lunes, 5 de noviembre de 2012

Las "armas" de la violencia simbólica


(Diario La Nación) -  La renuncia a la violencia como una forma de hacer política, tal como la concebían los montoneros y otras organizaciones revolucionarias de izquierda de los setenta, es, tal vez, uno de los mayores aprendizajes de la militancia en democracia en general. Incluida la kirchnerista.

Sin embargo, en su lugar, la militancia kirchnerista pone en práctica técnicas de violencia simbólica operando bajo la lógica, siempre justiciera, de amigo-enemigo.

Aprietes y escarches, patoteadas del secretario Guillermo Moreno a los empresarios -como cuando los infantiliza haciéndolos levantar para que lo saluden de pie cuando él llega, como una manera de humillarlos-, y amenazas de La Cámpora a los barones del conurbano con "coparle" las calles si no obtienen cargos o contratos en sus municipios; el acoso en la Web -verdaderos fusilamientos mediáticos- contra periodistas considerados "opositores", forman parte de ese "socialismo de barra brava", como bautizó el sociólogo Marcos Novaro a esas prácticas patoteriles que, tanto la sociedad que simpatiza con el kirchenrismo como sus votantes, amparan. O al menos toleran.

El kit de "armas" simbólicas sigue con la ciberguerrilla en la Web, los tuiteros pagos para atacar a opositores y el uso de los servicios de inteligencia, también para perseguir, espiar y amedrentar con la información obtenida a los "enemigos de adentro y de afuera", como decía Kirchner. De hecho, hay fiscales que se sienten inhibidos de investigar el Gobierno, no porque reciban un apriete directo, sino porque saben que, de lanzarse a investigar a fondo, serán ellos los investigados, incluso en su vida privada.

"Lo más fuerte que hay de la tradición de los setenta en la militancia kirchnerista es esta autoidentificación orgánica como «sujetos del cambio», que autoriza ciertas cuotas de violencia y de violación de las reglas del juego externas. Y de fondo, la tradición populista, que autoriza cuotas de violencia de los de abajo. La creencia política de base en la militancia oficialista, que heredan de los setenta es ésta: como los ricos son unos degenerados, está bien ejercer violencia sobre ellos. Por eso el ideario populista puede complementarse con algunas ideas del leninismo, de la revolución social. Expropiar a los expropiadores es una frase de Lenin, que bien podrían usar Moreno o Kicillof", apunta Novaro, director del Programa de Historia Política del Instituto de Investigaciones Gino Germani de la UBA.

Ese ideario populista, con larga tradición en la Argentina, y que en algún lugar se conecta con el stalinismo, es, según Novaro, el hilo conductor que en los setenta generó adhesiones en sectores de la sociedad ante el accionar de la guerrilla, al menos durante los primeros años. "Y es la misma razón por la cual Moreno puede trabajar con Kicillof. No son sus ideas marxistas las que le caen simpáticas, porque Moreno es un peronista de derecha, sino la cultura revanchista que comparten.".

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Violencia simbólica es un concepto instituido por el sociólogo francés Pierre Bourdieu en la década de los 70, que en ciencias sociales se utiliza para describir una acción racional en donde el "dominador" ejerce un modo de violencia indirecta y no físicamente directa en contra de los "dominados", los cuales la evidencian o son inconscientes de dichas prácticas en su contra. Dichas prácticas, son parte de estrategias construidas socialmente en el contexto de esquemas asimetricos de poder, caracterizados por la reproducción de los roles sociales, estatus, género, posición social, categorías cognitivas, representación evidente de poder y/o estructuras mentales, puestas en juego cada una o bien todas simultáneamente en su conjunto, como parte de una reproducción encubierta y sistemática.

Constituye por tanto una violencia invisible, soterrada, implicita o subterránea, la cual esconde la matriz basal de las relaciones de fuerza que están bajo la relación en la cual se configura. Haciendo alusión a Michel Foucault, «el poder está en todas partes». Solo debemos hacer visible lo invisible.

Este concepto, posteriormente clave en su obra teórica, viene formulado por Bourdieu en sus estudios sobre la sociedad Cabilia (en «La dominación masculina») y el sistema educativo francés (en «Los herederos: los estudiantes y la cultura»). Estas dos investigaciones proporcionan los dos ejemplos clásicos de violencia simbólica que el sociólogo propone: La imposición arbitraria de un arbitrio cultural y la reproducción del dominio masculino sobre las mujeres mediante la naturalización de las diferencias entre géneros.

La violencia simbólica esta estrechamente ligada a otros conceptos de Bourdieu como Habitus, el proceso a través del cual se desarrolla la reproducción cultural y la naturalización de determinados comportamientos y valores. Incorporación el proceso por el que las relaciones simbólicas repercuten en efectos directos sobre el cuerpo de los sujetos sociales.

Bourdieu nos habla de cómo naturalizamos e interiorizamos las relaciones de poder, convirtiéndolas así en evidentes e incuestionables, incluso para los sometidos. De esta manera aparece lo que Bourdieu llama violencia simbólica, la cual no sólo está socialmente construida sino que también nos determina los límites dentro de los cuales es posible percibir y pensar.

Tenemos que tener en cuenta que el poder simbólico sólo se ejerce con la colaboración de quienes lo padecen porque contribuyen a establecerlo como tal. Según Foucault, no podemos hablar de relación de poder sin que exista una posibilidad de resistencia. El subordinado no puede ser reducido a una total pasividad sino que tiene la opción de buscar otras formas de responder al poder tanto individuales como colectivas.

Como advierte Bourdieu (1999), la violencia simbólica no es menos importante, real y efectiva que una violencia activa ya que no se trata de una violencia “espiritual” sino que también posee efectos reales sobre la persona (Wikipedia.org)

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