sábado, 11 de mayo de 2013

Construir el futuro

Por Mario L. Barbieri  | Para LA NACION
Les propongo: dejemos de ser analistas críticos de un relato de ciencia ficción, salgamos por arriba de este laberinto, construyamos el futuro. Hagámoslo ya
Frente al diagnostico más o menos generalizado respecto del rol y las acciones de la oposición política en la Argentina, creo es momento de ofrecer alternativas concretas, acordes a la dimensión de la crisis.
Nos toca transitar sobre una coyuntura donde lo que se pone en juego es la sustentabilidad del sistema democrático mismo. Un tiempo en el que es atacado el complejo institucional argentino, y donde la idea de la república es despreciada. Una época donde se pretenden anular los mecanismos de representación democrática como bases de la construcción ciudadana y de la convivencia social.

El interrogante, el dilema, es cómo enfrentamos este momento histórico, y qué ideas deberán emerger para ser llevadas al campo de lo concreto, como pilares de una plataforma de país futuro.

Los dirigentes de la oposición, al igual que la Generación del 37 en el siglo XIX, tenemos la obligación de ser guardianes de la república y de sus instituciones, e imaginar y proyectar un país distinto a este. Un país donde podamos reemplazar la decadencia que se nos propone. Ya sea en versión neoliberal en los años 90 o "nacional y popular" de los años 2000. Modelos que en definitiva siempre han respondido a una lógica de obtención y mantenimiento del poder a cualquier costo. Sistemas de apropiación de todos los resortes del Estado, que han lesionado gravemente la cultura democrática de los argentinos, y asumido el riesgo de que ese trasvasamiento cultural haya quedado impregnado en la vida de las nuevas generaciones.

Ideas que tienden a generar la equivocada creencia de que sólo se hace política desde el poder, y lo que es peor aún, la instalación de la hipótesis de que el peronismo y el Estado son la misma cosa, y que solo ese partido político es el capaz de generar gobernabilidad en la Argentina. Esa sola premisa anula per sé , la posibilidad de alternancia, de renovación y de pluralidad, todos elementos esenciales de cualquier democracia moderna.

Nos toca transitar sobre una coyuntura donde lo que se pone en juego es la sustentabilidad del sistema democrático mismo. Un tiempo en el que es atacado el complejo institucional argentino

Frente a este escenario, podemos ser simples observadores, o por el contrario transitar el camino de la acción política, a través de ideas transformadoras, donde propongamos una consistente alternativa, que reconfigure la noción del poder en la Argentina. Una nueva mirada, que establezca las reales prioridades y las bases de una sociedad democrática y justa. En ese marco, es necesario, entre otras cuestiones:

  • Acabar con la idea de que la emergencia todo lo justifica. Necesitamos encauzar las acciones de gobierno en el marco de la ley. La ley es la única herramienta en común que tenemos como argentinos.

  • Atacar realmente el problema de la pobreza. Actualmente el Indec plantea que con $1588 al mes una familia tipo puede acceder a la canasta básica, con lo cual solo el 5,4% de la población es afectada por la pobreza. De cara a esta irrealidad, entre irrisoria y trágica, otros números, como el del Observatorio Social de la UCA, estiman una pobreza superior al 26,9 % y una canasta básica de $3266. Con el convencimiento de que la realidad está, como mínimo, en estos últimos números, es que vastos sectores de la sociedad no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas. Y esto merece de una vez por todas, una respuesta seria, no demagógica y a mediano y largo plazo.

  • Desmitificar la lógica que sostiene que se ha creado un Estado más grande y fuerte para proteger al ciudadano y a los sectores más vulnerables de la sociedad. Las enormes tragedias colectivas como la del Once o las inundaciones recientes, no hacen más que contradecir esta idea, y muestran por el contrario una paradójica ausencia del Estado, que no invierte, no controla, no sabe, no contesta. Eso sí, lo único que ha sabido ejecutar es el aumento de empleados públicos, a tal punto que en el último año, ocho de cada diez nuevos empleos fueron generados por el sector público. Más gente en el Estado con menos Estado, menos eficiencia, menos control. Un Estado al servicio de la ciudadanía no debería ser una utopía irrealizable.

  • Promover una nuevo federalismo que devuelva autonomía y dignidad a las provincias, que son en definitiva las titulares del poder originario que solo han derivado, limitadamente a la Nación.

  • Devolver credibilidad al sistema estadístico argentino, que nos ha imposibilitado de medir nuestra realidad, siendo totalmente funcional a la construcción de un mundo paralelo, que además es motivo de escándalo y vergüenza internacional.

  • Reparar el sistema previsional y generar una estrategia para afrontar los legítimos juicios de los jubilados al Anses.

  • Generar confianza en una economía que necesita de inversiones genuinas para crear empleo de calidad.

  • Insertar definitivamente a la Argentina en el esquema mundial, utilizando el racionalismo y las herramientas del nuevo mundo global ante las oportunidades que se presentan.

  • Promover la relación con el conjunto de las fuerzas sociales, empresariales, gremiales, políticas, de la sociedad civil, creando nuevos y fuertes lazos de representatividad, instando a un permanente proceso de democracia participativa.

  • Establecer un nuevo modo de comunicación que implique no solo la inexorable imbricación con los nuevos procesos tecnológicos, sino también a través de mecanismos de comunicación simbólica, que reinterpreten permanentemente al nuevo sujeto social.

  • Rechazar la persistencia de un modelo clientelar de congelamiento social, que bajo los falsos ropajes de la redistribución y la equidad, ha construido el negocio político de la inmovilización social, del sufragio adquirido por un contrato implícito de cuasi compraventa: algunas migajas materiales, a cambio de entregar la dignidad y la independencia política.

  • Inculcar una lógica de participación, en donde la educación sea el camino de la inclusión. No bastará con dotar de presupuesto al sistema, sino la necesidad de brindar una verdadera educación inclusiva, que esté a la altura de los nuevos desafíos de un mundo más complejo.
Por último, la necesidad de construir una esperanza, que nos permita sentirnos parte de un gran proyecto. Un país en donde los valores de de la democracia, la libertad, la igualdad, queden protegidos por la profundidad de las convicciones. Aquellas que creen en esos valores como fundantes de una mejor y más próspera sociedad, abandonado definitivamente los maniqueísmos perversos, en donde la desunión y las divisiones operan como piezas claves en el ajedrez de grupos de poder que solo tienen por objetivo perpetuarse en él, sin reparar, ni por un momento, en los intereses del conjunto.

Les propongo: dejemos de ser analistas críticos de un relato de ciencia ficción, salgamos por arriba de este laberinto, construyamos el futuro. Hagámoslo ya..

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