lunes, 28 de mayo de 2012

Opinión: Construcciones navales



Por Ángel Tafalla
(Artículo del almirante Ángel Tafalla, miembro del Grupo Atenea, publicado en el diario La Razón en su edición del sábado 27 de mayo http://www.larazon.es/noticia/7465-construcciones-navales-por-angel-tafalla).
Tenemos los españoles un arte tradicional para diseñar buenos buques de guerra. Pero perdimos el tren tecnológico tras la Segunda Guerra Mundial, aunque los marinos nunca le podremos agradecer lo suficiente al primer ministro laborista, Mr. Wilson, cuando por motivos ideológicos, vetó en 1964 la construcción en España de unas fragatas de diseño británico. Como consecuencia de este veto la Armada española se vio obligada a cambiar el socio habitual tecnológico británico por los norteamericanos. Y desde entonces no hemos dejado de mejorar; hasta ahora, que, por primera vez en muchos años, las perspectivas son claramente negativas.

La decisión de adquirir un armamento importante exige siempre la conjunción de tres voluntades: la operativa, representada por la propuesta militar; la industrial, capaz de materializar el buque, aeronave o sistema de armas definido; y la política, que debería encuadrar la propuesta en prioridades económicas y sociales de nivel nacional. Aunque originalmente el armamento principal de los tres ejércitos era proporcionado esencialmente por una industria totalmente nacional, sólo ha sobrevivido en manos estatales una empresa importante: la que diseña y construye buques de guerra y conocemos actualmente como Navantia. Que el propietario y principal cliente de Navantia sea el Estado español trae para la Armada consecuencias, algunas buenas, otras no tan positivas.

La coincidencia de razones industriales y políticas se facilita en el caso de elegir un constructor estatal. El peligro esta en que al faltar la tensión propia de las relaciones constructor cliente se deje aumentar los precios y bajar la competitividad. Si esto sucede, no se podrá concursar eficientemente en el exterior y su mercado exclusivo será el cautivo. Este peligro no se ha materializado en nuestro caso pues la Armada tiene el limpio historial de haber discutido los precios de sus buques con Navantia y sus antecesores hasta el último euro o peseta.

La cartera de pedidos de la Armada no garantiza por sí misma la supervivencia de Navantia, última industria militar estatal que perdura. Hacen falta clientes extranjeros. Y desde luego, se han encontrado hasta ahora: tres buques tipo portaviones vendidos a Tailandia y Australia; destructores, fragatas y patrulleros ultramodernos adquiridos por diferentes países; y submarinos diseñados y construidos conjuntamente con Francia atestiguan claramente la calidad operativa, técnica y económica de lo que concibe la Armada y ofrece Navantia. Pues bien, todo esto está en peligro en un plazo medio, ya que nadie va a arriesgarse a comprar un buque que la marina de guerra del país constructor no tenga, ya que se harán la siguiente pregunta: si tan buenos son, ¿por qué no han convencido a los suyos?

El secreto del éxito de los diseños de Navantia ha residido en la obligación impuesta por la Armada de que los sistemas de armas, especialmente los misiles, fueran de origen norteamericano. Sólo podemos estar seguros de que un misil tiene una probabilidad de impacto aceptable cuando hemos disparado muchos; como son caros, estas pruebas sólo las hacen los norteamericanos. Hemos visto recientemente como marinas europeas prestigiosas, al insistir en tener misiles propios, reciben sus buques sin tenerlos operativos. No sólo el riesgo es militar; es que jamás venderán a un cliente extranjero ninguno de estos buques.

Tras los espectaculares éxitos en portaviones, buques anfibios y fragatas, la Armada pensó hace unos años -y convenció a nivel político- que había llegado la hora de intentar lo más difícil: el diseñar un submarino propio. Y no cualquier submarino, sino uno revolucionario en su propulsión y armamento. Pero la crisis económica llegó antes de que pudiera terminarse su construcción y esto no sólo está demorando su calendario, sino afectando a sus posibilidades de venta.

Esta es pues la situación: con la cartera de pedidos de Navantia a cero y con la construcción de los submarinos renqueando por motivos económicos, se ha acabado la buena racha y no sólo peligra el futuro a medio plazo de la Armada tal como hoy la concebimos, sino el de la industria que la sustenta; ninguna de las dos se puede improvisar a corto plazo. Lo que ahora dejemos irse, no volverá nunca. Cuando se reciban la Fragata Cristóbal Colon y el BAM Tornado, por primer vez desde 1968 la Armada no tendrá ningún buque de superficie en construcción. Estos dos buques están listos, pero con el extraño sistema de financiación seguido, se computarán como deuda cuando se reciban, lo que trae consigo una evidente falta de entusiasmo del estamento político en que esto suceda pronto. Si la Armada española no compra buques a Navantia, nadie se los comprará y habremos destruido uno de los pocos sectores industriales donde los españoles somos líderes y protagonistas con nombre propio. La defensa de los intereses marítimos españoles también sufrirá, pero esto parece interesar menos a algunos entre los que yo -naturalmente- no me encuentro. Defiendo a Navantia, porque defiendo a la Armada que es mi manera de ser español.



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