WASHINGTON.- OK, presidente Obama, éste es el plan: en algún momento en los próximos meses, usted le ordena al Departamento de Defensa que destruya las instalaciones nucleares de Irán. Sí, ya sé: éste es un año electoral y algunos dirán que se trata de una cínica jugada para apelar al nacionalismo norteamericano, pero el programa nuclear de Irán es un problema que no puede esperar.
Nuestro ataque preventivo, llamado "Operación Nosotros Podemos", incluirá el bombardeo de las instalaciones de Isfahan, la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz y de Fordo, el reactor de agua pesada de Arak, y varias fábricas de centrifugadoras cerca de Natanz y Teherán.
Es cierto, la planta de Natanz está sepultada bajo 10 metros de hormigón reforzado y rodeada de defensas antiaéreas, pero nuestra nueva bomba rompebúnker, de 13.608 kilos de peso, no dejará piedra sobre piedra. La planta de Fordo, construida en la ladera de una montaña, es más problemática, pero si no aflojamos con los ataques, podemos hacer trizas esas centrifugadoras. ¿Perdón? ¿Con eso alcanza? Bueno, alcanza hasta donde sabemos?
¿Víctimas civiles? No muchas, gracias a la milagrosa precisión de nuestros misiles teledirigidos. Probablemente Irán intentará ganarse un par de adhesiones mostrando cadáveres y las viudas desconsoladas, pero la mayoría de las víctimas sería personal militar, ingenieros y científicos que trabajan en las plantas. Es decir, un acto de justicia.
Las voces críticas dirán que esos ataques quirúrgicos podrían encender la mecha de una guerra regional a gran escala. Le dirán, señor presidente, que la Guardia Revolucionaria -una banda de lo más impredecible- descargará su furia contra objetivos de Washington y sus aliados, ya sea directamente o través de sus ramificaciones terroristas, y que el régimen podría incluso bloquear el estrecho de Ormuz.
No se preocupe, señor presidente. Es mucho lo que podemos hacer para mitigar esas amenazas. Es muy fácil: simplemente tenemos que asegurarle al régimen iraní que sólo nos proponemos eliminar sus armas nucleares y que no tenemos intenciones de derrocar al gobierno. Y por supuesto que creerán en nuestra palabra, sobre todo si logramos hacer llegar el mensaje a un país con el que no mantenemos contactos formales. ¿Qué hacemos? ¿Lo publicamos en Facebook?
Desde luego, podríamos dejar que de los bombardeos se ocupe Israel, que ya tiene el dedo en el gatillo. Pero es probable que los israelíes no puedan hacer el trabajo a fondo sin nosotros, y que nos terminen arrastrando con ellos. O también podemos hacer las cosas bien y recibir todo el crédito. En serio, ¿qué podría salir mal?
El escenario descripto hasta aquí fue extraído de un artículo de Matthew Kroenig y publicado en el último número de Foreign Affairs. (Los detalles son de Kroenig; la ironía es de mi propia cosecha.) Kroenig, un académico que pasó un año en el Departamento de Defensa del gobierno de Obama, al parecer aspira al lugar de superhalcón del teléfono rojo que ocuparon en décadas pasadas tipos como John Bolton o Richard Perle. Sus ex colegas de Defensa se quedaron anonadados con su artículo, que conjuga el alarmismo fatalista de la amenaza nuclear de Irán con un optimismo exagerado en la capacidad norteamericana de mejorar la situación. (¿No les hace acordar a otra guerra preventiva, en un país que también empieza con I?)
Este escenario es uno de los polos de un debate que se ha convertido en el tema de política exterior más agitado de este año electoral. El polo opuesto nos muestra un panorama igualmente lamentable: la perspectiva de tener que convivir con una potencia nuclear como Irán.
El peligro: Hezbollah
Si ése es el caso, el temor de la mayoría de los expertos no es que Irán decida incinerar a Israel. (Ahmadinejad puede parecer un loco endemoniado, pero Irán no es suicida.) Los peligros más realistas son que Irán extienda su paraguas nuclear de protección sobre grupos amenazantes como Hezbollah, o que los vecinos árabes se sientan obligados a entrar ellos también en la carrera nuclear.
Aunque la información sobre la teocracia de Irán es turbia, los especialistas concuerdan en algunas afirmaciones. Para empezar, y a pesar de todas sus negativas, el régimen está decidido a tener armas nucleares, o al menos la capacidad de fabricarlas rápidamente en caso de una amenaza exterior. La opción nuclear se ha convertido en un motivo de orgullo iraní y de supervivencia nacional frente a enemigos -o sea, nosotros- que son vistos como muy propensos a derrocar gobiernos islámicos.
El programa nuclear es muy popular en Irán, incluso entre líderes de la oposición que cuentan con la admiración de Occidente. La situación actual del programa no es clara, pero las fuentes más confiables estiman que Irán podría contar con un arma nuclear en aproximadamente un año.
En la práctica, las políticas de Barack Obama respecto de Irán prometen ser más duras que las de George W. Bush. Como Obama empezó con un ofrecimiento de diálogo directo -que los iraníes desdeñaron- la opinión pública mundial se volcó de nuestro lado. Es probable que ahora contemos con suficiente apoyo global para tomar la medida que dañaría realmente a Irán: un boicot al petróleo iraní.
El gobierno norteamericano, junto con los europeos y con apoyo de Arabia Saudita, está trabajando para persuadir a los principales compradores de petróleo iraní, como Japón y Corea del Sur, de conseguirse otro proveedor. Los iraníes toman esa amenaza a su medio de subsistencia tan en serio que quienes siguen de cerca la situación ya no minimizan las posibilidades de un enfrentamiento naval en el estrecho de Ormuz. Hasta es posible que entremos en guerra con Irán sin siquiera bombardear sus instalaciones nucleares.
La paradoja a corto plazo viene envuelta en una paradoja a largo plazo: un ataque a Irán seguramente unificará al pueblo detrás de los mullahs, y hará que el régimen redoble sus ambiciones nucleares, sólo que esta vez más profundamente bajo tierra. En el Pentágono suelen explicarlo de esta manera: bombardear Irán es el mejor modo de garantizar que suceda precisamente lo que intentamos evitar.
Traducción de Jaime Arrambide
Fuente: Diario La Nación
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