Por DOMINIQUE MOÏSI (*) - Cronista.com
La opción de rechazar las condiciones impuestas para "refundar" la UE que se acordaron el la cumbre de Bruselas sólo logra aislar al país y reforzar la alianza París-Berlin
Foto: D. Cameron, primer ministro británico, mira hacia A. Merkel
En sus relaciones con Europa, Gran Bretaña es famosa por no perder nunca la oportunidad de perder una oportunidad. A principios de la década de los 50, el "No" británico a Europa surge de un exceso de confianza tras la Segunda Guerra Mundial. El Reino Unido soñaba con jugar el papel de Atenas para una Roma representada por EE.UU. Era una ilusión que debería haberse disipado tras la crisis de Suez, en 1956, cuando fue obvio que EE.UU. tenía poco deseo de considerar a Londres como fuente de sabiduría. Se había convertido en una superpotencia y Gran Bretaña, lo mismo que Francia, era una potencia mediana que se portaba de manera anacrónica en Medio Oriente.
Se había perdido una década crucial y Gran Bretaña no estuvo presente en el nacimiento de la nueva construcción europea.
Otra década se perdió en los 60. Esa vez, a causa de la desconfianza del general Charles de Gaulle en los "anglosajones". Cuando Gran Bretaña finalmente llegó a Europa en los años 70, era muy tarde, quizás demasiado tarde. La pareja franco-germana había tenido tiempo para establecerse. Y el Reino Unido quedó como un recién llegado: un miembro bienvenido al club, claro, pero al que siempre se miró con cierta sospecha. Era obvio que Gran Bretaña pertenecía a Europa, ¿pero era realmente europea?
En retrospectiva, es evidente que la participación y el compromiso británico se extrañaron mucho en Europa. La madre de todos los parlamentos podría haber evitado que la Unión Europea se descarriara a veces en su comportamiento democrático y el pragmatismo británico hubiera sido muy bienvenido.
Esto es nostalgia: no se puede reescribir la historia. Pero en 2011, el nuevo "No" británico evoca el pasado. Por segunda vez Gran Bretaña se aisla conscientemente, y este es un momento decisivo. Por supuesto, el contexto es completamente diferente. Europa no es un proyecto naciente, lleno de maravillosas oportunidades, sino una realidad híbrida luchando por su supervivencia. Precisamente por eso, el "No" británico es aún menos realista, y potencialmente más perjudicial, que en los 50. Con una sola palabra Gran Bretaña dio un paso decisivo para aislarse de Europa.
Sin embargo, los ciudadanos británicos "sean proeuropeos o euroescépticos" no han registrado una transformación fundamental en Europa. En gran medida por default, el proyecto europeo avanza cada vez más hacia una concepción británica de Europa; o sea, mucho más intergubernamental que federal. Es evidente que Nicolas Sarkozy, el presidente francés, desde hace mucho piensa que Europa es algo demasiado serio para dejarlo en manos de los eurócratas.
Al decir "No" en esta instancia crucial, David Cameron no sólo refuerza la estrecha alianza entre París y Berlín, sino que condena a una concepción en gran medida británica de Europa a ser liderada por una pareja franco-germana en la que claramente hay menos Francia y más Alemania. Pero Francia no necesita a Gran Bretaña para equilibrar el peso de Alemania. Es Gran Bretaña la que necesita a Europa si va a tener peso en el mundo. Y la credibilidad europea hubiera quedado reforzada por un "Sí" británico. Con Gran Bretaña a bordo, Europa hubiera sido más creíble y Londres menos aislada. El "No" británico es una pérdida para todos.
(*) Asesora senior del Instituto Francés para Relaciones Internacionales
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