domingo, 29 de diciembre de 2013

La maldita inflación

Editorial I del diario La Nación

El Gobierno no sólo siguió desconociendo la gravedad del proceso inflacionario, sino que algunos funcionarios parecen burlarse de la población

De acuerdo con las estimaciones de consultoras privadas, este mes experimentará un incremento en el nivel de precios al consumidor que se ubicará entre el 3 y el 4 por ciento y constituirá un récord. Pese a eso, y a que llevamos siete años de un indetenible proceso inflacionario, fogoneado por un incesante crecimiento del gasto público financiado con emisión monetaria, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se empeña en seguir desconociendo la existencia de este fenómeno. Más aún, resulta increíble que ninguno de sus funcionarios se atreva a llamar a la inflación por su nombre.

Las piruetas dialécticas del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y del ministro de Economía, Axel Kicillof, para evitar la temida palabra "inflación" constituyen una muestra más del "relato" oficial. Las absurdas afirmaciones de los funcionarios están generando cada vez mayor irritación en una ciudadanía devastada por una sostenida suba de precios que tiende a acelerarse en los últimos tiempos. Cuando la inflación pulveriza el bolsillo de todos, y especialmente de los sectores más necesitados, se debe exigir al menos respeto de las autoridades por el sufrimiento ajeno y cierta dosis de comprensión. Muy por el contrario, el oficialismo incurre en ninguneos al electorado y provocaciones verbales que potencian el descontento.

Transitó ese camino el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno y lo transitan tantos otros, cuando sostienen que no hay inflación, refiriéndose a la situación de un solo producto o manipulando las variables. Lo mismo sucedió con el senador Aníbal Fernández cuando afirmó: "La inflación no existe en la Argentina, pongamos las cosas en su lugar". Aunque el valor de la palabra del ex jefe de Gabinete carece ya de un mínimo de credibilidad, sus "tecnicismos" continúan echando combustible a un volcán de necesidades insatisfechas.

La otra pata de la mentira oficial la conforma el Indec, a través de sus ya recurrentes manipulaciones estadísticas, que sólo logran aumentar el malhumor de los consumidores en cada visita al supermercado o al almacén. La destrucción de aquella otrora prestigiosa institución ha dejado al país sin información estadística confiable que permita priorizar necesidades y fijar políticas públicas. Ello genera lógica desconfianza en la Argentina e interrogantes en todo el mundo. Nos aleja de los organismos de crédito, ahuyenta las inversiones, dificulta el intercambio con los demás países y nos aísla en forma inexorable. Asimismo, la Argentina compra un grave problema a futuro, por los reclamos que oportunamente llegarán de tenedores de títulos de deuda ajustados por inflación.

Como prueba de los falseamientos por parte del Indec, podría citarse el promedio de las mediciones de consultoras privadas que han venido recogiendo legisladores nacionales de la oposición. También los índices de precios al consumidor que miden algunos distritos. Así, mientras que para el Indec, el IPC se ubica apenas en el 10,5% de variación anual, el de San Luis registra un aumento del 29,3% en relación con un año atrás, en tanto que el de la ciudad de Buenos Aires da cuenta de un incremento interanual de precios del 26,2%.

Ningún analista serio espera que desde el próximo año, cuando se pondrá en funcionamiento un nuevo índice a través del cual el Indec medirá la inflación, las estadísticas oficiales resulten mucho más confiables. Como han señalado algunos especialistas, ningún cambio metodológico implicará una solución si se cargan precios falsos, como ha venido ocurriendo hasta ahora.

Como sostuvimos repetidamente desde esta columna editorial, la inflación reconoce múltiples causas que deben ser atacadas con un plan integral que, en forma seria y profesional, aborde el gasto público, la emisión monetaria, el déficit creciente, las expectativas futuras y otras variables.

Mientras los funcionarios se aferren al "relato" según el cual las "variaciones de precios" obedecen exclusivamente al accionar inescrupuloso de empresarios y comerciantes que sólo aspirarían a potenciar sus ganancias, y no a la política monetaria cada vez más expansiva y al financiamiento del Tesoro por la vía de la emisión monetaria, no habrá solución al problema. Limitando la acción a prehistóricos acuerdos de precios que han fracasado siempre, la Argentina sólo agravará su delicada situación inflacionaria. La noticia de que llegó la orden de imprimir entre 120 y 140 millones de billetes de 100 pesos para pagar los aguinaldos es otra confirmación de que no existe ni una mínima estrategia en cada uno de los rubros señalados.

Sin reconocer el problema, sin nombrar la palabra "inflación", sin un plan para combatirla, mintiendo con las estadísticas, persiguiendo a los que exponen la verdad y burlándose de los ciudadanos con declaraciones ridículas, el Gobierno está transformando una cuestión muy grave como es la inflación en una verdadera tragedia ciudadana.

La inflación debe ser atacada con urgencia y responsabilidad. No con parches que sólo obran sobre las consecuencias y no sobre las causas. Por el bien de la República, no es posible que se sigan tomando decisiones sobre la marcha, que van detrás de los acontecimientos consumados y que son tan aisladas que nunca conforman un plan.

El pueblo argentino ha dado muestras de su compromiso y disposición a colaborar cuando se le habla con sinceridad y franqueza. Pero lo mínimo que exigen los ciudadanos es que aquellos funcionarios incompetentes e incapaces de solucionar el problema inflacionario que padecen tengan algún grado de empatía para que con sus conductas y declaraciones no continúen riéndoseles en la cara..

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