No está mal que una flota no hostil patrulle los mares frente a nuestras costas, aunque sea en aguas internacionales: lo triste es que no lleve nuestra bandera y las insignias del Mercosur.
Desde el ataque a las Torres Gemelas, los Estados Unidos elevaron su seguridad nacional a la más alta prioridad y el narcotráfico y el terrorismo pasaron a ser los archivillanos del esquema estratégico resultante. Para el resto de América, Washington siempre ha preferido que cada país se ocupe de combatirlos bajo su propia responsabilidad. Pero bastó que, en un solo caso, traficantes y terroristas se asociaran para que Estados Unidos se involucrara abiertamente en el Plan Colombia. Y ahora que a esa alianza de traficantes y terroristas se ha sumado Venezuela, un Estado nacional que reivindica y auxilia a las FARC y reclama al mundo su legitimación, el Departamento de Estado detecta los extremos de una tormenta perfecta.
El rol asignado a la IV Flota es vigilar el estratégico canal de Panamá y las rutas que abastecen el 30% del petróleo que importan los Estados Unidos y un volumen significativo de contrabando, migraciones ligadas al terrorismo y el narcotráfico. Incluye maniobras conjuntas con las marinas y fuerzas aéreas de nuestros países. Quienes se alarman por el desequilibrio estratégico que produciría la IV Flota en la región harían bien en tomar nota de que Chávez acaba de comprar en Rusia nueve modernos submarinos, 24 aviones Sukhoi SU-30, de última generación, y 100.000 armas de puño. En Venezuela, además, se radicó una fábrica, única en América, de fusiles AK-103 Kalashnikov, símbolo por antonomasia del terrorismo mundial y de uso habitual por las linderas FARC.
Algunos gobiernos creen que la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico pertenece a un ámbito de coincidencias entre todos nosotros, incluyendo los Estados Unidos, aunque mantengamos fuertes diferencias en muchos otros rubros. Otros, en cambio, hacen la vista gorda frente a los traficantes y presentan a los terroristas como idealistas luchadores por la libertad.
Las FARC han secuestrado y matado a ciudadanos de muchos países, entre ellos la Argentina, el último en 2006. Sus socios narcoproductores son responsables del 90% de la cocaína que circula en el mundo, incluyendo la que diariamente envenena a miles de jóvenes argentinos.
Escandalizarse sólo por la IV Flota, o viceversa, apenas encubre una decisión que pasa por lo ideológico antes que por el interés nacional argentino. Mientras tanto, cada cual seguirá atendiendo su juego. En ese ejercicio, y para sorpresa de nadie, mientras Brasil cuenta ya con un portaaviones e inminentes submarinos nucleares, la actual capacidad argentina para pesar en el ámbito regional es la más irrelevante que hayamos tenido jamás.
Fuente: Por Andrés Cisneros (Diario LA NACION)
El autor fue secretario de Relaciones Exteriores y Asuntos Latinoamericanos entre 1996 y 1999