Hemos recibido del Movimiento Productivo Argentino esta excelente conferencia del Dr Roberto Lavagna (26 de octubre de 2010) , que adjuntamos para nuestros lectores y amigos:
Roberto Lavagna:
Desde ya, mi agradecimiento al Movimiento Productivo Argentino y a la Universidad Austral por la invitación y por la posibilidad de encontrarme con ustedes. Yo voy a hacer unos comentarios iniciales y, después, me parece interesante abrir el diálogo. La idea es tratar el tema de la Argentina en la economía mundial. Esto es, en definitiva, hablar de la competitividad que la Argentina tiene y cómo se inserta en un mundo global.
Este tema de la competitividad tiene dos tiempos: un tiempo del pasado, que fue el tiempo de los antecedentes, en el cual se forman las estructuras productivas y ocupacionales. Y, por otro lado, un tiempo del presente y el futuro -sobre todo, el futuro-, donde uno tiene que tratar de identificar cuáles son las cosas que tienen que consolidarse respecto de aquéllas que son buenas y cuáles tienen que modificarse.
A lo mejor alguien podría decir “no hablemos del pasado, hablemos nada más que del futuro”. La verdad es que yo creo que eso es imposible porque en la vida de las naciones, salvo por la magnitud de las cuestiones, pasa lo mismo que en la vida de cualquiera de nosotros respecto de los períodos de formación, las barcas que a uno le van quedando a lo largo de distintas circunstancias de la vida y los comportamientos repetitivos -positivos o negativos- que muchas veces tenemos.
De manera que, para hablar de futuro, necesariamente hay que reconocer algunas de estas constantes del pasado. Yo creo que, dentro de ese pasado, la Argentina ha tenido dos períodos con dos modelos o esquemas económicos positivos, con profundos efectos favorables en términos de crecimiento y de desarrollo del país, y dos períodos de profundo estancamiento.
Los períodos positivos son: Años más, años menos, el que va desde 1875 hasta 1925/30. Es el período del Modelo Agroexportador que permitió el salto inicial de peso de Argentina en el mundo. Y, después, el Modelo de Sustitución de Importaciones que va de 1945 a 1970/75. Esos dos modelos, cada uno en su
momento, fueron parte esencial en la formación de la estructura productiva, ocupacional y social.
Y, respecto de los períodos negativos, hubo dos de retraso importante: el que va de 1930 a 1945 y el que va de 1975 hasta la gran crisis del año 2001.
En un repaso muy rápido, el primer momento es en el que la Nación, que acababa de lograr su organización nacional, empieza a integrarse al mundo en términos económicos. Lo hace, por supuesto, en el esquema de la potencia dominante de la época, que era Gran Bretaña, y hay un fuerte aumento de la producción y de la
productividad que tiene que ver con que se agregan masivamente lo que los economistas llaman “factores de producción”.
Se agrega masivamente capital, en general de origen externo, que da lugar a los ferrocarriles, a los puertos y demás; se agrega mano de obra con sus conocimientos, en general europea, fruto del proceso de inmigración; y hay, además, un corrimiento fenomenal de las fronteras del país -no políticas, pero sí productivas-, producto de la conquista del desierto, que se van ampliando y permitiendo una enorme incorporación de tierras. Entonces, capital, mano de obra y tierra, más el cambio tecnológico que tiene que ver con el know how o conocimiento que tienen los inmigrantes europeos por el tipo de capital que se
incorpora. En ese momento, era un tipo de capital muy moderno, porque básicamente se trataba de ferrocarriles y puertos.
Ésa es la época de los arrendados, de la introducción de distintas razas bovinas, de los barcos frigoríficos. Ese modelo produce un muy fuerte impacto en términos de la producción con algún tipo de contraindicación, incluso con algunas diferencias respecto de países con los cuales habitualmente se ha comparado a la Argentina.
Por ejemplo, en la Argentina hubo un proceso de fuerte concentración de la tierra, que no se dio en Australia. Las tierras australianas siguieron perteneciendo a la corona y se entregaban en explotación, pero no para propiedad. O el peso de los capitales extranjeros, que también se dio en Canadá, pero allí el proceso de expansión ferroviaria -que fue muy similar en extensión al de Argentina- se dio sobre la base de la industria local canadiense. En el caso de Argentina, salvo los durmientes, todo el resto fue importado. Pero, de todas maneras, ese Modelo Agroexportador le dio a Argentina muchos años de un progreso importante.
El segundo momento positivo, desde 1945 hasta 1975, es el momento de la Sustitución de Importaciones. Es el momento en el cual, de manera deliberada y como fruto de políticas de gobierno, empieza el proceso de industrialización en el país. Y ahí nos pasó, salvadas todas las distancias, lo mismo que le puede estar
pasando a China en los últimos años: la mano de obra que viene del interior hacia las zonas urbanas empieza a trabajar en actividades industriales de una productividad mucho más alta que la que tenían en el campo, con el consecuente surgimiento de las clases medias y una nueva distribución del ingreso mucho más
equitativa.
Entonces, esos dos momentos -siempre con alguna discontinuidad- son los que aportaron un crecimiento per cápita muy importante en el país. Y, además, aportaron distintas formas de desarrollo, porque se produjo un cambio social y en la estructura política del país que permitió una presencia muy dominante de Argentina en América Latina. Muy dominante no necesariamente en términos de uso de la fuerza política o militar, sino simplemente por la vía de la fuerza de las ideas que emergían de una sociedad en permanente modernización. Cualquier latinoamericano de cierta edad recuerda haber estudiado con Billiken, por ejemplo.
Y eso implicó una influencia muy importante de Argentina en América Latina. Esos dos modelos se agotaron en algún momento. En el caso del Modelo Agroexportador, el punto más fuerte que se toma es el de 1930 porque allí fue la crisis internacional. Pero, en realidad, ya a partir de 1925 -incluso, algunos años antes- el modelo había empezado a funcionar con menor eficiencia. Tal es así que el Centenario del país se hizo con grandes muestras de progreso y, al mismo tiempo, con Estado de sitio y con una Ley de Defensa Social que incluía hasta la pena de muerte para los manifestantes de sectores anarquistas.
Asimismo, hubo un agotamiento de las tierras de mejor calidad. Pasaron muchos años para que la frontera nuevamente se corriera, lo cual ha ocurrido desde 1990 en adelante. La Argentina, en ese momento, no tuvo ninguna de las Common Laws y, en consecuencia, no tuvo ninguna de las ventajas que tuvieron Australia o Canadá. Entonces, cuando llega el momento de la crisis internacional, se cierran los mercados, caen los precios y esto fue mucho mayor en Argentina que en Australia o Canadá.
Hay una presión social creciente por lo que ocurrió desde el Centenario en adelante y, en 1933, inmediatamente después de la crisis, los precios de los bienes que Argentina vendía al mundo habían bajado un 43%. Eso significa que los ingresos de Argentina como país se habían reducido de una manera muy sustancial. Y, sobre todo por un problema de interpretación errada por parte de los sectores dirigentes, se pensó que la crisis de 1930 era transitoria y que, pasada esa crisis, todo iba a volver a ser como antes (Argentina iba a tener nuevamente mercados abiertos, iba a exportar bienes agropecuarios y agroganaderos).
Pensaban que lo único que había que hacer eran algunos ajustes. Éstos se hicieron durante el gobierno de Justo, donde se crearon las Juntas Reguladoras para pasar la crisis. Esta crisis golpeó a toda América Latina y algunos países entendieron que esto no era transitorio, sino que era un cambio de paradigma permanente. En consecuencia, adoptaron políticas distintas. El caso más evidente es el de Brasil: la siderurgia brasilera empieza en 1930, porque llegaron a la conclusión de que sus bienes primarios, que tenían muchas características similares a los argentinos -si bien eran distintos-, no se iban a recuperar. Visto retrospectivamente, le creyeron más a Prebisch, quien decía que los bienes primarios iban a tener una tendencia secular de caída. Pero ésa no fue la posición de los argentinos.
Así, el país devaluó, creó Juntas Reguladoras, tratando de pasar la crisis; pero no lo logró. Hasta que llegó un punto en que, en 1940, alguien de la clase dirigente con más visión y más inteligencia, Federico Pinedo, unos pocos meses ministro de economía del gobierno de Ortiz y Castillo, presentó un programa donde empezó a esbozar la idea de que efectivamente éste era un cambio de fondo; que había que empezar el desarrollo industrial; crean el banco industrial; entender que la prioridad en términos de a quién referenciarse en el mundo ya no era más Gran Bretaña, que había entrado en un proceso de pérdida de peso, sino Estados Unidos; planteó un proceso de integración en profundidad con Brasil; volvió a devaluar y hubo una especie de “compre nacional” y créditos para el desarrollo industrial a 15 años. Sin embargo, todo ese programa requería el acuerdo parlamentario, el cual no salió sencillamente porque este hombre era una
excepción frente a una clase dirigente que no estaba dispuesta a cambiar y que estaba convencida de que sólo había que esperar.
El segundo momento de estancamiento va desde 1975 hasta la gran crisis del año 2001. ¿Qué pasó? El Modelo de Sustitución de Importaciones fue agotando también sus etapas. Primero, fue industria liviana, mediana, siderurgia y algún otro sector pesado durante el gobierno de Perón; después, fue la industria
petroquímica y automotriz con Frondizi y Frigerio; y el último eslabón de industrialización importante fue concluir el proceso de integración petroquímica, aluminio y papel en la época de Onganía y Krieger Vasena. Y, así, se llegó a los años ’70 donde, producidos todos estos eslabonamientos, el modelo empezó a no dar más. Esto significa que el aumento de productividad que ese modelo proveía era insuficiente para mantener un permanente proceso de distribución progresiva del ingreso.
Y allí se produce un conflicto: los sectores asalariados pierden participación en la distribución del ingreso o no hay fondos suficientes para el proceso de inversión. Este conflicto entre la inversión y la distribución aparece solamente en las sociedades que se estancan. En las sociedades que funcionan bien, ese conflicto no
existe, está resuelto precisamente por el proceso de crecimiento. En consecuencia, hubo dos modelos exitosos y dos modelos que se agotaron porque no cambiaron a tiempo; no registraron que, en los contextos internacional y local, había datos distintos que obligaban a modificar el modelo, incluso, de manera gradual. En el primer caso, agregándole al Modelo Agroexportador un proceso de industrialización. Y, en el segundo, agregándole al Modelo de Sustitución de Importaciones más competencia, abriendo más la economía, integrándose mayormente al mundo, con Brasil, etcétera.
De este modo, los modelos que no cambian por las buenas, porque las clases dirigentes del momento así lo entienden, cambian por las malas. Al modelo conservador, le siguió el modelo justicialista del año 1945; y, al modelo justicialista-desarrollista del ’45 en adelante, le sigue el orden conservador que se inaugura en el ’76. Es decir, cuando la clase dirigente de una sociedad no es capaz de entender los datos del mundo, de la región y de su propia sociedad, inevitablemente aparece un proceso de ruptura. Y ése es uno de los grandes
costos de la Argentina, porque las rupturas implican un fenomenal desgaste de energía social, un fenomenal reemplazo de una clase dirigente por otra, generalmente no elegantemente sino por las malas. Esto fue lo que pasó en los dos momentos.
Para acercarnos al presente, el agotamiento del Modelo de Sustitución de Importaciones pasa por distintas etapas a partir de 1975 y llega a esa fenomenal crisis del año 2001. Fue la crisis más grande que Argentina haya sufrido desde 1890, desde la que le había tocado enfrentar a Pellegrini, como presidente, y a Roca, como su principal ministro. Muy rápidamente, se puede observar un período de crecimiento desde 1875 en adelante, con algunos bajones en la crisis del ’30.
Pero, a partir de finales de los ’70, se produce un proceso de caída importante. Lo mismo se puede apreciar si vemos los datos parciales de algunos años para Argentina, Canadá, Australia y Estados Unidos. Argentina siempre tiene los valores más bajos. Vale la pena señalar que ya en 1895, en términos de PBI, Argentina
estaba por debajo de estos países. Y, a pesar del efecto favorable del modelo, siempre siguió en esa línea hasta 1929.
Si vemos Estados Unidos y Argentina en términos de Producto Per Cápita, hasta 1974 prácticamente no hay diferencia. Esto vale la pena registrarlo porque hay quienes dicen desde el orden conservador que, desde que se cambió el Modelo Agroexportador y se implementó el de Sustitución de Importaciones, la Argentina no creció. Esto no es cierto, el Modelo de Sustitución de Importaciones fue tan exitoso como el otro hasta 1974, donde Argentina queda decididamente por debajo de Estados Unidos.
Si comparamos Brasil, Australia, Estados Unidos y Argentina desde el año ’50 en adelante, nuevamente la gran brecha se produce desde mediados de la década del ’70, es decir, desde que se agota el segundo modelo. Y, si observamos lo que pasó en los últimos 28 años antes de llegar a la crisis -desde 1975 a 2001-, vemos que en esos 28 años Argentina tiene 14 años de caída de su Producto Bruto. No es que creció menos o más lento, sino que se retrocedió en términos absolutos 14 años de 28, con tres grandes crisis: la del ‘81/82, que fueron dos años y se perdió el 8% del Producto; ‘89/90/91, que fueron tres años y se perdió el 12% del Producto; y desde mediados del ’98 a la crisis de 2001, que fueron cuatro años y medio y se perdió el 20% del Producto. Es decir que, no sólo hubo una volatilidad tremenda, sino que cada crisis fue cada vez más profunda y más larga que la anterior.
Así llegamos a la crisis de 2001, ¿qué pasó desde esa crisis en adelante? Hubo dos etapas: una que va desde el segundo trimestre del año 2002 donde hubo un crecimiento del 8% en términos anuales, hasta el 2006, donde la Argentina creció un 9% acumulativo por año prácticamente sin volatilidad. Y la segunda etapa va desde el 2007 en adelante, donde no sólo la tasa de crecimiento es más baja sino que vuelve la volatilidad, hasta el 2010. Y, si vemos los pronósticos de consenso de los economistas de 2011/13, también se produce ese efecto. De este modo, hubo nuevamente cierta erraticidad en el crecimiento, sin llegar a tener valores negativos -salvo en el año 2009-, como ocurrió en ese período de 28 años.
Entonces, ésta es la situación actual: Desde 2002 a principios de 2007 hubo un crecimiento muy estable del orden del 9%; y, de ahí en más, hubo de nuevo un proceso de alta volatilidad. Con estos datos, ¿cuál es el desafío que tenemos a futuro en términos estratégicos? Porque esto, en definitiva, lo que hace es reflejar
la coyuntura o el corto plazo de estos años. En este sentido, me parece que hay dos prioridades:
1. Hay que hacer un enorme esfuerzo para estabilizar el crecimiento. Las economías que crecen con gran volatilidad son economías que favorecen a unos pocos y condenan a la mayoría. Una gran empresa internacional o local pueden soportar cada oscilación que se produce hacia abajo, pero las pequeñas y
medianas empresas se caen o desaparecen en esos momentos de caída. Puede volver a empezar un nuevo proceso cuando hay reactivación, pero es un permanente ciclo de surgimiento y muerte de empresas. Eso está muy ligado al trabajo en negro, que hoy es el 50% de la vida argentina. Entonces, la simple estabilidad de una tasa de crecimiento -que puede no ser del 9%, sino del 5/6%- tiene un valor en sí misma. Por ello, el primer punto es lograr estabilizar esa tasa de crecimiento a futuro. Probablemente, en el largo plazo, la Argentina puede crecer del 5,5 al 6%.
2. Hay que dar una pelea contra la inflación que está creciendo rápidamente y es parte principal de la problemática actual y de los próximos años. En todo caso, tuvimos un período muy estable y otro, que va desde el 2007 hasta ahora, con alta volatilidad. Y el desafío es lograr estabilizar eso a un nivel de crecimiento aceptable. Si no lo logramos hacer esto, hablar de cuestiones estratégicas pierde sentido porque los años malos arrastran las buenas intenciones, las empresas, las decisiones, las carreras universitarias, entre otras muchas cosas. Y, al mismo tiempo, esto es condición necesaria, pero no suficiente, no basta. La condición suficiente se da si uno discute en términos estratégicos qué es lo que quiere proponer para Argentina.
Hoy, hay cosas que están fuera de nuestro control, porque dependen del contexto internacional; hay cosas que están bajo el control del gobierno de turno; y hay cosas que están bajo el control de las empresas:
- El contexto internacional está fuera de nuestro control, pero extraordinariamente tiene un carácter positivo como no ha tenido en muchas décadas. O sea, el marco internacional hoy es favorable para plantearse un tipo de país productivo, ocupacional y con una distribución del ingreso distinta.
- La política macroeconómica, que está bajo el control de las autoridades, tiene una volatilidad que no hace bien y que hay que controlar. Respecto del marco de confianza, las expectativas, que son fundamentales para cualquier ciudadano o para quienes toman decisiones de inversión, la verdad es que no son buenas. Esto no es una opinión subjetiva mía, sino que se avala en que en los últimos cuatro años se han fugado capitales por 70.000 millones de dólares. Este dinero debería haber estado invertido en el país generando empleo, etcétera, pero se fueron porque, como la política macro no convence, las expectativas son negativas y se opta por la salida.
- En cuanto a las decisiones microeconómicas que dependen del control de las empresas, la cuestión es mixta: hay sectores a los cuales les está yendo extraordinariamente bien, como el caso de la industria automotriz o de la siderurgia que tienen alguna ocasión de inversión; y, por otro lado, hay otros sectores que prefieren sumarse a ese proceso de salida de capitales y esperar a ver qué pasa. Y, montado sobre las últimas cosas que tienen que ver con el control del gobierno y de las empresas, están las decisiones estratégicas. Decisiones estratégicas no hay; hay corto plazo permanente, día a día o parches. Como muchas veces se dice en Argentina, todo se arregla con un alambre. Del lado de las empresas, hay voluntad y entendimiento de dónde tiene que ir la Argentina. No todos los sectores, pero hay algunos muy modernos, que no son necesariamente grandes empresas, que entienden para dónde hay que ir. Pero, después, se encuentran con una política macro o con una política global que no les sirve. Eso incluye la desconfianza, etcétera. Entonces, supongamos por un momento que el contexto internacional siga siendo positivo, que la política macroeconómica y las estructuras mejoren y puedan lograr esa mayor estabilización, y metámonos de lleno para ver cuáles son las decisiones estratégicas a futuro. Ahí, la competitividad en el mundo tiene que ver fundamentalmente con cuatro fuentes, que pueden ser no posibles en la Argentina, otras son posibles para ciertos sectores y otras que son posibles para toda la economía.
Las “no posibles” son las circunstancias en que se compite con bajos salarios, que conllevan bajos sistemas de seguridad social, bajos sistemas de jubilaciones y pensiones, etcétera. En Argentina, somos 40 millones de habitantes, ¿qué sentido tendría que el país dijera que va a competir produciendo bienes o servicios de
cualquier tipo sobre la base de bajos salarios? No tendría ningún sentido. Del otro lado del mundo, tenemos dos países lanzados en este momento en términos de crecimiento, China e India, que juntos tienen 2300/2400 millones de personas; Indonesia tiene otros 500 millones; y al lado tenemos un vecino, un socio
estratégico, como es Brasil, con 200 millones. Entonces, Argentina no se puede plantear que va a ganar competitividad en el mundo peleando con bajos salarios.
- El otro factor “no posible” son sectores donde los costos son muy bajos porque las escalas de producción son tan amplias que tanto el desarrollo de procesos como el de productos permiten distribuir los costos de una masa fenomenal. ¿Puede toda la economía argentina pelear ahí? Si comparamos con China o Estados Unidos, seguramente han visto que las camisas son infinitamente más baratas que en Argentina. Eso es porque acá se produce para 40 millones de personas -es un decir- y allá para un mercado de otra dimensión, lo cual permite compartir los costos fijos, bajando los costos y en consecuencia siendo más competitivos. Pero hay un sector, y no es secundario, que tiene escala de producción a nivel mundial y en el cual Argentina tiene todas las posibilidades del mundo, que es el sector agropecuario en el sentido amplio de la palabra. Argentina puede producir alimentos para 350/400 millones de habitantes tranquilamente. Tiene una gran capacidad productiva y tierras que se han ido incorporando (las tierras del norte, de Salta, incluso algunas del sur). Tiene productores agropecuarios con un conocimiento y una capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías muy fuerte. En fin, tiene todo lo que tiene que tener, si la política no se lo impide, para llegar más o menos rápidamente a los 150 millones de toneladas -ahora estamos produciendo 99 millones-.
Entonces, ahí sí hay algo en lo cual Argentina compite con quien sea (con Estados Unidos, con Brasil, etcétera) en materia de producción de este sector. ¿Alcanza o no alcanza esto? Es una discusión que siempre aparece y la verdad es que no alcanza sólo con esto. A lo mejor no tanto en términos de generación de divisas, con estos precios internacionales muy altos, pero no alcanza en términos de ocupación. Gran parte de las producciones agropecuarias son extensivas con relativamente poca mano de obra. Por más que uno incorpore todos los eslabonamientos hacia atrás y hacia adelante, no alcanza.
Reconociéndole a ese sector agropecuario un papel absolutamente central y básico en la economía argentina, hay algo más que pasa por una fuerte competitividad en la diferenciación de productos. Esto no es vender un producto barato, sino vender un producto que, por alguna razón de calidad, de diseño o de concepción, es distinto y es identificable con el país. Tal es el caso de los vinos, carnes, dulces de las zonas frías; y no sólo bienes, sino también turismo, industrias culturales (cine, radio, televisión, libros). Estas últimas ya producen 10.000 millones de dólares por año, son el 3,2% del PBI del país con un crecimiento fenomenal en los últimos años.
Entonces, diferenciar significa que uno no está vendiendo un producto cualquiera que se confunde con el de cualquier país, sino que está vendiendo un producto que en determinadas zonas del mundo o en determinadas áreas es identificado como argentino, así como también están los vinos chilenos, los quesos franceses, la mortadela italiana -los ejemplos son infinitos-. Fíjense que la diferenciación de productos tiene una gran unión con el sector agropecuario. No todo deriva de allí, pero una gran parte tiene que ver con la materia prima de alta calidad y de bajo costo que produce el sector agropecuario. De manera tal que el peso de este sector en la economía hay que medirlo por la exportación de commodities cruda y también por todos aquellos productos con un valor agregado adicional que tienen que ver con esa materia prima. Pero sabiendo que no es la única fuente de diferenciación, hay otra serie de de servicios donde la diferenciación también es
posible.
Y queda el último sector posible que es el de la ciencia y la tecnología. Aquí no hay que macanear demasiado o entusiasmarse más allá de lo que podemos. En los últimos años, fruto de algunas cosas decididas por el gobierno -algunas las tomamos en el 2004, por ejemplo-, hubo un surgimiento de sectores de alta tecnología importantes. Un ejemplo es el caso del software y las tecnologías de la información. Nosotros sacamos una Ley, que se mandó al Congreso en el año 2004 y salió después, y hoy hay unas 60.000 personas trabajando en el sector software; hay una facturación del orden de los 2800 millones de dólares -es un sector de peso-, con exportaciones de más de 500 millones de dólares; y hay más de 1000
empresas, que son pequeñas y medianas en su mayoría -son las que se caen si hay volatilidad-.
La Argentina es el país número 12 en el mundo que tiene certificación de calidad de su software. Así como está la norma ISO y demás, están las normas de certificación de software. ¿Cuál es el límite para ese sector? Los recursos humanos. Este sector está necesitando por año 7000 ingenieros, pero salen alrededor de 2500. La limitación está ahí, no hay otra. La calidad intrínseca de los recursos humanos es muy buena, pero la cantidad no alcanza. Además, está el sector nuclear -por ejemplo-. Argentina le ha vendido reactores de
potencia media y baja y de tamaño mediano a Argelia, Egipto, Perú -todos países en desarrollo-; y también le ha vendido a Australia, que es un país ya desarrollado, y ha ganado la licitación contra Francia en Holanda -proceso que todavía está retrasado por el ajuste tarifario de Holanda-. Hoy aparece en los diarios que
Argentina va a volver a producir uranio enriquecido para usos pacíficos. En materia de medicina nuclear, Argentina ya tiene un espacio, sobre todo de isótopos y elementos radioactivos para imágenes de tipo médico. Y eso lo producen muy pocos países del mundo (Canadá, Holanda, Francia, Australia, Sudáfrica y
Argentina). Ése es un mercado importante.
Aunque todavía no suene como un mercado central, en el sector espacial, Argentina ya hizo tres satélites y ahora está haciendo el cuarto para la NASA. Esto no pesa 10, 15 ó 20 kilos, sino que es un satélite que pesa entre 1400/1500 kilos. Y hay otros tres satélites en construcción en colaboración con Francia, Italia, Gran Bretaña y una vez más con la NASA.
La biotecnología ha avanzado sola, a pesar de que el gobierno, con gran desidia,no reglamentó la Ley de Biotecnología que habíamos dejado pendiente. Al hacer la de software, habíamos hecho la de biotecnología, con la única diferencia de que la primera quedó con la reglamentación preparada y la segunda no. Ésta sigue
esperando la reglamentación después de tres años. Por eso digo que no se ve mucha preocupación por estas cosas por parte del gobierno.Sin embargo, en el sector de la biotecnología, hay 120 empresas; más de medio millón de facturación; 7000 empleados que están trabajando, en general en los campos de inoculantes, salud humana, salud animal, variedades de semillas; se están presentando en Estados Unidos y en la Unión Europea entre 70/80 patentes y registros por año. Y hay empresas haciendo cosas muy importantes: por ejemplo, Biosidus produce leche con proteína de crecimiento, anticuerpos y semillas transgénicas. Hay una serie de empresas desarrollándose en un mercado que está en plena expansión, donde la biotecnología recién está comenzando. Es un mercado de 100.000 millones de dólares por año, de los cuales la biotecnología está captando 6/7% en todo el mundo y está en plena expansión.
Respecto de los biocombustibles, se produce el biodiesel a partir de la soja y el etanol a partir de la caña de azúcar. Es un sector que ya está exportando más que la carne -1500 millones de dólares-. Hay un montón de sectores ligados a la ciencia y tecnología que están en plena expansión con empresas, en general, de tipo pequeñas y medianas -más medianas que pequeñas-.
Hay un solo límite para esto: los recursos humanos, como en el caso del software. En ciencias duras, hacen falta 10.000 personas por año y están saliendo 3000. En ciencias duras aplicadas, hacen falta 40.000 por año y están saliendo 20.000. En ciencias sociales, en cambio, hacen falta 30.000 por año y salen 60.000. Ahí hay un claro problema que, en términos educacionales, hay que enfrentar. No basta decir “educación gratuita”. Por ejemplo, el valor de un kilo de eritroproyetina equivale a 200 camiones de soja y el mismo cálculo se puede hacer con los satélites, etcétera. Esto no significa que hay que hacer uno y el otro no, hay que hacer todo. Hay que hacer algunas cosas de base donde la escala pesa, pero el resto también. Y la segunda restricción es que no hay demasiado capitales de riesgo. Estas medianas empresas precisan estos capitales, no créditos, sino capitales que hacen una apuesta de funcionamiento. Hay, pero faltan.
La historia nos está marcando que hemos tenido grandes períodos, pero también períodos de fuerte estancamiento por no haber sabido cambiar a tiempo. Acabamos de pasar por una crisis casi Terminal. Yo recuerdo que en el mundo se consideró “intervenir” a la Argentina como se había hecho con Austria después de la Primera Guerra Mundial, no militarmente, sino con funcionarios. Les recuerdo que la idea era no tener bancas, sino que las bancas iban a ser off shore, etcétera. Pocos apostaban adentro y nadie apostaba afuera.
Sin embargo, con un fenomenal esfuerzo, la sociedad fue capaz de salir. Esa sociedad hoy tiene un problema: tuvo un período estable de alto crecimiento y hemos vuelto a la volatilidad. Lo primero que tiene que hacer es volver a dominar esa volatilidad y, luego, profundizar toda esta discusión que rápidamente planteé sobre las fuentes de competitividad.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que en 1974, cuando colapsa el último de los modelos y empiezan a abrirse las diferencias con el resto del mundo, Argentina tenía cuatro argentinos de cada 100 debajo de la línea de pobreza; hoy tiene 32 argentinos de cada 100. Eso significa que, en un país que tiene un fenomenal potencial, la dirigencia (política, empresaria, sindical, intelectual, de medios de comunicación, universitaria, etcétera) -no toda la sociedad- no hemos sabido transformar esa enorme potencialidad en lo único que importa, que es transformarla en bienestar para los argentinos. Ése es el desafío y nada mejor que una universidad, donde estamos hoy, y un organismo como el MPA, que se ha preocupado por estos temas, para hacer una reflexión de este tipo. Ahora hay que animarse e ir a la cancha.
Gracias.
Preguntas del auditorio:
Más allá de los posicionamientos políticos de coyuntura que se producen en torno al tema, ¿qué opina sobre la participación de los trabajadores en las ganancias como mecanismo de estímulo productivo y de distribución de ingresos?
R.L.: Desde ya, mi posición es claramente favorable. Primero, porque estoy ligado a un partido como el Justicialismo que nació incorporando estas cosas. Pero, además, no es el único: el otro gran partido nacional, que es la UCR, fue un actor activo en la comisión constituyente donde se agregó un artículo 14 bis que incluyó la distribución de las ganancias. Esto es la filosofía o la teoría.
En la práctica, ¿es éste el momento en que se puede hacer o las oportunidades son otras? Hoy, el 50% de los trabajadores están en negro. ¿Qué le importa a ese 50% de los trabajadores, que en general son los más pobres, la distribución de las ganancias si no les va a tocar? Hoy, uno de los problemas que tenemos es que la inversión anual para poder crecer en una línea del 5% requiere una tasa de expansión de la inversión que no puede ser menor al 20% anual. Esto estuvo por encima del 20% hasta el 2005; pero ya en el 2006 cruzó la línea, estuvo en 18%, y después siguió bajando. Este año se recupera el Producto Bruto, pero la
inversión apenas pasa el 14%.
Ésta es la realidad: el problema de la caída de la inversión no es un problema de los empresarios, es un problema de todos. La inversión es la que permite la creación de empleo. Entonces, no hay creación de
empleo y mucho menos de calidad, hay creación de empleo en negro.
Entonces, ¿qué distracción es este juego de la distribución de las ganancias? Es para aparentar. En nuestra sociedad -y en otras también-, hay una cierta tendencia a aparentar. Importa más aparentar que ser, pero el Modelo de Sustitución de Importaciones se agotó cuando se produjo el conflicto entre la distribución del ingreso y la inversión. Hoy, el conflicto ya lo estamos teniendo y lo vamos a agravar más.
Entonces, es un tema legítimo, que los argentinos tenemos que animarnos a ponerlo naturalmente dentro de nuestros hábitos, pero hoy tiene más de distracción y apariencia que de algo realmente importante, por lo menos, para ese 60% de la población que está del decil sexto para abajo en la distribución del ingreso.
Teniendo en cuenta la descripción de las diversas etapas positivas y negativas que Usted hizo, ¿qué pasa con el período 2001-2010?
R.L: El desafío es el que les comentaba: un primer período 2002-2006 con una cierta estabilidad y, luego, una vuelta a las andadas -para decirlo de alguna manera- con desaparición del superávit fiscal, subida de la inflación, caída de la inversión, fuga de capitales. ¿Cuál es el último año neto de ingresos de capitales? Es el 2005. En 2006, salen 3000 millones de dólares; en 2007, 8800; en 2008, 23.000; en 2009, 14.000; en 2010, estamos a razón de 13.000/14.000; y hay pronósticos para el año que viene de 14.000 -siendo buenos, puede ser de 10.000-. Respecto de las reservas, cuando el Gobierno se pone contento porque hay 50.000 millones, deberíamos tener 110.000. En realidad, deberíamos estar haciendo lo que hace Brasil que le presta al Fondo Monetario. No se pelean con el Fondo Monetario, le prestan para que el Fondo le de crédito a alguna nación del mundo que todavía sigue su programa.
Ahora, eso es lo que todavía no se ve, porque las oportunidades perdidas son muy difíciles de explicar desde el punto de vista político. Por ejemplo, a nivel internacional, todos los expertos están de acuerdo en que, si Obama no hubiese hecho lo que hizo en Estados Unidos, el nivel de presión económica y desempleo
sería mucho mayor que la actual. Pero, como la actual no es satisfactoria, la gente mira la actual, no entiende que hubiera sido peor.
Acá pasa lo mismo: tenemos 50.000 y estamos contentos. Podríamos haber tenido 110.000. El votante medio, sobre todo si no hay una gran contribución de los medios de comunicación, no se da cuenta de estas cosas. Las oportunidades perdidas son difíciles de explicar en el momento en que se viven, con el tiempo
llega el momento en que alguien reflexiona a ese respecto.
¿Considera el factor humano actual capaz de intentar el cambio necesariohacia la producción, el trabajo y el crecimiento? ¿O, por el contrario, enestos últimos años, se desvalorizó el trabajo?
R.L: No es que se haya desvalorizado el trabajo, sino que se crearon condiciones contrarias al trabajo y a la productividad. Les mostraba recién lo nula que es la inversión; la fuga de capitales, que es la otra cara de la inversión; la tasa de inflación hoy está ubicada al 27% anual, camino al 30%; el tipo de cambio real va
camino al 1 a 1, porque la misma inflación que yo les mostraba que se come los sueldos, las jubilaciones, etcétera, se come también al valor de cambio. Entonces, venimos perdiendo competitividad porque está muy ligada al valor del dólar. Por eso, no es que alguien deliberadamente dice “se desvaloriza el trabajo”,
lo que ocurre es que las condiciones macroeconómicas hoy no están respondiendo bien. En consecuencia, antes de hablar de las cuestiones estratégicas, el desafío es una cierta coherencia y estabilidad macroeconómica.
¿Qué se puede hacer desde el lugar de estudiante ciudadano para generar un cambio, si gran parte de los factores necesarios para mejorar dependen del gobierno de turno, hoy poco interesado en políticas económicas sustentables?
R.L: En algún momento, yo decía que uno tiene que hacer todo el análisis, teniendo las circunstancias históricas, para saber qué hay que consolidar y qué hay que cambiar. Algunas cosas hay que cambiar y, si uno no cambia, persiste en el error y pasará lo mismo que pasó en circunstancias anteriores. El modelo anterior está agotado, no da para invertir, distribuir, generar competitividad, por errores de la política macroeconómica -en alguna medida-. Creo que justamente ahí es donde hay que introducir el cambio para que la oportunidad no se pierda.
Entre las condiciones extraordinarias actuales que les mencionaba, están los precios internacionales de Argentina. En los últimos dos o tres años, hubo una suba fenomenal, única, que no tiene antecedentes en muchísimos años. Eso hay que aprovecharlo, es lo que cae dentro de esos sectores que tienen productividad y competitividad a escala. Si lo dejamos pasar, la oportunidad no va a durar para siempre, tienen ciclos. Si hubiéramos tenido estos precios internacionales en el 2002/4, cuando había que salir de ese negro pozo en que estaba el país, habría sido maravilloso, habríamos salido infinitamente más fácilmente. Tuvimos que hacerlo como sociedad y como gobierno con los precios que teníamos, que eran normales, no eran malos ni
particularmente buenos tampoco. Hoy tenemos esto y hay que aprovecharlo.
¿Qué importancia le asigna al desorden social, la anomia que hoy impera en la sociedad argentina, en el factor confianza de la inversión? ¿Y qué es lo ideal para que la inversión exterior se sienta permanentemente seducida por el país?
R.L: Primero que nada no empecemos por el exterior, porque nos han llenado tanto la cabeza durante tantos años, sobre todo en la década del ’90, que nos parece que la inversión del país dependiera de eso. El 90% de la inversión es local, no tiene nada que ver con la extranjera. Pero eso no significa que la extranjera no importa, también importa porque en general se da en sectores más modernos, con tecnología más moderna, e incorpora al país cosas que aún no tiene. Pero es el 10% nada más.
Entonces, lo primero que uno tiene que intentar es que no se vayan esos 70.000 millones de dólares -entre 12.000 y 15.000 millones de dólares por año-. No es que no vienen, sino que se van de acá. Y, después, está lo otro: ¿Por qué Brasil está atrayendo a razón de 100.000 millones de dólares por año; Chile 25.000; y Argentina sólo 8000? Esos 8000, además, están incluidos en la cuenta de lo que entra y sale. Así que lo que sale es mucho más que lo que entró.
¿Cuál es el conflicto entre los tipos de cambio de China, Estados Unidos y Europa? ¿Qué debería hacer la Argentina ante esto?
Primero, no debería dar lecciones al mundo, porque nos hemos especializado en salir a explicarle al mundo qué es lo que tiene que hacer. Y, después, seguir esto muy de cerca porque tenemos un peligro grande, no muy inminente -creo yo-, pero que está latente y es Brasil. A pesar de nuestro atraso cambiario, nosotros
hemos tenido un atraso cambiario menor que el de Brasil. Por eso, es diferente la competitividad que se pierde respecto del dólar y respecto del dólar, más el real, más el euro, que son las monedas con las que Argentina negocia. Ahí, también se pierde competitividad, pero menos. Si Brasil en algún momento modificara su política cambiaria -yo no creo que sea inminentemente, ni mucho menos-, el gran mercado que hoy está atrayendo a la industria siderúrgica, automotriz y de bienes argentinos pegaría un vuelco y nos quedaríamos sin ese mercado.
De manera tal que esas cosas hay que seguirlas de cerca. Argentina afuera no puede hacer nada, no tiene ningún peso como para influir en nada. Lo que puede hacer es adentro. Cuando uno sabe que corre determinados riesgos, trata de prevenirlos a tiempo. Un tipo de cambio comido por la inflación no es precisamente la mejor manera de prepararse si hay un sacudón.
¿La Argentina no invirtió lo suficiente o lo hizo ineficientemente en energía, infraestructura, capital social (educación, salud, exclusión social)? ¿Cómo recuperar lo perdido? No hay financiamiento para la inversión productiva, ¿hay espacio para un BNDES en la Argentina?
R.L: Sí, pero gobernar -desde mi punto de vista- es fijar prioridades, todo no se puede hacer. Es igual que la vida de todos nosotros, uno tiene que elegir cosas. Y, para eso, hay que fijar prioridades. Entonces, una discusión sobre una Banco Nacional de Desarrollo, al estilo del brasileño, es como el caso de la distribución de utilidades. Sí, es una discusión válida, ¿por qué no tener un banco así? Pero hay algo anterior a la falta de financiamiento: los 70.000 millones de dólares que se fueron eran financiamiento propio, local, sin pedirle a ningún banco. Ése era el financiamiento más genuino del mundo. Eso era capital empresario que, por miedo
o por la razón que fuere, se fue. Cuando digo que se fue, lo que quiero decir es que se puede haber ido a Suiza, si es sofisticado; al Gran Caymán, si es menos sofisticado; a Uruguay, que está más cerca; o debajo del colchón o la maceta. Desde el punto de vista económico, es lo mismo: es capital que salió del circuito
económico y está guardado.
Entonces, sí vale la pena la discusión. Nosotros tuvimos uno y lo quebramos allá por el año ’80, porque justamente fue fruto del agotamiento del modelo. Cuando se agotó el Modelo de Sustitución de Importaciones y se quería seguir redistribuyendo ingreso, los empresarios decían “si redistribuimos, no invertimos” y ahí empezó a prestar el banco. Pero un desarrollo basado exclusivamente en el crédito, sin capital propio, tiene patas cortas y el banco quebró. Entonces, el orden de las cosas es otro, va de mayor a menor, y esto es: ¿Cómo logramos que los capitales genuinos, propios, locales, se queden a invertir en el país?
Yo voy a estar yendo a la Argentina en una semana, a uno departamento de alquiler temporario en Recoleta, ya que voy a ir a estudiar economía a una universidad por esa zona. Me encantaría poder participar de charlas y conferencias de este tipo. Saben de alguna próxima, abierta para el publico en general???
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