaganda oficial fortalece significativamente la imagen presidencial entre quienes son frecuentes receptores de esos mensajes.
No es novedad que la publicidad puede persuadir, manipular, influir, convencer o formar opinión. Basta con notar que en la última campaña electoral americana se han gastado más de US$ 1000 millones sólo en ese rubro. El Gobierno ha decidido gastar una importante cantidad de recursos de forma de asegurarse el acceso a millones de argentinos todos los fines de semana. El problema se presenta cuando hay una desigualdad tan marcada en la capacidad de transmitir mensajes a la sociedad entre las fuerzas políticas. Vale recordar que el financiamiento de la publicidad de campaña ha pasado recientemente a ser exclusividad del Estado. En este año electoral el Gobierno ya cuenta con el fútbol, ¿podrán las otras fuerzas contar con algo de espacio?.
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