lunes, 23 de junio de 2014

POLY KLYN presenta su gama de soluciones ultra-portátiles de higiene personal en Eurosatory

La empresa catalana presenta en París, en la en la cita europea más importante sobre seguridad y defensa terrestre y aérea, su gama KLYN Camp de WCs, urinarios, duchas y lavamanos plegables y apilables, ideales para el segmento de las emergencias.

En un mundo en el que se suceden los conflictos armados, las necesidades de logística y servicios auxiliares en la industria de defensa van en aumento. Como líder en saneamiento portátil y empresa innovadora con productos únicos en el mercado, POLY KLYN asiste a la feria Eurosatory 2014, que se celebra del 16 al 20 de Junio en París y reúne a los principales profesionales de la defensa y la seguridad. Con un stand propio (G100 outdoor, área Pe6b), y dentro de su estrategia de internacionalización, POLY KLYN mostrará el catálogo de su división de Ventas, claramente enfocado al segmento de emergencias (defensa, protección civil y cooperación humanitaria).
La gama KLYN Camp está compuesta por WCs, urinarios, duchas y lavamanos ultra-portátiles, patentados y certificados con la norma ISO 9001. En un mercado creciente, estos productos van por el camino de convertirse en el apoyo imprescindible en cualquier logística de campaña, especialmente en situaciones de emergencia o de catástrofe natural. En la actualidad ya los están utilizando en sus misiones organizaciones gubernamentales y ONGs de todo el mundo.


Eurosatory, feria bianual, congrega a las empresas más punteras del escenario internacional y aborda cuestiones de gran importancia para la industria, como los últimos avances, los sistemas más innovadores o las nuevas necesidades en estos ámbitos. Una amplia exposición que se completa con un interesante programa de conferencias, talleres de trabajo, o seminarios de simulación, entre otras actividades.

Fuente: http://blog.polyklyn.com/2014/06/poly-klyn-presenta-su-gama-de.html

Colombia despliega sus nuevos Navistar 7000 MV

(Infodefensa.com) E. Saumeth, El Carmen de Bolívar – El Batallón de Movilidad BAMIM No.1 desplegará este fin de semana sus camiones tácticos Navistar Defense International 7000 MV acompañando el conocido como Rally Social Montes de María, organizado por la Armada Nacional de Colombia (ARC) y que recorrerá la primera Zona de Consolidación de Colombia –libre del terrorismo y de acciones de la insurgencia–.

También operarán vehículos AM General HMMWV M1152A2 y M1097A2 apoyando el desarrollo de los dos días que durará la carrera.

El evento tiene lugar en la primera Zona de Consolidación de la nación, ubicada en la subregión de los Montes de María (norte del país), y con el municipio de El Carmen de Bolívar (Departamento de Bolívar) como centro neurálgico. La región se vio afectada en el pasado reciente por acciones delictivas de organizaciones terroristas (FARC-EP, ERP, ELN, autodefensas ilegales), que fueron combatidas y erradicas por las Fuerzas Armadas, particularmente por la Infantería de Marina Colombiana.
“Más seguros que nunca”

En el rally, cuyo lema es “Montes de María, más seguros que nunca”, participarán alrededor de ochenta vehículos todoterreno 4x4, cuatrimotos, y motos de alto cilíndraje, en un recorrido que se adelantará por vías destapadas durante dos días, y en el que se visitan corregimientos y veredas. Durante su transcurso se llevan además distintas ayudas a la zona, especialmente para la población infantil.
El Rally de los Montes de María está organizado por la ARC y patrocinado por destacadas empresas del sector comercial de esta región del país.

Los actos protocolarios en torno a la prueba se llevarán a cabo en el Batallón de Infantería No3, y serán presididos por el comandante de la Fuerza Naval del Caribe, vicealmirante Leonardo Santamaría. Tras ellos se dará inicio a este evento recreativo en el que además se podrá observar el despliegue operativo de los vehículos del Batallón de Movilidad BAMIM No.1, que acompañarán a los participantes en el recorrido.

Argentina estudia en Eurosatory la compra de blindados y helicópteros

(Infodefensa.com)–  El gobierno argentino he enviado una delegación de alto nivel a la feria de defensa Eurosatory para negociar la posible adquisición de material militar. La comitiva que ha viajado al certamen de París, que concluye hoy tras cinco días de exposición y demostraciones, está encabezada por el Jefe del Estado Mayor Conjunto, general de división Luis M. Carena.

El cometido principal de la expedición en el evento, considerado el principal del mundo en sistemas terrestres, es analizar las posibilidades de adquisición de vehículos blindados y helicópteros medianos para las Fuerzas Armadas argentinas. Esta búsqueda se basa en la necesidad de contar con equipamiento blindado sobre ruedas de tracción múltiple y helicópteros para la misión de la ONU en Haití (MINUSTAH).

Actualmente existe un plan de reducción de fuerzas de la ONU en la isla de las Antillas y se está contemplando que Argentina y Chile participen con su fuerza combinada Cruz del Sur, que en teoría está conformada por un millar de hombres de ambos países (dos batallones, uno por país) apoyados por ocho helicópteros (cuatro por país), una unidad de apoyo logístico y otra de comando y servicios. Argentina hoy en día carecería de los equipos necesarios para desplegarse bajo este formato, por lo que, de madurar el plan, seria imperiosa la necesidad de adquirir los vehículos y material aéreo para poder cumplirla cabalmente.

Interés por adquisiciones en ciberdefensa
Paralelamente la delegación argentina estudia en la feria de París acuerdos y posibilidades de adquisición de sistemas y cooperación en ciberdefensa, materia sobre la cual el Ministerio de Defensa argentino ha enfocado sus miras con la creación y puesta en marcha antes del final del presente año de un centro de defensa para ataques cibernéticos, dependiente del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas.

¡Qué gente estudiosa! hace ocho años que estudiamos la construcción de las POM...

Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela participarán en la construcción del avión Unasur I (III)

(Infodefensa.com) Montevideo – De diseño argentino.  Representantes de Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela han acordado su participación en la construcción del entrenador primario / básico Unasur I (denominado en Argentina IA-73), según ha informado el Ministerio de Defensa de Brasil.
En concreto, el estado brasileño se ha comprometido a contribuir con 38 millones de dólares; Argentina, con 16 millones y tanto Ecuador como Venezuela, con otros tres millones cada uno. En contrapartida Argentina quiere recibir 50 aeronaves, Ecuador 18 y Venezuela 24. Brasil, por su parte, es el único país que, pese a su contribución monetaria, no planea adquirir la aeronave y tiene planes propios para el reemplazo de sus entrenadores primarios.

En primera instancia con los nuevos aviones Argentina quiere reemplazar sus Beechcraft T-34 Mentor y Grob 120 para luego completar la transición reemplazando también sus Embraer Tucano.

Características acrobáticas
El IA-73 Unasur I es una aeronave de ala baja, acrobática, para dos pilotos sentados en tándem y que proyecta equipar tanto una motorización occidental (probablemente un PT-6 de P&W) como otra oriental, en este caso provisto por CATIC de China.

El diseño es íntegramente de la Fábrica Argentina de Aviones Brigadier San Martín S. A. (FadeA), desde la que se afirma que la cabina será íntegramente digital (probablemente de origen israelí) y que se suministrarán distintas opciones dependiendo el cliente, como por ejemplo asientos eyectables cero-cero, tren reforzado y carga alar aumentada para portar armamentos.


Foto: Fábrica Argentina de Aviones Brigadier San Martín S. A.

Pasado, presente y futuro de la proyección del poder naval sobre tierra… el caso de los LHA/Ds

Trazar el origen de las cosas es útil para comprender mejor tanto las razones de su evolución como su potencial en el futuro. Ese ejercicio es útil también para las diversas armas así como para las doctrinas de empleo que en ocasiones preceden a las primeras y otras veces las acompañan. 

Con la mirada puesta en ello traigo a colación un caso que llama la atención, cual es el origen de los actuales buques de asalto anfibio del tipo Landing Helicopter Assault y Landing Helicopter Dock (LHA/D respectivamente). En el fondo, si se quiere, vamos a hablar de los antecesores de los Tarawa/Wasp de la US Navy, pero también de nuestro Juan Carlos I. Llama la atención por el hecho en sí, pero también por el ejército que hace esa apuesta. Y digo bien, ‘ejército’ porque ni estoy hablando de las fuerzas armadas en general, ni tampoco de la marina de guerra en particular. Ya que esa intuición nace en el ejército de tierra japonés y surte efecto en plena Segunda Guerra Mundial.

En efecto, a finales de los años 30 del siglo XX Japón ya había reiniciado su aventura imperialista, aunque su mirada estaba fijada en China. Dado su carácter insular, el reto consistía en trasladar tropas y pertrechos por mar a grandes distancias. Pero, ante la eventualidad de que el mero transporte administrativo de hombres y carga no fuese factible comenzaron a pensar en buques de asalto anfibio.

Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol, por naciente que fuera. La cuestión que ahora nos interesa es que, buques AK/LPA/LKA al margen, las opciones más vanguardistas que barajaba la marina imperial no dejaban de ser bastante convencionales, incluyendo –eso sí- proyectos de buques que, salvando las distancias, podrían equipararse a los Landing Ship Medium (LSM) o hasta a auténticos Landing Ship Tank (LST) de los últimos años de la Segunda Guerra Mundial o de la posguerra (modelos que, dicho sea de paso, ya están obsoletos). En este punto de la reflexión algún lector pensará: ¿y qué tenía de convencional un LSM/LST en aquellos tiempos? Pues, por una parte, que se trataba de buques que para realizar su función debían acercarse mucho a la costa, hasta el punto de tener que varar en la playa. Por otra parte, la capacidad de transporte de esas primeras versiones era un tanto limitada, aunque siempre cabía fabricarlos –es verdad- en cantidades importantes.

Frente a esa dinámica, en el ejército (de tierra, como se ha dicho) japonés pensaron más bien en buques de mayores dimensiones que pudieran realizar su función sin necesidad de ‘tocar tierra’. E incluso a bastante distancia de la costa. Pero, además, puestos a pensar, pensaron en buques que pudieran disponer de todo tipo de vectores, ya fueren navales o aéreos, para garantizar tanto el desembarco de las tropas como su cobertura ante la probable resistencia enemiga. En síntesis, tenían que ser capaces de transportar y operar con medios navales de asalto y, llegado caso, con un ala embarcada. E incluso debían estar a punto para hacer las dos cosas a la vez.

Con lo cual, poco antes de su entrada en la Segunda Guerra Mundial, los nipones seleccionaron unos pocos mercantes (de generosas dimensiones para la época) con el fin de aplicarles las mejoras necesarias para implementar lo que en el fondo era un nuevo tipo de buque, pero que además atisbaba una nueva doctrina de empleo de la fuerza. Uno de los más logrados fue el tipo Akitsu Maru, integrado por dos buques gemelos. Se trataba de unidades de casi 150 metros de eslora y cerca de 20 de manga, para un desplazamiento a plena carga de unas 12.000 toneladas. Su velocidad, según algunas fuentes, era de hasta 20 nudos. Otras la sitúan en 18. Pero, como quiera que su potencia motor oscilara entre los 7.800 y los 8.000 HP, se me antoja más realista hablar de 15. De todos modos, hay que tener en cuenta que ésa era la velocidad típica de los buques de desembarco de los años 40 y 50. Hasta aquí, la teoría. Ahora bien, esta filosofía no estaba exenta de problemas prácticos. Problemas relativos, fundamentalmente, a los medios a emplear para lanzar el asalto a cierta distancia.
Buque japonés Akitsu Maru

En lo que se refiere al componente naval, los japoneses desarrollaron el Daihatsu, un modelo intermedio entre los LCVP (Landing Craft, Vehicle, Personnel) y los LCM (Landing Craft Mechanized) de primera generación, de 14 metros de eslora y apenas 3 de manga. Estaban dotados de un motor diesel que los capacitaba para operar a unos 8 nudos y disponían de una nada desdeñable capacidad de transporte: hasta 70 infantes completamente pertrechados o bien un carro de combate ligero por cada unidad, de modo que unos y otro desembarcaban por la típica rampa de proa. Se sabe que los nuevos buques anfibios podían transportar en su ‘vientre’ hasta 20 de estas lanchas que, a su vez, se hacían a la mar desde un enorme portón que cerraba la popa del buque.

Más complicado era resolver el tema de los medios aéreos que debían acompañar a esos lanchones, de acuerdo con la nueva filosofía. Lo cierto es que no se pensó tanto en medios de transporte de tropas como en aparatos de escolta y apoyo. Las razones son evidentes: aunque los alemanes y los estadounidenses ya estaban trabajando en aparatos de ala rotatoria, lo cierto es que los primeros diseños de helicópteros todavía no estaban operativos, mientras que la alternativa de operar con grandes aviones de transporte capaces de lanzar varias docenas de paracaidistas desde un buque de ese porte parecía descabellada.

Sin embargo, pensando en el potencial del buque como medio de asalto y en la posibilidad de ir desarrollando o adaptando los medios ya existentes, se lo dotó de una larga cubierta de vuelo, que se extendía por casi toda su eslora (algo más de 120 metros de pista de aterrizaje que, además, cubría su manga) confiriéndole a todas luces la apariencia de un pequeño portaaviones de escolta de la época.

Así, la idea original era utilizar esa capacidad aérea en beneficio de aviones de combate que, en un número cercano a los 20-25 aparatos, estaban ubicados en la cubierta inferior a la pista de despegue, de modo que dicha cubierta también hacía las veces de hangar. Todo ello con la mirada puesta en que, llegado el momento, esos aviones podrían defender al buque de los bombarderos enemigos provenientes de tierra así como, sobre todo, podrían realizar apoyo táctico ligero sobre las posiciones enemigas, dando cobertura a las fuerzas prestas a desembarcar a bordo de los Daihatsu. Es decir, en esencia, son las mismas funciones que actualmente están llamados a realizar (no sólo, pero también) los AV-8B/B plus Harrier II estadounidenses y españoles embarcados en los LHA/D señalados unos párrafos más atrás.

Aún así, la operación con medios aéreos presentaba sus flecos: los buques japoneses carecían de catapultas (lo mismo que ocurre con los LHA/D actuales) y no estaban preparados para recuperar esos aviones una vez habían realizado su labor. Muchos de estos problemas han sido resueltos… con el tiempo... como siempre ocurre en estos casos… con la irrupción de los aviones llamados de despegue vertical (VTOL) que, en la práctica, actúan en formato STOVL (despegue corto y aterrizaje vertical). Pero a principios de los años 40 esto sonaba a ciencia ficción.

Por lo pronto, los japoneses hicieron dos cosas. La primera, embarcar unos pequeños aviones STOL (despegue y aterrizaje corto), los Kokusai Ki-76 (algo así como un Fieseler Storch pero, además de su ametralladora dorsal, podía llevar dos bombas o dos cargas de profundidad). Con todo, sus capacidades militares eran modestas, pudiendo aplicarse a la función de reconocimiento armado y a la de observación de fuego de artillería. La segunda fue desarrollar sus propios autogiros. Algo tarde (con la guerra empezada) pero con éxito. El tipo embarcado fue el Kayaba Ka-1, que estaba dotado de un más que aceptable radio de acción, de acuerdo una vez más con los estándares de la época (más de 250 km) y de una buena velocidad para tratarse de una aeronave de este perfil (160 km/h).

De hecho, los Ka-1 llegaron a tiempo para operar desde la cubierta del Akitsu Maru. Pero sólo unos pocos meses, antes de que este buque fuese hundido por los estadounidenses. En verdad, estos autogiros no eran el equivalente conceptual de los helicópteros de asalto, sino que fueron empleados más bien como ‘helicópteros’ antisubmarinos, dotándolos de cargas de profundidad. Para lo otro hubiera sido necesario, como mínimo, algo más de tiempo, para permitir el diseño y la construcción de aparatos con mayor capacidad de carga/transporte. Pero es notorio que, en términos doctrinales, las cartas estaban echadas: la apuesta por lo conjunto (tierra, mar y aire) quedaba integrada en un solo buque a fin de maximizar las sinergias existentes entre esos tres componentes en operaciones de proyección de fuerza sobre la costa.

Ese es, al fin y al cabo, el origen de un proyecto y de una doctrina de empleo que ha ‘culminado’ en los LHA/D contemporáneos, luego de incorporar helicópteros de transporte pesados y cazabombarderos V/STOL, además de mejores y mayores LCMs. En nuestro cronograma, entre unos y otros, aparecen aquellos interesantes, y para mí entrañables, Commando Carrier de la Royal Navy que protagonizaron sendos desembarcos aéreos en la campaña de Suez (1956) y en las operaciones dirigidas a la defensa de Kuwait (1961) pero que, al proceder de una transformación meramente parcial de antiguos portaaviones convencionales, ni siquiera disponían de dique para transportar y lanzar unos lanchones de desembarco que transportaban en sendos pescantes (HMS Albion, HMS Bulwark).

Algo similar –o peor- ocurría con los más conocidos Iwo Jima de la US Navy, ya que aunque eventualmente pudieran operar con aviones, no fueron diseñados para esa posibilidad. En la práctica, la clasificación de los Iwo Jima era la de LPH, por razones evidentes. Es decir que, según se mire, el concepto inherente a los buques japoneses que han servido de excusa para esta reflexión llevaba años de ventaja a los diseños occidentales más innovadores de los años 50 y 60. Esos son, pues, los jalones de una trayectoria en la que también podríamos incluir a los LPD (en el fondo, un LHA/D nace de la combinación de un LPH y un LPD, aunque el hecho de poder operar regularmente con aparatos de ala fija multiplica su valor militar de modo que, una vez más, el valor del conjunto es superior al de la mera suma de las partes).
Buque de Proyección Estratégica español Juan Carlos I

En todo caso, se habrá fijado el lector en el hecho de que el verbo ‘culminar’ con el que encabezaba la anterior reflexión aparece entre comillas. Claro. Ese también es el mensaje del artículo. Porque aquí no ha culminado nada. La vida sigue. De hecho, nos encontramos con que la necesidad de alejar más los buques (de asalto) de la costa (asaltada) crece. No voy a conectarlo con el tema de las derivas de las Revoluciones (Socio) Militares (RSM) y Revoluciones en los Asuntos Militares (RMA, en sus iniciales en inglés) por ser evidente. Por ello, las operaciones susceptibles de ser afrontadas mediante el empleo de este tipo de buques, también lo harán en el futuro.

No tanto porque haya que estar pensando sólo ni principalmente  en nuevos ‘desembarcos de Normandía’. Ese escenario, sin ser imposible, es improbable. En cambio, podemos pensar en:
  • La necesidad de ejecutar misiones de evacuación de civiles o incluso de rescate de rehenes, cuando la zona de operaciones esté ubicada en zona costeras o cercanas a la costa, cuando el número de afectados sea importante y cuando se presuma una notable resistencia por parte de los actores armados responsables de esa situación.
  • La necesidad de desarrollar misiones puntuales, pero enérgicas, en un contexto de proliferación de conflictos de intensidad baja/media en la que participan actores (estatales, o no) dotados de abundante armamento y que, en ocasiones, logran enturbiar el tráfico marítimo desde bases y posiciones ubicadas en tierra firme. A veces los vinculamos a la piratería (sin más) pero en ocasiones constituyen el germen de un proceso de mayor alcance, que busca y logra generar el caos en un Estado débil (quizá fallido) y complica la vida a los vecinos y a la sociedad internacional en su conjunto.
  • El hecho de que la creciente pugna por la soberanía de islas y archipiélagos pueda pasar de las simples escaramuzas que de hecho ya estamos detectando a conflictos armados, aunque limitados (la guerra de las Malvinas respondió en buena medida a este modelo, aunque en nuestros días es más probable el escenario de Asia Pacífico. Valga añadir que alguno de los principales fiascos para la Royal Navy fue debido a que alguno de sus buques anfibios LSL tuvo que operar muy cerca de la costa).
En todos los casos conviene tener en cuenta que:
  • No siempre será factible neutralizar una posición enemiga o una amenaza mediante el empleo de unos pocos equipos de operaciones especiales –que, ciertamente, sí podrían llegar a la zona de operaciones en un avión de transporte (suelen tener un radio de acción muy grande) o bien a bordo de un submarino- o, dicho con otras palabras, en ocasiones será necesario poner sobre el terreno unidades más numerosas y dotadas de mayor protección y de mayor ‘pegada’ (quizá subgrupos o grupos tácticos, pero podría llegarse al nivel de una agrupación táctica)
  • Aunque se cumpliera la primera posibilidad, no siempre será factible prestarles capacidad de reconocimiento aéreo, apoyo aéreo cercano, CSAR, etc. desde bases propias que probablemente estarán demasiado alejadas de la zona de operaciones –los cazabombarderos y los helicópteros suelen tener menos autonomía que los grandes aparatos de transporte
  • No siempre nos vamos a encontrar con que las armas a disposición de esos actores díscolos son de muy corto alcance, de modo que ante la eventualidad de que dispongan de lanzacohetes, o de baterías de misiles de misiles superficie-superficie, o de artillería de cierto alcance o incluso de carros de combate que puedan ser eventualmente empleados a modo de baterías de costa móviles, ya será necesario emplear buques capaces de lanzar el ataque tras abrir distancias con medios de asalto que constituyan un blanco mucho más difícil de batir por esas armas (mientras los aviones embarcados tratan de neutralizarlas)
  • Si esos actores armados disponen de alguna capacidad aérea en la zona, por pequeña que sea, será perentorio contar con capacidad para actuar contra ella ‘a pie de obra’, es decir, en alta mar. Los grandes portaaviones son, claro está, los llamados a garantizar la superioridad aérea. Pero no siempre será factible su empleo (suponiendo que se disponga de ellos), ya sea por criterios políticos o estrictamente militares. En este sentido, los LHA/D dotan al gobierno de turno, así como a los correspondientes Estados Mayores, de una enorme flexibilidad a la hora de planificar un amplio abanico de operaciones de entre las cuales las aquí mencionadas sólo constituyen una pequeña muestra.
CV-22 Osprey despegando del USS Kearsarge

Así que, en efecto, la historia continúa. La verdad es que a lo largo de los últimos lustros nuevos medios de asalto aeronaval ya han llamado a la puerta de los Marines y de la US Navy: pensemos en los convertiplanos CV-22 y en los hovercrafts LCAC. Ya, ya, no es oro todo lo que reluce: los primeros son muy caros, demasiado grandes (para las tropas a transportar) y no tan veloces como cabría desear y quizá hasta esperar, cuando vuelan en modo avión. 

Los segundos, en cambio, sí son extraordinariamente rápidos (para avanzar por el agua, se entiende) pero ni su precio, ni la relación entre su tamaño y su capacidad de carga (no muy superior a la de nuestras LCM-1E, sin ir más lejos) son del todo satisfactorios. Es verdad. Sea como fuere, se han dado pasos de gigante para mejorar la gestión de este tipo de operaciones anfibias y la base tecnológica está madura para nuevos desarrollos que con toda seguridad incidirán en la solución de los flecos detectados a día de hoy.
Hovercraft junto al LHD norteamericano USS Bonhomme

Probablemente no tardemos en ver convertiplanos de combate, equipados como medios antisubmarinos y/o como aparatos de apoyo táctico ligero para su empleo en conflictos de baja/media intensidad, o en advertir cómo multiplican su capacidad de transporte de tropas, incluso a una velocidad de crucero mayor que la actual. Es posible que los primeros ya sean aviones de combate no tripulados. 

Como no tardaremos en saber de hovercrafts capaces de doblar o hasta de triplicar no sólo la velocidad (cosa que ya hemos visto que hacen) sino también la capacidad de transporte de tropas o de vehículos de los actuales LCMs. O de la aplicación de otros diseños, como los catamaranes, a estas funciones (los franceses ya han comenzado, con su EDA-R, al que próximamente dedicaré un post en el apartado correspondiente de la web de GESI). La doctrina lo avala, la historia lo afirma y los astilleros sólo necesitan aumentar ligeramente esloras y mangas de unos buques que, de hecho, ya vienen evolucionando en esta dirección desde hace décadas. ¿El punto débil? El precio… de los aparatos. Por el de media docena de CV-22 se puede construir un LHD tipo Juan Carlos I. Y es que, ya se sabe, ganarse el cielo siempre ha sido caro. 

Editado por: Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI). Lugar de edición: Granada (España). ISSN: 2340-8421.
Fuente: http://www.seguridadinternacional.es/?q=es/content/pasado-presente-y-futuro-de-la-proyecci%C3%B3n-del-poder-naval-sobre-tierra%E2%80%A6-el-caso-de-los-lhads

Evolución histórica de la guerra de maniobra

En contra de lo que se pensaba antes de 1914, los demoledores efectos del fuego de artillería (más del 60% del total de bajas en la Primera Guerra Mundial lo fueron por fuego de artillería) y de ametralladora provocaron la parálisis de la maniobra, quedando la infantería “enterrada” en líneas de fortificaciones de campaña que cubrían todo el frente.

Por otra parte el enorme tamaño de los ejércitos – consecuencia del incremento demográfico y de las posibilidades de producción de armamento y equipo gracias a la revolución industrial – trajo como consecuencia la extensión de la línea de contacto entre los oponentes (la “carrera hacia el mar” de 1914): nacen los “frentes”. Así, el frente occidental se configura como una línea continua de fortificaciones guarnecidas que se extiende desde la frontera suiza hasta las costas del canal de la Mancha.

Los intentos realizados para resucitar la maniobra pasan, paradójicamente, por el incremento del fuego: para conseguir romper el fortificado frente enemigo, se organizan grandes concentraciones artilleras (con miles de piezas), que baten ininterrumpidamente durante días la parte elegida del frente para efectuar la ruptura, incluyendo un muy importante esfuerzo de contrabatería. Una vez se considera que el frente enemigo está suficientemente debilitado, la infantería sale de las trincheras propias e inicia el asalto. Idealmente, ocupadas las fortificaciones enemigas, la artillería cambia de posición hacia vanguardia para continuar apoyando el avance de la infantería…
Sin embargo, esta táctica no obtiene buenos resultados. La preparación artillera proporciona al enemigo información precisa del lugar elegido para romper el frente y su larga duración le da tiempo para desplazar reservas a la zona. Una vez terminada la preparación, la infantería asaltante debe atravesar una “tierra de nadie” convertida en un laberinto de cráteres embarrados, donde el avance es lento y donde no era infrecuente extraviarse o errar la dirección. Y, tras alcanzar las trincheras enemigas, la infantería -si conseguía ocupar las obras defensivas enemigas- debía detenerse a esperar el cambio de posición de su artillería para permitirle continuar su avance.
En ese momento, el enemigo contraatacaba con las reservas que había llevado a la zona durante la preparación artillera. Puesto que la artillería atacante estaba ya demasiado alejada para prestar apoyo eficaz o estaba ya cambiando de posición hacia vanguardia, la infantería asaltante debía hacer frente al contraataque en condiciones de gran inferioridad de fuegos. La consecuencia era que, o bien el ataque fracasaba, o bien la ofensiva se estancaba tras avanzar escasos miles de metros…

Para protegerse, la infantería fue perfeccionando las obras de fortificación, lo que, a su vez, incrementó las necesidades de fuegos para los asaltos. De la misma manera, la obtención de la superioridad de fuegos era condición sine qua non para la ofensiva, de forma que también crecieron las demandas de unidades artilleras para labores de contrabatería… Como resultado, se produjo una espiral de crecimiento en las dotaciones artilleras de los contendientes. Como ejemplo, en 1917 la Royal Field Artillery empleaba más personal que la Royal Navy, a la sazón la mayor armada del mundo…

El coste humano de estas tácticas era brutal. Durante la batalla del saliente de Yprès en 1917, el Ejército británico sufrió 540.000 bajas en tres meses de combates; la “esperanza de vida” del jefe de sección de infantería británica en esa batalla era de 15 días en el frente… Este número de bajas hacía que las divisiones de infantería se consumieran rápidamente. En una operación ofensiva, la zona de operaciones de una división de infantería se reducía a 2.000 ó 3.000 metros de frente por 4.000 ó 5.000 de profundidad. Normalmente, las divisiones que tomaban parte en estos asaltos quedaban prácticamente destruidas tras ellos.

Este tipo de procedimientos obligaba a centralizar al máximo la artillería, con el fin de obtener su máximo rendimiento. La coordinación de estas enormes masas artilleras obligó a crear órganos específicos para ello, muy voluminosos, que se añadieron a los estados mayores.

De la misma manera, las necesidades logísticas en munición de esas masas artilleras excedían con mucho los requisitos logísticos de cualquier otra índole. Esto obligó a potenciar los órganos administrativos encargados de la logística, y a crear órganos específicos dedicados al suministro y almacenamiento de munición de artillería. Poco a poco, la logística en su conjunto se fue confiando a personal artillero, como consecuencia de la preponderancia (en peso y volumen) de la munición de artillería sobre cualquier otro recurso logístico. 

En efecto, los procedimientos de combate descritos requerían un enorme consumo de munición de artillería: miles de piezas disparando ininterrumpidamente durante días obligaban a abastecer con miles de toneladas de munición a esas piezas. Algunos ejemplos: en las primeras cinco horas de la ofensiva alemana Kaiserschlacht, al final del conflicto, diez mil cañones alemanes dispararon 1.160.000 disparos. Y en la batalla de San Quintín (21 de Marzo de 1918), los alemanes disponían de 6.608 cañones (2.598 de ellos obuses pesados), que dispararon 3.2 millones de disparos sólo el primer día de la ofensiva. El movimiento de esta cantidad de munición habría requerido más de 50.000 camiones de los empleados en 1940. La densidad de piezas en algunas de estas batallas alcanzó las 100 por kilómetro de frente.
Como consecuencia, los ejércitos se hicieron enormemente dependientes de la existencia de líneas de comunicación capaces de mantener la corriente logística que demandaba la artillería. Esto limitaba mucho las operaciones posibles, que al final se planeaban sobre la base de la existencia y el recorrido de estas vías. Y otra consecuencia adicional de estos procedimientos de combate fue el crecimiento de los estados mayores, como consecuencia de la aparición de los citados órganos de coordinación de fuegos y de control del flujo logístico.

Además de estos dos factores, lo rudimentario de los medios de transmisiones obligaba a que la infantería se coordinase con la artillería de apoyo empleando medidas de coordinación preestablecidas (horarios, alcanzar líneas o puntos relevantes del terreno…). Era preciso un planeamiento muy detallado de cada operación, lo que a su vez también obligaba a potenciar en este sentido a los órganos de planeamiento de los estados mayores. Un efecto añadido de este planeamiento detallado fue la eliminación de la iniciativa de los mandos subordinados: cualquier desviación del plan podía implicar el colapso de toda la operación, por lo que la iniciativa se consideraba contraproducente.

Sólo en los años finales de la Gran Guerra se empezaron a atisbar soluciones que permitieran romper esta situación de crecientes masas artilleras y parálisis de la maniobra. Con este fin se intentaron soluciones tecnológicas (como la introducción del carro de combate) y soluciones tácticas. La ofensiva alemana Kaiserschlacht de la primavera de 1918 es uno de los pocos intentos con cierto éxito de cambiar esta situación mediante la modificación de las tácticas de la época. Los alemanes identificaron correctamente que la principal razón de la pérdida de la maniobra se encontraba en la necesidad de esperar a que la artillería cambiase de posición para continuar el avance tras romper la línea enemiga. 

La solución de la Kaiserschlacht fue su intento de proseguir el avance sin apoyo artillero, empleando la sorpresa y a unidades especiales de infantería (las Stosstruppen) para penetrar en el despliegue enemigo, intentando colapsar su dispositivo defensivo antes de la entrada en combate de sus reservas. Sin embargo, el resultado no fue el esperado: pese a conseguir avances mucho más profundos que los realizados desde 1914, las pérdidas en estas unidades de infantería escogidas fueron tan grandes que, en la práctica, acabaron con la capacidad ofensiva del Ejército alemán. Pese a ese resultado, el diagnóstico alemán era correcto: era necesario evitar la dependencia del apoyo de artillería si se quería recobrar la maniobra.

Los norteamericanos llegaron a Europa en 1917 sin ninguna experiencia en guerra moderna y, por ello, copiaron literalmente al “ejército líder” de los aliados: el ejército francés. Se imitó la doctrina, los materiales, la estructura de los estados mayores, la logística…

El periodo de entreguerras y la Segunda Guerra Mundial
Tras la Primera Guerra Mundial, entre los aliados se era consciente de que la victoria se había obtenido gracias al mayor potencial industrial, económico y humano de los vencedores con respecto a los vencidos, y se consideraba que los procedimientos tácticos empleados eran la mejor forma de trasladar al campo de batalla este poderío económico. Como consecuencia, los desarrollos doctrinales de posguerra fueron encaminados a perfeccionar un sistema que consideraban esencialmente correcto.

El Estado Mayor francés diseñó el ejército, en palabras de Liddell Hart (1965: 273)– “como una lenta apisonadora de fuego que debería hacer retroceder gradualmente, como en 1918, a un ejército similar”, en una doctrina que denominaron bataille conduite, traducida por los norteamericanos como methodical battle. La aversión social a la guerra, consecuencia del enorme número de bajas de la Gran Guerra, hizo cambiar ligeramente esta percepción, en el sentido de renunciar a la ofensiva, y prepararse para resistir a la “apisonadora” alemana, empleando esencialmente los mismos procedimientos que en 1918. El resultado más evidente de esta tendencia fue la construcción de la “Línea Maginot”, una posición fortificada del estilo de las que se construyeron en la Primera Guerra Mundial, pero diseñada desde tiempo de paz y construida con hormigón, en lugar de con sacos terreros.

Una excepción a esta tendencia francesa y norteamericana fue el ejército británico. Éste había entrado en combate en el teatro europeo sin una doctrina unificada y con procedimientos absolutamente inadecuados para el teatro de operaciones (el ejército británico llevaba casi un siglo dedicado esencialmente a labores de “policía colonial”, y cada regimiento estaba especializado en la forma de realizar estas tareas en su “rincón” del imperio). Las espectaculares bajas sufridas llevaron a un importante grupo de los oficiales que las sufrieron (encabezados por Liddell-Hart) a rechazar que esas carnicerías pudieran ser aceptadas sin más como la forma correcta de conducir la guerra. Sin embargo, las luchas internas dentro de las fuerzas armadas británicas llevaron a que los defensores del carro se polarizasen (defendiendo que el carro de combate, en solitario, era capaz de alcanzar la victoria), mientras que no se hizo ningún intento de implicar a la RAF en este desarrollo doctrinal. En sentido contrario, los enemigos de esta doctrina pusieron todos los inconvenientes posibles para su aplicación. Así, el ejército británico (el único completamente motorizado en 1939) no supo aplicar una doctrina coherente de guerra móvil al iniciarse la Segunda Guerra Mundial.

Por parte alemana, el análisis fue mucho más profundo. Sobre la base de los estudios realizados previamente a la Kaiserschlacht, el reducido Estado Mayor General alemán del periodo de entreguerras continuó analizando las lecciones aprendidas de los combates del frente del Este, donde los ejércitos alemanes habían luchado en inferioridad numérica frente a los rusos, pero habían conseguido victorias decisivas.

Estos estudios se enfocaron a reducir la dependencia de las armas de maniobra con respecto al fuego de artillería. La menor dependencia debería traducirse en una mayor capacidad de penetración en los despliegues enemigos y una mayor autonomía con respecto a las líneas de comunicación (consiguiendo una mayor libertad en el diseño de las operaciones), logrando resultados decisivos y reduciendo el número de bajas. Las lecciones aprendidas de la Kaiserschlacht de 1917 se aplicaron también a la doctrina y a los desarrollos tecnológicos:
  • Era necesario dar iniciativa a los subordinados hasta el nivel más bajo, para permitir la velocidad de reacción necesaria para explotar las brechas antes de la llegada de las reservas enemigas las unidades que explotasen la brecha necesitaban una movilidad y una velocidad mucho mayores que las que tenía la Infantería a pie
  • Era necesario que estas unidades pudiesen trasladar la información obtenida, sus intenciones y movimientos a los escalones superiores, sin esperar a los lentos y vulnerables tendidos de cable telefónico…
  • Pero, sobre todo, era necesario obtener apoyos de fuegos más ágiles que los que podía proporcionar la artillería.
El problema del apoyo de fuegos era el elemento clave que condicionaba todo el problema táctico, tanto en el sistema aliado como en la alternativa que buscaba afanosamente el Estado Mayor General alemán… Finalmente, los alemanes consideraron que la aviación sería el elemento capaz de proporcionar apoyo de fuego a las unidades de maniobra terrestres, sin obligarlas a arrastrar con ellas los miles de piezas de artillería típicos de la Primera Guerra Mundial, ni esclavizarlas a la existencia de líneas de comunicación de buena calidad y cuyo control era absolutamente necesario para el combate.
Es interesante destacar que, según el Tratado de Versalles, Alemania no podía tener aviación. Este hecho tuvo una consecuencia inesperada: el desarrollo de la aviación alemana se hizo secretamente, y se impulsó desde el Estado Mayor General del ejército de tierra alemán, en el marco de la solución del problema táctico “terrestre”. Por este motivo, desde su nacimiento, la Luftwaffe se diseñó como un elemento de apoyo de fuegos para el ejército de tierra. Esta circunstancia mantuvo a Alemania ajena al debate doctrinal del periodo de entreguerras acerca del “poder aéreo estratégico”, por lo que la prioridad de la Luftwaffe siempre fue proporcionar el apoyo aéreo próximo al ejército. 

Como consecuencia, la integración entre la aviación y el ejército en Alemania era, en 1939, inmensamente superior a la existente en cualquiera de sus rivales (la otra cara de la moneda era que la Luftwaffe carecía de los medios necesarios para ejecutar acciones de alcance estratégico, como se puso de manifiesto a lo largo del conflicto, ya desde la “Batalla de Inglaterra” en 1940). Las dificultades técnicas de la cooperación aire-tierra (problemas de enlace y de identificación de tropas propias desde el aire) se solucionaron con “reparto de papeles”: fuera de los puntos críticos (donde el apoyo de aviación era muy cercano y coordinado mediante destacamentos de enlace aéreos, pero sólo suponía un 16% del esfuerzo aéreo aplicado en Francia en 1940), la Luftwaffe tenía como misión proteger los flancos de las profundas penetraciones acorazadas, atacando la retaguardia de las fuerzas enemigas que amenazasen los flancos (Van Creveld, Canby & Brower, 1994: 34-39).

La falta de movilidad y velocidad de la infantería a pie para explotar las penetraciones en el despliegue enemigo se solucionó mediante el desarrollo de carros de combate adaptados a estas necesidades, y su agrupación en unidades destinadas a realizar este tipo de penetraciones: las divisiones acorazadas. Sin embargo, los ejercicios del periodo de entreguerras pusieron de manifiesto las principales limitaciones de las unidades constituidas únicamente por carros de combate: su escasa capacidad de ocupación de terreno y sus problemas para combatir en terrenos difíciles o bien fortificados. Como consecuencia, y para compensar estas deficiencias, los alemanes crearon unidades de infantería montadas sobre vehículos, con movilidad y velocidad suficientes para seguir a las unidades acorazadas y proporcionarles las capacidades de combate que les faltaban.

Para “unir” las piezas del puzzle, el ejército alemán desarrolló y e hizo un uso intensivo de las comunicaciones radio. La radio, inventada a principios de siglo, permite a los carros comunicarse entre ellos y operar como unidad, enlazar con la aviación para coordinar el apoyo aéreo e informar a los escalones superiores de los movimientos, hallazgos y necesidades de las unidades de forma muy rápida. Estas características permiten también modificar la doctrina aplicable, escapando de la “esclavitud” de las unidades de maniobra con respecto a los rígidos planes de fuegos de la artillería. 

La radio “flexibiliza” la maniobra y permite dar iniciativa al subordinado. No es sorprendente que uno de los más destacados jefes de unidades acorazadas alemanas, el General Guderian, fuese un Oficial de Transmisiones… Una consecuencia adicional de estos desarrollos es que la artillería pasa a ser un arma relativamente marginada dentro del ejército alemán, pese a experimentar un importante desarrollo técnico. El ejército alemán crea también la artillería autopropulsada para proporcionar apoyo de fuego inmediato (pero limitado) a las unidades acorazadas, hasta la intervención de la aviación.
La idea básica alemana era reducir la dependencia logística de sus divisiones acorazadas, de forma que pudiesen operar muy profundamente en la retaguardia enemiga, sin depender de la existencia de vías de comunicación, y compensando mediante movilidad y fuego aéreo la falta de artillería de campaña. Las memorias de Von Manstein (“Victorias perdidas”) citan constantemente la necesidad de “libertad operacional” para las divisiones acorazadas y mecanizadas. Una consecuencia adicional es que el terreno, en este tipo de doctrinas, tiene un valor relativo: es mucho más importante conservar la “libertad operacional” que verse fijado al terreno frente a un enemigo que superaba numéricamente a la Wehrmacht en todo tipo de medios humanos y materiales.

De esta consideración nacen conceptos como la “defensa móvil” (segunda batalla de Jarkov), donde los alemanes dejan avanzar a las formaciones de primera línea enemigas, concentrado sus medios aéreos sobre las formaciones de segunda línea y sobre la logística, y destruyendo a las unidades soviéticas que habían penetrado el frente alemán cuando no podían esperar refuerzos y su logística estaba agotada: un excelente precedente de lo que décadas después sería el Follow-On Forces Attack de la OTAN…

Sin embargo, cuando los alemanes pierden la superioridad aérea, esta doctrina es inaplicable. En tal caso, los alemanes combaten en inferioridad de fuegos, y, sin apoyo aéreo, carecen de potencia de fuego en caso de encontrar una resistencia decidida (Bastogne, 1944, por ejemplo).

Por su parte, los aliados reeditan la Primera Guerra Mundial, pero sobre vehículos, en lugar de a pié: la artillería sigue siendo el arma fundamental del combate (según Patton: “es inútil preguntar quién ganó la guerra: lo hizo la artillería”), y la victoria por desgaste la estrategia a seguir.

Una excepción fue la Unión Soviética, cuyo ejército realizó una guerra móvil en la que compensaba su carencia de apoyo aéreo con el empleo masivo de medios acorazados y artilleros: donde los alemanes “buscan” un punto débil en el despliegue enemigo para efectuar la ruptura, los soviéticos “crean” ese punto débil empleando masas artilleras (tipo Primera Guerra Mundial), pero penetran en la retaguardia enemiga con formaciones acorazadas masivas, sin contar con apoyo aéreo o artillero. De la misma forma, los soviéticos hacen avanzar a sus formaciones sin relevarlas hasta que se agotan o son destruidas, dependiendo la profundidad del avance de la disponibilidad de formaciones en segunda línea, que son las que avanzan por las brechas abiertas por las grandes unidades de primera línea… Si estas formaciones de segunda línea son destruidas, no hay avance en la retaguardia enemiga. De ahí la importancia que los alemanes (y luego la OTAN) concederán a la destrucción de dichas unidades de segunda línea.

La guerra de maniobra en el conflicto árabe-israelí
Israel se enfrentó a una situación parecida a la de la Alemania de entreguerras al estar rodeado por estados con gran superioridad numérica en medios materiales. Su respuesta fue similar a la alemana: sobre la base de la blitzkrieg, las Fuerzas de Defensa de Israel desarrollaron una doctrina de guerra móvil, basada, como la alemana, en el empleo de medios acorazados y apoyo aéreo mejor que artillero (la Heyl’a Avir es, de hecho, un arma perteneciente al ejército de tierra). La resonante victoria de 1967 fue una prueba de la bondad de esta doctrina, que, sin embargo, resultó víctima de su propio éxito: como los británicos en el periodo de entreguerras, los israelíes llegan a pensar que el binomio carros-aviación sería suficiente para alcanzar la victoria. En consecuencia, dejaron de lado los esfuerzos de cooperación interarmas, y sufrieron un duro correctivo en la Guerra del Yom Kippur de 1973.

La AirLand Battle
En 1975, tras la profesionalización de su ejército, Estados Unidos se enfrenta a una situación única: por primera vez en su historia, carece de superioridad material y numérica para vencer a un enemigo. En consecuencia, el TRADOC empieza a buscar otras soluciones. La primera es la experiencia israelí, a la que llegan cuando los propios israelíes “se lamen las heridas” del Yom Kippur… Como consecuencias de los errores percibidos en la actuación del Tsahal, el siguiente paso es “recurrir a la fuente original”: el TRADOC contrata como “asesores” a destacados generales alemanes retirados, como Balck o Von Mellenthin…

Sin embargo, la escasa importancia que los alemanes dan al terreno y la libertad que conceden a las formaciones subordinadas ‘chocaron’ con la tradición militar norteamericana, heredera directa de la doctrina francesa de la Primera Guerra Mundial. De ahí que los defensores de la AirLand Battle necesitasen ‘convencer’ a los mandos del US Army (lo que explica los briefings “abiertos”), y, por otro lado, que esa doctrina fuese una versión ‘descafeinada’ de la blitzkrieg alemana… Y que nunca se haya aplicado completamente. En realidad, en Irak en 1991, el U.S. Army hizo ‘lo de siempre’: vencer mediante el fuego, pese al timidísimo envolvimiento del VII Cuerpo sobre el flanco derecho iraquí. Sólo en Irak en 2003 (y por imposición directa y forzada del Secretario de Defensa Donald P. Rumsfeld) el U.S. Army realizó una operación de guerra móvil ‘de verdad’.

Este es otro punto interesante: pese a lo que se escriba en la doctrina, en combate los ejércitos tienden a repetir los procedimientos que salieron bien en el pasado. Así lo hicieron los británicos en 1939 y también los norteamericanos en 1991.

La AirLand Battle coincidió con la blitzkrieg en la necesidad que el ejército de tierra tiene del apoyo aéreo. Sin embargo, esto coloca a la fuerza aérea en una posición ‘subordinada’ al ejército de tierra. En la Alemania de entreguerras o en Israel, esto no supuso un problema, pues las respectivas fuerzas aéreas ‘nacieron’ con ese papel. En la USAF de hoy día la situación es diferente: es una Fuerza Aérea cuya raison d’être es el ‘poder aéreo estratégico, y considera el apoyo a tierra como ‘la forma menos eficiente de uso del poder aéreo’.
Sin embargo, en los años del AirLand Battle la USAF se encontraba en una situación única en su historia: mientras que en 1960, los pilotos de bombarderos ocupaban el 77 % de los puestos de generales de la USAF y los pilotos de caza sólo alcanzaban el 11 %, en 1980 estos porcentajes habían pasado a ser del 18 % y del 53 % respectivamente. Este cambio se debía al papel mucho más destacado de los pilotos de caza en Vietnam, que actuaron primordialmente en apoyo del U.S. Army. En consecuencia, el generalato de la USAF no se opuso a ese papel de apoyo al ejército de tierra. Sin embargo, en la actualidad la situación es distinta, como prueba la decisión de retirar anticipadamente de servicio al Fairchild A-10 Thunderbolt II, el único avión específico de apoyo a tierra en el inventario de la USAF.

Carlos Javier Frías es Teniente Coronel de Artillería, Diplomado en Estado Mayor y Máster en Estudios Estratégicos y Seguridad Internacional por la Universidad de Granada.

Editado por: Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI). Lugar de edición: Granada (España). ISSN: 2340-8421.
Fuente: http://www.seguridadinternacional.es/?q=es/content/evoluci%C3%B3n-hist%C3%B3rica-de-la-guerra-de-maniobra
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