Por Carlos Cadoppi para LA NACION
El autor es ingeniero agrónomo y ex presidente de la Asociación Forestal Argentina.
Foto: Archivo - La papelera finlandesa instalada en Uruguay
Nuestro país tiene la posibilidad de ser una gran potencia forestal por condiciones naturales, capacidad empresarial, mano de obra hábil, y a poco que decidamos tomar el camino de la industrialización. Desde mediados del siglo pasado hasta hoy se destinan ingentes sumas de dinero del erario público para promocionar la forestación, siempre con la promesa de que cuando se tuviera madera suficiente se instalarían las fábricas de celulosa y de papel. Como resultado quedaron miles de hectáreas forestadas sin destino, pues la oferta de madera supera ampliamente la demanda industrial instalada y sin miras de que se cumpla aquella promesa industrializadora.
Veamos el caso Botnia. A mi entender, el motivo real de por qué esta y, seguramente, otras pasteras habrán de instalarse en la vecina Uruguay es debido a que el costo de los fletes, por el aumento del precio del petróleo, tornó inviable seguir produciendo papel en los países de Europa con madera que se exportaba en bruto desde nuestro país. En efecto, toda la promoción que el Estado realizó en promover forestaciones terminó subsidiando fábricas de papel del otro lado del océano.
Todos los planteos realizados para oponerse a la instalación de Botnia, consciente o inconscientemente, fueron funcionales a los intereses de la importación, o sea, a impedir la instalación de estas fábricas en nuestro territorio. Uno de los argumentos más utilizados por quienes se oponen a la instalación de plantas celulósico-papeleras es el de la contaminación. Es importante aclarar este tema: existen mecanismos seguros para controlarla. De hecho, en países como Finlandia, Suecia y Noruega, muchas papeleras están instaladas a orillas de grandes lagos y la vida de las poblaciones vecinas no se ve alterada, incluso desde hace décadas consumen el agua de esos mismos lagos. Cuando Uruguay comenzó sus planes forestales, ya tenían en mente el destino industrial para esa madera; en consecuencia, con la instalación de Botnia no hizo más que dar cumplimiento a su proyecto de nación en vías de industrialización.
Respecto de Papel Prensa, el problema es al revés: cuando se instaló, se pensó en cerrar la sangría de dólares que se utilizaban en importar papel; por cierto, además de lograrlo, su demanda de madera reactivó toda la economía del Delta y de las zonas aledañas a San Pedro. Ahora, si se piensa que es monopólica, la única alternativa para impedirlo es abrir la competencia y no poner controles que nada tienen que ver con producir más papel. Lo que se debe hacer es promover la instalación de una segunda planta papelera en el delta del Paraná en manos de dueños distintos de la primera.
Mientras tanto, el Delta, otrora el principal centro de implantación de salicáceas (sauces y álamos) del mundo, sigue condenado al atraso porque las autoridades desconocen su potencialidad transformadora. Después de tantos debates estériles y de tantas cosas sin sentido que se dijeron, surge la realidad: la República Oriental del Uruguay define su perfil industrial de desarrollo y nosotros seguimos atados al rol de país agroexportador de larga data, con los granos y las carnes, pero también ocurre con la madera y tantas otras producciones primarias. Por eso el "crecimiento" logrado con el actual modelo, convive con el atraso, el hambre y la pobreza.
La solución pasa por incluir todos estos temas en la definición del perfil de desarrollo que proponemos para nuestro país. Hacerlo es empezar a saldar la deuda que los dirigentes tenemos con la sociedad y la oportunidad es hacerlo ya mismo.
Se recomienda echarle una mirada al blog Proyecto Pragmalia. Coincide con las exactas palabras del Ing Carlos Cadoppi
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