En las últimas tres décadas la producción agrícola experimentó cambios radicales con la incorporación de nuevas tecnologías en las semillas, los agroquímicos, la maquinaria y a los procesos de gestión. Este proceso fue complementado con la ampliación de la capacidad de almacenaje y portuaria, realizadas con inversiones privadas.
Los cambios en el complejo productivo y exportador se reflejaron en el sostenido aumento de le los rindes y de los volúmenes de las cosechas y, por lo tanto, en el incremento de las exportaciones de granos, semillas oleaginosas y de sus derivados de diferente complejidad.
Por otra parte, además de sus resultados en el presente, la evolución agrícola colocó a la Argentina en una posición inmejorable para aprovechar una tendencia al aumento de la demanda de alimentos que será de largo plazo y, por lo tanto, para seguir siendo una generadora de divisas, recursos impositivos y puestos de trabajo.
La transformación en el agro tiene, a su vez, un efecto difícil de contabilizar en términos cuantitativos, como es la generación de demandas de profesionales, personal calificado y productos y servicios de alto contenido tecnológico. Se ha generado, por lo tanto, un círculo virtuoso del cual se beneficia el conjunto de la sociedad.
Se trata de un proceso estimulado tanto por la demanda externa como por el empeño innovador interno y que se sostiene por encima de las trabas generadas desde los gobiernos por visiones fiscales cortoplacistas, intervenciones populistas costosas y de probada inoperancia, y prejuicios teóricos e ideológicos de variado origen. La transformación tecnológica ha convertido al agro en un sector dinámico que realiza un importante aporte cuantitativo y cualitativo a la sociedad.
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