miércoles, 2 de julio de 2008

Soja: más allá de lo económico

La importancia de la soja no sólo debe medirse desde lo económico. A pesar de la trascendencia y magnitud de las cifras sobre el crecimiento de la oleaginosa a nivel productivo, hay otras no menos importantes, vinculadas al desarrollo social del interior del país y a su impacto en otras actividades, que deben ser tenidas en cuenta.
El agro argentino mostró siempre, pero particularmente en los últimos años, una notable dinámica y eficiencia y una gran capacidad de adaptación a las situaciones que se le plantean. Integrado a la producción agroindustrial, sigue siendo un pilar fundamental en las exportaciones nacionales, en el aporte de divisas y en la generación de empleo.

Desde principios de los '90 la producción de maíz, trigo y girasol se duplicó. En el caso particular de la soja, observamos que a 30 años de haberse comenzado a sembrar esta leguminosa, Argentina es el tercer productor después de USA y Brasil, y el primer exportador de harinas y aceites.

El mayor crecimiento se produjo desde 1990 hasta hoy. Mientras que la cosecha de ese año registró una producción de casi 11 millones de toneladas, para esta campaña la SAGPyA estima unas 40,5 millones de toneladas. Solamente en el 2005 el complejo soja exportó 8.500 millones de dólares, generando un ingreso al Estado por retenciones de 1.800 millones de dólares. Para dimensionar esta cifra, podemos decir que con la mitad de esa suma el Gobierno cubre la totalidad de los planes jefes y jefas de hogar del país, durante un año. Así, se generó un superávit comercial que permitió aminorar el impacto negativo de la crisis.

Esta realidad permitió, además, la reactivación y crecimiento de otros sectores, como por ejemplo la fabricación de maquinaria agrícola, el suministro de insumos y semillas, y la construcción.

Es así que observamos cómo la soja en particular, y la agricultura en general, colaboró con la integración de nuestra geografía, teniendo efectos estructurantes sobre el territorio al impulsar el desarrollo regional, favorecer nuevos emprendimientos, retener a la población residente en sus lugares de origen y generar empleo en el interior del país.

La importancia de la soja para la Argentina no sólo debe medirse por el nivel de sus exportaciones, su resultado en la balanza comercial y en la entrada de divisas al país. O por su significación en la generación de empleos directos e indirectos, por su enorme contribución a los ingresos fiscales para el Estado Nacional, las provincias, municipios y comunas. A pesar de su trascendencia y magnitud, esas cifras muestran sólo algunas facetas positivas del sector.

En el campo de la medicina, durante el sexto simposio internacional sobre el rol de la soja en la prevención y tratamiento de enfermedades crónicas, que se realizó en Estados Unidos, analizaron los grandes aportes de esta leguminosa en los tratamientos de cáncer, osteoporosis, enfermedades cardiovasculares, diabetes, obesidad y enfermedades autoinmunes. Además, ampliaron conceptos y experiencias sobre las ventajas nutricionales del grano.

A los mercados de "commodities", el mundo suma una serie de productos de soja con destino directo a la alimentación humana y usos industriales, mediante el uso del grano como alimento directo o derivados de procesos sofisticados de aislamiento de elementos funcionales, preparados especiales, transformación física y química, etcétera.

La proteína de soja fue la base de la alimentación de las culturas orientales y recientemente los descubrimientos de los efectos positivos de algunos componentes de la soja en la nutrición y salud humana, no sólo vigorizó el consumo en aquellos, sino que expandió su utilización en el mundo occidental. A su vez, mejoraron los procesos tradicionales sobre el aceite y la proteína de soja, y están generando procesos de alto valor tecnológico en la producción de alimentos. En Argentina, el consumo de productos derivados de soja se expandió en los últimos años y fue incorporándose a la dieta de parte de la población.

La revolución digital está transformando la actividad productiva, y lo que puede llegar a ocurrir con la revolución biotecnológica supera la imaginación. Pronto podremos estar produciendo algodones de colores, plásticos biodegradables, vacunas o aceite similar al de oliva, en soja. La natural integración que hay entre el campo y la industria, los puentes cada vez más sólidos y proactivos con el campo científico, o lo que se llamó la sociedad del conocimiento, es lo que permite que el país siga creciendo.

El fenómeno actual de esta leguminosa tuvo que ver con la visión, la capacidad innovadora y el trabajo, en la adopción de aquellos cambios que suponen la incorporación de conocimientos y tecnología de última generación, como la biotecnología y la informática. Ejemplos pueden ser una semilla GM (genéticamente modificada) o el GPS (sistema de posicionamiento geográfico); la gestión agronómica y empresaria; las comunicaciones; los mercados de futuro y la formación de una cadena productiva eficiente.

Podemos observar que, por ejemplo, a través de la biotecnología se pudo simplificar el control de malezas en soja. El fenómeno de la siembra directa permitió controlar la erosión de los suelos y economizar el consumo de agua, estabilizar los rendimientos y potenciar tecnologías como la genética, la fertilización y los manejos agronómicos.

A partir de la necesidad de contar con combustibles que provengan de recursos renovables y teniendo en cuenta la mayor demanda mundial de protección del medio ambiente y haciendo énfasis en la reducción de la emisión de gases contaminantes, en nuestro país están madurando importantes inversiones para la fabricación de biocombustibles.

Nuestra tierra, nuestro clima y nuestra cultura agronómica, sumadas a la capacidad de innovación de la agroindustria, pueden transformar nuestra economía, por la generación de valor que produce el conocimiento aplicado a la actividad productiva.Según Alejandro Mentaberry, en el país —a pesar de la aptitud reconocida internacionalmente de sus científicos e investigadores— existió tradicionalmente un problema cultural de desconexión de la ciencia y tecnología con los sectores productivos.

Tenemos que aprender a hablar lenguajes comunes y comprender intereses y fortalezas ajenas para seguir avanzando y desarrollar conocimientos y tecnologías nacionales precisamente en nuestro sector más competitivo, para seguir colaborando con el crecimiento del país.

Por Jorge E. Weskamp. Presidente de la Bolsa de Comercio de Rosario.
Fuente: Diario Clarín