viernes, 24 de abril de 2009

Opinión: Tierra arrasada

Editorial del Diario La Nación
La decisión oficial de prohibir la siembra de soja en inmuebles militares es otra señal de desprecio por el sentido común
Cuesta creer la ligereza con la cual la ministra de Defensa ha dispuesto prohibir la siembra de soja transgénica en inmuebles propios de las Fuerzas Armadas. Desde el momento en que el ex presidente Néstor Kirchner ordenó a su entonces jefe de Estado Mayor General del Ejército que retirara, como si hubiera sido un peón de limpieza, con sus propias manos un retrato de Jorge Videla del Colegio Militar, la época del desprecio por las instituciones del país ha seguido un curso por momentos trágico y por momentos desopilante.

La decisión de la ministra Nilda Garré, ex funcionaria de primer nivel en el ahora denostado gobierno de la Alianza, se corresponde con lo que antiguamente se ha conocido como política de tierra arrasada, como si el único objetivo consistiera en dañar a quienes se oponen a su política.
Las monsergas contra el cultivo que aportó en 2008 a la Argentina la cuarta parte de sus divisas constituyen, sin embargo, un escupitajo contra los intereses globales del país, de muchas de sus provincias, de los productores agropecuarios y de las numerosas sociedades del interior cuyas economías giran alrededor de la riqueza creada por el campo.

De un día para otro se toman en el seno de un gobierno orientado desde las sombras, y no por quien fue elegida para regir por cuatro años su destino, medidas que asombran. Pasará el tiempo y muchos de los personajes de esta época revistarán como protagonistas de capítulos inverosímiles, impropios de una república cuya grandeza se celebró por muchas razones en el mundo. No hay más seriedad en este capítulo que transcurre entre vaivenes colosales que en el del cabo de policía que logró, con mucho menos juicio que temeridad, convertirse en el capitanejo más influyente después de la muerte de Perón.

Nada importa para el lanzamiento de las nuevas aventuras a las que el país asiste, incrédulo y avergonzado, que los más importantes científicos del mundo y las academias de más reconocida influencia hayan aceptado la modificación transgénica de los granos. Nada importa que se haya abierto paso a una revolución histórica en la producción de alimentos destinados a aliviar el hambre de una población mundial aún insatisfecha en sus necesidades vitales.

Nada importa, para quienes participan de una política que, de continuar en la actual dirección, hará retroceder décadas el país, que la opinión abrumadora de la ciencia vaya en sentido contrario al de ellos.

Hace bastante más de diez años que la Argentina comenzó el proceso tecnológico que la acercó a la producción de casi cien millones de toneladas de dos campañas atrás. La sequía de gravedad excepcional del último año, la política fiscal y las perturbaciones oficiales de todo orden se han concertado para afectar con severidad el paciente y esmerado trabajo del campo, los semilleros y la industria que han crecido a lo largo de mucho tiempo asociados a realizaciones comunes.

Un trabajo científico todavía no publicado, pero al que rápidamente se le ha asignado importancia incuestionable en el gobierno nacional, ha servido, por vías paralelas, para reclamar de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que se impida la utilización del herbicida conocido como glifosato. Ese producto, de intensa utilización por su impacto en la producción, combate las malezas que compiten por la misma humedad, los mismos minerales y fertilizantes que harán posible una vida más robusta y un mayor crecimiento de los cultivos.

La soja, entre ellos, pero también el maíz, en sus nuevas variedades, y el algodón se han visto beneficiados por ese herbicida utilizado en 140 países en el mundo. Entre la impugnación proveniente de informes desconocidos en ámbitos académicos, pero de llamativa circulación en medio de la intensa confrontación entre el Gobierno y el campo, parecería que más que a aquellos cuestionables papeles debe prestarse atención al hecho de que los Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia, China, Francia y España se valen del glifosato a fin de potenciar la producción agropecuaria.

A largo plazo es imposible dudar de cómo ha de terminar todo esto. Mientras tanto, el tren de alta velocidad, carente de debido timón, sigue con todos nosotros arriba la aciaga marcha.
Foto: Internet

1 comentario:

  1. Me parece que se estan mezclando cosas sin sentidos, lo de videla no viene al caso, ni es comparable. Lo de la soja es discutible. Desde el punto de vista normativo, segun, "critica digital",presentaba irregularidades. Referiendonos al glifosato, es totalmente conocido y comprobado los efectos de este quimico (incluso llega a lograr malformaciones de anfibios en contacto). Que lo usen todo el mundo no siginfica que este bien, todos sabemos las grandes aberraciones al medio ambiente que producen en EEUU y en China.
    Una vez arreglado esto, si el ejercito decide que es una buena manera de obtener recursos, para tierras que no usa, no le veo nada malo

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